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Opinión

21 de Enero de 2016

Editorial: Observaciones Constitucionales

Como miembro de la Comisión de Observadores Constitucionales, cumplo con informar lo que he observado hasta aquí: – Que incluso la idea más descabellada puede encontrar un sentido; de buenas a primeras, convengamos que esta comisión no era fácil de tomar en serio, salvo que uno estuviera adentro sin la intención de hacer el loco. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Edit-630
Como miembro de la Comisión de Observadores Constitucionales, cumplo con informar lo que he observado hasta aquí:
– Que incluso la idea más descabellada puede encontrar un sentido; de buenas a primeras, convengamos que esta comisión no era fácil de tomar en serio, salvo que uno estuviera adentro sin la intención de hacer el loco.
– Partió con un pie forzado que incomodó mucho. En nuestra primera sesión de trabajo, el gobierno nos presentó una campaña publicitaria y un Constitucionario con la definición de una serie de términos relevantes a la hora de impulsar el diálogo constitucional. Acordamos que no correspondía que saliera avalada por nosotros, pero para evitar oposiciones revisamos las palabras elegidas y sus definiciones, atendiendo poco a los animalitos juguetones que las circundaban. Nos detuvimos especialmente en las palabras “nación” y “familia”. ¿Corresponde hablar de la familia en la Constitución? ¿Quiénes conforman una nación? Y como se hicieron las correcciones exigidas y no había nada insoportable en la campaña, tras cinco horas de discusión, pasamos el mal rato. Decidimos, en todo caso, no continuar sesionando en La Moneda. Ese domingo, al lanzamiento de la campaña, asistió el presidente Zapata, y apenas un par de comisionados. Es unánime, al día de hoy, la convicción entre los observadores que dicha campaña de educación cívica ha tenido un bajísimo alcance. Personalmente, después del día en que nos la mostraron, no la he vuelto a ver nunca más.
– La siguiente reunión fue en el GAM. Era la hora de almuerzo y solo había café y galletas. Reclamé por la deficiencia alimenticia, pero no fui tomado en serio, y durante los siguientes dos encuentros ni siquiera ofertaron café y galletas. Volví a reclamar, esta vez con mucha menos liviandad y amenazando con dejarlo en acta, porque más allá del hambre voraz que se amasa durante jornadas de seis y más horas, el hecho denotaba un desdén. Pase que no se pague –hay veces en que el honor es más que suficiente-, pero de ahí a la indigencia…
– En las sesiones sucesivas, la comisión se lanzó a buscar su razón de ser. Revisamos e interpretamos los alcances del decreto que debía darnos origen, porque como dijo Fermandois con la ironía de un abogado ladino, “mientras no exista, estamos actuando fuera de la ley”. Yo insistí en que no se nos definiera como “comisión asesora presidencial”, porque a diferencia de otras comisiones –desde la Rettig a la Engel- no era misión de esta aconsejar a la presidenta, sino avalar un proceso constituyente confiable, desprovisto de trampas y ligerezas, donde la opinión ciudadana esgrimida fluyera libre de manipulaciones. La actuación del gobierno de turno y sus planes, más bien, debían estar entre nuestros fiscalizados. Sus últimas actuaciones distan de la prolijidad. Se me dijo que por razones procedimentales debía ser presentado así, pero que se agregarían las especificaciones necesarias para asegurar nuestra extrema independencia. No creo traicionar la voluntad de ninguno de mis compañeros observadores si digo que unánimemente nos mueve la convicción de estar participando en un proceso de mucho mayor alcance que la política contingente. El orgullo de la comisión se juega en su capacidad de demostrarlo.
– Ya está claro, pero lo repito: no es misión nuestra escribir la nueva Constitución. Eso se hará mediante el mecanismo que apruebe el próximo Congreso, si acaso 2/3 del actual le conceden ese poder. Nuestro trabajo termina con la entrega de las “Bases Ciudadanas para una Nueva Constitución”. Cómo y quiénes configuren ese documento a partir de lo emanado de los cabildos, ya comienza a ser tema de debate. De debate, pero no de conflicto, como mucha prensa prefiere mostrar, por comodidad e interés. Me ha sorprendido la unidad de cuerpo que hemos conseguido, y mantenerla es el reto más preciado de quienes aspiramos llevar esta historia a buen puerto. ¿Qué es una Constitución, si no generar un gran acuerdo?
– Hay periódicos que parecen decididos a defender su tesis inicial de que esta comisión es sencillamente una parafernalia publicitaria, un tongo, cuando no un circo lleno de payasos. En lugar de interesarse por lo que ahí sucede, como todo inteligentonto, intentan acomodar las cosas para darse la razón. Anticipo que la ruta trazada por La Moneda y por estos profetas, para mostrar solo dos de las mil caras de este caleidoscopio, sufrirá múltiples desvíos. Si las cosas van bien, nada será exactamente como se espera.
– Recibimos a la gran mayoría de los partidos políticos, constituidos o en formación, que existen en Chile. Si alguno faltó, la única excusa es que no quiso ir. La otra sería que no fueron convocados, lo que redundaría en un abuso de la secretaría, porque se acordó invitarlos absolutamente a todos. Si alguno no ha ido y quiere ir, que lo manifieste, porque estamos deseosos de escucharlo. Fue buenísima la ronda de diálogo con los que asistieron. Aportaron suspicacias, lo que siempre es bien recibido cuando el trabajo consiste en limar las asperezas, y salvo el Partido Humanista, que lisa y llanamente no creía para nada en la utilidad de todo esto, razón por la que se restaba, objeciones más objeciones menos, los demás manifestaron su voluntad sincera de que este proceso llegara a buen término.
– Para nuestro último encuentro en la rectoría de la USACH –tras reunirnos tardes enteras en la Universidad de Chile y en la presidencia del Congreso Nacional- aparecieron los sandwiches de miga, de tomate palta y tomate pimentón, jugos dulces pero naturales, y las imprescindibles galletas y cafés, sin las cuales no hay comisión que funcione.
– Preguntas que siguen rondando: ¿Conviene que los encuentros locales coincidan con las campañas para las elecciones municipales? ¿Se contaminan o se potencian? (Hay opiniones para todos los gustos, e ideológicamente cruzadas) En los encuentros: ¿mejor buscar acuerdos o tabular todas las posiciones? ¿es correcto preguntar por “valores” a la hora de pensar una Constitución? ¿y a qué valores darle el carácter de constitucionales? ¿por qué preguntar por el valor del “emprendimiento” y no el de la “creatividad”? A cada paso que damos, las preguntas se multiplican. La más dura de todas sería: ¿es de verdad posible recoger los acuerdos de una comunidad mediante este u otro mecanismo renunciando a la representación? ¿Si las respuestas no serán vinculantes (nadie ha postulado seriamente que lo sean) cómo convencer a los ciudadanos de que se les tomará en cuenta? ¿No debiera estar presente entre los temas de estos diálogos ciudadanos el mecanismo mediante el cual la población prefiere que se lleve a cabo esta nueva Constitución?
– Solo decir, para terminar, que esto recién comienza. Para mí ha sido una sorpresa estimulante participar de un grupo diverso (podría serlo más, pero nunca lo suficiente) dispuesto a dedicarle siete horas semanales –y 14 ya una vez- a resguardar el modo más honesto de pensar entre todos la patria que queremos. Me avergüenza la grandilocuencia de esta última frase, pero hasta aquí, a riesgo de pecar de bobería, juraría que es cierto.

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