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Quién paga la cuenta: por qué la mayoría de las mujeres cree que los hombres son los que deben invitarlas en la primera cita

Que el hombre pague la cuenta en la primera cita ha sido una especie de contrato social a la hora de cortejar. Hay mujeres que prefieren pagar a medias, pero a diferencia de lo que se podría pensar por la transformación cultural hacia la igualdad de género, no son mayoría.

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Ilustración: Camila cruz
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“He sentido la presión de que por ser hombre debo pagar la cuenta. Yo sé que todo esto tiene que ver con el machismo arraigado a la cultura. Pero, a veces, de verdad siento que por conveniencia nomás”. Así relata Paul Bonnassiolle (41), su experiencia en primeras citas. El hombre, quien ha invitado a varias mujeres a comer por primera vez, cuenta que nunca le han propuesto dividir la cuenta.

Él tampoco ha preguntado, aunque admite que en esas miradas incómodas al ver el total en el papel, ha pensado: “Podrías pagar lo tuyo también”. Aún en 2024, su experiencia no es una excepción. Aunque invitar la cuenta es una norma tradicional cuestionada por el feminismo, esta práctica sigue predominando en muchas citas.

El caso de Paul refleja una tendencia aún presente en Chile y el mundo. Según un estudio publicado en 2023 por Psychological Reports, el 55% de las mujeres de la generación Z esperaban que los hombres pagaran la primera cita y las siguientes, mientras que el 80% de los hombres también lo asumían.

La “cuenta pendiente” en torno a quién paga no parece limitada por la edad. Jóvenes y adultos aún ven este gesto como normalizado. Agustín Rioseco, de 27 años, sostiene que pagar es “una cuestión de educación”. Sus opiniones podrían ser absolutamente distintas por las transformaciones culturales respecto a la igualdad de género, pese a ello siguen convergiendo en el mismo resultado una y otra vez: debes pagar si eres hombre.

Según María Teresa Barbato, bióloga y Doctora en Complejidad Social e Investigadora especialista en emparejamiento humano de la Universidad de Santiago, “en cualquier especie, el emparejamiento es costoso. Porque requiere sacrificar tiempo y energía que podrían destinarse a otras actividades importantes para la supervivencia”.

En el emparejamiento humano, para la experta, hay comportamientos que recuerdan al mundo animal. A Agustín Rioseco, por ejemplo, desde que era muy chico su papá le enseñó que era el hombre quien debía invitar. “Cuando tenía 15 años y empecé a salir con compañeras del colegio, lo primero que hizo fue pasarme un billete de 10 lucas para que comprara lo que fuese. Pero que lo comprara yo. Me enseñó eso y me pareció bien, que tiene que ser así”, cuenta.

Paul Bonnasiolle, por su parte, ha reconsiderado el ritual de pagar la cuenta. Hoy dice que se arrepiente de no haber sido más directo tras ese cruce de miradas que se da al final de la cita, cuando el mesero tiene la comanda y la máquina pagadora en sus manos.

Lo que resulta incómodo para Paul es la doble vara con la que a su criterio se juzga este acto. “Es raro que una mujer diga ‘qué galán’ cuando se paga una cuenta, pero es común escuchar ‘qué apretado’ si no lo haces”, comenta.

Hoy cree que la mejor forma de definir quién paga la cuenta es que lo haga el primero que invitó. “El 90% de las veces el hombre es el que se pone más canchero y hace la jugada para invitar a salir primero. Pero, a veces, las mujeres mujeres también se envalentonan e invitan ellas”, dice al respecto.

Mujeres vs imposición social

Por décadas, el acto de pagar la cuenta en una cita ha sido motivo de debate sobre sus implicaciones valóricas, pero no existe una resolución definitiva ni universal. Esto se debe, en parte, a la dificultad de determinar si el simple hecho de cubrir los gastos conlleva una carga moral negativa. Así lo explica Salvador Bello, psicólogo clínico de la Universidad de Chile y especialista en temas de género, quien asegura que “es complicado establecer si una acción tan cotidiana está bien o mal”.

La situación cambia, agrega Bello, “cuando el acto de pagar se convierte en una imposición”. Esto es lo que vivió Sofía, de 28 años, quien prefirió mantener su identidad en reserva. En una ocasión, salió con un hombre de su misma edad, a quien conoció en Tinder. Fueron a un bar en el sector oriente de Santiago. Ella pidió dos tragos, el plato que más le gustaba y, cuando su cita le sugirió un postre, lo aceptó sin dudar.

Todo iba bien hasta que llegó la cuenta. Sofía sacó su tarjeta para pagar lo que había consumido, pero él no se lo permitió.

“Por supuesto que no, yo pago. No te preocupes. No, no, no. Yo pago. Dale, si yo te invito, guarda la tarjeta”, le insistió él varias veces.

Sofía, incómoda por la situación, terminó guardando la tarjeta. “Me quedé muda. Me pareció extraño que no aceptara que yo pagara mi parte, cuando para mí es algo natural. Consumí lo que quise precisamente porque esperaba cubrir mi cuenta”, recuerda.

En Chile, a diferencia de otros países latinoamericanos, “la mayor inserción de las mujeres en el mercado laboral y las movilizaciones feministas han puesto en entredicho estos contratos implícitos en el emparejamiento”, señala la socióloga María Teresa Barbato. Sin embargo, como contrasta Salvador Bello, “aunque muchas mujeres aspiren a relaciones igualitarias en teoría, algunas mantienen expectativas de roles más tradicionales”.

“Eso no tiene por qué ser reprochable”, continúa Bello. “Más bien, refleja las tensiones que surgen en medio de las transformaciones sociales actuales”.

Por su parte, Barbato sugiere que el hecho de que un hombre vea el pago de la cuenta a las mujeres como una “inversión” en la primera cita puede analizarse desde una perspectiva biológica. “El proceso de conquista se puede interpretar como un juego de cooperación e inversión, en el que siempre hay incertidumbre sobre el éxito de la relación. Para reducir esa incertidumbre, los seres humanos emplean diversas señales de cortejo”.

¿Mantener una primera buena impresión?

En una primera cita, que también es una oportunidad para causar una primera impresión, la pregunta clave, según María Teresa Barbato, es: “¿Qué estamos mostrando que lleva a los demás a percibirnos de una determinada manera e interpretar nuestras señales sociales?”

Paul Bonnassiolle reflexiona sobre todas las veces que ha tenido que pagar la cuenta a mujeres, incluso cuando no quería hacerlo. “La gente siempre asume que uno tiene plata. Te ven como una persona generosa o alguien que debe ser el proveedor. Pero no es así. Mi corazón no siempre quiere cumplir ese rol de proveedor”, confiesa.

A pesar de su reticencia, Bonnassiolle ha terminado asumiendo el gasto. Salvador Bello explica esta conducta a través del concepto del hombre proveedor. “Es un mandato social que los hombres reciben desde pequeños. En este contexto, pagar la cuenta es una manera de demostrar que cumplen con ese rol. Para muchos, es una autoexigencia inconsciente que se relaciona con el objetivo final de encontrar pareja”.

Cuando se le pregunta a Bonnassiolle si alguna vez ha tenido el deseo genuino de pagar toda la cuenta, responde que sí, pero solo “cuando realmente tienes una corazonada con la mujer, el match está increíble y uno sabe que viene una segunda cita. Cuando la cosa va bien, al menos, a uno le dan ganas de hacerlo porque la voy a ver de nuevo. Y si la invité, es porque me gusta”, dice.

Una “inversión” que no resulta

Cuando un hombre insiste en pagar la cuenta porque de otro modo no siente que la relación avance como espera, o cuando la mujer demanda roles tradicionales sin cuestionar el cambio de dinámicas, puede generarse un desbalance en una relación que ni siquiera ha comenzado.

Esto le sucedió a Sofía, quien, al despedirse de su cita, acordó un segundo encuentro a pesar del incómodo momento cuando llegó la cuenta. Salvo por ese detalle, le había parecido una buena experiencia.

Pasó una semana en la que no lograron coordinar para verse y el entusiasmo se fue disipando. “Para no parecer muy intensa, le dije que mejor lo dejáramos hasta ahí”, cuenta Sofía. Luego, sucedió algo que ella nunca habría imaginado. “Se demoró un minuto en escribirme que le devolviera la plata que había pagado el día de nuestra cita en el bar. Me dijo que como él pensaba que esto iba para bien, por eso había pagado. Pero que ahora que no había resultado, que le devolviera la plata”, recuerda.

Para Salvador Bello, el hecho de que le pidieran a Sofía devolver el dinero da cuenta “de esta idea de estar haciendo ‘una inversión’ y que si no rinde frutos, debo ser indemnizado. Ahí queda más en evidencia la objetivación de la mujer y la defensa agresiva del hombre al no obtener lo que esperaba del estereotipo”.

El sentimiento de indemnización es una cosa, el sentirse utilizado, es otra. La respuesta emocional del hombre frente al hecho de tener que pagar la cuenta, se ve influenciada entre otras cosas, por los gestos que recibe por parte de la otra persona en el momento.

“Estos gestos, que aparentan ser pro sociales, suelen ser actos de altruismo calculado, esperando algún tipo de reciprocidad. Esto da lugar a un contrato implícito sobre las reglas de la conquista”, dice María Teresa Barbato. El gesto puede ser que la mujer afirme su derecho de participar equitativamente en las expectativas sociales. O todo lo contrario.

“Cuando a mí me pasó, vi que la persona que había invitado a salir literalmente giró la cara para el otro lado cuando llegó la cuenta”, cuenta Andrés (30). Habían ido a comer en una cita que, según cuenta, no había avanzado todavía a tener un tono romántico. Ella, pidió de todo. Incluso filete en vez de posta para su sandwich. “Lo encontré el colmo”.

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