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Opinión

1 de Febrero de 2017

Jorge Campos, “Pixel Art”, mosaiquista y artista callejero: “La mezcla de grafiti y muralismo político no me produce nada”

El artista y diseñador gráfico, Jorge Campos (41), descubrió hace ocho años en París lo que quería hacer por el resto de su vida: crear arte en pixeles. Desde ese momento se transformó en mosaiquista urbano y no ha parado de intervenir Santiago con íconos pop como Pablo Neruda, Marilyn Monroe o Nicanor Parra. Salvador Dalí fue el protagonista de su último trabajo, “El Renacer” en calle Curicó, retrata la mirada del pintor surrealista con 38.500 pixeles, en seis meses de trabajo. Una destacada revista de arte callejero francesa, eligió la obra como una de las mejores en el mundo en diciembre del 2016, pero ese éxito aún no permea el circuito del arte local. Pixel Art, a pesar de ser uno de los artistas urbanos más populares de Chile, se piensa a sí mismo como un outsider en su propia escena.

Daniela Yáñez
Daniela Yáñez
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“Mi primera galería de arte fue la feria de Arrieta. Nací en 1974, en la villa Naciones Unidas en Peñalolén. Soy periférico y me gusta, no lo digo como víctima. En la periferia emanan manifestaciones culturales que van más allá del conflicto social. A mí la marginalidad me influyó en querer hacer cosas y eso siempre lo traigo conmigo. Hasta hoy, me entretiene mucho más ir a cachurear en Arrieta que ir a una galería de arte en Alonso de Córdova.

Estudié en el Liceo Lastarria, donde tu misión es ser ingeniero. Te condicionan para ser empleado y agachar la cabeza. Entrar a Diseño en la UTEM fue mi acto de rebeldía. En mi familia me entendieron. El primo de mi abuela es Alberto Valenzuela Llanos, uno de los cuatro impresionistas más importantes de Chile y mi bisabuelo, curiosamente, es el padre biológico de Pablo Neruda. La historia es bizarra. Pero en corto, fue fruto de una infidelidad. Mi bisabuelo estaba casado y la mamá de Neruda comprometida. Para evitar escándalos, la mandaron a parir a Parral. En mi familia nunca más se tocó el tema. El resto es historia conocida.

Mi vida cambió el 2009, cuando acompañé a mi esposa a Francia porque se ganó una beca para estudiar. Estuvimos dos años en Paris. Como es una ciudad muy linda, empecé a fotografiarla. Primero me enfoqué en la arquitectura, pero de a poco empecé a toparme con el arte urbano. Encontré obras de Invaders y de Jeff Aerosol, un arte distinto al que veía en Santiago. Acá el arte callejero es muy homogéneo. La mezcla de grafiti y muralismo político no me produce nada, porque los compañeros que promulgan la izquierda, me decepcionaron hace rato. Se arreglan los bigotes entre ellos.

Ya no me siento de izquierda, a pesar de tener familiares en el exilio y mi hermano haya pertenecido a las milicias rodriguistas. Ahora la violencia es económica y la izquierda no ha hecho nada contra eso. Mucho pituteo entre amigotes. En el arte pasa lo mismo.

A mí me gusta trabajar solo, no tengo crew (grupo). Quizás me automargino, porque ellos creen que su forma política de expresarse, es la única. Levantar puños, pintar palomas, perfiles de mapuches. Yo tengo cuadros de la Mona Lisa, la Marilyn Monroe, imagínate la mala onda. Los respeto, pero, puta, son añejos. Las nuevas generaciones se van a quedar en los 60 y los 70. Hay que mirar para adelante. ¿40 años levantando puños y qué pasó? Nada. A mí no me costaría hacer un puño pixelado, ja,ja,ja, pero no les compro. Yo creo que acá molesta que mi mayor inspiración sean los franceses Invaders y Seurat. Pero qué le voy a hacer, si en París nació mi inspiración.

El mundo artístico es rancio. Hace un año un amigo me dijo que para ser más reconocido y meterme en el circuito, tenía que irle a chupar el pico a la gente de arriba. Yo digo que me la vengan a chupar ellos a mí. No me interesa ser validado por la elite del arte. Tampoco es que sean personas muy influyentes. El mundo del arte en Chile no impone tendencias afuera.

Cuando volví a Santiago el 2011, me instalé con un taller para experimentar con fotografía y me obsesioné con los pixeles. Ese año fue muy movido socialmente, pero ahora lo veo con otros ojos. Yo creo que la educación gratuita es ser autodidacta. Ocupar el dinero para estudiar, en hacer cosas que te gusten. Porque la verdad, es que los dueños de la educación en Chile solo interpretan las protestas como un aumento de demanda y por lo mismo, suben y suben los precios. Yo mismo no quiero llevar a mi hijo al colegio. La pelea es otra. Los culpables no están en la Alameda, están en Lo Curro. La revolución para mí es cultural y no política.

Mi rollo con el pixel tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo. Pasamos la vida pegados a pantallas. Los muros son como los fragmentos de una pantalla de teléfono. Me gusta el juego también, porque la gente ve las obras de lejos y no de cerca. E incluso, si les saca una foto con su celular, la aprecian mejor. Finalmente todo se retroalimenta. Tengo dos Dalí en el centro, un Pablo Neruda en Bellavista, un Beethoven en Bellas Artes, un Nicanor Parra, una Venus, una Marilyn en Buenos Aires. Pero no todo es color de rosas. Todos saben lo que pasó con mi obra más grande de Dalí el 2014. El arrendatario la destrozó a martillazos cuando entregó la casa a los dueños. Una maldad por donde lo mires. Recibí harto apoyo, pero también mala onda. Hay un sector del grafiti que resiste mi trabajo, piensan que estoy auspiciado, porque genero mucha atención. Para mi rayar también es un arte y lo respeto, pero hay que enfocar mejor las posturas. No es lo mismo rayar una farmacia coludida que ir a tapar en aerosol la ventana de una familia en una población.

Cuando partí con el mosaico, decidí hacerlo con los íconos pop porque necesitaba impacto. Terminé una colección de cuadros y empecé, ilusamente, a escribirle a galerías para ver si les interesaba exponer mi trabajo. Nunca recibí una respuesta, ni siquiera un acuso recibo. Así seguí trabajando hasta que salí en Arte al Límite el 2012. Ahí me di cuenta que debía salir a la calle. La primera vez fue una colaboración con Hipso (artista callejera del Barrio Yungay), en pleno centro. Me encantó y no paré más. Hoy tengo más de 20 obras en la calle y casi la misma cantidad en cuadros.

Autofinancio todas mis obras, pero también he participado por Fondart y otros concursos. A ratos siento que es una pérdida de tiempo. Por ejemplo el Festival de arte urbano, Hecho en Casa, es para apitutados. Yo quedé el 2013 con un collage de ilustraciones de Claudio Gay para la Quinta Normal y me bajaron a último momento por falta de recursos. Les presenté otra propuesta, una Violeta para el Museo Violeta Parra y también quedó en nada. Ni siquiera me avisaron que quedé fuera, me enteré con el afiche. Este año me eligieron y nuevamente me hicieron perder tiempo, porque supuestamente los auspiciadores habían exigido solo extranjeros. Ni el Festival de Viña es tan estricto. Por eso me aburrí. Prefiero juntar mis propias lucas. Con mi trabajo como diseñador, me costeo los mosaicos.

Chile trata pésimo a sus artistas. Pero me refiero al Chile que administra, porque a mí el vecino me valora. Conseguir financiamiento es prácticamente imposible y mi trabajo no es barato. El Renacer de Dalí me salió más de 400 mil pesos en vidrio y 80 mil en tinta, con seis meses de trabajo ininterrumpido. Y a pesar de eso, hay gente en el mundo del arte callejero que me sigue despreciando por mis íconos. Siento que lo que pasa en Chile, es como si en pleno Renacimiento te dijeran: “no, tienes que usar greda compañero. Cómo se le ocurre ese realismo, eso es europeo, no le pertenece”. Pero yo tengo apellido español y no mapuche. Mi influencia es francesa y qué tanto. Lo que te hacen acá es estancarte ¿y para qué?, por la consecuencia infinita. Por eso prefiero mandarlos a todos a la mierda y seguir trabajando.”

*Ubicación de las obras: Pixel Art (Facebook) y pixelart_streetart (Instagram)

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