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LA CARNE

22 de Octubre de 2015

Columna: Putos inmigrantes

* Los putos inmigrantes me caen mucho mejor que los putos chilenos. Quizás es una “afinidad cromática” lo que siento y una sobre erotización difícil de eludir con sus curvas morenas. La fantasía de follar con un negro la he sentido desplegada en toda esa tonalidad latinoamericana. Pero además, cuando conviví con putos y putas […]

José Carlos Henríquez
José Carlos Henríquez
Por

negro

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Los putos inmigrantes me caen mucho mejor que los putos chilenos. Quizás es una “afinidad cromática” lo que siento y una sobre erotización difícil de eludir con sus curvas morenas. La fantasía de follar con un negro la he sentido desplegada en toda esa tonalidad latinoamericana. Pero además, cuando conviví con putos y putas inmigrantes comprendí lo útil de ciertos comportamientos frente a clientes. Había algo en ellos que no separaba el disfrute del trabajo. Quizás algo cultural que tiene mucho que ver con el placer, a diferencia nuestra. Me gustaba ver la sumisión que desarrollaban. Sabían muy bien que todo era una herramienta laboral para mantener “feliz” al que estaba pagando. En cambio, mi relación con los clientes era a veces un trámite frio y apático.

Un día me llamó un tipo que quería ver cómo un mulato me partía el culo. Lo que me ofreció era menos de lo que yo cobraba. “Lo mismo que me cobra el negro”, fue su explicación. Acepté. La sola idea me calentaba mucho. Era un dominicano varios centímetros más alto que yo. El brillo de su piel era hipnotizante. Ese día hacía calor y su olor predominaba en el enorme dormitorio del cliente. Muchos colegas chilenos sienten rivalidad con los colegas inmigrantes. “Por la culpa de esos negros baratos tenemos que bajar la tarifa”. El dominicano fue muy amable todo el tiempo y se dedicó a generar confianza con el cliente antes de quitarnos la ropa.

Como suele suceder, el cliente cambió de parecer de un momento a otro y el mulato tuvo que partirle el culo a él, que al mismo tiempo me lo iba a chupar a mí. Se puso en cuatro y los dos putos nos ubicamos a cada extremo, donde nos mantuvimos Todo el rato estuve frente al dominicano sin dejar de mirarlo. No tenía el cuerpo marcado como alguien con un año en el gimnasio, pero las curvaturas de sus brazos, hombros, pecho, muslos no tenían nada que envidiarle a un cuerpo trabajado. Me encantaba ver la baba de su boca inflada cayendo para lubricarlo y seguir metiéndoselo, porque no tuvo ningún problema en obedecer la porfía del cliente que se las ingeniaba para no acabar pronto. En cierta forma sentí una complicidad con esa porfía. En algún momento tenía que tocarlo o, al menos, olerlo de cerca. Fue al final del servicio que el cliente se metió al baño y con el dominicano pudimos agarrarnos un rato. Me bastó con lengüetearlo y tragarme todo su olor. Cuando nos despedimos del cliente, me invitó a su “pieza” en Av. Matta.
Cruzarme con distintas prostituciones me ha enseñado todo lo que sé hasta hoy. Sin embargo, con los putos inmigrantes desaprendí muchas cosas que me enseñó cierta prostitución chilena. Creo que hay algo particular en Chile que hace de los inmigrantes latinoamericanos personas tan “extrañas” para nuestro contexto. No es ni el olor, ni el color ni el precio de ellos. Mientras un puto chileno cobra para comprarse el perfume más caro del mall, un puto inmigrante cobra para sobrevivir entre su ilegalidad y lo caro de este país. Para mí, la inmigración morena ha venido a refrescarnos, pero sigue asumiéndose una rivalidad más que un disfrute.

El dominicano y yo hasta el día de hoy seguimos juntándonos.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

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