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Cultura

25 de Octubre de 2016

La belle époque de una feminista aristocrática

Más recordada hoy por sus legendarias sesiones de espiritismo, Carmen Morla Lynch (1887-1983) fue una de nuestras primeras escritoras feministas y una aristócrata a la vanguardia de su tiempo. Hija de padre diplomático y madre aficionada al arte (esculpida por Rodin), su infancia transcurrió entre Europa, Japón y América. Ediciones UC ha publicado “Las Morla”, recopilación de los diarios que escribió entre los 5 y los 15 años, con ilustraciones de su hermana Ximena. Cuando escribe los fragmentos que acá compartimos, Carmen tiene 5 años (seguramente los reestructuró después) y su familia se ha trasladado al Tirol austríaco, luego de que su padre y el jefe de éste, Alberto Blest Gana, renunciaran a sus cargos diplomáticos en Francia en el contexto de la Revolución del 91.

Por

Diarios-de-infancia-de-Carmen-Morla-Lynch-pintura
Ilustración de Ximena Morla Lynch

7 de marzo de 1892
La fraülein no vino hoy. Íbamos a ir al kindergarten pero Mitzi [muchacha al servicio de la familia] no salía nunca y cuando bajamos con Carlos, en el diminuto vestíbulo me dijo: Regarde… Sobre la horrible carpeta de flecos de la mesita había muchas piezas de plata y billetes sucios. “Aquí tenemos para comprar fruta y llevarles a todos los niños y las monjitas”, dijo Carlos. Yo: “¿Pero de quién es todo esto?” Carlos dijo: “De nosotros, que lo encontramos. Échate lo que quieras en el abrigo, yo en el mío, pero vamos luego sin Mitzi, para poder comprar”.

Nos fuimos, los bolsillos llenos; yo cogí las monedas, los billetes no me gustaban. Eran dos cuadras y media. Llegamos a la carpa de la frutería italiana.

Carlos tomó mis monedas y las suyas y empinándose las puso sobre el mostrador. La fresca muchacha italiana rió y dijo: “¡Ma che cosa!” Carlos le contestó en alemán: “Denos lo que quiera”… “Sera di tutto un poco…”, dijo ella y ayudada de un muchacho y un hombre llenaron una canasta de manzanas, peras y naranjas, que no pudimos levantar.

Vimos de lejos a Mitzi que avanzaba y esto hizo que prefiriéramos llenarnos los bolsillos y delantales y abandonar el resto. En esto vino un curita con su sombrero con un fleco azul que le colgaba. Deseaba comprar fruta para su escuela, le tiramos la chaqueta y le dijimos: “¡Señor sálvenos!, no sabemos qué hacer con esa canasta tan grande y pesada, llévesela usted a su escuela… Adiós, adiós…” y atravesamos la calle para internarnos en una callejuela vecina donde estaba el kindergarten. Esperé que pasara un burro con una vieja y su carretoncito y miré para atrás, divisé a la muchacha que discutía con el curita y gracias a Dios, el curita saludó y agarró la canasta alejándose a grandes pasos.

Carlos me dio un tirón fuerte y corrió conmigo y nos metimos al kindergarten por un portón.

Ese día no abrí la boca, no entendí lo que hablaba la monjita, era un susurro, llevaba mucha tristeza y me sentía mal. Dicen que me quedé dormida en la banqueta y desperté en brazos de la madre, pero contenta.

No recordé más lo de la plata y la fruta pero me sentía mal y no abrí la canastita, pedí agua y después de un vaso entero, pedí más. Solo por la demora de Mitzi que no llegó nunca, con Carlos recordamos todo. Nicolasa [una de sus hermanas] no había venido al kindergarten, en vez de Mitzi vino la otra, una muy antipática. La encontramos en el camino (era Emma).

“Allá las espera su mamá con la zapatilla roja”, nos dijo deleitada… (con la zapatilla mamá nos pegó), la zapatilla quedó lacia. “Era el sueldo de todas las empleadas”.

Nos acostaron sin comer nada. En la noche, bien tarde, después de haber llorado a mares, sentí crujir la escalita y despacito, a la luz de la lamparilla, sentí que se acercaba un bulto, pensé que era Pluto. Era papá… “Shut…”, me dijo… “no llores, mañana será otro día y mamá los habrá perdonado, Carlos ya se ha dormido”. Él, en sueños, suspiraba.

“Nicolasa ha llorado tanto por ustedes”, dijo papá. Yo sollocé y papá me apretó fuerte contra su corazón. Estoy segura que lloraba también.

Al día siguiente Carlos y yo, muy arrepentidos, golpeamos a la puerta de mamá y le tendimos en un sobre (la devolución entera) y le pedimos perdón. Carlos le dijo: “No sabíamos que se pagaba con dinero”.

Mamá nos explicó tan bien que no entendí nada, solo comprendí que no se debe tomar ni un alfiler ajeno. Entonces no tomaré nada porque nada tengo, todo es ajeno fuera de mi canastito, lo demás no me interesa.

Nicolasa nos abrazó y besó, y dijo que Marguerite se arrancaba los pelos cuando nos pegaban, y ella rezó a la Virgen del Perpetuo Socorro… nunca más, nunca más tomaré nada, parece que es grave.

15 de marzo de 1892
Es que Carlos me enseñó que es con plata que se compran cosas, yo no lo sabía. Las monedas son bonitas y creía que se puede hacer collares, encontraba los billetes como los sellos, pero no me gustaban los sucios. Yo no sabía leer bien todavía, pero me gustaba mucho saber letras y así ver lo que decía. Tengo un silabario en alemán y enseñan bien, con monos.

Mamá es muy buena, ella se enfermó de pena, porque nos pegó demasiado fuerte, esto me lo contó Marguerite, y lloramos los seis con Mitzi, que cuenta que hasta el Pluto lloró en el patio.

Mal me fue en el kindergarten, pues vi todo cambiado. Las monjitas con alas de diablo, todas. En la clase yo reclamé el corderito con una cruz que la madre me había prometido (era de azúcar).

Yo entendí que ella lo había escondido y nadé debajo de los muebles en busca de mi corderito. Mi maestra tenía otra cara, y cuando me enseñaba movía todos los dedos, que tenían largas uñas rojas, verdes, azules y amarillas, y salían rayos.

Llegué a casa y le dije a mamá que no quería ir nunca más porque mi madrecita querida estaba endiablada, le conté mil cosas alarmantes y Nicolasa reía a gritos diciendo: “Carmen está loca…”. Me puso mamá el termómetro pues yo seguía contando, muy agitada, que las monjas me metían miedo.

Tenía 40 grados de fiebre. Me sentía muy mal, no supe más y sólo recuperé conciencia al ver que circulaban alrededor de mí el Rey con su báculo y la Reina preciosa envuelta cubierta de gasas, con capa de armiño, ambos con corona de oro llena de piedras preciosas y el Jaco que me brindaba una bandeja con alitas blancas de mariposas, había muchas doradas que volaban. El Rey, la Reina y el Jaco se multiplicaban (eran de naipe) me ofrecía su corazón y trébol verde oscuro.

Me sonreía la Reina pero iban más y más ligero, por último tanto que era como carrusel y me marearon, creí que caía con mi cama, grité “¡Mamá!” Llegó una extraña que me cuidó muy bien.

Papá vino con un doctor que dijo: “C’est la rugeole” (sarampión).

Al día siguiente yo era una alfombra roja. Creí que eran todas las pulgas de Pluto y dije: “Pluto se libró de ellas”, después pensé que eran las hormiguitas, pero las grandes, que les temía, cuando me explicó lo que era me sentí importante porque ningún niño podía verme. Yo sola en una enorme alcoba, con un reloj enorme frente de mí, con péndulo y letras romanas que la niña me enseñó. Me llenaron de juguetes, mamá una caja con perlitas de color con aguja con hilo rojo. Papá un arca de Noé, mis sábanas eran el mar, mi silabario la tierra donde Noé se salvó.

Fraülein Hafner me trajo casitas de madera pintadas con animalitos y unos campesinos, pero eran pegajosos y los declaré ordinarios. Nicolasa, que ya había tenido sarampión, vino a jugar conmigo.

Qué deseos de ver a Paz, Carlos y Chimène.

Mi convalecencia: no podía caminar sola, mis piernas pisaban como en algodón.

Papá con maleta tuvo que ausentarse, lloré mucho, no quería dejarlo ir, pensaba que se iba a ir por los montes nevados. Mamacita me tranquilizó, me dijo: va muy acompañado con la Virgen, tenía una medalla y también llevaba una cruz de su mamá.

Almorcé sola en el sol con mamacita, una papa muy blanda cocida y mi primera lechuga, tan fresca que guardé una hoja para mi primer hijo.

Diarios-de-infancia-de-Carmen-Morla-Lynch-libro

LAS MORLA
Diarios y dibujos de Carmen
y Ximena Morla Lynch
Edición y notas: Wenceslao Díaz Navarrete
Ediciones UC, 2016, 576 páginas

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