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Opinión

26 de Julio de 2016

Columna de Tal Pinto: Heroísmo piloto

Por supuesto, en ninguno de los cuentos los personajes principales superan los treinta años. Hablan y piensan así: “Una grieta es un detalle que lo cambia todo”, y, sí, un hoyo es un hoyo. Embelesar, ocupar palabras de más, también es literatura, pero en un estilo tan escueto como el de Zúñiga, cada vez que una idea o descripción o una metáfora no funcionan el fracaso suena como un vendaval de platos rotos

Tal Pinto
Tal Pinto
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Heroísmo-piloto
Desde que comenzara a publicar, el 2009 con “Camanchaca”, una novela no escasa en méritos, Diego Zúñiga ha ocupado un lugar prominente en el campo literario nacional, a pesar de que su obra no es particularmente arriesgada o novedosa –Zambra es su presidente, ejecutivo bancario y pastor– y de que en su trabajo como periodista cultural en revista Qué Pasa, buena parte de las reseñas que ha firmado no pasan de lo informativo, lo que no tiene nada de malo, pero sorprende, toda vez que Zúñiga, no sé si voluntaria o involuntariamente, se ha hecho acreedor –por cuánto periodista y contratapa– del título de narrador más destacado, dizque sin duda, de su generación; es decir, de la caterva de escritores sub o pisando los 30 que mitifican las intensas tribulaciones clase-medieras del joven Pérez o la María Magdalena de ocasión que, a pesar de llorar la falta de comida, bebida y vestuario y precipitarse por la vida como zombis melancólicos (habrase visto semejante cosa), siempre acaban con filete en el plato, ropa sacada del clóset de Patrick Bateman y mucho, pero mucho dinero.

Un año después de la mediana “Racimo”, firme entre el suelo y la parra, Zúñiga publica su primer libro de relatos, “Niños héroes”, diez cuentos con la impronta de la casa: una prosa cuadrada, que avanza por bloques y se deja leer para abajo (particularmente notorio en “Un mundo de cosas frías”, el cuento más extenso del volumen).

Prevalece en estos cuentos un ánimo de describir la desafección y la frialdad de Santiago. Parejas que casi cada noche ocupan un departamento piloto distinto; un aspirante a escritor que pende de un crédito, cae a un vacío de su propia creación y lo rellena diluyendo los límites entre pornografía, abuso y fantasía. Muy interesante, perfecto, pero tal como dice la protagonista de “La tierra baldía”: “No sé, en realidad, por qué hablo en plural”. La misma pregunta puede formulársele al autor de este libro, ¿para qué tanto plural? En los cuentos no importa si son uno, dos o diez los protagonistas, Zúñiga vuelve, por comodidad o algo mucho peor, como, por ejemplo, intentar representar la voz de una generación o un grupo (“¡Los poetas bajamos del Olimpo!” “Aprovechemos, dijo un narrador, ¡y escalemos!”), al nosotros mayestático. Alguna validez tiene la idea de generación, pero, ay, ya no es lo que era.

De todas formas, pertenecer a tal o cual grupo es cosa insignificante cuando se comienza un cuento así: “La mañana en que nos tomamos el Instituto Presidente Errázuriz (IPE) y raptamos a cinco niñas del Villa María para exigir que el gobierno se hiciera cargo de los problemas de la educación chilena, cada uno de nosotros intuyó que su vida, a partir de ese momento, cambiaría para siempre”. Imagino que uno tal vez puede intuir el destino del día si se pone los calzoncillos al revés, pero si luego de raptar a cinco escolares de clase alta alguien aún “intuye” que su vida será distinta, bueno, ¡que vuelva a la escuela (a la reformada escuela, obvio)! El mismo narrador, más adelante, describe los días de toma como “tensos, largos, difíciles”.

Por supuesto, en ninguno de los cuentos los personajes principales superan los treinta años. Hablan y piensan así: “Una grieta es un detalle que lo cambia todo”, y, sí, un hoyo es un hoyo. Embelesar, ocupar palabras de más, también es literatura, pero en un estilo tan escueto como el de Zúñiga, cada vez que una idea o descripción o una metáfora no funcionan el fracaso suena como un vendaval de platos rotos.

Es innegable que entre los escombros de este estilo en exceso minimalista, hiperconsciente de sus “precursores” o cuando menos incapaz de esconder bajo la manga el as que ha heredado, hay un escritor competente, incluso de algún talento. Para empezar, nombrar la ciudad, con sus calles, recodos y lugares secretos, brinda a las historias verosimilitud y carácter. Pero aunque el mapa haya sido dibujado con detención, el persistente afán por crear una voz generacional, una especie de nosotros, no sólo conspira contra el armado de los cuentos y personajes, sino que además parece una manera algo boba de escapar de ese inconmensurable yo de la época.

(lectura portada libro)
NIÑOS HÉROES
Diego Zúñiga
Literatura Random House, 2016, 189 páginas.

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