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Opinión

29 de Julio de 2016

Rocío Boliver, performista mexicana: “Suicidarme en una performance sería una manera chida de morir”

Partió modelando en pasarelas, luego se hizo millonaria administrando un club de tenis y durante años fue una reconocida lectora de noticias en la TV mexicana. Pero algo no cuadraba en esa vida perfecta. Se puso a escribir sus experiencias sexuales, que tuvo por montones –“me he comido unos 500 hombres”– y decantó en la performance sin haber pisado una escuela de arte, y sin medias tintas: se ha cosido sus labios vaginales, se ha estirado la cara hasta romper la piel para cuestionar la dictadura de la belleza, se ha comido su propia mierda y ha cagado en una foto de Peña Nieto. Rocío Boliver no se define como feminista. De hecho, en México instauró el Día Internacional del Hombre y se declara misógina ante la mujer pasiva que no disfruta de “una buena verga”. Tampoco le gusta teorizar sus performances ni le acomoda el arte político. La Congelada de Uva estuvo de paso en Chile haciendo de las suyas y aprovechamos de preguntarle cuál es la idea.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por
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Rocío Boliver (60), conocida como la Congelada de Uva, aparece con un vestido largo como de princesa de cuentos: de color rosado chicle con un enorme tutú recargado de glitter. Lleva una peluca gigante de la que cuelgan racimos de uvas, flores y collares de perlas, coronada por una tiara de penes fucsias. La rodean cuatro jóvenes desnudos que usan máscaras de lucha libre. Son sus chambelanes, como les dicen en México a los que acompañan a las niñas cuando celebran sus quince años. La Congelada de Uva es el plato fuerte para terminar la semana de performances que organizó el Instituto Hemisférico de Performance y Política de la Universidad de Nueva York junto con la Universidad de Chile. Hay expectación. Nadie sabe lo que pueda ocurrir con ella. Solo se sabe que su performance se llama “Dulces años sesenta” y que festejará como si fuera una quinceañera. “¡Grande Conge!”, le gritan en medio de una ovación mientras avanza hacia una especie de escenario decorado con globos de corazones y mucho brillo. De fondo se escucha la ópera del Ave María y Rocío baila con sus chambelanes que al poco rato ya le corren mano por debajo del vestido. Ella forcejea pero termina aceptando. Luego elige a uno de ellos para bailar “Tiempo de Vals”, de Chayanne.

La escena se vuelve cada vez más grotesca para una fiesta de quince: la festejada, que llegó como una lady, termina en pelota, abierta de patas, toda manoseada. La vemos en pañales recibiendo regalos lujuriosos, mutilando a una muñeca con una sierra eléctrica –que casi le cuesta un accidente– y sacando de su cuerpecito chunchules y prietas que semejan caca que Rocío se esparce por su cara, meando en una chata arriba de una mesa y luego extrayéndose sangre de un brazo.

La performance termina con pirotecnia: Rocío usa de sombrero una torta con velitas y sus chambelanes le prenden fuego. El público le canta “Cumpleaños feliz” mientras ella saca chispas de su cabeza.

No es ni de cerca la performance más hardcore que ha hecho la Congelada de Uva. Se ha cosido sus labios vaginales, así como se ha metido cuánta cosa por su vagina. Se ha estirado la cara con unos ganchos que le rompen la piel. Se ha cagado en una foto de Peña Nieto en pleno Zócalo de Ciudad de México. Se ha comido su mierda.

DE LICENCIADA A LICENCIOSA
Hija de Ángel Boliver, uno de los muralistas más importantes de México, y de Pilar Jiménez, una entusiasta lectora que llegó al DF escapando de la Guerra Civil española, Rocío se crió en un ambiente lúdico y de libertad. Poco después de cumplir 11 años, tuvo una enfermedad al riñón que la dejó postrada durante tres años y tuvo que congelar sus estudios. Ahí se hizo autodidacta: aprendió idiomas, arte y filosofía. No retomó los estudios –“era horrible memorizar las materias para luego dar un examen”– y se educó leyendo al Marqués de Sade, Heidegger, Sartre, Bataille, Nietszche y enciclopedias de arte que encontraba en la biblioteca de su casa.

Pero estar en reposo no solo le sirvió para culturizarse: también para darse cuenta, a sus 13 años, de que era poliorgásmica. “Me masturbaba día, tarde y noche. Pasaban horas y horas y horas. Era incontrolable. Los albañiles, que construían una casa en el patio, me ponían súper caliente y me masturbaba viéndolos trabajar. Aprendí a masturbarme sin tocarme siquiera. He sido kinky y gore desde muy chiquita: me calentaba con los periódicos amarillistas, de muertos, de todo lo peor”.

Durante el tiempo que estuvo en cama, Rocío no socializó con nadie. “Viví muchos años en el adentro, en el pensar, en imaginar. Las formas sociales de llevarse no las entendía. Que me tocaran la cola, que un chavo me chupara el coño, se me hacía bien, qué rico. Sin embargo, para mis primas y hermanas yo era una puta por pensar así. Sentía ese castigo, ese ‘qué mala eres’, y yo ‘pero por qué, qué pasa’”. Sus únicas salidas eran al médico y al hospital para sacarse sangre y dejar muestras de orina y caca. Fluidos que ahora le son naturales y que ocupa en sus performances. “Mi estética es de los hospitales, de lo que me tocó vivir, donde por un lado recibía dolor, pero por otro cuidados y cariños”.

Cuando superó la enfermedad, Rocío se convirtió en modelo de pasarelas e hizo varias campañas publicitarias en México. “Era delgadísima, alta, muy elegante”, cuenta. Se fue a modelar a España, donde podría haber hecho carrera, pero allá descubrió que el modelaje no la apasionaba y a los veinte años se retiró. Volvió a México, a la casa de su madre, y entró en una depresión al no saber qué hacer con su vida. Estaba en un hoyo cuando conoció a un joven con mucho dinero y se empezó a codear con la alta sociedad mexicana. Se hizo cargo de un club de tenis, llamado Britania, y ganó mucho dinero. Se dio todos los lujos: se compró joyas, vestidos de seda, zapatos caros.

También se fue a vivir a Acapulco, buscando en qué invertir su plata. “Un chavo me dijo que invirtiera en camiones de volteo, que era de puta madre. Pero un amigo me dijo que era el peor negocio. Cuando estaba buscando en qué otra cosa invertir, me di cuenta de que ya no tenía ni madre. ¡Me lo había gastado todo! Y me quedé pobre”.

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Pero en Acapulco, ayudando a un amigo en un pequeño canal de TV, aprendió de cámaras y de edición. Gracias a eso, encontrar pega en Ciudad de México le fue fácil. Al poco tiempo ya conducía programas en Televisa y TV Azteca. Se transformó en una de las principales lectoras de noticias del país. Su rostro estuvo en pantalla durante veinte años, hasta principios de los 90. Tanta seriedad transmitía que la llamaban la “licenciada Boliver”, e incluso fue directora de prensa en la Secretaría de Gobernación en México. “Todo pintaba para que llevara una carrera exitosa. Pero algo no cuadraba. En el canal decían que yo tenía ninfomanía, pues porque él que me gustaba, si se podía, me lo cogía”.

¿A los entrevistados?
–¡A todos! A los camarógrafos, que han sido mi perdición: tienen los dedos muy bien para el zoom in y el zoom back. Al que me ponía el micrófono le agarraba el culo y el pito. Y al sonidista le agarraba los huevos. Al otro me lo cogía en el baño… Una vez un cuate me dijo “maneja tu ética como mejor te parezca”. Y me pareció excelente. Mi ética me dice que puedo mamarle una verga a un cuate, regresar con mi novio, meterme en su cama, besarlo y coger. Es ético porque mi novio no estaba mientras le mamaba la verga a otro. Tal vez mi espectro de ética sea muy maleable.

Eras una periodista seria y exitosa. Y de repente dejas todo para hacer performances bastante extremas.
-Sí, aunque siempre fui muy dionisíaca. Cuando aún estaba en la tele, se me ocurrió escribir mis experiencias sexuales, como un diario de vida, con mucho humor pero haciendo mierda al macho y a la mujer sumisa. Se publicaron en la revista Generación, en una sección que se llamaba “Cachonderías”. Para que te hagas una idea, en la tele era la licenciada Boliver y en la revista la licenciosa Boliver. Y cada número de la revista se lanzaba con una performance. Yo no sabía lo que era una performance, pero cuando vi una por primera vez, me quedé súper extrañada y me atrapó. Un día el director de la revista me dijo: “Rocío, ¿por qué no haces un performance?”. Y le respondí que sí.

¿Cuál fue tu primera performance?
–Se llamó “Rewind”, la hice en 1992. Se trataba de una mujer abyecta que se censura por ser abyecta, pero cuando está sola, saca todo su ser. La gente quedó pasmada.

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¿Por qué?
–De entrada, yo aparecía desnuda, en cuatro patas, sobre una mesa que giraba. Y con una vela metida en el culo. Y en el culo también tenía unas lucecitas. Y en la vagina no sé por qué me metí un desodorante con un condón. En la boca me puse unos juegos pirotécnicos. Para que no me reconocieran me puse una máscara. Cuando la mesa daba vueltas, yo me transformaba en un juego pirotécnico. Se suponía que el sonido de los fuegos artificiales representaba mis orgasmos. Luego venía en reversa todo lo que había hecho esa mujer para llegar a esos orgasmos. Entonces, se empezaba a calentar con diarios gore y periódicos amarillistas. Yo acababa vestida como una periodista muy elegante con sus tetas, su coño, sus nalgas y su cara censuradas. Tenía miedo que me reconocieran en la Gobernación. Les había llegado uno de mis textos y me advirtieron que no podía seguir escribiendo ese tipo de cosas.

Ahí fue cuando decides bautizarte como la Congelada de Uva.
–Sí, porque me congelaron de la pantalla. Y también porque, cuando era chica, me masturbaba con un helado de forma fálica, pues era lo más cercano a un dildo que existía cuando yo iba a la primaria. Y me gustaba mucho la uva. Se me hacía medio dark y dionisíaca. Tiempo después se dieron cuenta de que Rocío Boliver era la Congelada de Uva y me tronaron de ambos trabajos. Eso me dio chance para dedicarme a la perfomance.

Desde que empezaste en esto, has hecho de todo con tu vagina.
–Para mí, la vagina tiene una serie de metalenguajes. Está llena de símbolos, de odio, de amor, de todo. Es tan potente. Pero muchas de las cosas que hago, a mí se me hacen como normal. Luego me doy cuenta de que para otros no lo son, como que yo enseñe el coño donde sea, le meta cosas con fuego o le meta al Niño Jesús. Aunque cuando metí al Niño Jesús en mi coño, no me fue tan fácil.

¿Por qué no?
–Mi abuela fue súper católica, mis padres no tanto, pero viví con el temor de Dios desde niña. De que si me masturbaba me iría al Infierno, cosas así. Y cuando hice esa performance ya tenía 38 años, pero tenía miedo de estar haciendo un sacrilegio. Me metía por la vagina un condón con una figura grande del Niño Dios, luego me cosía los labios vaginales y me ponía un zipper para cerrarme las piernas. Era muy fuerte. Antes de hacerlo, le pedí perdón a Diosito.

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¿Qué pasó con esa performance?
–La mostré en un encuentro de performance en Nueva York. Imaginaba que lo mío sería lo menos transgresor, porque estábamos en la cuna del arte, y resultó no ser tan así. Recibí mucha violencia de algunas mujeres. Se suponía que era gente abierta de mente y se espantaron. Me decían “no tenías por qué haberte cosido”. Me sentí muy acosada y violentada.

¿Pero por qué coserse la vagina?
–Fue una idea que se me vino a la cabeza. Me dijeron que hiciera un proyecto sobre sexualidad y religión. Y pensé qué me pudo haber hecho más daño: ¿la sexualidad o la religión? Y concluí que había sido la religión que castiga a la mujer por utilizar su cuerpo y tener placer. La idea, al final, era mostrar la violación de la religión dentro de tu vagina.

Debe ser muy doloroso coserse la vagina.
–No tanto. Duele más sacarse los puntos. Y tengo una cicatrización muy rápida, no me quedan marcas. Desde chica estuve cercana al dolor por mi enfermedad. Lo abyecto es muy hermoso. Y tal es mi rabia, que me hace bloquear todo tipo de dolor.

¿Rabia contra qué?
–Por todo lo que uno vive por ser una mujer sexual, espontánea, que le gusta la verga. Se vive mucho rechazo, mucho castigo, mucho señalamiento. Lo que hago es hacer físico ese dolor psicológico, que es más invisible. El dolor intangible del “cierra las piernas” lo transformo en el dolor tangible de coserme la vagina.

También tienes otra performance más lúdica con tu vagina: te metes una especie de bombín para sacar música.
–Se llama “El pepáfono”, me encanta. La hice porque a México llegó la obra “Los monólogos de la vagina” y en la radio decían que era la primera vez que una obra tocaba una vagina. Todos decían que era novedosa. Y yo, puta, llevo años haciendo cosas con mi vagina pero nadie habla de ello. Entonces dije qué tiene de novedoso hablar de la vagina, por qué mejor no hacer que hable la vagina de verdad. Pero no tenía idea cómo hacer hablar a mi vagina. Solo sabía de los pedos vaginales, por ahí podía salir algo. ¿Y si le echo aire a mi vagina?, pensé. Buena idea.

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Entiendo que grabaste un tema con los sonidos de tu vagina.
–Sí. Me he presentado en varias partes del mundo con el Pepáfono. No falta quien me pida que haga hablar a mi vagina. Y me gusta invitar a una soprano al escenario. Pero hay muchas que se ofenden cuando les propongo que me acompañen en un dueto con mi Pepáfono.

¿Cómo se te ocurren estas cosas?
–Son ocurrencias, no es que lo andes pensando o teorizando. Como decía mi maestro en la performance, Juan José Gurrola, es el epifenómeno: el momento en que te llega el eureka, ya está, hazlo.

No te gusta teorizar sobre tus acciones de arte.
–No, para eso están los historiadores. En mis talleres de performance les digo a mis alumnos que cuando les pidan teorizar, pesquen un diccionario de filosofía, otro de símbolos, otro de biología, abran cualquier página, copien cuatro párrafos y ya: les va a salir perfecto.

500 HOMBRES

“Me dicen que los chilenos son misóginos, pero a mí me importa un pedo. Yo también soy misógina. Soy misógina de la mujer víctima, de la mujer pendeja, de la que se hace la débil, de la que se hace que no coge, que es buena y santa. Y, por otro lado, las feministas que ‘nooo, es que nos han hecho taaanto daño, es que hemos sufrido taaantooo, es que los pinches hooombres’. Por eso me declaro misógina”, explica Rocío.

Pero muchos piensan que tus performances tienen algo de feminismo.
–¡Claro que no! No es que defienda a la mujer, yo defiendo al género humano y toda su enfermedad que lo lleva a pasársela mal. Las que más me han dañado –además de los chavos que tienen la verga muy grande y muy ancha, y no me entra y me duele– son las mujeres que te envidian porque tú eres abierta. Abierta de patas, sobre todo, es lo que más les molesta. Entre más placer tengas como mujer, las mujeres más te odiarán.

¿Qué te han dicho las feministas?
–Pues que todo el trabajo del feminismo yo lo he echado a la mierda, porque me presento como objeto sexual. Y no es que yo me presente como objeto sexual, ¡es que yo SOY un objeto sexual! Las feministas no entienden que el placer sexual es uno de los motores más importantes de la vida. No sé por qué lo ponen como algo pecaminoso y que se aleja de las luchas feministas. ¡Es que no es así! Defienden la vagina como suya, pero a mí me critican por usarla. No entiendo.

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Algunas creen que no se puede ser feminista y a la vez objeto sexual.
–Claro. La mujer tiene que aparentar que no quiere que conquisten su hoyito, pero por qué. Es una tontera. Y cuando te presentas abiertamente sexual, el hombre se pone a la defensiva y la mujer te recrimina. En vez de órale, el hombre se corta, porque tiene que ser el que caza a la pepa para sentirse macho. A lo largo de mi vida, me he encontrado con muchos hombres que cuando me flirtean y yo les digo “pero, claro, órale”, se sacan mucho de onda. Les asusta este cambio de rol.

¿No te va tan bien, entonces?
-Pues al contrario. Siempre habrá alguien que sea como yo. Cuando me echaron de la Secretaría de Gobernación, me bajó una depresión, bajé como veinte kilos, no sabía lo que tenía. Fui a ver un doctor que me preguntó con cuántos hombres había tenido sexo en mi vida. Yo le dije: pues con unos 800, más o menos. “No es cierto, tú eres una mexicana, no puedes haber tenido sexo con tantos hombres”. Entonces, le dije, dejémoslo en unos 500. “Mentira. Te voy a poner ocho y con esa cantidad, seguramente, tienes sida”. Resultó que no tenía nada de eso. Solo era depresión. Los hombres no pueden creer que una mujer pueda tener tantos hombres en su vida. No les entra.

Has cogido con muchos…
–Sí, pero ahora cojo mucho menos. Debe ser por la menopausia. Ya no me calienta coger como antes, cuando me podía agarrar a todos: al camionero, al electricista, a los millonarios, al que se me cruzara. Pero, de todas formas, soy una mujer muy normal. Nunca he sido demasiado degenerada. Algunos dicen “ay, cómo vas a coger con la Congelada de Uva”. Yo les respondo: cojo muy normal, bonito, despacito, a veces sus cachetadas, pero no más que eso.

¿Solo los hombres te atraen?
–Me encantan las mujeres, pero más para un rollo visual. He tenido alguna chica, pero a la hora de coger no sé ni qué hacer, no paso del calentamiento. Yo necesito una pichula, como dicen ustedes, me encanta que un hombre me meta la verga.

¿Qué buscas en los hombres?
–Me fijo en la inteligencia y en el humor. Y físicamente, he tenido novios muy guapos, con nalgas muy buenas, y muy feos también. Una vez anduve con un chavo muy feo que le decían “la ampolla”, porque era gordito, chaparrito y moreno. Pero empezaba a hablar y era un filósofo que te caías, sesudo, componía música, guau. Y empecé a vivir con él. Pero conocí a un naco cuero, un flaite como dirían ustedes, y fue mi perdición. Es que los naco cueros son tan guarros, tan cutres, tan deliciosos. Por un lado, cogía con el naco cuero y por otro lado vivía con el intelectual feo.

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Tenías el equilibrio perfecto.
–¡El equilibrio perfecto! El intelectual no aceptaba que yo le pusiera el cuerno. Y yo le decía es que yo te quiero mucho, no te quiero dejar, pero es que no puedo parar de coger con este que coge muy rico, ¿qué hago? “Pues tienes que definirte”. Y me definí por el que me cogía rico. Y nos amamos muchísimo.

El hombre mexicano tiene fama de machote.
–Pero si eres una mujer activa, de las que les tira el calzón y le dice “te mamo la verga”, se va a poner rojo y no sabrá qué hacer. En general, el mexicano coge mal. Eyacula muy pronto. No tiene idea dónde está el clítoris. Son muy egoístas a nivel sexual, quieren meterla y listo. Y hacen tanto show para meterla. Te tratan de conquistar. Yo digo: ¿tanto pedo para cagar aguado? Y pasa también porque hay muchas mujeres que no exigen una buena cogida.

Y que ni conocen su vagina.
-Me gustaría amarrarlas y enseñarles a las mujeres: mira tu coño, métele cosas, siente lo rico que es tocártela.

Hace unos años instauraste el Día Internacional del Hombre en México.
-Sí. Como la mujer tiene estos rollos de decir “yo no cojo, tiene que ser el hombre el que me conquiste y el que me dé”, la parte del hombre está bastante jodida. Yo hice un manifiesto donde decía: un palo es un palo, no tienes por qué pedir que se enamoren de ti, no tienen por qué invitarte a cenar. Y lo presenté a una universidad y me dijeron que no, que aquí nada más se habla de feminismo. Hace un tiempo fueron las Guerrilla Girls a México y una de ellas terminó diciéndome: ¡chinga tu padre! Porque yo defendía a los hombres.

Pero los hombres lo tienen todo, no necesitan un día para celebrarse.
–No es cierto. El hombre también la pasa mal. No se le para a veces y queda mal porque no se le paró. Tiene que hacer miles de cosas para poder coger, pasar un montón de pruebas. El pobre también está aterrado.

Pero también pasa que el hombre gana mucho más que las mujeres.
–Yo siempre gané igual o más que los hombres en mis trabajos. No he tenido esa serie de problemas que dicen. Tampoco me puedo quejar de que en mi embarazo no me dejaron salir. Tal vez he sido muy masculina. Tengo este rollo de ser segura, de mandar a la chingada a la gente, de emputarme. Y entre las cosas que les digo a las mujeres es que no traten de ponerle un grillete a la verga del hombre que se las coge. ¡Pues no es tuya, es de él!

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EL SUICIDIO

¿Qué es lo que quieres generar en la gente: asco, repugnancia?
–Cuando empecé a performear no quería más que compartir con el público algo que se me había ocurrido. Y es lo mismo que quiero ahora. Ahora sé que causa más reacciones, pero es que no quiero crear nada. Las reacciones de la gente son independientes de lo que se me ocurre.

¿Qué te falta por hacer?
–He pensado hacer un performance donde perdería uno de mis dedos de la mano: el anular, que no sirve de mucho. Poner en juego un dedo me parece interesante. También he pensado que si ya estoy muy grande y jodida, hacer una última performance y morirme en ella. Suicidarme en una performance sería una manera chida de morir, ¿no crees?

Estarías lista para un capítulo de “Mil maneras de morir”. ¿Has pensado cómo sería tu suicidio performático?
–Sí. He estudiado diferentes formas de suicidio. Y la más certera es colgarte, porque no es que te ahogues, sino más bien que al caerte se te rompen las vértebras y mueres.

Debe haber gente que te dice “para qué tanto, si es arte nomás”.
-Sí. El arte se ha vuelto tan light, no cuestiona nada. Hace tiempo hubo un holandés que se cortó un dedo en Colombia por las Farc. Y yo no me cortaría un dedo por la Farc ni por la furc ni por la firc. El rollo del performance político de inmediato no me interesa. Me gusta los conflictos universales. No es un partido ni son los estudiantes de Chile ni de México: es la muerte, el miedo, el dolor, el sexo, cosas primigenias.

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Pero tienes una donde te cagas en una foto de Peña Nieto cuando era candidato a la presidencia de México.
–No me gusta que mi obra conocida sea esa. Es un rollo panfletero, de una política inmediata. Me invitaron a participar, no quería que saliera Peña Nieto y acepté. Eso fue. Lo malo es que me salió un mojoncillo pequeño. Una amiga me metió una botella por el ano y nada. Me metí casi el puño para ver si con eso podía sacar más caca, pero tampoco. Pero con ese pedacito de caca pude ensuciar una pancarta de Peña Nieto. Un poquito de gente aplaudió, otra pasaba y no pelaba. Pasó casi inadvertido. Pero cuando llego a mi casa, mi hijo me dijo que era trending topic. Todo el mundo me habla de esa performance. Y lo político no es mi interés. Sacar una bandera se me hace lo más cutre que hay en la performance. O decir “Unidos jamás serán vencidos”, lo odio.

¿Por qué tanto?
–El performance tiene que ser un putazo al inconsciente. No tiene que ver con la razón. La razón es muy nada, muy tonta, muy limitada. En el metalenguaje, en la sinrazón está la creatividad.

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