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Opinión

26 de Julio de 2023

Columna de opinión | Sinéad O’Connor: El acto de reparación de su legado llegó demasiado tarde

La revalorización llegó tarde y nadie se disculpó por el trato que tuvo luego de que en 1992 rompiera en vivo, en la televisión estadounidense, una foto del Papa Juan Pablo II por los abusos de la Iglesia. Con una voz privilegiada y grandes discos, su carrera se truncó rápidamente. Antes de la era de la "cancelación" y del #MeToo, la irlandesa desafío a la industria de EEUU y recibió de vuelta la cancelación más brutal a una cantante que vino a Chile con 23 años y se emocionó con la madre de Rodrigo Rojas de Negri.

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Vi a Sinéad O’Connor en vivo la primera vez que vino en Chile, el 13 de octubre de 1990, en el Estadio Nacional, y como parte del festival “Desde Chile… Un abrazo a la esperanza”, organizado por Amnistía Internacional. Era inusual que por esos años llegara una figura en el peak de su popularidad: apenas un año y medio antes Rod Stewart había inaugurado los megaeventos en el país.

La primera postal que tengo en la memoria fue un día antes, cuando las estrellas del evento eran el grupo New Kids on The Block, con un público marcadamente juvenil. En un receso entre un artista y otro, se apagaron las luces y por las pantallas se exhibió el video de Nothing Compares 2 U. Las 75 mil personas corearon la canción de principio a fin con una intensidad que ni siquiera logró la boyband. Un día después, la irlandesa se presentó en vivo y desplegó su voz tremenda y un carisma que la convirtió en la mejor presentación de la noche.

Poco antes de su actuación, Sinéad O’Connor dio una entrevista que emitió TVN, con Augusto Góngora en el estudio y donde la cantante fue rodeada de integrantes de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. A su izquierda estaba sentada Sola Sierra -cuyo esposo, Waldo Pizarro, fue detenido y desparecido por la DINA- y a su derecha, oficiando como traductora, Verónica De Negri, madre de Rodrigo Rojas De Negri (Caso Quemados).

Por entonces, la irlandesa tenía 23 años y apenas respondió la primer pregunta, comenzó a llorar. “He visto sufrir a muchas mujeres en mi país, pero nunca había visto mujeres con más coraje que el que ha visto acá”, dijo emocionada. Posteriormente, y sobre el escenario del Nacional, prendió una vela en memoria de Rodrigo Rojas de Negri.

Sinéad O’Connor es uno de los emblemas de la cultura pop de la Generación X, que ha visto morir a varios de sus cantantes más importantes antes de tiempo. En el furor de la era MTV, el video de Nothing Compares 2 U marcó un hito y una suerte de moral: desprovisto de tecnología, con buena parte del clip mostrando a la cantante en primer plano, con unas lágrimas cayendo por su rostro, inmortalizando esa canción escrita por Prince, pero que hizo suya.

Como le sucedió a tantos otros cantantes de los 90, el éxito la pilló desprevenida porque genuinamente parecía no buscarlo y no supo bien qué hacer con esa exposición. Que viniera a Chile en 1990 era parte de esa ruta inusual, donde su foco estaba puesto en la denuncia y no en el glamour del estrellato.

Como narra ella misma en el enorme documental Nothing compares -estrenado el año pasado en In-Edit y que desafortunadamente no está en ningún streaming-, su primer show en grande en Estados Unidos estuvo marcado por la tensión. En los Grammys de 1989, Sinéad O’Connor fue invitada para cantar la canción Mandinka y lo hizo con su cabeza rapada y pintada con el logo de la banda de rap Public Enemy, en solidaridad con la protesta que ellos lideraban, debido a que la Academia no consideraba a los grupos de rap y sus actuaciones no eran televisadas.

En el mismo documental aborda algo que parece olvidado. Tras el éxito de crítica que fue su primer álbum, firmó contrato con una gran disquera y grabó Do Not Want What I Haven’t Got, pero todo estuvo a punto de irse al tacho de la basura, porque decidió raparse la cabeza. Los ejecutivos consideraban que no podían invertir en una mujer con esa pinta. Les pareció “poco femenina”, dice la irlandesa en el documental. Una mujer tenía que llevar el pelo largo, la discográfica veía en ella a un rostro atractivo y que no tuviera cabello echaba a perder esos planes.

Que hoy una mujer se corte el pelo o se rape no sería motivo de discusión, porque sería absurdo que algo así fuera tema. Pero en los 90, vaya década, sí lo fue: los medios hablaban de “la cantante calva”, de “la pelada”, y en todas las entrevistas debía responder sobre por qué se rapaba y hablaban de su “rebeldía” por la falta de pelo. Puede ser ridículo hoy en día, pero incluso por su estética la cantante fue recriminada y definió un estilo para las cantantes femeninas que quizás no se atrevían a llevarle la contra a la industria sobre cómo vestirse y lucir, donde el machismo imperaba.

Quizás la industria en Estados Unidos nunca la mereció. Trató de encasillarla y no lo logró. En 1992, cuando era una de las cantantes más populares del mundo, tuvo aquella presentación en Saturday night live donde rompió la foto del Papa Juan Pablo II y ese país se volvió en contra suya.

La foto, revela Sinéad O’Connor en su documental, era de su madre -con quien tuvo una conflictiva relación llena de maltratos físicos y psicológicos-, por lo que la carga emotiva era doble de hacer pedazos aquella imagen. Tras ello, su carrera musical se acabó en Estados Unidos y pasó a ser una paria también en Irlanda e Inglaterra. Casi nadie la defendió -hasta Madonna la atacó-, a excepción de Kris Kristofferson, cuando la abrazó en medio de las pifias del concierto homenaje a Bob Dylan (un público supuestamente progresista).

Que décadas más tarde aquel acto fuera revalorizado, a la luz de los escándalos de pedofilia de la Iglesia Católica que lideraba Juan Pablo II, llegó tardíamente. Como en otras cosas que hizo en su carrera, llegó antes de tiempo y cuando ella ya no tenía una carrera masiva, aunque seguía sacando discos.

En 1994 editó Universal mother, posiblemente su mejor trabajo y donde venían la desgarradora Thank you for hearing me, Fire on babylon, una canción de cuna y un cover de All apologies cantada casi a cappela en homenaje a Kurt Cobain, que ese año se había suicidado.

“Fue el amor de mi vida, la lámpara de mi alma. Éramos un alma en dos mitades. Él fue la única persona que me amó incondicionalmente. Estoy perdida sin él…”, escribió la cantante en redes sociales luego de la muerte de su hijo de 17 años, quien se quitó la vida. En sus entrevistas hablaba de su depresión, de los dolores de su vida, de los pensamientos suicidas que también le afligían.

Nuevamente: la revalorización llegó tarde y nadie se disculpó por el trato que tuvo. En una escena de la serie Euphoria, Sydney Sweeney hacía catarsis con una botella de vino cantando Drink before the war, en la última temporada de Peaky Blinders sonó una versión de su tema In This Heart. En Dublín, la popular cantante adolescente Olivia Rodrigo interpretó Nothing Compares 2 U. Y vino el documental grabado en pandemia y estrenado el año pasado, que parecía hacer un poco por ajustar cuentas y mostrar que Sinéad O’Connor había sido una pionera en varios aspectos que hoy se dan por descontado.

Siempre que muere un personaje reconocido, se siente como si falleciera alguien cercano. En este caso, alguien que acompañó la vida en más de tres décadas. Y vienen los recuerdos de los que éramos en los 90 y todo lo que ha pasado hasta ahora. Los medios y en redes sociales han destacado que la polémica del Papa terminó dándole la razón a ella. Que la industria musical fue severa. Y que tuvo una vida demasiado difícil como para aguantar tanto.

El acto de justicia con la irlandesa llegó tarde, cuando ya no le importa a ella, porque ya no está. Quizás sí importa para el resto de nosotros, si la revalorización de su legado consigue que las nuevas generaciones escuchen sus canciones y permitan ubicarla en el sitial de la música que merece.

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