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Opinión

21 de Julio de 2016

María José Viera-Gallo y su novela amorosa: “La literatura tiene que aportar algún tipo de cahuín”

El año pasado María José Viera-Gallo conoció al poeta y escritor, Maori Pérez, y se enamoró locamente. No le importó la diferencia de edad -ella tiene 44 años, él 29- ni que él tuviera fama de loco. Y comenzaron una intensa relación que los llevó a escribirse cartas de amor en sus primeros cuatro meses de pololeo. Un intercambio epistolar que empezó como un juego de seducción entre ambos -ella haciéndose pasar por una rockera llamada Kim y él como su seguidor Nick- y que terminó desnudándolos a ellos mismos y dejando de lado sus alteregos: Mostrando quizás más de lo necesario. Esta serie de misivas acaba de publicarse, bajo el nombre de “Química y Nicotina” (Hueders), un libro difícil de clasificar - tiene mucho de real, pero también de ficción-, pero que es indiscutiblemente tierno, kitsch, punky y sumamente jugado.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por
María José Viera Gallo

¿Cómo conociste a Maori?
-Lo conocía como escritor y poeta. Había escuchado muchas historias de él, que había publicado su primer libro a los 16 años, que era prolífero, medio genio y freak. Él recuerda que una vez se cruzó conmigo en una feria del libro y que fui muy cariñosa al saludarlo. Yo no me acuerdo. Después, por Facebook, le escribí “feliz cumpleaños” y me invitó a un asado en su casa. Eso lo encontré lindo y totalmente raro, pero no fui.

En mayo del año pasado terminaron pinchando.
-Sí, nos conocimos en un lanzamiento en el Estudio Panal. Me acerqué, lo saludé y enganchamos.

Ese día que conociste a Maori, cuentas en el libro, andabas de cacería. Querías pinchar.
-Es terrible la literatura que exacerba todo, ja, ja. Pero no soy de las que sale a cazar, no tengo paciencia, me da lata. Pero con Maori hubo química. Es algo inexplicable. Partió como una escena un poco Tinder y se traicionó en sí misma.

¿No te había pasado antes?
-O sea, sí… A Elizabeth Taylor le pasó como diez veces y se casó como diez, ja, ja, ja. Broma aparte, con él hay una conexión no solo química, sino también espiritual, de ver la vida de una manera similar. Maori es un romántico.Y me hizo asumir que yo también, lamentablemente, al final del camino, lo seguiré siendo. Hay gente que engancha por otros motivos. Porque son unos pragmáticos y organizan una salida a la Patagonia en jeep, y eso es amor. Y está súper bien. Cada uno ve donde se sitúa a sí mismo.

¿Qué te terminó atrayendo de Maori?
-Esa es una pregunta que me encanta. Es chanananá. Todo lo que yo diga sonará cliché. Pero me atrajo que anduviera solo. No me gustan los hombres que andan achoclonados. Maori se mueve solo, llega a los lugares solo, se va solo. Eso me parece sexy.

Algunos se fijan primero en lo físico, luego en lo demás.
-Sí. A Maori le vi un atractivo. Lo encontré muy masculino. Me gustó su voz. Él dice que es feo y guatón, pero no lo veo así. Hay hombres que no son evidentemente guapos, pero que tienen algo sexy y nerd que desprenden cierto magnetismo. Me dio curiosidad también el misterio. Me gustan las personas que tienen un secreto. Por eso no me gustan los hombres bellos, evidentemente lindos, porque no hay que descubrir nada: están ahí, están listos. Y lo otro que me gustó de Maori es que estaba como recortado de su generación. O sea, no era un millennials que me iba hablar de seis días de tevé, de ir a Nueva York, de Beausejour….

¿Eso te pasaba con otros hombres?
-Los hombres de mi generación, con los cuales intenté salir, son todos unos paranoicos, unos freakeados, que no tienen ganas de amar por miedo, porque ya amaron y ahora están frustrados. Los millennials tienen un poco de miedo a comprometerse y les acomoda mucho esto de la amiga con ventaja. Y está bien. Lo que pasa es que yo siempre quiero más. A mí me gusta el amors, el romance.

¿Y habías salido antes con otro más joven?
-Sí.

Ya habías tenido tu toy boy…
-¡No son toy boy!, ja, ja, ja. Esa es la Jennifer López, te equivocaste, ja, ja, ja. Son hombres y una es una anciana, ja, ja, ja.

Él, antes de conocerte, te veía como una “viejita rica”.
-Como una milf, qué atroz. Pero con cariño.

¿Te complicó la diferencia de edad con Maori?
-Nada. Pero sí soy tan tonta, o sea insegura, que cuando veo alguien de mi edad que anda con otro más joven, digo: ¡Bien, no soy la única! Ya tengo asumido que alguna gente de 30 años puede enganchar más conmigo. Y, por otro lado, los viejos nunca me han gustado.

¿Por qué no?
-Simplemente, no me gustan las canas.

KIM Y NICK

¿Antes de escribirle a Maori, habías escrito otras cartas de amor?
-En el colegio, pero no con regularidad. Le pasaba al chico que me gustaba un papelito y ni siquiera tenían encabezado. Y con un pololo nos escribimos cosas. Incluso, tenía un cuaderno dedicado a él.

¿Y ya más adulta?
-Ocurre algo muy curioso. Los franceses son muy buenos para escribir cartas. Y cuando estuve en París, en el ’98 hasta como el 2003, qué tontera, me enamoré platónicamente de mi vecino. Nuestras ventanas estaban muy cerca, y nos mirábamos. Yo tenía 27 años y estaba sola. Era un juego de voyerismo, que en París es súper común. Poco antes de cambiarme de casa, en mi locura, le dejé un papel en su casillero y que decía: “fue un gusto conocerte, me voy a otro barrio, chao”. Una notita muy infantil de mi parte. Abro mi casillero y de respuesta de él había una carta, de cinco páginas, que empezaba con “cher, mademoiselle”. Yo dije no, no, no. Y la letra era impecable, escrita con tinta, el papel bonito… La mía fue una nota….

Cagona.
-Ja, ja, ja, sí. Y lo de él era una carta de reflexión, de amor, pero nunca habíamos hablado. Pensé: esto me supera. Guardé esa carta y no se la respondí.

¿Por qué no?
-Salí arrancando, me dio pánico. Esa fue la última carta que recibí de un hombre. Y después me puse a leer cartas de parejas, de amor y desamor. Y me picaban las manos por escribir alguna. Pero para escribir se necesita que exista un otro, y yo no tenía a quién. Entonces, cuando conocí a Maori, le dije que tenía ganas de escribirle una carta, pero que me la tenía que contestar. Estas cartas surgieron de un impulso amoroso de poder decirse por escrito lo que no nos decíamos conversando, porque la palabra siempre se queda corta, como dice Novalis: el amor es mudo, solo la poesía puede hablar. Él me puso primero Kim. Según él, yo era tan rockera como Kim Gordon.

¿Eres tan así?
-Nooo. A mí me da vergüenza compararme con figuras tan potentes. Yo podría ser amiga de Kim Gordon y tomarnos un té, pero compararme con ella, no. Y a Maori le dije que “si tú tuvieras que ser un rockero, serías Nick Cave”.

¿Por qué? ¿qué tiene de él?
-El pelo. La voz grave. Ciertas corbatas. Es un chiste. Es parte de un juego. No hay nada más absurdo y naif que creerse rockero y es aún más divertido hacerlo a esta edad, sin creérselo realmente. Si vas a Las Vegas está lleno de padres de familia disfrazados de Elvis. Bueno, acá en La Reina nos gusta imaginarnos que somos Nick y Kim.

¿Cuándo deciden publicar esas cartas?
-Eran un asunto privado, pero un día leí varias y dije “guau”. Vi ahí un material literario y pensé que sería bonito un libro así. Al final uno escribe el libro que le gustaría leer, y que no está. Y le dije: “Maori ¿te imaginai si publicáramos este libro?”. “Démosle”, me dijo. Yo estaba dudosa de a quién le podría interesar algo tan privado. Se las mandé a Matías Rivas y me incentivó.

Pero a la gente le gusta el morbo, hurgar en la vida de los otros, cahuinear…
-A mí me encanta que quieran cahuinear con la literatura. Me parece que la literatura tiene que aportar algún tipo de cahuín, sino se va a quedar ahí como vegetando en los estantes de Biblioteca Viva.

¿Tuvieron algún filtro cuando decidieron publicarlas? ¿Se autocensuraron?
-Al contrario: a medida que íbamos escribiendo el libro, y se iba alejando de nosotros, y convirtiéndose en una novela de auto ficción o no ficción o lo que sea, nos obligamos a hablar más de temas que estaban ahí y que no los habíamos tocado suficientemente.

En una carta, a modo de postdata, le dices a Nick que esperas que le guste un poema que viene al reverso. Uno, como lector, no puede leerlo, porque no aparece. ¿Por ahí pasó tu autocensura?
-Como no soy poeta, escribo súper malos poemas, súper obvios y dulzones. Entonces, preferí que tú te imaginaras que yo había escrito un gran poema, y que nunca leerás, ja, ja, ja. Eso fue.

¿Por qué no quisieron hablar directamente de la enfermedad de Maori?
-La literatura no debe contarlo todo. Eso lo hace la autoayuda.

Fuguet escribe en la contratapa del libro que ustedes muestran quizá más de lo necesario.
-El libro tiene un afán exhibicionista y creo que nos fuimos al chancho. No tanto con el sexo, sino en desnudarnos enteros. Pero hace bien. Como decía Rilke: “sin experiencia al límite no hay arte”. Y aquí fuimos bien lejos. Incluso, al reelerlo a veces digo “aquí taparía un poco”, como cuando nos mostramos tan dominados por el sentimiento amoroso.

AMERICAN DREAM

En el libro dejas a tu exmarido, el artista Iván Navarro, como chaleco de mono.
-Ya le había dedicado una novela entera: Memory Motel. Últimamente he estado muy influenciada por ciertas escritoras norteamericanas que lo ponen todo, como Anne Carson, Lydia Davis y la Joan Didion, tipas que escriben tal cual es la vida y pagan sus consecuencias…

Cuentas que él te dejó por una millonaria de Connecticut que le ofrecía el sueño americano en bandeja.¿No te da miedo quedar como una mina despechada?
-Creo que con Iván nos reiríamos juntos de esta talla.

¿No te cuestionaste un poco hacer esta mariconada con tu ex? Porque él no tiene como defenderse, no escribe, no están en igualdad de condiciones.
-Una de las gracias de la palabra es que la puedes usar. Y es lo único que tienes a favor cuando quieres sacar un sentimiento o algo. Él me podría responder con una obra de arte. Podría hacer una escultura dedicada a mí, aunque ya hizo una muy linda hace diez años, llamada LOVE. Podríamos dialogar yo desde la literatura y él desde el arte. Pero creo que no existe ese diálogo. No siento que haya una pugna ni nada. Estamos en caminos distintos.

¿Para qué contar algo así?
-Yo creo en los ajustes de cuentas en la literatura.

¿Por qué?
-La literatura repara lo que la vida dañó. Lo que quedó inconcluso, maltratado. Cuando tú tienes a Tracey Emin que escribe todas las semanas en el Daily Mirror una columna autobiográfica donde cuenta sus borracheras, sus abortos, que odia a tal artista, es muy saludable. Incluso, creo que educa a los lectores a ser más libres. Pero, en el fondo, tampoco es que yo sea así. De hecho, en persona soy súper poco conflictiva. Y no vivo pendiente tampoco del pelambre, pero en el libro quise que el personaje de Kim fuera menos indie, menos princesita y más punky. La cuarentona aguja.

Dices en el libro que a Iván – a quien en la novela lo llamas con un nombre tan feo como es Igor- el éxito lo obnubiló e hizo perder el foco.
-Ese es Igor, el personaje. Una reducción literaria de Iván, la persona real a quien le guardo cariño. Me alegro que le haya ido bien y haya logrado el sueño americano, porque se esforzó mucho en alcanzar lo que quería y como dicen los gringos, is not of my business. Fue tan persistente como un personaje de Herny James. Pero cuando tienes algo, siempre quieres más. Hay una contradicción ahí que le pesa incluso a los artistas. Ese es el problema del tener: dejas de ver lo realmente importante. El gran problema del éxito y del poder es que te desconecta de ti mismo y la realidad. Te alienas, y la alienación me parece muy poco sexy.

¿Te fuiste a Estados Unidos tras ese sueño americano?
-Nooo. Mi papá [José Antonio Viera Gallo] siempre nos educó muy anti yankee. Tan así que nunca vi “La guerra de las galaxias”, porque nos prohibió verla: era la película del Imperio.

Qué ridículo.
-¡Es que así era el socialismo antes, poh! Y cuando chicas nos llevaba a ver “Voltaire”, ja, ja, ja. Estados Unidos no estaba en nuestros planes y menos Disney. El ratón Mickey, Reagan, “La guerra de las galaxias” era parte de un imaginario monstruoso. En Nueva York no busqué nada, trabajé de baby sitter, y gracias a esa abulia me encontré como escritora. Es una gran ciudad para quedarse inerte, aislarse en las propias fantasías. Nunca perseguí el sueño americano. Encontraba que ahí había algo feo y malo. El american dream, básicamente, era una ordinariez. Y lo que hice fue acompañar a Iván a su búsqueda del sueño americano.

¿Y alcanzaste a vivir el sueño americano con Iván?
-No. Alcancé a vivir el esfuerzo, el trayecto, el viaje. Mejor, para qué conocer Dallas.

En las cartas, le dices a Nick que preferirías que él no fuera famoso, que no tuviera plata ni éxito.
-Es un chiste. Hay gente que le golpea muy mal el éxito y el dinero. Y los artistas ya son un poco narcisos. Agrégale reconocimiento y groupies que te andan persiguiendo. No me parece que sea tan afortunado valer tanto. Me gusta poner en duda el narcisismo masculino.

¿Maori cómo se toma esos comentarios?
-Nick lo único que quiere es ser famoso. Me escucha y me dice: “nah, estarías feliz si te viniera a buscar en una limusina con un editor gringo”. Pero no. Nick ha leído mucho budismo, entonces, todo le hace muchísimo sentido. Y, finalmente, solo concibe el mundo desde La Reina, porque adentro suyo es donde ocurren las cosas, algo que me hace mucho sentido. Él no se imagina jamás ni le interesa escalar el Empire State. Para él, es como para qué. Le basta con ir al mall Plaza Egaña y silbar algún versito.

CHORITO SABROSÓN

El libro relata encuentros sexuales muy calentones.
-Digamos la verdad: los primeros cuatro meses en una relación son puro tirar. En todo caso, es difícil escribir sobre sexo. Complicadísimo.

¿Que es lo complicado?
-Nombrar las cosas para que no aparezca anatomía. ¿Cómo vas a expresar el placer? Es muy difícil narrar el placer sin que parezca una publicidad. Por eso decidimos ser más naif, sin tratar de ser eróticos, ni provocadores, ni pornos.

¿Por qué no?
-El porno no me gusta, me aburre, me satura. Pero, bueno, la educación sexual en Chile está pasando por XVideos. Y no es tan bueno.

¿Por qué no?
-Crea mucha frustración. Los más jóvenes creen que hay que hacer las medias performances. Terminan creyendo que todo es fácil, que es llegar y meterse a la cama con alguien, y que el diálogo entre dos seres humanos pasa por eso. Eso me parece peligroso, fome, poco espiritual. Siempre he encontrado que el sexo tiene algo espiritual. Por eso el touch and go, no va conmigo.

Ustedes en las cartas, a sus órganos sexuales, les tienen nombres curiosos: A su pene, Nick le llama Benito.¿Es por Mussolini?
-Ja, ja, ja. Antes se llamaba Benito Mussolini, pero se lo sacamos porque era muy facho. Es una talla de Maori. Como es la cabeza pelada, es Benito, ja, ja, ja. Una tontera. Yo también pensaba, hablando de sexo, qué lata decir en las cartas la palabra pene, pico o vagina. Mejor inventar nombres como “chorito mignon” o “chorito sabrosón”. Acercar el sexo a la ternura, que no sea algo tan raro y heavy. Puede que haya gente que lo encuentre cursi. O que le dé vergüenza ajena. Pero se trata de una novela kitsch.

En una carta Nick dice: “Interminable Kim: Seré escueto y directo. Quiero que de una vez me prestes la raja. Cariñitos, Nick”. Hay gente, que en el lanzamiento del libro, se sonrojó cuando la leyeron. Algo pasa con prestar la raja.
-Sí. Es raro. Pero me parece fascinante que la palabra raja siga teniendo un poder en este mundo en que los chicos se mandan sex messenger…

Prestar la raja sigue siendo un tabú.
– En el matinal, creo, que no hablan de eso. Ja, ja, ja. Y eso que es muy recurrente. Pero está bueno que todavía existan tabúes, como el sexo oral, por ejemplo. Del sexo oral femenino, del cunnilingus, se habla poco. En todo caso, no sé si debiera hablarse tanto del cunnilingus, debería practicarse más. Y, pucha, los chilenos son re malos para el cunnilingus.

Dices en una de las cartas que siempre has confiado más en los escritores desinhibidos de aquellos que no tocan ni un pezón.
-No hablar de algo dice mucho más que hablar de algo. Es decir, un escritor que no se mete, que no narra ni siquiera una paja, o es muy pajero o es frígido.

O puede ser por pudor, también.
-O que son muy trancados. A mí la literatura del clóset heterosexual me molesta mucho. ¿Por qué los escritores heterosexuales no se conectan con sus deseos y fantasías? ¿Por qué tengo que leer a escritores gays para encontrar un poco de semen? Salvo a escritores que están más conectados, como Bertoni, pa qué decir, su vida es un orgasmo.

Dices en una de las cartas que encuentras que “la nueva narrativa chilena, principalmente la escrita por hombres, es bastante asexuada, infantil, políticamente correcta, ¡que sufren con tan poco!”
-A mí me gustan los escritores como Henry Miller o John Fante. O sea, mientras más masculino, más arrojado, más valiente, más bruto, creo que mejor. O definitivamente frágiles, como Ben Lerner y Noah Cicero. No sé si me interesa esta literatura masculina que me deja en una zona de tanto confort. Las mejores novelas chilenas del último año son de gays. ¿Por algo será, o no? Porque Pablo Illanes en “Los amantes caníbales” y Fuguet en “Sudor” exploran su masculinidad, su cuerpo, se meten ahí donde están las sábanas sucias, digamos. No solo donde hay sofás vintage o hipsterismo.

¿Por qué pasará eso? ¿Lo ves como un problema generacional?
-A medida que nos hacemos más progresistas y supuestamente liberales y civilizados más nos volvemos homogéneos y temerosos. Es triste, pero nunca más va existir un Lou Reed, un David Bowie, un Prince, un Jorge González, un Heyne. El mundo se hizo más abierto, pero la gente más conservadora. Con la llegada del 2000, el espíritu de la rebeldía o el ser más rupturista se adormeció no solo en la literatura, sino que también en la música. De ahí todo se vuelve copy paste. Lo indie mató el punk. Todo tiene que ser como naif. No se puede ofender…todo es políticamente correcto, lindo y con onda. Yo me crié con los hermanos Gallagher. Ellos son mi modelo generacional. Esto que te digo llevado a la literatura es fatal. Literatura neofolk…no, por favor. Por eso es sano que Claudio Bertoni siga escribiendo- que le den el Premio Nacional, por favor, de una vez-, y exista Marcelo Mellado, Germán Carrasco, Alberto Fuguet, Rafa Gumucio, Matías Rivas, Simón Soto… y Maori Perez… ellos me parecen más salvajes.

EL PELAMBRE

En el programa “Campo Minado” se rieron del libro y de la relación que tienes con Maori.
-Reírse con maldad e histeria de un libro, de cualquier libro, en la tele y a gritos es surrealista. Grotesco. Yo lo vi y pensé que era ficción. Me parecio estar frente a un bullying colegial medio facho de otra época y no a las mujeres más agudas y feministas de la tele. ¿La cultura pop es eso? ¿El legado feminista dónde quedó? Les pareció escandaloso que Kim tuviera la raíz crecida y Nick los calzoncillos rotos la primera noche que duermen juntos. ¿Qué clase de amor patrocinan? ¿Uno Victoria Secret? ¿Tanto indigna remar en el sentido contrario de la publicidad? Fuimos sinceros e ingenuos, quizás.

Cuentas en el libro que hubo gente del mundillo literario que te dejó de saludar porque andabas con Maori.
-Muchos se preguntaban qué hace una mujer como ella con un chico como él. Pero nunca me lo han dicho en la cara. Tengo un muy buen agente literario que me informa de todo lo que va escuchando. Estamos en Chile. Vivimos como en el siglo XVIII en la escena del baile y hablando por debajo del abanico. Pero son percepciones y no tienen muchísima importancia.

Pero esos prejuicios hablan de cómo se comporta el medio chileno que cree que una mina exitosa tiene que andar con alguien a su altura…
-Que no puede andar con un hueón luser entrecomillas. Uno no debería esperar este tipo de percepciones tan obvias del mundo literario. No deberían sorprenderse con nada.

¿Tu familia ha leído el libro?
-No todavía. Pero la gente adulta sabe distinguir lo que es la literatura de la vida real. Con Memory Motel, mi mamá me decía: “no puedo creer todo lo que sufriste, hija, en tu separación”. Yo le dije: o sea, de eso podemos hablar, pero alejemos el libro de la vida real. No hay que tomar la literatura, incluso la autobiografía o la no ficción, como una fotocopia real de la persona que eres.

Pero vienes de un mundo cuico que suele estar lleno de prejuicios. Imagino que deben mirar con malos ojos que estés con alguien que sea un “pésimo partido”.
-Mi familia es burguesa, no cuica. Bobo, como dicen en Francia. Leen. Ven cine. Leyeron Marx, Foucault. Vivieron en Italia exiliados, y trabajando en ONG como cualquier profesional. Nunca tuve novios cuicos, no son mi estilo y a nadie le importa. Ser pensante te salva de ser clasista y prejuicioso, de creer que puedes sentarte en un sillón y pedir un whisky. Mi papá es quien nos cocina y lava los platos.

¿Con Nick se siguen escribiendo cartas?
-Ya no. La otra vez les escribí una, pero no se la mandé. Porque cada carta es un desafío para el otro. Este libro es el primer estado del amor, el enamoramiento y termina con la crisis y los celos. Quizás venga el otro libro con el que hemos fantasiado, cuando se asienta el amor. Con Kim y Nick establecidos en un matrimonio bastante aburrido.

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