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Opinión

20 de Mayo de 2016

María del Pilar Zurita: “Ser amada por lo que soy me hace creer que Dios tiene un lado gay”

A los 20 años, la psicóloga María del Pilar Zurita (32) quiso ser monja. Ingresó a las Hermanas de María, del movimiento Schoenstatt, pero una crisis vocacional la alejó de la vida religiosa poco antes de tomar los hábitos y convertirse en novicia. Tiempo después, a los 27 años, le vino otra crisis: descubrió que era lesbiana. Temió el rechazo de su familia conservadora, pero luego de un largo proceso, salió del clóset. Este año firmará el Acuerdo de Unión Civil con su novia argentina y recibirá la bendición de un sacerdote jesuita. Desde marzo, además, María del Pilar es la primera mujer chilena en liderar una ONG que agrupa en el mismo lugar a lesbianas, gays, bisexuales y trans, tras ser elegida como directora ejecutiva de la fundación Todo Mejora, que lucha contra el bullying homofóbico y previene el suicidio en niños, niñas y jóvenes LGBT.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

Pilar Zurita

¿Por qué quisiste ser monja? ¿Qué fue lo que gatilló ese anhelo?
–Ese llamado, como se dice a veces, lo empecé a sentir como un anhelo de decir “de verdad, yo quiero entregar mi vida a Dios y que haga de mí lo que estime conveniente”.

¿Pero cómo surge ese llamado? Te lo pregunto porque nunca lo he experimentado.
–Es como una fuerza en el alma, una fuerza interior que te mueve a querer darlo todo. Y ese darlo todo va de la mano con Dios y para Dios. Así como cuando de repente uno es activista y quiere darlo todo por la causa. O cuando te enamoras de alguien y decides casarte. Es una sensación un poco similar, pero es un amor dirigido a Dios y a la humanidad.

¿Ese amor era servirle a María?
–No, es servirle a Dios pero viviendo como María. Ella siempre es un camino. Nunca el fin.

Una María en el siglo XXI es casi imposible.
–Claro. Pero si extrapolas los elementos valóricos, capaz que sí.

¿Qué extrapolaste tú de María?
–Tengo una imagen de María que no es la mujer virginal bajo el poderío del hombre, sino la que le pisa la cabeza a la serpiente. Y que, para mí gusto, tiene que ver con la mujer fuerte, poderosa, luchadora, valiente y que se entrega por los demás desde esos valores. Y que un poco es la mujer actual que ya no está solamente en su casa, sino que trabaja, construye, participa en política y genera sociedad. Es una mezcla entre esa María dulce con la María luchadora.

¿Por qué te interesó el movimiento de Schoenstatt?
–Mis papás participaban en el movimiento cuando era chica, pero lo conocí por un primo que me contó lo que hacían y a lo que aspiraban en Schoenstatt. Yo tenía 15 años y lo encontré entretenido, pero no sé si alcancé a vislumbrarlo como una cosa mayor. Fue después, a medida que me metí en el movimiento, que me hizo sentido todo: el tema de la santidad en la vida diaria, que no tiene que ver con la perfección, sino con dar lo mejor de uno. Y me involucré harto. Pasaba todo mi tiempo ahí, tenía un pololo pero carreteaba re poco. Y estar tan involucrada hizo que pensara que mi vocación era ser monja.

¿Qué edad tenías?
–17 años.

¿Y cómo tomó esa idea tu familia?
–Mi mamá no se sorprendió, porque me veía muy involucrada en el movimiento, pero fue doloroso para ella porque implicaba alejarme de la familia y formar otra con gente que no había escogido. Sin embargo, conté con su apoyo. Mi papá me dijo súper serio: “no me puedo quejar, porque cuando hicimos la alianza en el matrimonio, regalamos un hijo a Schoenstatt”. Y mi mamá lo miró extrañada y le dijo: “¿de verdad, hicimos eso?”. Y sí, parece que lo habían hecho, no me preguntes por qué. Y pasó que postulé a los 20 años y me aceptaron las Hermanas de María de Schoenstatt. Pero alcancé a estar solo nueve meses. Me faltaron dos meses para la toma de hábitos y convertirme en novicia. Y me retiré.

¿Pero qué pasó?
–Pese a que lo pasaba increíble, había que cumplir una rutina diaria: levantarse, vestirse, ir a misa, rezar, desayunar, tener clases o hacer aseo. Esa rutina es todos los días. A veces tenías que compartir a una hora y yo no quería hablar con nadie, pero tenía que hacerlo. Y, por otro lado, había algo en mí que no quedaba cien por ciento cerrado. Con el paso del tiempo, me di cuenta que quería ser mamá. Siempre fue mi sueño. Cuando entré a las Hermanas, consideré ese elemento, pero quedé conforme con la idea de ser madre espiritual. Pero estando dentro, ese sueño de formar una familia se hizo más fuerte. Me pasó que un par de veces vi a mamás con guaguas y yo me decía “no voy a tener eso nunca”, mientras se me caían las lágrimas por la cara. Ahí me vino una crisis vocacional. Y lo hablé con una de las hermanas a cargo, que me entendió: “Pili, para ti la familia es lo más importante, tú eres un pájaro libre y te estás ahogando también con la estructura”. Ahí fui más consciente de que no quería cumplir con un horario todos los días de mi vida. Y me salí.

¿Cómo reaccionó tu familia cuando se enteró que ya no serías monja?
–Mi mamá se puso feliz cuando me salí, pero su preocupación mayor era qué iba a hacer ahora. Y yo solo quería respirar, no sabía qué hacer. Mis papás me empujaron a retomar mis estudios de psicología. Yo no quería, en ese momento hubiese preferido cocinar o sacar fotos, pero la decisión de ser psicóloga fue la mejor.

“SOY LESBIANA”

Tiempo después descubres que te gustan las mujeres. ¿Te empezaste a dar cuenta cuando estabas en las monjas?
–Uf, mucho tiempo después. En las monjas no sospeché nada, lo tenía muy bloqueado. Me doy cuenta que soy lesbiana alrededor de los 26, 27 años, ya siendo vieja.

¿Cómo fue ese despertar?
–Yo creo que estuve en un clóset inconsciente toda mi vida. Lo que me acuerdo es que no me gustaban los retiros espirituales porque implicaba estar en silencio, y sentía que al estar en silencio ante mí y ante Dios se creaba un espacio donde descubriría algo que estaba mal en mí. Con el tiempo me di cuenta que ese miedo a mirarme tenía que ver con descubrir realmente quién era.

¿Cuándo te diste cuenta que eras lesbiana?
–No me acuerdo claramente. Cuando niña jamás se me pasó por la cabeza que yo era lesbiana, pero sí recuerdo una sola imagen: estar sentada, mirando a una compañera, que encontraba súper bonita, y sentir muchas ganas de abrazarla y no querer soltarla. Ahí estaba la verdad, sólo que no la veía. Después, en la universidad, recuerdo haber estado con una amiga, viendo una película donde aparecía Sandra Bullock, y haber dicho: “a ella la besaría todo el rato”. Me salió tan de adentro, tan espontáneamente, que hasta yo me sorprendí. Mi amiga me dijo: “no me extrañaría”. Y yo quéee. Ahí se me activó un clic: armé un rompecabezas y me di cuenta que “esto que parecía que me ocurría” era real. Conversé con un amigo gay, mi única cercanía con el mundo homosexual, sobre lo que me estaba ocurriendo. Él era el único que podía entenderme, que es un poco el rol que hacemos en Todo Mejora, y le conté estos episodios. Este amigo me dijo: “a mí me pasó lo mismo”. En ese momento, sentí que era de las peores cosas que me podían estar diciendo.

La estructura conservadora de tu familia, haber querido ser monja, debe haberte tenido mal…
–Claro. Yo estaba muy angustiada y atemorizada. Nada de lo que me estaba pasando encajaba con lo que me habían enseñado. Pero sabía que, de alguna manera, debía enfrentarlo. Y me empecé a morir de susto. En mi casa, el único acercamiento a la homosexualidad tenía que ver con las bromas de doble sentido. Mi papá tenía una frase, que ahora no se acuerda que dijo, pero que era “lo peor que me podría pasar es tener un hijo gay”. Esa frase me calaba profundo. Era muy duro pensar en que yo podía ser lo peor que le podría pasar. Eso alimentó esta idea de que nadie me iba a querer y que ser homosexual me llevaría a una vida solitaria y triste.

Te vino una depresión.
–Sí, que se gatilló también por la muerte de mis abuelos. Tuve que ir a terapia y me acuerdo de haber estado tres sesiones hablando de la muerte de mis abuelos y saliendo frustrada conmigo misma por no atreverme a revelarle este secreto a mi sicóloga. Tenía tanto miedo a que ella me pusiera una cara, o me hiciera sentir incómoda, que no me atrevía. Hasta que le conté, disminuyendo la angustia: “parece que me gustan las niñas…”.

Lo minimizaste.
–Sí. Ella me dijo que estos procesos de construcción de identidad suelen ocurrir a los 15 años, que a esa edad es esperable tener estas dudas, pero que a los 25 años lo más probable es que fuera lesbiana. Y yo así como “no me digas eso, esto no tiene que ser”. Es súper impresionante cómo funciona la angustia, porque fui a otras tres sesiones sin mencionar el tema, hasta que mi psicóloga lo vuelve a retomar. Y yo, con una liviandad, le digo: “Noooo, fue una volá, en verdad nada de esto es real”. Y de verdad creía que era una volada y lo tapé absolutamente en mi interior durante casi un año. Tenía tanto miedo que me lo negué a mí misma. Con esa depresión, me fui a vivir seis meses donde mis padrinos. Fue un año muy difícil, donde ser lesbiana aparecía como una idea fugaz cada cierto tiempo… Pasé por etapas donde ya no quería más.

¿Te intentaste suicidar?
–Nunca. Pero sí lo pensé. No sé si alguna vez le puse ese nombre. En ese entonces, me enojaba con Dios, porque alguien debía tener la culpa de que me pasaran todas esas cosas. Fue un período muy confuso. No tenía claridad de lo que estaba sintiendo tampoco. Sentía miedo de lo que pudiera venir si asumía mi orientación sexual. No conocía a ninguna lesbiana, no sabía cómo vivían, dónde las podía pillar, no tenía ninguna imagen. Tenía tantas dudas y nadie que me las respondiera. Pero logré irlo superando.

¿De qué manera?
–Le conté a mi madrina, con la que había creado una relación especial. Ella me tranquilizó y me dijo unas palabras mágicas: “Pilito, yo te voy a querer igual”. Fue wow, no me voy a quedar sola. Ella me estaba aceptando tal como era. Se transformó en una tremenda aliada. Desde ese momento me sentí tranquila, amada, libre. Me fui aceptando y queriendo. Empecé a salir del clóset en todas partes, iba a lugares donde se juntaban lesbianas, con una libertad increíble, porque ya sabía que había UNA persona en el mundo que me amaba.

Y a tus papás, ¿cuándo les contaste?
–Mi papá supo por otra parte. Lamentablemente, en un momento escogí un mal aliado que habló con mi papá para que alguien pudiera acompañarme en esto. Para mí fue súper doloroso, porque había confiado en esa persona. Como mi papá sabía, nos invitó a cenar a mi mamá y a mí. Pensé que ese era un buen momento para contarles. Y fue súper difícil. Estábamos en un restorán y me preguntó cómo estaba. Yo le tiré la pelota de vuelta: “bueno, cómo me ves tú”, para saber en qué terreno me movía. Él en ningún caso estaba enojado, pero sí muy serio. Mi mamá no tenía ni una idea de esto. A medida que avanzaba la conversación, me iba angustiando más y se notaba. Ella me decía “pero hable”. Y yo decía “no sé cómo decirlo”. Mi mamá pensaba que le iba a decir que yo era una drogadicta.

Estaba súper perdida.
–Decía qué puede ser más terrible que ser drogadicta. De repente mi papá me mira y dice: “¿Acaso no te sientes mujer?”. Esa fue la forma en que me lo planteó. Recuerdo que lo miré y le respondí: “me siento mujer, pero además me gustan las mujeres”. Mi mamá quedó muda, no era lo que esperaba. Y mi papá me dice: “espero que sepas que te quiero, no sé cómo, pero te voy a apoyar, no me avergüenzo de ti, no es lo que yo quisiera, pero eres mi hija”. Me ofreció ir a terapia, que fue súper loco, porque salté para decirle que no iba a ir para que me cambiaran, pero él rápidamente descartó esa idea. Mi mamá seguía muda. Fui al baño y cuando voy saliendo ella entra llorando y me abraza: “te quiero tanto, pero no sé qué tengo que hacer”. Me apoyaron. Pero la aceptación no fue inmediata.

¿Cómo se fue dando?
–Fue una lucha interior. Durante seis meses mi papá no me habló y no se daba cuenta. Él tenía miedo a lo diferente, a aceptar algo de sus hijos que no había proyectado, a que me rechazaran. De a poco ambos se fueron abriendo. No es que de un día a otro cambiaran el switch. Mi primera pareja fue una sola vez a la casa y mi papá me pidió que “por favor, ni de la mano, que me da nervios”. La segunda pudo ir más. Y hoy están súper abiertos. Pero fue un tiempo duro. Tuve que esperar un año y medio para contarles a mis hermanos. Y fue difícil, porque no me gusta esconder nada y sentía que les estaba mintiendo. Pero, pese a todo, me siento privilegiada. Hay otros que no cuentan con el apoyo de sus padres y corren el riesgo de suicidarse. Sin el apoyo de mis papás o de mi madrina, no sé si el resultado habría sido el mismo. Hoy soy profundamente feliz. Y en el fondo por eso estoy ahora en Todo Mejora, porque yo también tuve miedo y lo pasé mal, pero conté con aliados, y me gustaría ser ese aliado para otros que no los tienen. Quiero mostrarles que estamos aquí, que tenemos una vida bonita, que podemos ser felices, que podemos armar una familia.

LA UNIÓN CIVIL

¿Has podido formar tu familia?
–Sí, encontré el amor de mi vida después de buscar harto. Ella ha sido un regalo enorme. En agosto celebraremos nuestra unión civil. Nos va a casar el sacerdote Pedro Labrín y haremos una gran fiesta. Estoy súper feliz, porque es un momento familiar súper importante para ambas. Su madre tiene casi 80 años y ella la va a entregar, lo que me parece maravilloso. Y mi padre, que ha sido un hombre muy conservador, me entregará a mí.

¿Te termina convenciendo el Acuerdo de Unión Civil (AUC) o hubieses preferido matrimonio homosexual?
–Creo en la igualdad de derechos. Es un enorme paso el Acuerdo de Unión Civil, pero mi anhelo es tener familia. Hoy no tenemos ese derecho y es sumamente injusto.

¿Piensan en ser madres?
–Sí. Pensamos hacerlo por orden, porque las dos queremos estar embarazadas. Ella lo hará primero, porque es mayor que yo, con inseminación artificial. Espero que sea pronto.

¿Qué te pasa cuando la Iglesia se opone al matrimonio homosexual, al AUC, a la adopción…?
–Es una reacción desde el miedo a lo distinto, pero no entiendo cuál es la amenaza. Lo que me preocupa más es que, teniendo voces tan poderosas, les estén mostrando a nuestras niñas, niños y adolescentes que a lo mejor no van a ser felices.

¿Cuál es tu relación actual con la Iglesia católica?
–Sigo siendo una persona religiosa y creyendo en el Dios que me enseñaron. Pero no soy practicante. Estoy alejada del movimiento. Mi familia también. No por estar en contra, sino porque no nos hace sentido a nuestras vidas. Le voy a tener un cariño inmenso a las Hermanas, porque me formaron para ser quien soy, pero la iglesia institucionalizada tiene normas con las cuales ya no comulgo.

¿Con qué no comulgas?
–Con su mirada sobre el tema LGBT. Cualquier agrupación puede tener las normas que quiera, siempre cuando no le haga daño ni le imponga sus reglas al resto. En el fondo, no quiero sentirme parte de una comunidad donde me van a considerar en pecado permanente. Y me preocupa mucho que una institución tan importante tenga esta mirada tan discriminadora. Como ex miembro de la Iglesia, me resulta inconsistente que el mensaje sea de amor y la conducta sea de rechazo.

¿Has sentido vergüenza de la Iglesia?
–No, pero sí una tristeza y rabia profunda de que no hagan su trabajo. Ellos están aquí para enseñar a amar, cuidar y proteger, y están haciendo todo lo contrario. Me da pena porque siento que no están amando lo suficiente. La Iglesia condena la homosexualidad porque reduce todo a lo que pasa en la cama, como si de eso se tratara todo, y no es así.

Hay una parte de la Iglesia que sigue viendo a los gays como enfermos.
–Sí. Pero ellos mismos me enseñaron que uno era creado a imagen y semejanza de Dios. Y si es así, haber tenido la experiencia de ser profundamente amada por lo que soy me hace creer firmemente que Dios tiene un lado gay. Y si me pusiera más religiosa para mis cosas, el mensaje de Jesús fue que “amarás a los demás como a ti mismo y no harás a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. No hay ninguna parte que diga “considerarás pecador al que es diferente a ti”.

¿Qué te va quedando del mundo conservador?
–Estoy en un proceso de construcción. Evidentemente, tengo algunos aspectos más conservadores que otros.

¿Qué piensas del aborto, por ejemplo?
–Tengo sentimientos encontrados. Por un lado, se me ha enseñado algo tan distinto, que pensar lo contrario me produce una disonancia cognitiva. Pero creo que se debe legislar en función de la protección de derechos, de la vida de la gente y su bienestar. Eso no implica que abortar vaya a ser una obligación. Es lo mismo que pasó con el divorcio. Muchos decían que todos se divorciarían, y no pasó. Si hay aborto, algunas abortarán y otras no.

TODO MEJORA

¿Cuándo surge tu interés por ser activista del mundo LGBT?
–Nace después de ver la película “Harvey Milk”. Vi la potencia y la energía que pusieron en la lucha en temas de derechos y dije “yo también tengo que hacer esto”. Me quedó súper claro cuál era mi camino.

Así llegaste a Todo Mejora…
–Sí. Buscando eso, mi novia me mandó la oferta de trabajo en Todo Mejora. La empecé a leer y no podía creer que existiera un trabajo que contemplara todo los elementos que he soñado alguna vez en la vida. Postulé y aquí estoy. Es un gran desafío que me espera.

Supongo que tendrás que derribar mitos en el mundo gay por tu pasado conservador y religioso. Hay algunos que no están ni ahí con nada que venga de la Iglesia.
–Sí. En la medida que uno se sume a la causa, no debería ser problema si uno fue monja o siguió ideas pachamámicas. No somos nadie para juzgar las creencias y vivencias del otro. La diversidad está en todas partes, también hay lesbianas en las monjas y homosexuales en la Iglesia. Más importante, para mí, respecto de mi rol en el movimiento, es tener el honor de ser la primera mujer lesbiana a cargo de una organización LGBT mixta.

Casi todas las organizaciones LGBT son presididas por hombres. Eso habla de un machismo imperante en la comunidad gay.
–El machismo también cruza el mundo de la diversidad sexual. En ese sentido, es un honor y una responsabilidad que espero llevar bien.

¿Con qué te has ido encontrando en Todo Mejora? ¿Qué te ha sorprendido?
–Hay dos datos que me resultan fundamentales, que me motivan a trabajar cada día. El primero es que seamos el país con la tasa de suicidios en adolescentes más alta de Latinoamérica, y el segundo país de la OCDE donde esa tasa está creciendo más rápido. Y otro dato que me impacta es que cuando hablamos de adolescentes, estamos hablando de personas entre 10 y 19 años. ¡De 10 años que se están suicidando! Eso pasa porque no los estamos cuidando y no les estamos mostrando un mundo más esperanzador.

Ustedes, en Todo Mejora, han hecho campañas en los colegios municipales para evitar el bullying homofóbico. Muchos de estos jóvenes no lo superan y terminan suicidándose.
–Correcto. El problema es que el bullying está tan normalizado en la sociedad que cuesta hacer un cambio de switch. Es algo que no debería ser normal, que tiene un impacto en los niños, en su salud mental, y efectivamente hay niños que se mueren por eso. Pero cuesta sensibilizar a la gente.

¿Por qué cuesta?
–Yo creo que cuesta sensibilizar sobre cualquier tema que tenga relación con niñas, niños y adolescentes LGBT. Si ya es difícil para nuestra sociedad hablar de adultos LGBT, se genera aún más resistencia cuando son menores de edad. Y en los colegios está normalizado tratar al niño gay como el raro o decirle “fleto”. Nosotros el año pasado hicimos una encuesta en colegios que reveló que un 68% de niños, niñas y jóvenes LGBT han sufrido alguna vez bullying en sus colegios. Es un problema real. Por eso falta una mayor educación al respecto, para que deje de ser gracioso burlarse del otro.

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