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Cultura

21 de Febrero de 2017

Cuento de Pedro Tuliano: Natusexismo en llamas

Nos fumamos un cogollo pelo rojo. Una sinfonía de pio píos, en los más variados tonos, adobados, in vitro, de gratas melodías, nos acompañaban, envolviéndonos de erotismo puro y salvaje, como telón de fondo de una película porno de Walt Disney sudaka, chilensis. Nos pusimos a bailar, a reír, sacándonos la ropa, uno al otro, lentamente.

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A la Flaca y a mí, se nos hizo costumbre follar en la naturaleza: en la playa, en los montes, en los bosques, ríos y lagos. Desnudos, al aire libre, descubrimos el dogma de la resurrección de la carne y los orgasmos libres. Natusexismo: la revolución sexual para esquivar el aburrimiento patrio.

La Flaca mide 1.90. Tiene pechos pequeños y puntiagudos. Un par de nalgas exquisitas. Es dueña de una flor juguetona, con labios de fuego. Pero lo más sublime: es alegre y multiorgásmica. Única en su especie: una hembra de cuarenta años, deliciosa y en extinción que grita como una loca de atar al saborear el regenerante climax, de las sonrisas húmedas.

Decidimos marcharnos en bus de mochileros a un bosque solitario, en la región de O’Higgins. Al bajarnos a la mitad de la carretera, caminamos durante 3 horas consecutivas, internándonos en un paisaje de árboles nativos, preñados de aves autóctonas. Sudorosos y exhaustos, arribamos a una planicie frondosa: un paraíso virgen, de fauna y flora, milenaria.

Nos fumamos un cogollo pelo rojo. Una sinfonía de pio píos, en los más variados tonos, adobados, in vitro, de gratas melodías, nos acompañaban, envolviéndonos de erotismo puro y salvaje, como telón de fondo de una película porno de Walt Disney sudaka, chilensis. Nos pusimos a bailar, a reír, sacándonos la ropa, uno al otro, lentamente.

Nos acariciamos, sin prisa alguna, con suma armonía de animales en paz. Una aurea luminosa de mutua conexión cuerpo, mente y alma, nos unía, sin apellidos, sin money, en pelotas.

Me acosté sobre un colchón de hojas frescas. Tenía una gran erección. La Flaca me montó, profesionalmente. Me sentí extasiado: Estaba dentro de ella, experimentando lo más parecido al cielo, inmaculado. Ella, gritó a viva voz, multiorgásmicamente. Una bandada de pájaros de todas las especies comenzaron a volar, despavoridos. Zorros y liebres pasaron hechos un rayo junto a nosotros. Me vine con abundancia de cesante crónico, enterrándole las uñas en la espalda, mordiéndole el lóbulo, de la oreja zurda.

Nos asustamos: como Adán y Eva, exiliados por una manzana envenenada de deudas impagas y consumismo crónico. Escuchamos el rugir de los tubos de escape de unas motocicletas todo terreno. Nos escondimos en unos matorrales. Seis parejas de hombres blancos, fuertemente armados con escopetas y antorchas, incendiando los bosques. Luego, se alejaron, raudamente. Todo a nuestro alrededor era un infierno de fuego, sin control alguno. Las llamas y el humo nos obligó a correr desnudos, sin rumbo, con la brújula rota.

Estábamos rodeados por un manto horroroso de destrucción: el Cartel del Fuego y las Forestales. Nos miramos profundamente a los ojos sin parpadear: lo supimos, ya no había como escapar. Le dije a mi Flaca hermosa que la amaba sincera y profundamente, que era la mujer de mi vida. Ella se puso a llorar. Me respondió que yo era su amor platónico. El fuego comenzó a asediarnos. Decidimos morir follando, con la más inolvidable de las cachas nacionalistas.

A punto de rostizarnos, yéndonos cortados, al mismo tiempo, en el más hermoso de los orgasmos, sucedió “el milagro”. Surrealistamente, un hidroavión, arrojo toneladas de H20 bendito, sobre nosotros, casi quemados a lo bonzo, apagándolo todo, a su paso, de sopetón. Nueve meses después, le pusimos a nuestro hijo Luchín: en homenaje al más inolvidable polvo terrenal, hecho de fuego y agua, en un Chile de eyaculadores precoces, sin amor, sin pasión: con la tula rota.

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