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LA CARNE

25 de Agosto de 2016

Relato: Así fue mi visita a un antro de sexo en vivo

"El letrero de la casa anuncia sexo en vivo, pero mi vecino de gradería ya se quedó dormido y todavía nadie muestra sus habilidades en la tarima. Hace ya tres horas que subí por las escaleras estrechas mientras subían también la temperatura y los decibeles de la música. Atravesé una masa de cuerpos femeninos con poca ropa y de hombros masculinos empacados en trajes de oficinista y en medio de la oscuridad brilló la tarima del espectáculo, perfecta como una grandísima mesa de billar, pero cubierta de fórmica blanca, flanqueada por los tres costados de graderías con público", así comienza el reporteo de un trabajador del sitio web Soho.com, que decidió revelar cómo funciona este negocio que deja forrados a algunos, y a otros con la sonrisa de oreja a oreja.

Por
bar-yt

Un periodista del sitio web, Soho.com, decidió sumergirse en un antro de sexo en vivo de Bogotá, con el fin de saber lo que sucede realmente en esos recintos, cómo se comporta la gente que los visita y cómo funciona un exitoso negocio que hasta el día de hoy rinde y que deja forrados a algunos y a otros con la sonrisa de oreja a oreja por lo experimentado.

“El letrero de la casa anuncia sexo en vivo, pero mi vecino de gradería ya se quedó dormido y todavía nadie muestra sus habilidades en la tarima. Hace ya tres horas que subí por las escaleras estrechas mientras subían también la temperatura y los decibeles de la música. Atravesé una masa de cuerpos femeninos con poca ropa y de hombros masculinos empacados en trajes de oficinista y en medio de la oscuridad brilló la tarima del espectáculo, perfecta como una grandísima mesa de billar, pero cubierta de fórmica blanca, flanqueada por los tres costados de graderías con público”.

Así comienza el relato de este reportero de Soho que vio en vivo cómo los clientes se vuelven locos ante las bailarinas que lo dan todo en el escenario y que luego practican sexo en vivo con los clientes, todo esto en medio de orgasmos falsos y coqueteos que nada tienen que ver con la realidad.

“¡Laaaaa bella Cindy!, anunció un comentarista con parlante. El nombre del motivo (de las sonrisas de los clientes). Blanca y menuda, Cindy hizo lo que tenía que hacer. Recorrió la tarima de lado a lado imitando a una gata, meneó las caderas, levantó mucho el culo, se pasó la lengua por los labios con cara de inocencia mientras bailaba. Se quitó el brasier. Se quedó mirando fijamente los ojos de algún cliente, abriendo mucho las piernas, se puso de pie, subió una pierna al poste metálico, se meneó al ritmo de un tecno tropical a todo volumen. Fingiendo pose infantil se quitó la tanga”, describió el reportero.

Tras consumir un par de chelas y unos puchos, el enviado de Soho detalló el ingreso de las siguientes bailarinas: “A la tarima se subió Samantha. Morena, alta, se contoneó un rato como Cindy, pero con cara muy seria y usando dos trucos distintos: agitó el culo como bailarina de hip-hop, pero en posición cuadrúpeda y se dejó descolgar de la barra mientras se quitaba el brasier. Cuando acabó el show caminó cansada y todavía seria, como después de una rutina deportiva. Después se subió Linda, haciendo lo mismo, pero cambiando el hip-hop por abrir las piernas en compás y tocar el suelo con la frente. Y después de Linda vino Andrea, que hizo lo mismo, pero distinto. Y después Clea. Y después Paty. Y Carolina y Lena y Lorna. Y Samantha y Jolie y Mimi y Lena. Y otra y otra y otra más”.

Añadió que había para todos los gustos: “Negras, blancas, morenas, trigueñas, bajitas, altas, caderonas, planas, tetonas, rubias, trigueñas, pelinegras, pelilargas, pelicortas, delgadas, muy delgadas, no tan delgadas. Todas muy jóvenes y presentadas por un narrador gordo y simpático. Todas haciendo lo posible por mantener creíble la ilusión teatral por la que habían pagado los oficinistas. La fantasía de la pornografía: un mundo perfectamente iluminado en el que todas las mujeres son lindas, todas están deseosas de tener sexo y todas se contorsionan por ser folladas (y en el que finalmente todas son folladas)”.

Poco a poco los shows van subiendo de tono. Mientras los clientes se van soltando y gastando todo en consumo, “en la tarima las mujeres ya no solo se desnudan, ahora se tocan, fingen masturbarse, usan juguetes sexuales. El objetivo final es que haya sexo en vivo y hay que calentar a la audiencia”.

El encargado de esta nota precisó que “las señoritas, impacientes, deciden que es hora de calentar al público de una buena vez. Una más bien fornida marca la parada haciendo con las piernas una llave como de lucha libre a un oficinista sentado en la primera fila con una gran sonrisa cándida. Le pasa una pierna por el hombro, la otra por frente al cuello, y cuando se da la vuelta, el tipo está atenazado entre los muslos que se bambolean a un ritmo que imita el sexo. El del micrófono colabora en el proceso de calentamiento con frases como Samantha. Praaaaácticamente virgen. Veintitrés añitos. Y oiga, sí: le gusta el sexo maaaás que la comida!!”.

Por su lado, “una amazona forrada en cuero y con las tetas al aire se arrodilla, pone la cabeza en el suelo, pone frente a la cara de un oficinista obeso su trasero desnudo y lo agita para deleite de la audiencia. Otra más juega con un consolador y es ahí cuando el reportero de SoHo huele el peligro y reza (en silencio), para que no se metan con su periodística humanidad. Tan pronto termina su rezo, se meten. La dama, que está subida en la tarima, vestida solo con una tanga, se sujeta bien de la barra que recorre todo el techo, se suspende en el aire y pone los tacones en los hombros del informador. El informador deja de rezar. La amazona dobla las rodillas. El informador deja de tomar apuntes”.

Llega el momento de la esperada rutina en pelotas y así lo cuenta el reportero: “Para las chicas, es hora de duplicar la intensidad, cada una en un extremo de la tarima y al ritmo de la música tecno. Nina muestra su culo abierto a los señores de la primera fila, atenaza a alguno con las piernas, se menea con su cabeza como botín. Diana, en el otro extremo, está jugando con una botella, se masturba con ella, se la introduce, la agita hasta que sale espuma”.

Agregó que “Nina cree encontrar (un cliente) y atraviesa la pista dando pasos firmes con sus tacones puntilla, intenta con todas sus fuerzas poner en pie a un oficinista muy corpulento y tímido que se niega rotundamente porque sabe que va al matadero. El verdadero becerro está del otro lado. Diana lo ha encontrado. Es un muchacho de menos de treinta años con camisa blanca y sonrisa segura. Como si estuviera llevando a cabo cualquier trámite, sin pensárselo dos veces, se levanta, se deja llevar al centro de la tarima y él mismo ayuda en el proceso de quitarse la ropa. Una vez desnudo, las damas se encargan de excitarlo del todo. Nina se arrodilla y finge que le hace sexo oral con movimientos de caricatura, le acaricia la entrepierna. Mientras tanto, Diana se pone frente a su campo visual en cuatro y levanta mucho las nalgas para que él pueda verlo todo. En menos de un minuto, el becerro está listo para que le sea puesto un condón. Sus amigos vitorean sacándose las corbatas, los demás miran con ojos redondos. El becerro cumple con su deber”.

En este punto, según narra, el sujeto penetra a la policía mientras ella espera quieta y gime con placer de caricatura. El becerro muge cada vez más duro, empuja y retrocede, y las caras de los oficinistas son de cera, pero sudan. Todos se quieren acercar al máximo, ver las partes, las pieles, los gestos. El movimiento se hace más rápido, la mujer policía está a punto de ser expulsada de la tarima. Cuando por fin siente que con un mugido notable el becerro ha terminado, ella también grita y gime notablemente”.

“Después del falso orgasmo todo es oscuridad y silencio. Busco las escaleras sin despedirme de mi vecino, que ahora intenta pedirle el número de celular a una de las señoritas desnudas. En el primer piso hay otra que se contonea. Esta es morena y gatea sobre una mesa rodeada de hombres. Sin quererlo, su mirada y la del reportero se cruzan un segundo. En ese segundo, el reportero entiende. Ella no está ahí, en donde está su cuerpo. Los hombres no la poseen, aunque eso crean. Ella está afuera, en un lugar más silencioso, en otra parte”, cerró su relato.

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