El documental “La invención de Alfredo Gómez Morel”, que podría estrenarse el próximo año, promete convertirse en un documento clave para entender al escritor y delincuente chileno, famoso por su novela autobiográfica El Río y cuya figura ha generado una creciente atracción en los últimos años. A partir de numerosas entrevistas a quienes lo conocieron de cerca –incluidos su viuda y sus hijos– y de manuscritos inéditos del autor, la película buscará dilucidar lo que hay de verdad y de ficción en torno al mito. Daniel Rozas, uno de los directores, nos adelantó interesantes detalles.
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Después de cinco años trabajando en su documental sobre Alfredo Gómez Morel (1917-1984), el periodista y documentalista Daniel Rozas sentía que le faltaba lo más importante. “Teníamos horas y horas de entrevistas: la familia, amigos, periodistas, escritores y una serie de fuentes muy valiosas porque ya no están disponibles, gente que ha muerto o ha perdido la lucidez por la edad… Pero nos faltaba hablar con los niños del Mapocho. Confrontar con ellos la realidad que muestra Gómez Morel en su novela”.
Fue así que en enero pasado, gracias a las gestiones de la Fundación Abrazarte, pudo conversar con los niños que habitan bajo los puentes del río. Costó ganarse su confianza y más aún filmarlos, pues asocian las cámaras con los programas de TV que intentan captarlos drogándose. Pero después de realizar con ellos talleres de lectura y de teatro, el equipo pudo bajar al Mapocho y leer con ellos el “Decálogo del choro”, un código del hampa santiaguino incluido en El Río (1961), la novela en que Gómez Morel recreó su vida como pelusa del Mapocho y más tarde como delincuente. El resultado fue asombroso: los niños confirmaban el “Decálogo…” punto por punto, a pesar de que el texto se remite a experiencias vividas hace casi ochenta años. “De todo lo que grabamos, lo que más se me viene a la mente son los cabros del río diciendo ‘eso es así, eso siempre va a ser así’. Más allá de lo literario, de reivindicar a un escritor de culto, aquí hay un trasfondo social no resuelto que es gigantesco y que va más allá de la vida en el río. Gómez Morel es hijo de una prostituta y de un padre con plata, pero ausente. O sea, el arquetipo total del huacho chileno”, explica Rozas, quien dirige el documental junto a Héctor Vera.
MITOS Y VERDADES
Tras crecer durmiendo en islotes del río santiaguino, donde vivió casi diez años, Gómez Morel se convirtió en delincuente y más tarde en lanza internacional, pasando por 21 países distintos y siendo detenido en 17 de ellos. Cuando volvió a Chile, pasó tres años en la cárcel de Valparaíso, donde un joven psiquiatra llamado Claudio Naranjo hacía su práctica profesional. Naranjo encontró en Gómez Morel a un paciente interesante y, tras larguísimas sesiones, lo instó a exorcizar sus demonios a través de un relato que contara su niñez y juventud.
El “paciente” escribió una sorprendente novela en que plasmó la cruda realidad del hampa, recordando a su madre prostituta y a los curas que abusaron de él en el colegio, entre otras cosas. El Río se convirtió en best seller, vendió decenas de miles de ejemplares y fue bien recibido por la crítica. A pesar del uso constante del coa, tuvo diecisiete ediciones en Latinoamérica y hasta fue editado por Gallimard –la editorial francesa más importante– con prólogo de Pablo Neruda, quien lo calificó como “un clásico de la miseria” (Alberto Fuguet, al prologar la reedición de Sudamericana en 1997, la estimaría como “la hija bastarda de Hijo de ladrón”, la novela de Manuel Rojas).
Sin embargo, su explosiva fama literaria le generó anticuerpos en el ambiente nacional. Muchos escritores incluso pusieron en duda que fuese el verdadero autor de su libro. Sospechas que aumentaron cuando Gómez Morel publicó su segunda novela, La Ciudad (1963), de una calidad literaria y éxito de ventas muy inferiores a la primera. Algo no calzaba.
Estas sospechas son desmentidas por Rozas y Vera en su película. “Naranjo me dijo taxativamente: ‘Yo no escribí ninguna palabra, contrario a lo que se ha dicho con el tiempo’”, afirma el primero. La explicación, para él, es que El Río era un libro que Gómez Morel necesitaba escribir, mientras La Ciudad lo escribió por encargo y para ganar dinero fácil, como él mismo salió a reconocer para sortear el desprestigio que se le vino encima. Por eso cree que la figura de Gómez Morel como un autodidacta sobresaliente, que casi sin educación formal logró escribir una novela que trascendió hasta el día de hoy, sigue siendo indiscutible.
En todo caso, “La invención de Alfredo Gómez Morel” también buscará dilucidar –con los escasos medios de prueba disponibles– cuánto hay de realidad y de ficción en el mito que Gómez Morel creó de sí mismo a partir de su obra autobiográfica. Sobre todo en El Mundo, novela que Rozas ayudó a publicar en 2013 tras conseguir los manuscritos en poder de la viuda del escritor. Allí cuenta sus aventuras en el extranjero, que lo muestran como mercenario y narcotraficante en Colombia, y hasta como guardaespaldas de Juan Domingo Perón. “A uno le hace ruido que él sea el único testigo del suicidio del hermano de Evita Perón. Puede ser, pero es muy difícil. Que haya conocido a Gabriela Mistral y a Stefan Zweig es más razonable. Pero en el fondo, él siempre se sitúa en el lugar perfecto, como en el rapto de George Raft, es todo demasiado de película”, cuenta Rozas, y reafirma que, para él, el libro más fidedigno es El Río: “Ahí está todo. Esa es la historia que importa”.
PECADOS DE UN SOBREVIVIENTE
Después de leer pasajes de El Río junto a los niños del Mapocho, los realizadores comprobaron la vigencia de su contenido, pero también descubrieron que las motivaciones para vivir allí tampoco han cambiado. “Tú hablas con estos niños y para ellos el Sename es el infierno, cualquier casa de acogida de menores es lo peor que les puede pasar. Prefieren mil veces estar en la calle o derechamente en el río. Aunque parezca inverosímil, a la mayoría de ellos les gusta estar en el río. Sienten una libertad que no encuentran en otro lugar. La Nicole, una niña que vivió ahí desde los cinco años, ahora tiene 23 y vive en un hogar de acogida porque tiene una hija, pero si de ella dependiera, viviría en el río. Y es el mismo arraigo que describe Gómez Morel en la novela: en el Mapocho, él encuentra un espacio de libertad que no conocía. Y sobre todo, un sentido de pertenencia social que no había encontrado en su familia ni en el colegio, donde más encima fue abusado por los curas”, explica Rozas.
La única etapa de su vida en la que Gómez Morel logró integrarse socialmente fue cuando trabajó como periodista en la revistas Aquí Está y El Golpe, luego de hacerse un nombre con su primera novela. Sin embargo, su alcoholismo y su incapacidad para administrar bien el dinero que ganó con El Río –“se le subieron los humos a la cabeza, se creyó el cuento”, apunta Rozas– le impidieron estabilizarse y dejar atrás las sombras de su propia historia. Un destino quizás ineludible, como lo sugiere la reacción de Claudio Naranjo cuando los realizadores le contaron, en cámara, en qué condiciones había muerto su antiguo paciente –cuya pista había perdido hace 50 años–, solo y enfermo en una pensión de La Pintana en 1984. “Su primera cara es de descompuesto. Pero él mismo cuenta que siempre vio difícil que terminara de otra forma”, relata Rozas, a la vez que define como “un llamado de auxilio terrible” las cartas que Gómez Morel escribió en la cárcel, y que forma parte del material que la familia le entregó entre fotografías y manuscritos dejadas por el autor.
Su viuda, Luz Alvial, lo recuerda con cariño pero también con rabia. Fue golpeada por él en reiteradas ocasiones, cuando se emborrachaba y se transformaba por completo. No fue la única que lo sufrió. “Que sus hijos nunca hayan querido leer el libro es súper decidor. Recuerdan con susto a su papá: que había que ir a buscarlo, que nunca aparecía. Y han tratado de ser lo opuesto a él, son personas súper ordenadas y adaptadas. Ese testimonio familiar es muy fuerte”, cuenta Rozas.
En el documental –actualmente a la espera de un Fondart para sacar adelante el montaje y ser estrenado, ojalá, el próximo año– también se relata el momento en que el escritor fue “sepultado” por el mundo literario local: cuando en 1977, estando hospitalizado, escribió una carta abierta donde denunciaba la intención de grupos de exiliados políticos de usar El Río para hacer una película que calumniaba al gobierno militar y a la labor social de Lucía Hiriart. Al año siguiente, enfermo y arruinado, publicaría una carta en La Segunda donde detallaba todas sus enfermedades y pedía que “su Excelencia me conceda una pensión de gracia para poder vivir junto a mis pequeños que hoy no tienen qué comer”.
Hay quienes, hasta hoy, condenan al escritor por esas actitudes (que sin duda activan el desprecio por el “facho pobre”), pero Rozas rechaza que se pueda considerar a Gómez Morel un pinochetista. “Él era un sobreviviente, un tipo que hizo lo único que podía hacer. Le hubiese pedido plata al gobierno que fuera”. No obstante, recalca que su película tampoco pretende dejarlo como una pobre víctima. “Me parece que hay que mostrar las luces y las sombras de una persona que, con medios muy precarios a su disposición, logró crear una obra como El Río, y que para estos pelusas del Mapocho es un ejemplo de superación. Pero que, por otro lado, tuvo serios problemas sicológicos y causó mucho daño. No pudo lidiar con sus propias heridas. Y aunque esas heridas tuvieron origen en un tremendo drama social, claramente él es responsable de su final tan patético y tan terrible”, concluye.