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Cultura

11 de Octubre de 2016

La monumental y desconocida obra de Claudio Gay sobre el pueblo mapuche

En Draguignan, tranquila localidad ubicada en el sur de Francia, una modesta sociedad científica guarda los originales nunca editados de la obra más extensa y detallada que se escribió sobre el pueblo mapuche antes del siglo XX. Su autor: Claudio Gay, el naturalista que llegó a Chile en 1828 y le dio expresión científica a nuestro territorio. El antropólogo Diego Milos logró acceder a los manuscritos y se encontró con una tarea titánica, rica en información inédita y anécdotas sabrosas, a la que Gay dedicó sus últimos años de vida. Fue, por desgracia, la única obra que escribió en francés, porque los chilenos, según comprobó, no tenían el menor interés en el tema.

Por

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Grabado de Claudio Gay

Sólo dos personas han leído las 800 carillas de “Usos y costumbres de los araucanos”, obra de Claudio Gay (1800-1873) que documenta aspectos de la cultura mapuche del siglo XIX sobre los que no hay registros parecidos. La primera de esas personas es un viejito francés que vive –si todavía vive– en Draguignan, el pueblo natal de Gay, unos 850 km. al sur de París. La segunda es el antropólogo chileno Diego Milos (35), quien además completó la transcripción de los originales –unas 640 páginas de Word– que había iniciado el anciano. La historia de cómo Milos accedió a esos originales no merece ser omitida.

“Hace unos diez años, yo estaba investigando el rol de los curas franciscanos en la Pacificación de la Araucanía. Y un día, el antropólogo Rolf Foerster me cuenta que Claudio Gay escribió algo muy largo sobre los mapuches, y que el historiador Rafael Sagredo tenía las fotocopias de un capítulo y quería traducirlo. Traduje ese capítulo, pero quedé pegado con el tema”, recuerda Milos. Sagredo le contó que el resto del libro estaba en Draguignan y que lo había encontrado un tal Luis Mizón, un chileno radicado en Francia. En 2007, Milos ganó una beca para cursar un doctorado en la Escuela de Altos Estudios de París y allá contactó a Mizón. “Él me confirmó que el manuscrito estaba en Draguignan, pero me dijo que por el momento no podía ayudarme, así que mejor buscara lo que él había escrito al respecto en su libro sobre Claudio Gay. Leí el libro, pero no decía casi nada sobre esto”.

Milos partió entonces a Draguignan, donde un grupo de jubilados mantiene una “sociedad científica”, cuya joyita, desde luego, es el manuscrito de Gay. El viaje fue en vano. “No, no te lo puedo mostrar. Tienes que hablar primero con Luis Mizón”, le dijo al cabo de cuatro días el jefe de la Sociedad, hoy alcalde del pueblo. De vuelta en París, Milos decidió visitar personalmente a Mizón, quien finalmente le dio la pasada. Un año y medio después de su primera visita, regresó a Draguignan. Esta vez le ofrecieron alojamiento y hasta le hicieron una nota para el periódico local.

El esperado momento en que le entregaron los manuscritos careció de toda solemnidad: “Me pasaron una caja de cartón. La abro y me encuentro con 22 carpetitas, y adentro de cada carpetita unos pequeños folletos –en total unos 800– escritos con una letra enana. No sé cuánto costaba el papel en esa época, pero parece que Gay era muy ahorrativo”. Cada carpetita resultó ser un capítulo del libro, dedicado a una dimensión específica de la cultura mapuche: “Casas”, “Comida”, “Guerra”, “Religión”, “Astronomía”, “Lengua”, “Entretenimientos”, etc. “Estuve veinte días revisando esos papeles. También me dieron las imágenes digitalizadas. Un viejito de la asociación, el único que en realidad leyó todo eso y que ojalá esté vivo todavía, ya había transcrito una parte, y también me pasaron ese Word. Pasé los siguientes dos años –2008 y 2009– confrontando esa transcripción con los originales y transcribiendo lo que faltaba, que era la parte más pesada”, relata el antropólogo.

CLAUDIO GAY EN CHILE

Esta historia comienza con el hallazgo de otro libro, también en Draguignan, aunque casi doscientos años antes. Claudio Gay nació en dicho pueblo en el año 1800 y allí, trabajando en una farmacia, descubrió un libro de botánica. De esa lectura nació una vocación. Con 18 años, consiguió ir a París a estudiar Farmacia y en sus tiempos libres siguió los cursos del Museo de Historia Natural, por entonces la institución científica más importante del mundo, a la que llegaban animales, plantas y minerales de los cinco continentes para ser clasificados (y cuyo entorno de jardines botánicos y escuelas abiertas al público fue la inspiración de Gay para diseñar la Quinta Normal de Santiago). Era el esplendor del naturalismo taxonómico fundado por Carlos Linneo: todo cuanto existiera en el planeta debía ser recolectado y clasificado por la ciencia.

Gay participa de excursiones botánicas y adquiere algún prestigio, pero todavía no el suficiente para hacer carrera al interior del Museo. Le conviene ser primero un científico recolector, de esos que viajan por el mundo y envían muestras y descripciones a París. Y cuando tiene 28 años, ocurre la coincidencia: un aventurero francés de incierta reputación le propone ir a trabajar como profesor en Santiago de Chile, donde planea fundar un colegio para la élite conservadora del país. Gay acepta. “Pero no porque le interese hacer clases –aclara Milos–, sino porque ve en Chile un territorio inexplorado donde él podría descubrir nuevas especies y, de paso, estampar su nombre en ellas. En ese momento el mapa del mundo tiene zonas que ya están investigadas y otras que son lagunas, y Claudio Gay viene a cubrir una laguna que se llama Chile”.

Gay desembarcó en Valparaíso a fines de 1828 y al poco tiempo el nuevo colegio cerró sus puertas. Pero en 1830, la joven república de Chile decide levantar un catastro científico de todo su territorio. Y se lo encargan a él. El Estado le ofrece un sueldo por recorrer el país durante casi una década y generar lo que, muchos años después, serán los treinta tomos de la Historia Física y Política de Chile, obra cuyo valor no tiene parangón en la historia de nuestra ciencia.

Sin embargo, cuando el científico propone una lista con las materias a investigar –geografía, botánica, zoología, etc.–, anota al final algo que parece una extravagancia: un estudio sobre los araucanos, como se les llamaba entonces. Su cliente, el Estado de Chile, no muestra interés alguno por ese servicio. Y aunque Gay se las arregló en sus viajes para meterse en territorio mapuche, tomar notas y hacer algunos de sus más famosos grabados, no pudo avanzar mucho más. Regresó a Francia en 1842 y desde entonces se dedicó a confeccionar su inmensa obra, incluidos los ocho tomos de nuestra Historia Política, la ingrata labor que le encargó Mariano Egaña y que para él no significó otra cosa que un gigantesco cacho.

Hasta que en 1863, Gay fue invitado a Chile a recibir honores. Y en esa invitación, explica Milos, vio una oportunidad. “Él dice por ahí en una carta ‘esto no me interesa mucho, pero voy a aprovechar de arrancarme a la Araucanía y hacer la investigación que siempre quise hacer’. Y se quedó varios meses en la Araucanía –ya tenía 62 años– haciendo el trabajo de campo para este libro. En un momento clave para la sociedad mapuche, porque está empezando la Pacificación de la Araucanía que la va a transformar dramáticamente. Luego, casi en 1870, quedó liberado de sus obligaciones para con el Estado chileno y en otra carta dice ‘por fin voy a poder dedicarme a escribir este texto’. Y también dice, algo frustrado, que como en Chile no le dieron bola con este proyecto va a escribirlo en francés, porque es un tema que sólo les podría interesar a los franceses”.

GAY EN LA ARAUCANÍA

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Claudio Gay

Entonces, ¿contiene “Usos y costumbres de los araucanos” información realmente nueva sobre la sociedad mapuche del siglo XIX? Muchísima, responde Milos. “Y me atrevo a decir que es la primera etnografía metódica que se hizo sobre el pueblo mapuche. Casi todas las fuentes del siglo XIX son misioneros que quieren evangelizar y militares o funcionarios que quieren conquistar. Gay sólo quiere saber. Por eso ve detalles que a ellos no les interesaban. Además, su principal herramienta son las entrevistas cara a cara, cuando ir a entrevistar a alguien y preguntarle sobre su vida era algo que no hacía nadie. Gay va a la Araucanía y hace las mismas preguntas que hacemos hoy los antropólogos: usted qué come, de dónde saca la comida, por qué come esto y no esto otro. Y habló con caciques famosos de la época, como Colipi. Cuando llegaba a un lugar, lo primero que hacía era preguntar dónde estaba el quimlo, el viejo sabio, para ir a entrevistarlo. Y lo primero que pregunta es cómo le llaman ellos a cada cosa”.

Así, por ejemplo, en el capítulo “Astronomía” escribe sobre los nombres que dan los mapuches a las constelaciones estelares: “La Cruz del Sur es su peinon choique, que significa ‘huellas de patas de avestruz’; la Cola del Escorpión es malalhuaca, que significa ‘corral de las vacas’; las Pléyades son gaupagni que me tradujeron como un puñado de papas; el Triángulo, laqui, porque las tres estrellas están organizadas como si representaran las bolas de una boleadora […] y las de Capricornio se llaman quithranthrehua, los Testículos del Perro”. El cielo nocturno, por cierto, también era un instrumento altamente sensible para medir el tiempo. Desde la duración de los meses, que respondían a una original combinación entre las fases lunares y las de la vegetación (por lo que no eran períodos exactos), hasta la repartición de los turnos para cuidar a los caballos durante un viaje, que respondían a la posición de ciertas constelaciones en relación a un planeta o una montaña. Para medir el espacio, en tanto, existían unidades de medidas como el “caballo”, equivalente a la distancia que podía correr un caballo a todo reventar antes de extenuarse. Este dato resultaba vital en contextos bélicos, pues para tener cubierta una ruta en caso de emergencia, era preciso ubicar caballos a “un caballo de distancia” a lo largo de todo el camino.

En el capítulo “Medicina – Adivinos”, Gay distingue a los machis de los Ampives, médicos que curaban dolencias buscando causas empíricas y no ocultas. Entre ellos identifica al Gicunve, encargado de producir sangrados enterrando una piedra de obsidiana en la vena del paciente; al Cataveche, que trataba las enfermedades dolorosas haciendo un hoyo en el lugar del dolor con un cuchillo o la punta de un hierro caliente para formar una especie de ampolla; al Entuvurove, encargado de arrancar dientes, entre cuyos métodos se contaba quizás el más excéntrico jamás concebido para este efecto: amarrar al diente un nervio de caballo que por el otro extremo era amarrado a un árbol, para luego acercar al paciente un tizón con fuego prendido hasta que se viera forzado a arrancar, de modo que el diente quedara colgando del cordel; o al Uluve, dedicado “a las operaciones más sucias y las más asquerosas, como por ejemplo chupar con la boca la pus y todas las secreciones que vienen después de la apertura de un absceso. Estos médicos inspiran mucho desdén”.

VALENTÍA Y ELOCUENCIA

Curiosidades aparte, Diego Milos sostiene que la visión de Claudio Gay sobre el pueblo mapuche, comparada con las opiniones que circulaban por esos años en la sociedad chilena, resulta claramente más positiva. “Es alguien que los respeta. Destaca valores como la valentía, la hospitalidad, la generosidad, e incluso considera muy deseable que su entereza y fuerza de carácter logren permear a la sociedad chilena. También está consciente de que se han cometido injusticias con ellos, y ya advierte que hay un problema con la propiedad de la tierra”.

Muy influido por las ideas de Rousseau, Gay creía reconocer en la cultura mapuche los vestigios de una civilización avanzada y noble, cuya fuerza y pureza habían entrado en decadencia tras las sucesivas invasiones de incas, españoles y chilenos. Una noción anticuada, pero con un ingrediente interesante: las pruebas mejor conservadas de esa grandeza las encontró en su lengua, en la que descubrió una serie de ventajas –como su carácter aglutinante– que la volvían especialmente versátil para componer neologismos y crear nuevas ideas. “Esta lengua merece la atención de los filólogos por la riqueza de sus expresiones, a la vez vigorosas, sonoras y armónicas, por sus formas gramaticales y, sobre todo, por el estado de perfección al cual llegó alguna vez”, escribió. El diccionario que confeccionó de esa lengua, con más de doscientas entradas, es sin duda uno de los aportes más significativos de su libro.

Otro rasgo que admiró fue la elocuencia y la elegancia de los oradores mapuches. La cuidadosa selección y entonación de las palabras, según observó, eran atributos extremadamente valorados, en los que podían jugarse muchas cosas. Para ilustrar la importancia que podía tener el arte de la conversación, cuenta la anécdota de un hombre que habló durante tres días sin que nadie dejara de escucharlo. Y hasta menciona unos juegos de penitencias para sancionar a quienes se quedaban dormidos en el medio de interminables alocuciones.

Sin embargo, lo que más parece admirar Claudio Gay de los mapuches es el estoicismo de su carácter. La impasibilidad de su expresión, por ejemplo, a la hora de resistir el dolor: frío, hambre, incluso torturas. Atributo que también estaba asociado a esa valoración de la fuerza física que formaba parte de la educación temprana del hombre mapuche. “Hay cosas que vio Gay que hoy podrían sonar violentas –afirma Milos–. Por ejemplo, cómo educan a los niños para que aprendan a pelear desde chicos. Las madres mantienen un poder casi total sobre sus hijas, pero el hombre, mientras antes de independiza de su madre, mejor. Independizarse significa andar afuera de la ruca corriendo, peleando, buscando animales. Una cultura del juego muy centrada en la fuerza, la agilidad, que en definitiva son valores para la guerra. Cuestión muy explicable como respuesta a la violencia que tuvieron que enfrentar de parte de los españoles”.

PASAJES INCÓMODOS

El componente más sabroso de estos manuscritos inéditos son las historias y anécdotas que Claudio Gay narra en primera persona, pero éstas podrían ser también su fuente de controversia, pues no todas pasan el test de la corrección política actual. El propio autor advierte que tratar de entender a una cultura distinta según los parámetros de la propia supone un mal comienzo, pero no se abstiene por ello de lamentar algunas de las escenas que atestigua o le son narradas. Las más folclóricas tienen que ver con las borracheras, que a sus ojos de recatado hombre europeo degeneran en juegos y bailes obscenos. Se despacha este párrafo sobre la danza del racimo: “Aquí caemos más bajo que en los lupanares de los antiguos romanos, lo cual es bastante extraño para un pueblo que actúa con tanta severidad en contra de la mujer adúltera. El araucano, incluso cuando no está completamente borracho, es muy liberal en su conversación, y habla de las cosas más indecentes delante de sus hijas y de sus hijos. Va incluso más lejos cuando, ya aturdido por el movimiento de la bebida, se despierta esta embriaguez de los sentidos y la alegría que lo lleva a besar a sus mujeres delante de todo el mundo y a entregarse sin ningún pudor a actos que las sombras del misterio velan en cualquier otro lugar”.

Pero más incómodos son los relatos que dan cuenta de prácticas crueles, en el contexto de severos ajusticiamientos. “Cualquier individuo que no muere de una muerte violenta, se entiende que fue víctima de un maleficio, y los adivinos son los encargados de descubrir al autor”, informa Gay, aludiendo a una creencia cuyo arraigo en la sociedad mapuche ya ha sido comentada por otros antropólogos, y por la cual generalmente las machis pagaban el pato. Prosigue Gay: “Son las mujeres y los niños los que están más expuestos y que son sacrificados a esta criminal y extravagante credulidad. Las víctimas son bastante numerosas, sobre todo cuando muere un cacique, acontecimiento fatal que provoca estos actos de barbarie. […] Los sacrificios que les hacen sufrir varían según las tribus, y pueden llegar al nivel de tortura para obligarlos mediante el sufrimiento a denunciar a los cómplices”. Acto seguido, describe una sesión de tortura –que le fuera narrada por Cayulán– a una mujer acusada de envenenar a la difunta esposa del cacique Inal, según el veredicto de un prestigioso un adivino de Tucapel. Las mujeres adúlteras, según el libro de Gay, no solían correr mejor suerte.

LOS MISTERIOS DE LA HUMANIDAD

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Páginas del manuscrito

Claudio Gay era un científico católico, y su capítulo sobre la religiosidad mapuche es uno de los más notables de “Usos y costumbres de los araucanos”. No sólo porque testimonia una religión mucho más centrada en el culto al sol que a la tierra –al revés de como la entendemos hoy–, sino porque Gay busca en esa religión algo más que pura información. Ser un naturalista, en su tiempo, aún significaba leer en la naturaleza el libro que Dios escribió sobre la Tierra, cuando creó a todas las especies de una sola vez y para siempre. “De hecho, Gay alcanzó a leer a Darwin y le costó digerir sus ideas –apunta Milos–. Él cree en el Diluvio. También cree en la Atlántida, que podría explicar el poblamiento de América. De ahí que en la cultura mapuche él está buscando rastros de lo que podríamos llamar el pueblo original, y de cómo ese pueblo fue poblando el planeta. Para escribir este libro leyó muchísimo sobre otros pueblos ‘primitivos’, entonces compara lo que hizo tal machi con lo que otro viajero observó en Tahití, por ejemplo. Es muy interesante su esfuerzo por buscar esas relaciones y descubrir lo que él llamaba ‘los misterios de la humanidad’. En el fondo, detrás de su gigantesco afán de objetividad, es eso lo que está buscando: entender qué pasó después de la Torre de Babel. Así que es una etnografía muy científica en su método, pero muy poco científica, desde la perspectiva actual, en cuanto al sentido que le quiere dar a todo esto”.

Esto último parece dar a la figura de Claudio Gay un cierto relieve trágico, propio del mártir que sacrifica su vida entera a una causa destinada a derrumbarse (y que, de hecho, colapsa casi en simultáneo a la propia muerte de Gay). Una suerte de último mohicano de ese viejo naturalismo que vivía sus años de gloria cuando él se embarcó rumbo a Chile, y al que se entregó con tal devoción que se convirtió, como lo visualiza Milos en sus manuscritos, en un hombre que vivía fuera del tiempo: “En los años 30, podía haber una guerra civil y él estaba cazando mariposas. Y en los 60, mientras los misioneros o los militares describen la Pacificación de la Araucanía, él está describiendo el color de los dientes de los mapuches. Imagínate que, en 1831, él viajó a Francia a conseguir instrumentos y plata, y le fue mal. Pero en una carta dice ‘lo bueno es que me comprometí para casarme con tal mujer, y ella tiene mucha habilidad para el dibujo, así que me será de gran utilidad’. Se terminaron divorciando, obviamente. Su mundo era registrar el mundo. Tú revisas sus cuadernos de viajes y ves un apunte sobre las moscas, otro sobre el trigo, otro sobre algún rito religioso, otro sobre tal palabra mapuche… Es un ojo que está recorriendo Chile anotándolo todo. Para después clasificarlo todo”.

Semejante voracidad obligará a un trabajo de edición muy exhaustivo antes de publicar “Usos y costumbres de los araucanos” (para lo cual no hay, por el momento, proyectos editoriales avanzados). Gay redactó el texto y luego agregó una multitud de notas al margen indicando dónde debía insertarse cada una, pero murió antes de ordenar la edición definitiva. También dejó decenas de notas al final de cada capítulo, clasificadas según un sistema de códigos que remiten a otras tantas referencias desperdigadas en otros textos.

Lo que nunca hizo Claudio Gay fue retomar su carrera en el Museo de Historia Natural de París. A cambio, fundó el de Santiago. Tampoco intentó deslumbrar al mundo con las numerosas especies que descubrió en nuestro territorio: volvió a Francia, paradójicamente, a escribir sólo para Chile. Es muy sugerente comparar su destino con el de Charles Darwin. Ambos se conocieron el año 1834, justamente en el sur de Chile, y según cuenta Darwin en sus diarios, sostuvieron interesantes conversaciones. Hasta ahí, podía hablarse de dos naturalistas similares recorriendo los confines del mundo. Pero los caminos que tomarán en adelante no pueden ser más inversos. Así lo plantea Milos: “Gay se queda en Chile para describir intensamente un solo territorio. Darwin viaja por el mundo comparando las especies de cada región, y eso le permite concebir la teoría de la evolución que va a echar por tierra el universo explicativo que inspira a Gay. Y Darwin se convirtió en el gran naturalista, y Claudio Gay es un naturalista completamente olvidado. En Francia nadie sabe quién es, ni siquiera en la comunidad científica”. Suena triste, pero no lo fue. Lejos de lamentarse, la idea de haber sido “el científico de un país” sedujo a Gay hasta el final de su vida. Y claro, se le pasó la mano. Tanto que ese país todavía no termina de descubrir su legado.

CURIOSIDAD INSACIABLE
Los cuestionarios que preparaba Claudio Gay antes de salir a terreno se pueden leer como documentos valiosos por sí solos. Lo que sigue es sólo un fragmento de su cuestionario sobre el ítem “Ideas”: “Qué idea tienen de Dios – del diablo – del alma – de la vida – del cielo – del sol – de la luna – de las estrellas – de los volcanes – de los terremotos – de la luz – del arcoiris – de los vientos – de la lluvia – del trueno – de los rayos – del mar – de las aguas minerales – de la muerte y de adónde van – del ruido de los cañones – pronósticos felices – infelices – de sus ancestros – si la mujer es inferior – de un niño que nace muerto o con alguna enfermedad – qué animales son buenos o malos pronósticos – de la viruela o cualquier otra epidemia – del corazón – de los vegetales útiles o perjudiciales – qué opinan de los negros – de los blancos – de los rojos – de los rubios […] preguntar qué opinan del ferrocarril – de las fotografías – si hay otra vida – qué sucede con el alma – si los animales tienen un alma – describir su idea del lugar adonde van sus almas – si ellas vuelven a verlos – si hay un lugar para los locos y para los malos – si saben su edad – cómo”.

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