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Opinión

18 de Diciembre de 2016

Columna de Benjamín Galemiri: ¿Mantequilla o frambuesa? El último tango en París

"Esa no es una escena sexual cualquiera. Habla de soledad, de sufrimiento, de religión, del destino del hombre, de la condición humana, mientras Brando sodomiza a la seductora Schneider, le va diciendo imprecaciones llenas de pena y de una nostalgia tan grande que solo en París se puede dar".

Benjamín Galemiri
Benjamín Galemiri
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┬┐MANTEQUILLA-O-FRAMBUESA

Muchos deliciosos mitos han girado en torno a esta monumental película llamada, estruendosamente El Último Tango en París (1972). Sus episodios controvertidos son innumerables, por ejemplo, la muy excitante escena del inicio, cuando un Brando cincuentón, aún en plena forma, folla con la sexy Maria Schneider en un departamento vacío de París arrimándola contra la pared. La escena paralizó al público de todo el mundo y en la reaccionaria Italia produjo un escándalo estúpido debido a la aparente veracidad del acto sexual. La censura corrió a cortar el filme, sacando lo que se llamó “los ocho segundos de Maria Schneider” que, según los inquisidores de la atrofiada censura romana, era el momento que probaba que el acto sexual era verídico, debido al gemido estremecedor, hermoso, y genuino del orgasmo de Maria mientras era aparentemente penetrada por el vanidoso Brando. Esos sagrados ocho segundos fueron cortados por las tijeras del verdugo del arte, aunque muchos años después se repusieron.

Bernardo Bertolucci, el director, y Alberto Grimaldi, el inspirado productor, estuvieron en riesgo de ir a la cárcel por este filme ultra provocador, pero bello como la luna. Yo envidiaba hasta eso: ¡Ir a la cárcel por hacer una gran película! ¡Qué honor!

Naturalmente, cuando se estrenó el filme en estas latitudes, nosotros, que estábamos en dictadura, tuvimos que perdernos tamaño filme por la censura. Recuerdo que escuchaba al encantador crítico, aunque repetitivo, Mariano Silva, contar en la radio el filme que había visto en Europa y yo me la podía imaginar completamente. Sentía que había visto la cinta, antes de verla. En aquellos años yo era un adolescente muy excitado por las mujeres y el cine y me decía: “Galemiri, por qué no hiciste tú esta película”, en una especie de Último Tango en Santiago.

Entre otros escándalos para esta cascada sociedad burguesa, está la estupenda escena en que Brando obliga a Maria Schneider a introducirle los dedos por su ano. Pero lo que colmó la paciencia de los inquisidores fue la más bella de las escenas de sex arte de la historia del cine, la escena de sodomia.

El Último Tango en París es de esas película que, cada cierto tiempo, nuevas revelaciones van poniendo al descubierto más detalles eróticos y sustanciosos. Lo último, es el revival de una falsa confesión del burlón de Bertolucci en la que relata que él y Brando, mientras tomaban desayuno en el departamento donde transcurre la mayoría del filme, y viendo que Brando estaba echándole mantequilla y mermelada de frambuesa a su pan, ambos se habrían mirado, y pactaron el fuerte tono de aquella maravillosa escena, eligiendo la mantequilla como lubricante para sodomizar a Maria.

Porque esa no es una escena sexual cualquiera. Habla de soledad, de sufrimiento, de religión, del destino del hombre, de la condición humana, mientras Brando sodomiza a la seductora Schneider, le va diciendo imprecaciones llenas de pena y de una nostalgia tan grande que solo en París se puede dar.

Por cierto es que todo lo que se diga del sexo explícito de esta película es mentira. Lo más bello es que Bertolucci enciende nuevamente la polémica con la sodomía, juegos del espíritu destinados especialmente a revivir el filme y tienen también, por supuesto, un carácter marketinero en su paso por el DVD y las ya cómicas escenas agregadas.

Para cualquier amante y especialista del cine sexual, como yo, no hay ninguna escena que sea explícita ni que de a entender que ambos actores hayan sobrepasado las fronteras y se hallan zambullido en el hermoso terreno de la verdadera sexualidad. Lo hermoso de este filme, no es tanto eso, sino que bajo la apariencia de un largometraje de soft porno, se esconde un filme sobre el amor y la muerte, como diría el gran pensador francés, “el erotismo”. El proceso de autodestrucción de Brando, y la confusa y a veces superficial entrega de Maria Schneider, muestran la Europa de aquella época, y que ahora vuelve a emerger, como en un fascismo soft. Todo fue simulado, pero indudablemente la gigantesca actuación de Brando, y el sexappeal de la Schneider nos llevaron por los terrenos de un amor salvaje, a veces tierno, otras, vengativo. El Último Tango en París es como una cuchillada a la cada vez más fascista Europa.

La espectacular escena de la mantequilla podría haber sido mermelada de frambuesa también. Seguramente, el encantador y malicioso mejor actor del mundo hasta hoy, Marlon Brando y el irónico, pero genial Bertolucci, deben haber pensado en usar ambas. Genialidades del cine incomprendido pero brillante que ya no vemos en estos tiempos decadentes. Era una época en que las grandes películas de autor como esta, o las de Fellini, eran éxitos de taquilla y el espectador era más culto y selectivo, donde hasta el taxista te hablaba de estas obras de arte. Eso se acabó. Por eso es que este escandalillo de Bertolucci le hace bien a la conciencia del mundo. Mientras tanto, sigo pensando de que debí haber filmado yo esa encandilante película. ¡Cuántas mujeres habría conquistado!

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