El músico acaba de sacar el disco "Soy", su nuevo trabajo tras largos años de silencio. Aquí habla de su música, de los años años 80, del rock latino, de Jorge González, de Charly García, de su rol como maestro, de sus búsquedas energéticas, de las críticas que recibe y de su paz profunda.
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“No soy ni hombre ni mujer”, lanza de pronto el artista, una leyenda viva del rock melódico, un héroe del pop entusiasta, de la balada significativa de los ochenta. ¿Y entonces qué es, señor? “Yo soy y punto”, aclara, hondo, Scaramelli, Álvaro Scaramelli: 57 años, músico, ex líder del grupo Cinema, rockero lúdico y bien maquillado durante el siglo XX.
Gurú sencillo durante el siglo XXI, pelo blanco desprovisto de vejez, más bien, al contrario, provisto de galanura, una melena Richard Gere de madurez esotérica que él cubre con un gorro adosado al cráneo; sonrisa blanca de pensador magnético, tres hijos en su vida personal y dieciséis discos en su biografía rockera/pop, en su historial de hits coreados, de logros de frontman adherido al teclado.
En los ochenta cantó; a principios del siglo XXI meditó. En los ochenta se buscó; en el siglo XXI se encontró. Ahora, por estos días, sacó un nuevo disco, tras años de silencio creativo y una parcial desorientación existencial. El disco se llama “Soy”. En el disco tocan sus hijos y también algunos ex Cinema, mitológicos restos del rock latino.
En fin.
Álvaro Scaramelli se acaba de encontrar en un puñado de canciones.
El Loco ha vuelto.
-Bueno, ¿y entonces usted quién es?
-Lo que soy- enfatiza. Y mira fijo, riendo.
-¿Y qué es eso?
Y, forzado a comprimir su volada, y apelando a esos sabios orientales que ha estudiado, Scaramelli afirma categórico:
-Soy la esencia.
-¿Qué?
-La esencia.
Y da un sorbo pop a un café, orgulloso, sonriendo en un inaudito estado de plenitud. Scaramelli, según enfatiza, jamás ha fumado un pito. No ha subido al escenario aferrado a un vaso de whisky. Es un rockero de rebeldía reglamentaria, tan sólo excitado por la escalera musical. Pero sonríe de forma permanente, todo el tiempo, como hacen los que están cerca de la profundidad.
-¿Y hacia dónde va?- lo acorrala la prensa en términos existenciales.
-Intento alcanzar una conciencia totalmente activa- y sonríe.
-¿Cuál es su anhelo?
-Vivir intensamente- y sonríe.
-¿Y ha vivido intensamente?
-Tal vez- y sonríe.
Tuvo, como todo artista ochentero, una era de reventones, de mujeres sondeando el camarín, de liderazgo en medio de la provincia. Tuvo rock. Tuvo amanecidas. Tuvo amor, tuvo separaciones. Tuvo hijos. Cigarros. Brindis. Fue hermoso, de pelo negro inflado. Brincó en Sábados Gigantes. Fue portada de Wikén.
-Se pasó bien- especula.
Actualmente es, según parece, mitad rockero y mitad sabio. Mitad Beto Cuevas y mitad Osho. Una mitad suya sigue en el teclado, en la composición, y la otra mitad está flotando en el incienso, en la energía. Tiene dos personalidades, es la mixtura de dos emprendedores: el que brincó en el escenario, el que produjo éxtasis en el Festival de Viña de 1987, el que se introdujo esa noche en una jardinera para apoderarse de una antorcha de oro, y, a la vez, el líder de un centro de sanación que se recoge en la meditación.
-¿Y ahora de dónde saca la energía?
-De mi conexión interna.
Y sonríe.
De pronto, el reportero le habla secamente.
-Escuché su disco, señor- el reportero, en efecto, le señala que escuchó su disco completo, el disco “Soy”, la última creación del pianista existencial. “Lo escuché entero”, recalca, como si estuviera diciendo: “Acabo de revisar sus deudas en Dicom”. Y él, el pianista excepcional, el histórico creador de música hipnótica, enarca las cejas, sonríe por supuesto, y pide el dictamen del amateur reportero.
-Es un disco súper Scaramelli- concluye hábil y respetuosamente el reportero.
Y Scaramelli sonríe.
-¿Usted cree que está cantando bien?- preguntamos, admirados.
-Canto mejor que cuando era pendejo- responde Álvaro Scaramelli.
-¿En qué lo nota?
-Tengo varios registros.
-¿Cómo está su voz?
-Mi voz siempre ha sido particular. Pero mi voz ha madurado. Mi voz no se ha desgastado.
Y confiesa: “Mi disco es un clásico”. Un tesoro Scaramelli dirigido al fan. De hecho, cuenta, días atrás estaba en una prueba de sonido y un técnico, sorprendido, le preguntó:
-Disculpe, señor, ¿qué tipo de música es esta?
Scaramelli, sonriendo, le dijo:
-¡Es rock latino!
-¿Qué es eso?- cuestionó, aterrado, el técnico centennial.
-Nuestro rock- parece que confesó Scaramelli.
Y el técnico, más tranquilo, apuntó entre suspiros:
-Aaah…mi papá me habló de esto…
Y Scaramelli, sonriendo, supuso que de eso se trata.
La rebelión de pronto tendrá que llegar a ser un clásico.
Siglo XX
De manera que fue un rockero puro, sin drogas, un vocalista lácteo en pleno siglo 20, en los ochenta, ungido como el Loco Rayado, el líder de Cinema, el exótico tano con tendencia al salto en el escenario. Su primer disco fue lanzado en 1985 y lo define así:
-Existencial.
Convivió con grupos buenos y otros que ensayaban en la pieza.
-…y seremos Tom y Jerry…los de la televisión…- canta ahora Scaramelli, transfigurado.
El momento es sentimentalmente intenso.
Un perro ladra.
Todos vuelven a la compostura.
-¿El rock latino era muy básico?- interroga fríamente la prensa.
-No.
Muchos suponen que el rock latino se hizo con dos tarros y un poco de gel. Scaramelli lo refuta. Todo rock expresa su época. Toda música será posteriormente un recuerdo. Y dice: “Allí tienes a Keith Richards, claro, uuh, el genio, pero Keith Richards siempre se aferró a un acorde culiao, que no tiene ninguna gracia, pero que él transformó en un clásico y lo hace el descueve”, analiza Scaramelli.
El rock latino se hizo a sí mismo.
El rock latino, asegura, básicamente es el rock argentino.
Un poco de Chile, dice. Y aportes microscópicos de México. Nada más. No es más latino que eso.
-¿Y cómo era la convivencia del rock en Chile?
-Nos juntábamos algunos. Nos juntábamos con los de Aparato Raro, con los de Viena, con los de Upa!
-¿Qué hacían?
-Íbamos en una gira llamada Free Concert.
Compartían el bus, los aplausos, todo. Pero allí faltaban tres artistas. Allí faltaban Los Prisioneros.
-¿Y Jorge González?
-Nunca fue. Su mánager nunca quiso que se sumara a estas giras.
-¿Tenía roces con Los Prisioneros?
-No. Pero era difícil relacionarse con ellos. El mánager los tenía aislados.
-¿Jorge González era el genio de esa época?
Y Scaramelli, por alguna razón, responde como abogado:
-Jorge González tiene muchos valores- opina secamente.
-¿Se vinculó con Miguel Piñera y el grupo Fusión Latina?
-Ellos eran más grandes.
-¿Miguel Piñera canta bien?
-No.
-¿Miguel Piñera canta pésimo?
-Yo siento que él es un showman.
-¿Y usted tuvo vínculo con el rock argentino?
-Mmm…
-¿Qué? ¿Tuvo conexión con Soda Stéreo, con Charly, con Spinetta en su etapa más lánguida?
-Los argentinos no nos pescaban mucho.
-¿Por qué?- el reportero nacionalista se estremece.
-Es la verdad. Nos miraban como nosotros podríamos mirar al rock boliviano…
-¡Pero la multitud vibraba con ustedes!
-En Chile…
Una vez, relata Scaramelli, le dieron un cassette a Charly García con un compilado de rock chileno. Charly escuchó un extracto. Luego rompió, a las risas, el cassette. Gritó. Esparció tallas hirientes. Concluyó que era un rock malísimo, probablemente le pareció un rock lleno de gel.
-Eso sí…una vez estuve hablando con los muchachos de Soda…antes de que fueran famosos- confiesa Scaramelli, encendido.
-¿Ah, sí?- nos emocionamos.
-¡Sí!- refuerza el artista.
Una foto lo acredita.
Mientras Cerati parece distraído, Scaramelli, sonriendo, mira fijamente a la pantalla.
-Lo pasamos bien- y ríe Scaramelli.
E informa que, en la actualidad, ha reconstruido el rock latino con una gira nostálgica llamada Rock Tour Ochenta. Y en la cual un grupo de canosos legendarios, entre ellos Pancho Puelma, difunden los clásicos del rock. De ese rock. El rock de las últimas décadas del siglo 20.
-Jajaja- es una carcajada Scaramelli, pues, muestra una foto de las leyendas con nuevos kilos de peso, las leyendas que hoy parecen clásicos.
Y luego se pone sereno.
Da un sorbo al café.
Y otra vez, como un sabio, empieza a sonreír.
Siglo XXI
Lo que pasa es que por varios años de este siglo XXI Álvaro Scaramelli pareció sumergirse en un profundo silencio.
-Estudié- asegura, serio.
-Tuve viajes exploratorios- confiesa, inspirado.
-Vi cosas- apunta, sincero.
Y en lugar de enfocarse en la música, Álvaro Scaramelli se enfocó en la plenitud. Se enfocó en el mundo interior de los tristes. Se conectó con la planta de los pies de los abúlicos y los masajeó con énfasis y con maniobras extraídas de manuales orientales. Se alimentó con las palabras de Osho, con las palabras de Sai Babba. Se obligó a leer la Biblia y a entenderla. Dio consejos, vagó hacia la luz. Scaramelli se tornó, sin querer, en un Gurú modesto, un sabio simple que lideraba Innerlife, su Centro de Sanación afincado en Las Condes.
-La contingencia pasa, los procesos humanos quedan- emite, de pronto, como en hipnosis.
-He convivido con lamas (maestros tibetanos)- señala en un momento. Los lamas, por una conexión familiar, solían alojarse en su casa. Sus hijos, concluye, en parte han sido criados por lamas.
-¿Qué ha aprendido?
-Hay que confiar en el Universo- y mira hacia los costados.
Y añade:
-No hay que tener miedo a la vida.
Ha hecho retiros de silencio, por cinco años fue vegetariano, ha hecho experimentos.
-Disculpe, pero debo preguntarle…
-¿Qué?
-En este tipo de cosas hay que ser precisos…
-Dale…
-¿Usted es un chanta?
Allí ocurre un silencio tenso y, al mismo tiempo, esotérico.
-Yo no soy un chanta. Yo sé que no soy un chanta.
-¿No?- titubea, belicosa, la prensa.
-Yo no hago estas cosas para uso personal.
-¿Es un don?
-Es que hay millones de cosas que son inexplicables.
-¿Usted ha estado en otra dimensión, señor Scaramelli?- preguntamos frontalmente.
El artista sonríe de forma helada.
-Sí, amigo, he pasado a otra dimensión sin drogas- admite.
-¿Qué había allí?
-…bueno…
-¿Qué?
-…entré a un agujero gusano- confiesa abiertamente y bajando la vista.
El neurótico silencio se alarga.
-¿Cómo dice? ¿Y qué vio allí?
-Un túnel. De pronto, entré a otro lugar…
-¿Encontró un lugar con naturaleza frondosa?
-Sí…
-Sabía…
-Era un lugar habitual, pero lleno de mucha vegetación, muchos colores…
-¿Cómo logró volver?
-La vuelta es lenta…
Y también relata que tuvo otras vidas, que reencarnó, que tuvo un rol creativo durante la Edad Media u otra época similar. Que ahora, comenta, se está alejando de sus labores de gurú, es un maestro en retirada, en declive, un líder en la nube. Y, aún así, confiesa que tuvo una nube negra filtrada en su serenidad. Al maestro lo acusaron de estafa.
-¿Qué pasó con esas acusaciones de irregularidades en su etapa como Presidente de la SCD entre el 2015 y el 2017 (Sociedad Chilena del Derecho de Autor)?- pregunta el reportero con la voz de Matamala.
Álvaro Scaramelli no se inmuta.
-Los que me conocen, y están al tanto de este caso, saben que no hice nada malo. Los que no me conocen siguen diciendo tonteras.
Y vuelve a poner cara de profundidad.
Vuelve a sonreír.
Vuelve con un disco nuevo.
Vuelve a decir que no ha habido tantos cambios. Sigue siendo el artista, el ochentero feliz, el loco correcto, sin cannabis, sin ínfulas de coca, sin rastros de vino en la entonación, un músico puramente mágico, compositor para él, compositor para otros, un Osho al teclado, que aunque pase el tiempo sigue siendo el mismo Álvaro Scaramelli de los últimos cincuenta y siete años.
-Y eso soy.
-¿Qué?
-El mismo de siempre- concluye tranquilamente, convertido en un profundo clásico que nunca deja de sonreír. Y que, más encima, paga la cuenta con toda serenidad.