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LA CARNE

28 de Enero de 2020

El desafío del toque de queda, o mis cuatro novias

Agencia Uno

"A esa edad, pedalear era algo tan sencillo y natural. No logro imaginar ahora a mi edad cuando Piñera volvió a instaurar el asqueroso toque de queda, desafiarlo nuevamente, aunque sí, tuve hartas ganas durante esos días de “jaleo” como le puso una muy buena amiga mía", escribe Benjamín Galemiri.

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En los repugnantes años setenta de la asquerosa dictadura chilena, había algo que me llenaba todo entero, y era desafiar el toque de queda. Yo era un lolo, y no sabía lo que era el miedo, y tomaba algunas de las bicicletas de mis novias, subía los asientos, llenaba de aire los neumáticos, y salía a la calle a desafiar el toque de queda. Pero tenía un  supra-objetivo sexy y maravilloso, ir de visita las casas de mis novias.

En el camino de Las Condes hacia Vitacura, donde vivían estas jovencitas hermosas y llenas de erotismo, varias veces escuchaba a lo lejos sonidos de metralleteo incesante, y a veces hasta gritos, algo escalofriante sin duda, pero mi libido estaba tan alta, que seguía mi recorrido temerario por las calles de Santiago hacia mi objetivo de encontrarme y tener sexo con mis novias.

Algunas veces camiones de militares casi en su mayoría soldados rasos muy jóvenes, casi adolescentes, me detenían, algunas veces me las sacaba a punta de buenas historias plagadas de humor, otras veces me iba detenido rodeado de estos pobres muchachos obligados a la represión, ya en la cárcel yo les hablaba a los oficiales de que tenia a mis lindas novias esperándome, y que la única manera de tener relaciones sexuales con varias, era dentro del horario del toque de queda. Fascinados por mis historias patéticas, me soltaban, se sentían como patrocinadores de la libido masculina hacia la linda mujer chilena.

Todo era un asco, es cierto, esos militares que quién sabe qué mierdas habían hecho con el uso de la violencia y la tortura. Una vez estuve a punto de ser torturado, pero la foto de la más linda de mis novias me salvó. Al final, ya me conocían, eran los mismos camiones, y me dejaban pasar, en mi interior odiaba con furia al hijo de perra de Pinochet que me privó de tantos amigos y amigas tan queridos.

Pero algo tenían esas noches de desafío del símbolo más fascista de la inmunda dictadura el toque de queda, y  si no iba a estar en el FMPR, por lo menos era una especie de guerrillero del sexo y del amor.

A esa edad, pedalear era algo tan sencillo y natural. No logro imaginar ahora a mi edad cuando Piñera volvió a instaurar el asqueroso toque de queda, desafiarlo nuevamente, aunque sí, tuve hartas ganas durante esos días de “jaleo” como le puso una muy buena amiga mía directora de una editorial muy prestigiosa, los diarios hablaban del estallido social, pero ella me dijo por eso la palabra “jaleo”, que me pareció tan acertada, es una palabra tan española, tan cómica y al mismo tiempo amenazante, y llena de un humor desesperado, que es el mejor sentido del humor que podemos tener, sobre todo a partir de la frase del gran escritor y filósofo argelino, el Premio Nobel Albert Camus: “El humor, es la cortesía de los desesperados”, ciertamente el estallido social o mejor aun el “jaleo” me recordaba a mí y a todos los de mi generación  en el actuar de la derecha llamando altiro a los militares a la dictadura, y eso me llevó al recuerdo precioso de mis bicicletadas de los años setenta rumbo a mis lindas novias.

La primera parada era en la calle Las Hualtatas, epicentro de varias ridículas fiestas para quienes estudiábamos en la Aliance Française, allí estaba Karen, una belleza chilena de origen holandés, generosa de pechos, de labios, con una melena estremecedora, me hacía pasar por la puerta de atrás, y yo, cual héroe de alguna película estúpida, caía en sus brazos y comenzaba mi primera faena sexual con esta novia número uno, bella como la noche, inquieta como el atardecer, en esta especie de sótano teníamos sexo sin ningún tipo de reglas, todo era posible, yo podía disfrutar tanto de la amorosa posición del misionero como de las trepidantes sodomizaciones, podíamos gritar también porque estábamos en el sótano de la casa familiar, y a veces todo estaba cruzado de nuevo por los metralleteos de los hijos de perra fascistas de los milicos, pero parecía como si el erotismo vencía a todo en el mundo y podíamos ser felices desnudos, como Adán y Eva, éramos los primeros habitantes de la tierra, en esa época de máxima juventud uno podía tener 20 orgasmos seguidos, y Karen tenia posiblemente 40, esta multiorgásmica chica  de la alta burguesía pero de izquierda. Me sentía como los amados cineastas italianos marxistas pero aggiornatos, por ejemplo el imperial Michelangelo Antonioni, marxista a la europea, con un Lamborgini del año, y rodeando con su brazo a la impresionantemente bella Mónica Vitti. Luego, como le gusta(n) a las mujeres, me quedaba un buen rato abrazado a Karen, despidiendo un poco de amor a tanta sexualidad. ¿Tienes hambre? me preguntó la muy hermosa. “Siempre tengo hambre”. Me  trajo un sándwich de jamón queso derretido. Más me valía comerlo, tenía por delante varios desafíos con otras exquisitas hembras que me esperaban.

Lo divertido de todo esto, era que todas se creían las únicas amantes mías, de hecho al rato me despedí de Karen con un beso a la francesa, y le prometí llamarla cuando llegara a casa, cosa que hacía , pero a escondidas de la siguiente casa de la otra novia. En mi pedaleo, subí un poco más por  Las Hualtatas, y entré de lleno en el Vitacura profundo. Nuevamente escuchaba los metralleteos en medio de esta noche sexy, era repelente ese sonido y a veces acompañado de gritos. Apuré la marcha, y llegué a mi siguiente destino, la muy bella parisina Constance, casi una niña, pero equipada como la mismísima Brigitte Bardot, y como en esa época yo estaba enamorado de la Brigitte Bardot, Constance suplía perfectamente ese deseo inmenso. Constance, como buena europea, me esperaba fuera de su casa, fumando Gitannes. Apenas me vio se abalanzó sobre mí y me beso largo largo camino hacia el deseo. Entramos por la puerta principal, donde ella vivía con sus padres, quienes me vieron entrar, me saludaron a lo parisino: “Ça va Benjamín?” “Oui, ça va tres bien”. Y Constance me llevaba hacia su habitación donde podía degustar las mejores posiciones sexuales de la historia, conducido por esta mujer muy joven pero muy sabia, y ahí le encontraba razón a Sting cuando hablaba que practicaba el sexo mántrico con su esposa durante 12 horas. Yo no podía quedarme 12 horas por muchas razones, pero por sobre todo porque me faltaba aún visitar a las dos últimas novias de esta bendita y maldita noche santiaguina.

Constance puso Led Zeppellin en el tocadiscos, y me invitó a bailar con ella. Desde luego esta parisina se las traía. Luego del baile, nos despedimos, y subí a la bicicleta, que no me acordaba de cual de mis cuatro novias era, el hecho es que cada una de ellas reclamaba propiedad de ella. En mi camino serpenteado hacia la tercera novia, otro camión de militares me detuvo. Un sargento, posiblemente, me apuntó con  su rifle. “Qué haces a esta hora niño?”, me dijo con un tono falsamente patético. Lo que quería era dispararme por cierto, en esos momentos, los fascistas podían hacer lo que quisieran. “Voy a visitar a mi novia” le dije. Y siempre esa respuesta era el ábrete sésamo. No sé por qué, hasta el día hoy no comprendo, pero mi misión sexual entretenía a estos fachos, y me dejaban partir.

Jezabel me esperaba en llamas. Esta hebrea-chilena, era muy poderosa mujer, una mujer de piernas, y como yo era un  hombre de piernas de mujeres, me dejaba enredar en sus fabulosas piernas Premio Jane Fonda, ella y yo, judíos chilenos, esa mezcla que puede ser muy cómica y al mismo tiempo muy penetrante, esta chica era la candidata ideal para ser mi mujer de mi madre. Mientras estábamos en plena faena, Jezabel combinaba los gemidos con comentarios cuando escuchaba los metralleteos, porque era una judía chilena marxista, explosiva y sexy mezcla. Era el alba casi en Santiago, y todavía me faltaba mi última novia.

Me despedí de Jezabel, y seguí mi ruta hacia mi cuarta novia.

Cuando por fin llegué a encontrarme con mi cuarta novia de la noche santiaguina, Vicky, me recibió alegre, y tuvimos sexo largo largo camino hacia el éxtasis.

Había descubierto la pólvora, podía tener cuatro novias, podía tener sexo en un mismo horario gracias a esta asquerosa medida fascista del toque de queda, y por cierto yo creía que había inventado la pólvora sexual. Todas mis novias eran marxistas, eran inteligentísimas, pero no sabían que las estaba engañando. O quizá sí, y el engañado era yo. Como ha sido toda mi vida con las mujeres, en las que me creo que soy el que lleva la delantera ellas finalmente son las adelantadas. Imaginé que entre ellas conversaban, sabían, y se reían de mí, pensando que yo las utilizaba  para mi placer, eran ellas las que me utilizaban.

Cuando por fin llegué a la casa de la cuarta novia, ella me recibió muy alegre.

Bueno, si, la vida es muy cómica, no cabe duda.

Pero el estallido social o el “jaleo”, me recordó mi desafío al toque de queda y mis cuatro novias simultáneas.

Solo la juventud te puede entregar un regalo como ese.

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