Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

24 de Febrero de 2016

Totó la Momposina: “El ritmo del tambor es el del corazón de la humanidad”

Proveniente de una familia que lleva cuatro generaciones en la música, Sonia Bazanta (75), más conocida como “La Totó”, lleva seis décadas recorriendo los pueblos caribeños para observar cómo la gente baila y canta, y así llevar esa cultura al gran público. Le ha ido bien: tocó en los escenarios más importantes de Inglaterra y Francia, acompañó a García Márquez a recibir el Nobel en Estocolmo, recibió un Grammy a la trayectoria y grabó con Real World, el mítico sello de Peter Gabriel. Con un disco llamado Tambolero y una banda de nueve músicos, La Totó llega en toda la gloria de sus 76 años a Santiago, el 17 de marzo.

Ana Maria Hurtado
Ana Maria Hurtado
Por

Toto la Momposina
Foto: Kevin Clifford

Hace mucho tiempo que no visita Chile. ¿Tiene recuerdos?
–Estuvimos por allá en los años 70, los años malos. Íbamos en tránsito hacia la Unión Soviética, y de Santiago nos pidieron tocar. Estuvimos en un sitio llamado “Doña Javiera”, no sé si existe todavía, era un lugar donde iban todos los estudiantes, y tuvimos un recibimiento a tal punto que terminamos presentándonos en el gran teatro de la ciudad, uno que es como una ópera. Eso sí, el concierto fue con militares armados dentro del teatro. Debe haber sido por los estudiantes. Fue increíble.

En ese tiempo había un gran discurso de unidad latinoamericana. ¿Cómo ve esa unidad hoy?
–La música ancestral pasa de generación en generación, no tiene fronteras y nos lleva a esa unidad, que tenemos que preservar. Si en toda la América tenemos una sola lengua pero muchas manifestaciones culturales, ¿por qué no hacer eventos con nuestras músicas, invitar a todo el que quiera venir con el corazón puesto? No importa si es Chile, Uruguay, Paraguay, la música hay que devolverla a sus raíces, y así estaremos poco a poco despertando hacia la unidad. Porque más allá de los discursos, en Latinoamérica estamos unidos por un sentimiento, y eso hay que preservarlo. No significa invadir los corazones de cada país, sino proteger un sentido de pertenencia.

Además de todos sus viajes, en los 80 vivió en Europa. ¿Por qué se fue para allá?
–Estuve viviendo en Europa diez años, cinco de ellos en Francia, porque quería estudiar allá para entender algunos puntos de referencia de los movimientos de música de los pueblos. La música siempre ha tenido una organización, por eso hay que estudiar de dónde viene: los instrumentos ancestrales de los indígenas, de donde sean, porque los druidas también eran indígenas. Están los indígenas de oriente, siempre a años luz de avance que nosotros. Y el resto del tiempo estuve en Inglaterra también estudiando. Pero la verdad es que nunca aprendí inglés, no me gusta. Mira tú cómo suena I love you. ¡No dice nada! En cambio mon amour… ¡me encanta!

¿Cómo fue su carrera allá?
–Me presenté en grandes escenarios, pero comencé por el suelo, tocando en los mercados, en los bares y en el metro con mis músicos.

¿Llegó con músicos a Europa?
–Somos un grupo de trabajo, ellos salieron conmigo desde acá a la aventura. Me siguieron y todavía me siguen, porque cuando uno hace las cosas de corazón a uno lo siguen. Ahora somos nueve, con ellos estaremos en Santiago.

¿Extrañaba su tierra?
–En Europa hice lo que tenía que hacer, pero llegué de vuelta enferma, con humedad en las piernas. Es como un moho que aparece en el cuerpo, porque uno no está trabajando como debe. Imagínese, acostumbrada a 40 grados a la sombra y allá 20 bajo cero.

Volvió para bailar.
–Claro, yo soy una bailadora, una persona que baila mucho, que tiene el corazón disuesto para aprender diferentes formas de la danza, como lo hice en Europa y lo hago en mi país. Cuando a uno le gusta bailar, pues uno tiene abierto su corazón y su intelecto para aprender y participar de las manifestaciones culturales. La buena baliadora va a bailes de salón, pero también a los bailes populares. Ese es el fundamento y la inspiración para aprender de cualquier cultura.
¿Qué otros elementos culturales le interesan?
–La danza, la música y la comida son los elementos cotidianos que nos identifican a todos los hombres. La palabra también. Esa es otra gran ventaja de estar en Sudamérica: todos hablamos español.

LA CONTEMPLACIÓN

¿Aún viaja recolectando formas de danza caribeñas?
–En estos momentos ya no estoy yendo a los sitios de la forma en que recorría antes, pero en los lugares más importantes, los que más me interesan, me entero y participo de lo que está pasando a través de personas que están en el arte. Ayer mismo estaba en Barranquilla hablando de proteger la música.

¿Y cómo se la protege?
–Se habla mucho, pero lo que tiene que haber es acción y esa tiene que fundamentarse en la unidad, crear movimientos de minga, donde todo el mundo se ponga con un granito de arena a reflexionar para encontrar y proteger lo que tiene o lo poco que queda de la cultura.

¿Persiste la cultura rural en Colombia?
–Persiste, a pesar del movimiento que viene de afuera para destruirla y que no tiene nada que ver con la contemplación del hombre hacia la madre naturaleza, ni con el apego a las normas y a las leyes de la tierra. Con el tiempo se verá qué es lo que perdura.

En estos tiempos, ¿cuál es el vínculo que va quedando entre esa cultura y la música?
–Uno siempre que compone lo hace a partir de la contemplación. Las personas, cuando tienen tiempo, miran las estrellas en la noche, o el sol y la luna. La inspiración comienza con esos elementos. O si están abriendo la tierra para sembrar, todos los seres vivos están ahí: las hormigas, las cucarachas, todos los animales. Por eso acá hay danzas donde la gente imita a los puercos, a los pájaros, porque ellos tienen su mensaje. Lo pueden hacer porque están en la contemplación.

¿Ahí está el origen de todo?
–Claro, en la observación. La música y la danza nacieron a partir de la imitación del movimiento de otros seres vivos, animales. ¿De dónde salieron todas esas melodías ancestrales? Pues del ritmo del corazón de nuestros ancestros.

¿De los latidos?
–Claro, el ritmo del tambor es el del corazón de la humanidad: tatán, tatán, tatán… Es el ritmo de la vida, el ritmo que convoca. Si vas a Asia, tocan el gong, en África los tambores, acá en América pasa lo mismo, son golpes que te despiertan, golpes musicales, rítmicos, sagrados. El corazón tiene un ritmo y un tiempo que no se puede transgredir. Por eso hay tantos futbolistas que mueren jugando, porque llevan su corazón más allá del ritmo permitido, lo transgreden.

Habría, entonces, un orden natural…
–Claro, y no es bueno romperlo. A mí, por ejemplo, me encantan los ríos que tenemos acá en Colombia. Pero esos ríos si uno no los cuida, si uno tala los árboles, los árboles no podrán comunicarse con las nubes para crear el agua. Si no tenemos agua, no tendremos para beber ni comer, y si no tenemos qué comer nos moriremos. El universo y los planetas existen y cuando uno transgrede ese sistema sucede lo que está sucediendo. Por eso, las personas que tenemos la sensibilidad y el corazón abierto estamos todo el tiempo en contacto con la madre naturaleza a través de la música, para cuidar lo que nos entregaron. Porque el hombre no fue el que hizo la tierra.

¿Cómo busca usted la inspiración?
–La inspiración no se busca, la tengo siempre en el corazón. Ahora es más difícil, porque estoy viviendo en el interior del país, pero eso no significa que no exista la contemplación: tenemos tres cordilleras, dos mares y muchos ríos.

¿Qué se hace cuando la inspiración se acaba?
–No se acaba nunca. Por ejemplo, si tú quieres crear algo allá en Chile, tú tienes que caminar, por lo menos en esta época allá es verano y todos los días sale el sol, sale brillantísimo, y los colores todos brillan: el verde, el rojo, el azul, el blanco… Y esa visión es totalmente diferente al invierno, las flores se secan. Todo eso lo pone a uno a reflexionar, a contar los verdes que uno tiene de las plantas. Acá, nosotros tenemos como 300 verdes.

¿Pero usted vive en la ciudad?
–Así es, vivo en Bogotá y Barranquilla. De todas formas hay contacto con la naturaleza, en los parques. Y pos supuesto que tengo plantas. Cualquier persona que se respete tiene que tener plantas en su casa, porque ellas están deseando que uno las plante, que las cuide y les hable.

A estas alturas de su carrera, ¿qué le aporta el subir a gente joven al escenario?
–Nosotros también fuimos jóvenes, con inquietudes, ansias de descubrimiento y rebeldías. Eso hay que fomentarlo y cultivarlo a través de las artes. Ellos tienen que escoger y nosotros debemos enseñar, porque rápidamente se dan cuenta de que uno tiene que tener consejeros.

¿Usted tiene consejeros?
–Claro que los tengo. Son personas que tienen respuesta a todas las inquietudes con sentido de claridad sobre lo que significa el pasar aquí en la tierra.

¿Qué es lo que la mantiene tan joven? ¿Ese contacto con la juventud?
–Sí señora, pero también es mi quehacer. El cantar es una práctica espiritual y sagrada, que me conecta con todas las generaciones. Además, no fumo, no bebo, y por supuesto que bailo.

Totó la Momposina y sus Tambores
Jueves 17 de marzo, 21 horas.
Teatro Nescafé de las Artes.

Notas relacionadas