
Nos fumamos un cogollo pelo rojo. Una sinfonía de pio píos, en los más variados tonos, adobados, in vitro, de gratas melodías, nos acompañaban, envolviéndonos de erotismo puro y salvaje, como telón de fondo de una película porno de Walt Disney sudaka, chilensis. Nos pusimos a bailar, a reír, sacándonos la ropa, uno al otro, lentamente.
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A la Flaca y a mí, se nos hizo costumbre follar en la naturaleza: en la playa, en los montes, en los bosques, ríos y lagos. Desnudos, al aire libre, descubrimos el dogma de la resurrección de la carne y los orgasmos libres. Natusexismo: la revolución sexual para esquivar el aburrimiento patrio.
La Flaca mide 1.90. Tiene pechos pequeños y puntiagudos. Un par de nalgas exquisitas. Es dueña de una flor juguetona, con labios de fuego. Pero lo más sublime: es alegre y multiorgásmica. Única en su especie: una hembra de cuarenta años, deliciosa y en extinción que grita como una loca de atar al saborear el regenerante climax, de las sonrisas húmedas.
Decidimos marcharnos en bus de mochileros a un bosque solitario, en la región de O’Higgins. Al bajarnos a la mitad de la carretera, caminamos durante 3 horas consecutivas, internándonos en un paisaje de árboles nativos, preñados de aves autóctonas. Sudorosos y exhaustos, arribamos a una planicie frondosa: un paraíso virgen, de fauna y flora, milenaria.
Nos fumamos un cogollo pelo rojo. Una sinfonía de pio píos, en los más variados tonos, adobados, in vitro, de gratas melodías, nos acompañaban, envolviéndonos de erotismo puro y salvaje, como telón de fondo de una película porno de Walt Disney sudaka, chilensis. Nos pusimos a bailar, a reír, sacándonos la ropa, uno al otro, lentamente.
Nos acariciamos, sin prisa alguna, con suma armonía de animales en paz. Una aurea luminosa de mutua conexión cuerpo, mente y alma, nos unía, sin apellidos, sin money, en pelotas.
Me acosté sobre un colchón de hojas frescas. Tenía una gran erección. La Flaca me montó, profesionalmente. Me sentí extasiado: Estaba dentro de ella, experimentando lo más parecido al cielo, inmaculado. Ella, gritó a viva voz, multiorgásmicamente. Una bandada de pájaros de todas las especies comenzaron a volar, despavoridos. Zorros y liebres pasaron hechos un rayo junto a nosotros. Me vine con abundancia de cesante crónico, enterrándole las uñas en la espalda, mordiéndole el lóbulo, de la oreja zurda.
Nos asustamos: como Adán y Eva, exiliados por una manzana envenenada de deudas impagas y consumismo crónico. Escuchamos el rugir de los tubos de escape de unas motocicletas todo terreno. Nos escondimos en unos matorrales. Seis parejas de hombres blancos, fuertemente armados con escopetas y antorchas, incendiando los bosques. Luego, se alejaron, raudamente. Todo a nuestro alrededor era un infierno de fuego, sin control alguno. Las llamas y el humo nos obligó a correr desnudos, sin rumbo, con la brújula rota.
Estábamos rodeados por un manto horroroso de destrucción: el Cartel del Fuego y las Forestales. Nos miramos profundamente a los ojos sin parpadear: lo supimos, ya no había como escapar. Le dije a mi Flaca hermosa que la amaba sincera y profundamente, que era la mujer de mi vida. Ella se puso a llorar. Me respondió que yo era su amor platónico. El fuego comenzó a asediarnos. Decidimos morir follando, con la más inolvidable de las cachas nacionalistas.
A punto de rostizarnos, yéndonos cortados, al mismo tiempo, en el más hermoso de los orgasmos, sucedió “el milagro”. Surrealistamente, un hidroavión, arrojo toneladas de H20 bendito, sobre nosotros, casi quemados a lo bonzo, apagándolo todo, a su paso, de sopetón. Nueve meses después, le pusimos a nuestro hijo Luchín: en homenaje al más inolvidable polvo terrenal, hecho de fuego y agua, en un Chile de eyaculadores precoces, sin amor, sin pasión: con la tula rota.