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LA CARNE

5 de Septiembre de 2016

La columna de Carolina Errázuriz Mackenna: El hombre lesbiano

A veces me muevo en el mundo como un hombre, pero en la cama soy la mina. Y no estoy dispuesta a pelear con nadie ese lugar. No tolero a los hombres lesbianos.

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Aunque las mujeres sueñen con hombres más femeninos, en mi caso, el extremo me desagrada. Es cierto que declaro quererlos cariñosos, considerados, amables y pacíficos, pero a la hora de elegir, eso se me da poco. Juro, cada vez que salgo de un cavernícola, no volver a toparme con otro, pero mi ojo parece estar entrenado para los perversos, los angustiados, los violentos, los adictos, los sexópatas, mentirosos y excesivos. En un principio mi lado maldito se retuerce de placer, se vuelve ansioso, oscuro y sucio. Pero cada vez la tecla me dura menos y comienzo a sufrir y a buscar el momento de escapar. Mi terapeuta se siente feliz con esas declaraciones, pero él no tiene ni la menor idea de lo bueno que los malos son para la cama.Y mejor aún si son vagos. Esos ya son lo máximo, porque como no hacen nada, sólo piensan en darte duro en el momento que traspases la puerta.

El mejor sexo de mi vida ha sido con los cesantes o estudiantes. Los trabajólicos son lateros, porque es cierto que pueden ser buenos amantes, pero para lograr que se relajen hay que hacer un trabajo agotador. Y lo que es peor de los trabajólicos es que te usan de pastilla de dormir. O sea, te montan sin ni un tino con tal de sacarse la neura de encima. Así una pasa a ser una suerte de trotadora.

Pero me distraje. Estaba hablando de los hombres femeninos, todo a raíz de uno que encontré este fin de semana. El tipo me pateó en el primer round. Cuando se sacó la ropa estaba totalmente rasurado. Me explico. La moda de rasurarse, por ejemplo, entre las piernas (testículos especialmente) no está tan mal. Así se ve en las pornos y eso me gusta, pero de ahí a estar sin NI UN pelo, pues ¡Uf!. Está fuerte. O sea, bien para los bailarines, nadadores, futbolistas, gays, estilistas, chulos y etcéteras, pero para una. Pero como yo ya estaba sin ropa, pues nada que hacer más que asumirlo. Afortunadamente su departamento, su música, su olor y su verga estaban bien, así es que me convencí a mi misma utilizando el argumento “cultural” (Es una estupidez adscribir a cosas como: Las mujeres son las que se depilan y los machos bien machos no lo hacen). Disfrutó en todo caso mi lengua su piel suave, y recorrer un cuerpo de hombre con superficie de niño fue rico.

El segundo golpe al mentón fue su actitud… Se puso de espalda en la cama esperando que yo le hiciera todo. Igual que mina primeriza. O sea, que no sólo bajara a su verga, que podría ser normal, sino que lo acariciara, me montara arriba, le tocara el pelo, le hablara al oído e incluso tuvo la desfachatez de pedirme que le dijera “cosas lindas” justo cuando estaba empezando a morderlo en el cuello de manera brutal…
De ahí en adelante no paró. Quería a toda costa que me quedara no sólo a dormir, sino a tomar desayuno, a ver televisión y a pasar el día. Parece que eso es el sueño de toda mujer, pero por Dios, vamos con calma, una cosa es un buen revolcón, otra el desayuno y otra el día juntos.
Eso ya me sonaba a mujer desesperada. Y no es que mi ego esté con mala brújula. Algunos podrían decir que no me di cuenta de cuánto le gustaba yo a él, pero es que créanme. Este no era el caso. El tipo era un mal imitador de la soledad femenina. O sea, se sentía solo y quería poner sus garras sobre mí para chuparme compañía. Fatal. Pero eso no fue todo. (De hecho en un intento por no ser una anticuada y una sexista asquerosa voy a dejar de lado mi incursión por el baño donde vi una cantidad industrial de colonias, cremas, sales de baño y etcéteras que me aterró).

El cuarto golpe y final fue que -quizás aprovechando mi tono de mina excesiva- soltó en una carcajada que él usaría zapatos de taco. Ahí si que ya el asunto se puso serio. Y como soy una mentirosa, me reí, pero a partir de entonces el camino se me hizo cuesta arriba.
Me vino a la cabeza la imagen del tipo con cachirulos en la cabeza, pintándose las uñas de los pies envuelto de una bata y no pude más. No quiero decir que el tipo fuera un homosexual que no ha salido del closet. Serlo no tiene nada que ver con los tacos, la depilación o las cremas (¿o sí?), pero su actitud tan fina me chocó. A veces me muevo en el mundo como un hombre, pero en la cama soy la mina. Y no estoy dispuesta a pelear con nadie ese lugar. No tolero a los hombres lesbianos.

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