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20 de Junio de 2016

La imperdible crónica sobre la Roja del diario El País de España

Chile fue un acordeón perfecto que tocaba muchas notas a la vez, pero todas en sentido lógico hasta conseguir que el pentagrama fuera lo más parecido a una obra maestra. Puede uno quedarse con el papel de tenor de Vargas con su póker de goles, dando cuatro veces la última nota, un ariete avispado y ágil que aclara su espacio como quien pasa un paño húmedo sobre el cristal. O elegir la potencia descomunal de Alexis, que cuando encara invita al rival a apartarse de su camino. O a Edson Puch, una especie de microondas que se mueve por todas las posiciones, más difícil de fijar que una melena al viento. O con la sabiduría de Marcelo Díaz, o el cuentakilómetros inagotable de Vidal, o la laboriosidad oscura de Aranguiz. O Fuenzalida y Beausejour, laterales con cualidades de extremo o extremos con capacidad de retorno. O el conocimiento exhaustivo del fútbol de barrio de Gary Medel, la veteranía de Jara (hasta ahora el más débil de la defensa) o el instinto de superación de Claudio Bravo para sobreponerse a errores anteriores. Algo así como elegir entre la zampoña, el charango, la quena, la ocarina o el bombo, de entre los instrumentos típicos de Chile. El acordeón los resume.

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Chile

“Pizzi ha dado con la tecla que une a La Roja con el pasado reciente de Sampaoli y Bielsa”.

Por sí sola, la anterior frase contenida en un artículo de El País, titulado “El acordeón chileno”, serviría para describir el momento de la selección chilena en la Copa América Centenario que se juega en Estados Unidos, de menos a más, de potencial eliminado a candidato, de semifinalista con letras de liquidación tras el abultado 7-0 que le propinó a México el sábado en San Francisco, en duelo de cuartos de final.

“Desde que los goles no abundan por el tacticismo del juego (tres tantos ya se consideran goleada), conseguir siete dianas en los cuartos de final de una Copa de América y ante un rival ilustrado como México (más de un año sin conocer la derrota) automáticamente adquiere la condición de hecho histórico”, se lee en la publicación.

Pero El País no sólo se queda en ese hecho (dato de la causa), sino que describe casi a modo de poesía lo obrado recientemente por el campeón de América vigente.

“Chile fue un acordeón perfecto que tocaba muchas notas a la vez, pero todas en sentido lógico hasta conseguir que el pentagrama fuera lo más parecido a una obra maestra. Puede uno quedarse con el papel de tenor de Vargas con su póker de goles, dando cuatro veces la última nota, un ariete avispado y ágil que aclara su espacio como quien pasa un paño húmedo sobre el cristal. O elegir la potencia descomunal de Alexis, que cuando encara invita al rival a apartarse de su camino. O a Edson Puch, una especie de microondas que se mueve por todas las posiciones, más difícil de fijar que una melena al viento. O con la sabiduría de Marcelo Díaz, o el cuentakilómetros inagotable de Vidal, o la laboriosidad oscura de Aranguiz. O Fuenzalida y Beausejour, laterales con cualidades de extremo o extremos con capacidad de retorno. O el conocimiento exhaustivo del fútbol de barrio de Gary Medel, la veteranía de Jara (hasta ahora el más débil de la defensa) o el instinto de superación de Claudio Bravo para sobreponerse a errores anteriores. Algo así como elegir entre la zampoña, el charango, la quena, la ocarina o el bombo, de entre los instrumentos típicos de Chile. El acordeón los resume”.

En la misma línea poética, el artículo cuenta que “cada uno tocaba una nota y entre todos construyen un fútbol sinfónico. Todas las dudas que amenazaba a Chile en sus dos partidos anteriores saltaron por los aires como si México fuera un pájaro aturdido por los disparos del cazador”.

“Juan Antonio Pizzi vivía oscurecido por la sombra alargada de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli (…) México fue el ansiolítico y la vitamina que necesitaba. Amarrado en el centro del campo, sus dos laterales (se cayó Isla, poco productivo en ataque) entendieron que su papel es básico en un sistema y un juego tan total. La pelea va por dentro, las autopistas van por fuera. Llegados arriba, el talento hace el resto. La presión, históricamente menos apreciada en América que en Europa (más romántica la primera, más industrial la segunda), es la base de Chile, los pilares de su tierra prometida. Presión alta, intensa, sin desmayo, sin divismos, sin futbolistas que hagan novillos cuando de recuperar el balón se trata”.

Así las cosas, la publicación resume que “la historia es otra cosa: esa se escribirá el 26 de junio en la final en Nueva York, con Argentina y Chile como favoritos, con el permiso de EE UU y Colombia, que están muy vivos”.

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