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Opinión

18 de Febrero de 2016

La lucha de Belén por la gratuidad

Belén Ortiz es la menor de tres hermanos y, el año pasado, se graduó como la mejor alumna del Liceo Abdón Cifuentes en Conchalí. Salió de cuarto medio con un puntaje de ranking de 850 puntos y un NEM de 723, que junto a sus puntajes PSU, le permitieron quedar en la carrera de Obstetricia en la Universidad de Chile. Pero a pesar de pertenecer a un exliceo Bicentenario con un 76.3% de vulnerabilidad, tener una situación económica precaria y ser parte del programa “Escuela de Desarrollo de Talentos” de la U. de Chile -que busca poner niños como ella en la Educación Superior-, Belén no obtuvo la gratuidad. Según el sistema de postulación, ella y su familia corresponden al 50% más rico de Chile. “Yo no pido limosnas, yo solo quiero mi derecho a estudiar, porque he luchado toda mi vida por eso”, dice Belén.

Daniela Yáñez
Daniela Yáñez
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Eran las ocho de la mañana del domingo 27 de diciembre pasado, cuando Belén Ortiz (18) dormía a pata suelta en su casa en Conchalí. “El cansancio que me dejaron esos cuatro años de estudio y trasnoche, me tenían muerta. Me la pasaba puro durmiendo”, recuerda. Pero era un día importante. Los resultados de la PSU ya estaban en línea y Belén no quiso verlos hasta una hora después: 615 puntos en lenguaje, 677 en matemáticas, 602 en historia y 640 en ciencias. No estaba del todo conforme, pero era suficiente. Sin siquiera darse cuenta, se volvió a dormir.

Horas después, su casa era una fiesta. Su madre, Fresia Romero (60) dueña de casa y su padre, Jaime Ortiz (68) junior de una empresa de contadores auditores, no daban más de felicidad. Llamaron por teléfono a toda la familia y amigos para contarles que su hija entraría a la universidad. Belén junto a su hermano Jaime (21), que estudia Bioquímica en la Universidad Católica gracias a dos becas completas, empezaron a calcular su ponderación para postular. El sueño de Belén era Medicina, pero el puntaje de corte estaba en 780 y ella tenía 717.

“No me desanimé porque sabía que igual era difícil que una niña como yo, ponderara tanto. Pero tenía que agotar todas las opciones”, cuenta Belén. Una de ellas era postular a través de SIPEE (Sistema de Ingreso Prioritario de Equidad Educativa), un programa de la Universidad de Chile que permitía a estudiantes de establecimientos municipales con excelente trayectoria, ingresar a medicina con puntajes sobre los 650 puntos.

-Mi primera desilusión fue cuando me enteré que SIPEE había hecho una lista de prioridades y lo primero que miraban era ingreso socioeconómico y luego estar en el 10% más alto de la promoción. Mi papá había hecho horas extras en su trabajo, y por eso quedé en el puesto 17 y eligieron a los primeros 12- cuenta Belén.

Su segunda opción era Enfermería en la Universidad Católica, pero sorpresivamente, este año también subió su puntaje de corte. La tercera, Obstetricia en la Universidad de Chile. “Si estudiaba Medicina me iba a especializar en esto mismo, así que la decisión me dejó hiper feliz”, cuenta Belén.

Pero su felicidad duró hasta las 12 de esa noche, cuando salieron los resultados de la gratuidad universitaria. “La promesa del gobierno apuntaba al 50% de los estudiantes más vulnerables del país y yo era uno de ellos. Mi casa está hecha de retazos de madera y apenas tenemos para comer. No pensé nunca que no me la darían”, cuenta. Pero a pesar de su confianza, el sistema no la había aprobado.

“Yo vi como se le apagó la felicidad en sus ojos. Le dijimos que no importaba, que venderíamos todo, que podíamos apelar, pero estaba completamente desilusionada”, cuenta Fresia, la madre de Belén.

Los cuatro años de enseñanza media casi sin dormir, con dos preuniversitarios gratuitos y siendo parte de la Escuela de Desarrollo de Talentos (EDT) de la Universidad de Chile, -que implicaba reforzamiento de verano y clases complementarias varios días a la semana-, parecían no haber valido la pena para Belén. El sueldo bruto de su padre era de 430 mil pesos mensuales y en algunos meses, alcanzaba los 700 mil cuando se mataba haciendo horas extra. El sueldo, sin embargo, apenas daba abasto para los cinco integrantes de su familia con los que vivía en una casa de material ligero en Conchalí. Para el sistema de selección, Belén pertenecía al 50% más rico de Chile.

EL CAMINO
La familia de Belén es nacida y criada en Conchalí. Fresia y Jaime, sus padres, crecieron en la comuna y estudiaron en la Escuela Básica Unesco, donde ambos soñaron con ser profesionales. Jaime quería ser médico y Fresia, asistente social. Sin embargo, por problemas económicos, ninguno de los dos terminó la enseñanza media.

A pesar de eso, desde que formaron familia y tuvieron a sus hijos, ambos han intentado educarse. Fresia intentó hace un par de años volver a estudiar técnico en Asistente Social en su liceo de antaño, y Jaime, hace cinco años, fue a la Universidad de Chile para ver “qué curso en salud podía hacer”. “Le dijeron que podía ser monitor de adulto mayor, pero costaba 150 mil pesos mensuales, imposible”, cuenta Fresia.

-Mi papá desde joven colecciona libros de salud y medicina. Tenemos muchos libros de anatomía, de farmacología, de los huesos. De hecho mi papá sabe de todo. Si te duele algo, él mismo te dice qué te puede ayudar para eso. Él me inculcó la pasión por la medicina- cuenta Belén.

Belén sería la primera de la familia en dedicarse a la salud. Su hermana mayor, Carolina (29) estudió Pedagogía en la UTEM, y su hermano Jaime, estudia Bioquímica en la UC. Para ambos, el camino a la Universidad ha sido difícil. Carolina tuvo que trabajar para sacar su carrera y Jaime, que también estudió en el Liceo Abdón Cifuentes, fue seleccionado como niño talento por Penta UC, un programa interdisciplinario que selecciona a los mejores alumnos de la promoción y los forma académicamente para que entren a estudiar a la universidad Católica.

Actualmente, gracias al programa, estudia gratis.

-Mis hermanos y mis papás son mi ejemplo. A ellos los veía estudiar desde chicos esforzadamente con todo el apoyo familiar. Cada uno estudiaba en su cama con una mesa y muchas veces mi mamá pasaba de largo acompañándolos – recuerda Belén.

Cuando Belén era pequeña, la familia Ortiz dormía junta en una habitación de 3×6 metros, que habían comprado en cuotas al Hogar de Cristo. La cama matrimonial la juntaban con un camarote que tenían y así toda la familia dormía apretada. Con los años, compraron otra habitación al Hogar de Cristo y con su primer trabajo, Carolina –la hija mayor- compró muchas planchas de madera para construir un living, quedando la estructura como luce hoy. Los muebles de la casa, todos han sido regalados por familiares y vecinos.

-Nuestra realidad es muy cruda, la plata solo alcanza para pagar las deudas. He tenido que ir a pedir a la municipalidad cajas de mercadería. No sé como pueden decir que somos ricos y que mi hija no merece estudiar gratis-, dice Fresia.

La difícil situación económica, sin embargo, nunca ha desanimado a Belén. Cuando salió de la enseñanza básica en el colegio Inés de Suárez, estaba convencida en estudiar Medicina. Los liceos emblemáticos eran su primera opción, pero su madre prefirió que estudiara lo más cerca de su casa posible, en el liceo Abdón Cifuentes. “Varias apoderadas le dijeron a mi mamá que yo me iba a perder en ese colegio, porque tenía 76,3% de vulnerabilidad y el ambiente era súper malo”, cuenta Belén.

Integrarse al liceo no fue fácil. “Yo venía mal. En el colegio anterior me habían enseñado que 4×0 era 4”, dice Belén riéndose. Pero gracias a su esfuerzo, rápidamente subió su promedio. “Yo estaba en el Primero Medio A y quería meterme al Penta UC como mi hermano, pero justo ese año habían cerrado las postulaciones en los octavos. Asumí que tendría que rasguñármelas sola y debía luchar por el mejor promedio posible si quería poder entrar a la universidad”, afirma.

LA CONTIENDA
Era el primer mes de segundo medio de Belén, cuando la profesora de Tecnología se le ocurrió preguntar en clases qué querían estudiar sus estudiantes. Uno por uno, fue juzgando sus opciones. “Era cruel, tenía varios compañeros que querían Medicina, ella le preguntaba sus promedios y les decía que perdían su tiempo, que dejaran de soñar porque no llegarían lejos. También lo hacía con las otras carreras y nos incentivaba para que mejor hiciéramos el técnico, porque era nuestra única salida”, recuerda Belén.

Sin contar la desmotivación que vivían por parte de sus profesores, el ambiente entre los estudiantes tampoco era el mejor. Cuando Belén pasó a segundo medio, una alumna de primero se ahorcó en su casa por bullying. “Era común, no pasaba un año en ese liceo sin que se suicidara alguien”, relata. Cuando cursó tercero, un niño de segundo medio se suicidó y en cuarto medio, una alumna de tercero se tomó una cucharada entera de cocaína que encontró en su casa por graves problemas familiares. “En mi liceo pasaba de todo. Los niños tenían pésimas condiciones familiares y la mayoría no quería estudiar. Nadie pensaba que tenía un futuro. Yo convencí a algunos que sí podíamos salir de ahí y los invitaba a estudiar conmigo”, cuenta Belén.

En segundo medio llegó la oportunidad que estaba esperando. El programa (EDT) de la Universidad de Chile, llegó al Liceo. “Nos hicieron una presentación en el casino y altiro quise entrar, era mi oportunidad para estudiar”, cuenta. Pero entrar no era fácil. De los 90 alumnos de la promoción, elegían a los mejores 27. Luego, tras una entrevista personal, dejaban 12 que tendrían que hacer un curso intensivo en vacaciones. “En las vacaciones de segundo a tercero, estaba todo el día haciendo tareas, informes y yendo a clases en la Chile para poder quedar. Empezó tercero y lo logré, fui una de las seis que quedó seleccionada”, cuenta orgullosa.

Pero la rutina de tercero medio, y luego cuarto, era extenuante. Todos los días se dormía a las tres de la mañana haciendo tareas del liceo, del programa y, además, asistiendo a dos preuniversitarios: al Cepech (en el que estaba becada) y al de la Universidad de Chile. Belén, de lunes a sábado, solo estudió por dos años. “Mi hija no salía ni a la puerta, se desvelaba todos los días para alcanzar a hacer todo. No es justo que los niños de los liceos tengan que pasar por eso para poder acceder a la universidad, las diferencias no pueden ser así de grandes. Les faltan el respeto”, reflexiona Fresia.

CONTRA MAREA
Una semana antes de la PSU, los nervios se apoderaron de Belén. Ciencias era su punto débil y por lo mismo, estudió sin parar con su hermano para salvar la prueba. “El mismo día estaba relajada, pero cuando di la prueba de ciencias, quedé plop. Había materia que ni siquiera había visto en el colegio”, dice Belén.
Pero el día de los resultados llegó y la felicidad duró poco. Sin gratuidad, las apuestas de Belén estaban en las becas. “Fondo Solidario, la Bicentenario, cualquiera de esas me servía para estudiar”, cuenta. Pero no se ganó ninguna. La Universidad de Chile, que tanto había luchado por ella como estudiante, tampoco podía darle una. Solo le dieron como opción, el crédito con aval del Estado.
“Mi familia me lo planteó, pero yo no quiero vivir endeudada más de 20 años. Es una locura, no es justo. Prefiero no estudiar y trabajar para juntar la plata, que endeudarme de por vida por un derecho”, asegura Belén.

Decidida a apelar y cargada de todos los antecedentes, Belén fue a su nueva universidad. “Me dijeron que habían corroborado mis datos con el ministerio y que no podía apelar”, cuenta. Pero su familia le dio el ánimo para seguir luchando. En su barrio, con el apoyo de amigos y familiares, a través de una colecta consiguieron el dinero para que se pudiera matricular.

Ya matriculada, Belén fue a la asistente social de su municipalidad a consultar si había un problema con sus datos, porque le parecía imposible que ella no tuviera gratuidad si cumplía con los requisitos. “Ahí me explicaron que era porque mi papá tenía Isapre y eso figuraba en el Registro Social de hogares. Y que seguramente, el Mineduc ocupó esa base de datos. Pero en el Ministerio dicen que eso no tiene nada que ver. ¿Qué salió mal? Ni idea”, relata Belén.

Según el Ministerio de Educación, las posibilidades de Belén aún están abiertas, pero no han querido explicar la naturaleza del problema. Consultado por The Clinic, el Mineduc aclaró que “al igual que todos los interesados, Belén fue atendida por Ayuda Mineduc, que puso a su disposición una asistente social, quien la ayudó en el proceso de apelación (…)una vez recibidos los nuevos antecedentes, el Mineduc reevalúa cada situación particular, entregando el resultado definitivo el 27 de abril”.

Para este año 2016, la gratuidad alcanzará a 120 mil estudiantes en total, ya que actualmente el beneficio se entregó a 80 mil y faltan más de 40 mil pendientes. Sin embargo, aún no hay cifras oficiales de cuántos estudiantes quedarán sin el beneficio. Según últimas informaciones del Mineduc, la cifra alcanzaría a unos seis mil estudiantes.

Belén hoy está un poco desesperanzada. A pesar de que varias personas le han ofrecido ayuda, no entiende cómo ella no clasifica para la gratuidad. Pero ese mismo descontento, afirma, es el que la saca adelante todos los días: “no es justo que digan que yo soy rica, que tengo situación. La vida que he tenido junto a mi familia no ha sido fácil y, aún así, nos hemos sacado la mugre tratando de salir adelante. Lo mínimo que puede hacer el sistema por mí, es dejarme estudiar y no condenarme para siempre”.

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