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Opinión

20 de Octubre de 2016

Rocío, la hija menor de Radrigán: “Él siempre me apoyó en mis cosplay, me ayudaba a coser los botones de mis trajes”

Rocío nació cuando Juan Radrigán tenía 60. La diferencia de edad entre ellos nunca fue tema. Ella estudia cine en la Universidad Mayor, es aficionada al animé y cuenta cómo fue crecer siendo hija del dramaturgo, quien la ayudaba a confeccionar sus trajes cosplay, pese a que él no entendía mucho su onda. Flavia (52), en cambio, trabajó durante años junto a su padre en el teatro y ahora planea lanzar los cuentos inéditos que él dejó. Ella está segura que el espíritu de su papá seguirá rondando en los teatros: “Yo creo que mi padre no está muerto...Un día se va a levantar y se reirá de todos nosotros”.

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¿Juan Radrigán cómo era siendo padre?
-Era muy distinto a cualquier otro papá. A pesar de que él trabajaba en la casa, no siempre lo veía, pero se hacía un tiempo para estar con nosotros. Tomábamos siesta juntos, que eran momentos muy bonitos.

¿Era muy estricto?
-No, era muy permisivo. Claro que cuando hacía falta, ponía mano dura. Cuando llegaba tarde, él era el más molesto. Se preocupaba bastante porque no dominaba mucho el teléfono. Entonces, cuando mi mamá estaba trabajando, se asustaba mucho, porque no sabía a quién llamar. Siempre me retaba por eso.

La edad debió ser un tema para ambos. Cuando naciste, él tenía 60.
-Siempre me pasaba que mi papá no era de la misma edad que los otros papás. Pero en realidad nunca me ha importado, siempre salía a defenderlo. Me acuerdo que en tercero básico, mis compañeras me empezaron a molestar porque mi papá era mayor de edad. Y yo les respondí que “mi papá era un artista, y que era mucho mejor que sus papás”.

¿Pero nunca fue un problema la edad para él?
-Al principio él estaba muy asustado por tener una hija a esa edad. Pero con el tiempo se fue dando cuenta que no era tan difícil. Como que los roles estaban un poco cambiados: Fue padre y abuelo a la vez, cumplió con ambos roles.

¿Hay alguna anécdota que recuerdes sobre eso?
-Cuando tenía como cinco años, muchos papás de mis amigas jugaban con ellas, pero mi papá no. Y lo obligué a que se subiera a un resfalín, y se subió conmigo. Fue como el hito más importante de cuando era chica. Obviamente quedó postrado en el suelo, pero quedó contento. Después nos reímos con mi mamá, fue un momento muy bonito entre los tres.

Tú estudias cine, ¿las enseñanzas de tu padre influyeron en tu visión artística?
-Sí, me quedaron muy marcadas las enseñanzas que me dio en su momento. Él me decía “no hagas esto”, “esto puede ser visto de otra manera”. Siempre pienso en eso mientras estoy haciendo trabajos. Lamentablemente, ya no puedo ir a su pieza a preguntarle dudas que tengo. A veces nos quejábamos porque no le gustaba que entráramos a su pieza. Era su momento de creación, su trabajo.

A ti te gusta el animé, ¿él qué decía al respecto?
-Me apoyaba. De hecho, me gusta mucho hacer cosplay y él era la primera persona en decirme “compra tal peluca o tal tela”. Cuando era chica a veces me acompañaba a los eventos, después fui con mis amigas a medida que crecí.

¿No le parecían raros ese tipo de eventos?
-Como todos los papás, le parecía un poco raro. Era un mundo ajeno para él. Pero le gustaba mucho como la actuación, y le parecía muy atractivo la preparación de vestuario. Nunca puso ningún problema, a veces reclamaba cuando estaba haciendo un traje y lo encontraba muy escotado. Decía que le pusiera algunos centímetros más a la espalda. Siempre estaba preocupado del qué dirán, me decía que tuviera cuidado y fuera con hartos amigos. Como era la hija menor, él era muy sobreprotector con esos temas.

En una entrevista te describió como media pokemona, así que no sé si tenía muy claro el concepto de cosplay.
-Ja,ja, ja… nunca lo tuvo claro, no sabía cómo catalogarlo. Pero siempre me apoyó, de hecho él me compró mi máquina de coser para que yo empezara a hacer mis cosas. Ahí compartíamos mucho. Mientras yo cosía, él me hablaba. Me preguntaba cómo había aprendido a hacer esas cosas, y también me ayudaba, porque fue obrero textil, así que también sabía de telas y me ayudaba a coser los botones de mis trajes.

Él era bien chucheta, ¿no te decía nada si tú decías algún garabato?
-O sea, a él le gustaba el garabato bien puesto. Entonces, cuando era algo aceptado, obviamente se reía. Pero nunca le gustó la gente ordinaria que decía una frase completa con seis garabatos de una.

¿Hablaban de sexualidad?
-No, él era muy conservador en esos aspectos. Aun cuando yo era más grande, me seguía viendo como una niña. Como que dejaba que yo descubriera más esas cosas. Cuando chica mi mamá me regaló un libro donde me explicaban esas cosas. De preservativos tampoco, sólo cuando salía en las noticias.

¿Sientes que tu papá entendió mejor a los jóvenes de esta generación gracias a ti?
-Sí, pero en realidad yo no voy a carretes. No soy como muy representativa de esta juventud, ja,ja. Soy muy casera, me gusta juntarme con mis amigas en mi casa, y de día.

¿Qué fue lo primero que leíste de él?
-Es difícil, como que siempre leía pedazos de cosas que él hacía, aunque él siempre se enojaba porque no le gustaba que leyera todo tan disperso. Pero veía las obras montadas. Creo que mi obra favorita es Diatriba de la empecinada. Más que nada porque tiene una carga personal, porque mi mamá actuó varias veces, y a ese texto se le hizo arreglos en conjunto.

Tus medios hermanos rescatarán cuentos inéditos de tu padre. ¿Tienes en mente cultivar su legado?
-No me gustaría agarrarme de sus logros. Obviamente que siempre tendré en mente todo lo que hizo, pero no me gustaría aprovecharme de él. La verdad es que me gustaría hacer mi propio camino.


 

Flavia Radrigán:

“Si él pudiese verse en su ataúd, ¡saldría arrancando del cajón!”
Muchos me pueden decir la ‘Radrigán chica’, pero soy su hija no más. Aunque también me gusta escribir, no sé si llamar a eso herencia. Pero me siento su hija, y su amiga. Era un padre fuera de serie. Estaba siempre fuera del margen. Listo para saltar de un lado a otro. Sobre la palabra margen, a él no le gustaba que calificaran su trabajo como marginal, y yo estaba de acuerdo. Porque él no escribía desde la marginalidad, sino que desde el corazón y el estómago de forma universal. No estaba en el borde de la escritura. Él no veía a la gente por los bordes, él las veía en su integralidad. A lo mejor eso era el margen, porque no encasillaba a las personas.

Estábamos por sacar un libro de cuentos maravillosos y terminaré ese proyecto. Él dejó cuatro en mis manos. Él escribía uno, yo escribía el otro. Lo íbamos a sacar entre los tres, con el Juan (su hijo mayor), que escribió algunos microcuentos. Los tres Radriganes, las tres erres. Dejó harto material inédito que será una tarea recopilarlo. Un legado tan rico que no va a morir, porque hay tanto alumno, tanto chiquillo con energía y ganas de hacer cosas que lo mantendrán vivo siempre. Él siempre va a volver. Acuérdate que va a andar penando por los teatros.

Yo creo que mi papá no está muerto. Creo que es una performance que está haciendo maravillosa. Por algo lo velaron en el Teatro Sidarte, que era como su segunda casa. De repente se va a levantar y se reirá de todos. O va a venir a penarnos como locos. Si él pudiese verse ahora en su ataúd, ¡saldría arrancando del cajón! Él hubiese preferido que lo tuvieran ahí sentado en el teatro, bien amarrado a la butaca”.

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