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Opinión

24 de Abril de 2017

Agustín Edwards, el hombre obsesionado con la pureza de la sangre

Agustín Iván Edmundo Edwards Eastman es de los pocos millonarios chilenos que vive como tal. Su ritmo supone el gasto de varios miles de dólares en yates, viajes y lujos. Pero el dueño de El Mercurio, conocido por su intervención ante la CIA para botar a Allende y su apoyo a la dictadura de Pinochet, desde hace años se dedica con obsesión a preservar las tradiciones de lo que él considera más chileno. Este es un recorrido a la intimidad de un magnate que ha desplegado su poder para preservar la pureza de la sangre de los caballos nacionales y de su apellido.

Verónica Torres
Verónica Torres
Por

“Cada vez que Agustín Edwards ve un caballo correr, pregunta qué sangre tiene”, cuenta Remigio Cortés, que trabajó en el criadero “Santa Isabel” de los Edwards, durante 14 años. Pasa que no todas las sangres valen lo mismo. No todas son habilosas. Algunos caballos tienen mala memoria y les cuesta aprender. O no son dóciles.

La búsqueda de la perfección sanguínea es algo que los Edwards vienen haciendo hace generaciones, en sus criaderos. Desde fines de 1800 anotan e inscriben las cruzas de sus ejemplares, con el convencimiento de que han ido dando forma a lo que llaman el “caballo chileno”. El resultado es un equino que no es veloz como para un hipódromo. Pero es bueno para el ganado y el rodeo. Un ejemplar puede costar unos 50 millones de pesos.

El actual patriarca de la familia, el quinto Agustín de un clan que repite el nombre del primogénito desde el siglo XIX, fue propietario del mejor “caballo chileno” de los últimos 50 años: Estribillo. Lo compró en la década de los 80 porque era descendiente directo de otro campeón, el más grande de todos, Guante I. Ese potro perteneció Edwards Ross, el hijo del fundador de la dinastía.

Y así, tal como en El Mercurio siempre ha habido un Agustín Edwards al mando y un Pérez de Arce en alguna dependencia del diario -situación que llena de orgullo a Hermógenes, el ácido columnista-, así también en los campos de esta familia siempre ha habido un Edwards vestido de huaso y un descendiente de Guante I.

Ricardo De La Fuente, quien fue jinete del criadero “Santa Isabel” por 19 años, recita la estirpe de este caballo, como si repitiera el pasaje de la Biblia que da cuenta de la descendencia de Abraham: “Y el Estribillo era hijo del Estribo, y Estribo era hijo de Guaraní y el Guaraní, era hijo del Quebrado, y el Quebrado era nieto del Guante… Y a Guante lo crió el bisabuelo de Don Agustín y es uno de los pilares fundamentales en la raza caballar chilena; el iniciador de la mejor familia de caballos chilenos”.

Apegado a estas tradiciones, dice De la Fuente, el actual Agustín “lo que más ha querido siempre es que su criadero sea lo que fue en la época del Guante: el mejor criadero de caballo chileno”.

Para recuperar esas glorias pasadas, Edwards gasta buena cantidad de recursos en sus establos. A la fecha “Santa Isabel” ha ganado cinco campeonatos nacionales de rodeo. En sus filas están los mejores jinetes: Eduardo Tamayo y Juan Carlos Loaiza (nombrado el jinete del siglo). Alrededor de mil caballos han sido criados y trabajados para que, al séptimo año, corran en el rodeo.

La parte que más entusiasma a Edwards, cuenta De la Fuente, es la mezcla entre el potro y la yegua porque ahí es donde se juega la raza: “Su pasión es ver a las yeguas pariendo y después seguirle la vida a los potrillos”.

Los caballos de Edwards tienen pesebreras de estilo colonial. Y, cuando viajan al rodeo, los llevan en un camión especial que tiene capacidad para 18 caballos. Adentro, cada cual tiene su “recorte”, un espacio que los separa para que vayan cómodos y “no se estropeen, ni se muerdan, ni se pateen”, cuenta Cortés. Tres “petiseros” (que es como llaman en el negocio a los cuidadores) duermen con ellos y tienen un citófono para comunicarse con el chofer si necesitan que se detenga.

Para Edwards la estirpe familiar de los caballos, significa mucho. La perfección está en encontrar la línea más directa hacia el pasado, hacia los ancestros. Por eso se ha opuesto férreamente a que sus animales se crucen con los de otros países. Hace unos años, por ejemplo, la Federación Internacional de Criadores de Caballos Criollos (FICCC) argumentó que todos los equinos latinoamericanos deberían inscribirse en un sólo registro. La propuesta significaba la posibilidad de buenos negocios, de nuevos tipos de caballos. Pero también significaba la pérdida de la raza chilena. Edwards se opuso y desde la Federación de Chile, que él preside, argumentó: que la chilena es la raza con el registro más antiguo de Sudamérica, que hace 400 años que está intacta.

Tras la oposición de Edwards, no se ha vuelto a intentar una mezcla que atente contra nuestra pureza.

Agustín Edwards es uno de los grandes personajes que ha producido este país. Delirante en su obsesión de pureza caballar, siniestro en sus contactos con la CIA para organizar un golpe de Estado. Su historia todavía está a la espera de un biógrafo que reúna sus apariciones en la escena pública. En varias de ellas, en todo caso, Edwards aparece dando un enérgico tirón a las riendas del siempre dócil caballo chileno.

Está el Edwards que describe Patricio Aylwin en el libro La Conjura de Mónica Gonzaléz; el Edwards golpista de la hora cero que busca apoyo en Estados Unidos para la intentona del general Viaux, que se alzó no contra Allende sino contra Frei. Está el implacable “paterfamilia” en el que se convirtió con los años; el que como caballo dominante, se impuso a coses y mordiscos sobre sus hermanos al punto que dos de ellos, Roberto y Sonia, le disputaron la herencia familiar a través de un duro juicio. La peor parte de este “jefe de la familia” se la llevó Sonia, de quien The Clinic publicó un gran artículo hace algunos años: ella quedó embarazada sin estar casada y para evitar el escándalo, como en una teleserie, Agustín se la llevó a parir a Londres y la obligó a dejar a la niña en una orfelinato. Solo tiempo después Sonia se atrevió a recuperar a su hija.

Está, por cierto, el Edwards ligado a la CIA, profusamente documentado y que nuevamente aparece en el último libro sobre la agencia de espías, “Legado de Cenizas” de Tim Weiner, donde el empresario es protagonista del capítulo dedicado a la intervención contra Allende, el hombre que llega en rogativa hasta Washington y que mueve todas sus influencias para lograr que Nixon diga sobre nuestro país, que también es el de Edwards, “que hay que hacer chillar su economía”.

Está el Edwards millonario excéntrico y cultísimo, educado en Estados Unidos, amigo de los Rockefeller, conocedor del arte y de la botánica; capaz de presentarse en una ceremonia oficial con pantuflas que llevan sus iniciales doradas, o de mantener una flota de al menos 10 yates en distintos puntos del planeta, siempre esperándolo, con toda la tripulación lista y las bodegas llenas, por si a él se le ocurre andar por ahí.

Está el Edwards mal empresario, que lentamente fue perdiendo todo el legado de su familia. El que recibió, igual que Eliodoro Matte, una fortuna muy diversa -con acciones, campos, un banco, gran cantidad de propiedades- y que a su vez dejará a sus descendientes solo los diarios. El Edwards que lo perdió todo en la crisis del 82. Que quiebra irremisiblemente y debe recurrir a Pinochet para que le salve su empresa. Y Pinochet lo salva metiendo mano al Fisco chileno.

Entre todos esos Edwards hay un rol que fluye; la tarea del primogénito, el que debe preservar lo heredado y hacer de todo para que el apellido perdure.

Hoy en las pesebreras de Edwards, los hijos, nietos y bisnietos del potro Estribillo están a buen recaudo. Estribillo está muerto. Una lápida en el fundo de Graneros señala el punto donde descansan sus restos. Sin embargo, su sangre sigue viva. Eso es lo importante. Hoy el que deslumbra es Escorpión.

-Antes cuando llegaba al campo, don Agustín saludaba a Estribillo. Ahora saluda a Escorpión -dice Luis Eduardo Cortés, otro ex jinete de Santa Isabel-. Escorpión está reemplazando a su padre hoy. Es un jefe de raza”.

¿CERVEZA, COKE?

Siempre que sus jinetes ganan el Champion, Edwards los premia con un crucero en el Caribe, o con un viaje en uno de sus yates. Así cuenta Luis Eduardo Cortés, que en mayo de 2001 fue invitado por Edwards junto a los otros tres jinetes más el administrador y su padre, Remigio Cortés, a recorrer la costa italiana arriba del Anakena y el Antártica, sus yates.

Durante un mes navegaron por Niza, Montecarlo, Verona, Padua, Porto Fino, Florencia, Isla Elba… con una naturalidad que a Cortés lo tenía pasmado: “era como si te fueras de gira en tu auto y te bajaras donde quisieras”, dice.

El Anakena lleva siete años navegando y vale más de 30 millones de dólares. El barco mide 40 metros de largo. Fue fabricado en Holanda, en el astillero de Huismann y su diseñador Ted Hood es uno de los más reconocidos de la industria. Adentro Edwards ha reunido una colección de arte marítimo europeo del siglo XIX por la cual el Anakena fue elegido “Best Decorated Yacht in the World” y también “Boat of the Year”.

Como se ha dicho, Edwards tiene una decena de yates repartidos en Chile, en los puertos del Mediterráneo y en Maine, Estados Unidos. Su pasión por el mar es tan grande que, incluso, su ex jinete Ricardo De La Fuente cree que “primero es marino y después es huaso”. Agrega: “él puede manejar hasta 40 mil toneladas, además es submarinista”.

En el viaje que hicieron por Italia, Edwards leía El Mercurio en el computador “y luego a pasear”, recuerda Remigio Cortés, padre del jinete. A veces el yate se detenía y todos, incluido Edwards, se pasaban la tarde nadando en las tibias aguas del Mediterráneo. O se ponía a pescar en alta mar. A veces, simplemente, se quedaban en los cómodos asientos de la cubierta, reposando, y siendo atendidos por la tripulación conformada por ocho personas, en su mayoría gringos.

-Pasaban a cada rato diciendo: “¿cerveza, Coke?”. Y traían algo para picar. Era como un sueño” -dice el jinete Cortés, quien además recuerda que en los asientos de descanso “apretabas unos botones y aparecía una pantalla y la controlabai tú y tenía todos los CD incorporados. Todo era muy modernísimo”.

En tierra, Edwards paseó a sus invitados por cuanto museo encontró. Contrataban visitas guiadas, pero al terminar Edwards seguía recorriendo el museo y explicando él mismo las pinturas que les habían mostrado. Y a todos los deslumbraba con su cultura. Dos veces visitaron el Vaticano. Don Remigio recuerda que los Edwards estaban sentados cerca del Papa Juan Pablo II y recibieron su bendición. Aquella vez, además Edwards les comentó “que habían rayado una Iglesia en el Vaticano y que era un crimen hacer eso en esas pinturas tan lindas”, cuenta Remigio.

Los Cortés iban a bordo del otro yate, del Antártica, que es a motor y abastece al Anakena. El resto de los invitados, en cambio, viajaban en ese barco junto a Edwards. En la noche, eso sí, era sagrado que salieran a comer juntos a restaurantes donde había que ir de corbata. Pero no podía ser cualquier corbata, sino una que les había regalado Edwards, de colores azul marino y granate. Los mismos colores del vestuario de la tripulación y los mismos colores de los chamantos del criadero Santa Isabel.

Cada noche hacían un brindis por los caballos ganadores, el Batuco y el Banquero. Edwards alzaba su copa: “esto se lo debemos a ellos”, decía. Le gustaba que le contaran chistes, adivinanzas. Y de sus viajes siempre regresaba con alguna curiosidad. Una vez trajo un loro.

-Uno decía “puta que es feo este loro” y el loro te lo repetía clarito… Y todos no matábamos de la risa y él (Edwards) también” – cuenta Cortés.

El día que se terminó el viaje, Edwards le regaló a cada uno de sus invitados un Rolex. Había mandado a un gringo, que era su asistente, a recorrer toda Europa hasta encontrar 6 relojes idénticos. Cortés dice que nadie más que Edwards podía hacer algo así. Porque cada vez que paraban en un puerto nunca vio un yate tan espectacular. Dice:

-En el rodeo cuando se corre la final siempre se saca el caballo más bonito que se le dice “el sello de raza”, por eso, en cada puerto nosotros siempre decíamos que “el sello de raza” era el del Anakena.

EL PATRIOTA

En un ala de la casa patronal que Edwards tiene en Graneros hay una capilla. La construyó después de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez secuestró al cuarto de sus seis hijos, Cristián. Aunque él se refiere al lugar como una “capillita”, es poco más que eso. El piso es de mármol. Del techo cuelgan candelabros. Los muros blancos tienen unas pequeñas ventanas con vidrios de colores (azul y amarillo) donde se forma una cruz. El vía crucis está tallado en madera. También el Cristo que se eleva sobre el altar. Mide 2 metros y es de puro nogal.

Esta tarde del 22 de noviembre, hay misa y Agustín Edwards, “el sello de raza” de este clan, está sentado frente a ese descomunal y sufriente redentor. Todos los sábados tiene la gentileza de abrir su casona y compartir la misa con todos los que quieran asistir.

En dos días más cumplirá 81 años. Casi no tiene pelo. A su lado está su esposa Malú. Está de espaldas con la cabeza apoyada en la mano. Imposible saber qué pasa ahí adentro. Si colisionan furiosas pasiones, culpas y justificaciones, o pequeñeces, somnolencia, chocheos de viejo. La Iglesia celebra la Festividad de Cristo Rey y el sacerdote, de sotana con brocato blanco, bordada con hilos dorados, predica sobre los más necesitados.

Edwards nunca fue tan religioso como lo es hoy. Pero después del secuestro de su hijo, en 1991, se llenó de miedos. Creó la Fundación Paz Ciudadana para combatir la delincuencia, se rodeó de guardaespaldas (tiene aproximadamente 10) y se acercó a la Iglesia Católica. El legionario John O’Reilly celebró misas en Graneros para calmar a la familia.

A partir de entonces el magnate empezó a llenar de cruces sus campos. En su isla privada del Lago Ranco creó un “verdadero monte de Los Olivos” dice Remigio Cortés. Puso a la Virgen y a Cristo en grande al lado de una piedra. Y debajo de unos árboles ubicó escaños para asistir a misa con sus trabajadores debajo de la sombra.

Este día de noviembre Edwards viste una chaqueta sport color café. Pero, generalmente, acostumbra a hacerse ver de huaso: con finas mantas y chamantos de hilo azul con granate, que fabrica una conocida artesana de Doñihue, Filomena Cantillana, a quien conoció por su amigo Gonzalo Vial.

Porque así como no escatima en gastar en una gran capilla para demostrar su fe, tampoco lo hace para demostrar su chilenidad. Cada chamanto de esos cuesta alrededor de un millón y medio de pesos. Y todos sus empleados tienen uno. Incluso, sus guardaespaldas “que se visten así cuando lo acompañan al rodeo”, cuenta el jinete Cortés.

La misa se acerca a su fin y Edwards comulga. Tal vez piensa que después de él sólo queda un Agustín. Pero ese hijo, que está a cargo de Las Últimas Noticias, no ha tenido un varón que pueda continuar con el nombre. Tal vez eso ya no le importa. Pero alguna vez sí le importó.

En la capilla hay flores amarillas. Las plantas son su otra obsesión. En su jardín personal tiene rosas, hortensias, boldo, araucarias, michay rojo. Esta última es una enredadera que Edwards mandó a traer del jardín de la reina Isabel porque acá se estaba extinguiendo.

Pero sobre todo le gustan los árboles. El jinete De la Fuente recuerda un viaje de Edwards a Caleta Milagros, en Valdivia, donde recorrió con unos botánicos toda la cordillera: “Medían los árboles y había algunos que no podían rodearlos ni entre tres personas”.

De ahí que en 1978 creara la fundación Claudio Gay, que publica todo tipo de investigaciones sobre la naturaleza, entre ellas, la “Flora Silvestre de Chile”, de Adriana Hoffman. El prólogo es de Edwards:

“No se protege lo que no se quiere. Por eso debe motivarse el cariño por la naturaleza (…) Es indispensable estimular un conocimiento pleno del medio natural en las nuevas generaciones y, en general, en quienes de una u otra manera influyen en el destino del país, que deben preservarlo de la devastación o del uso irresponsable y aprovecharlo en la política de desarrollo para que resulte concordante con el alma nacional”.

A Edwards, está claro, siempre le ha preocupado eso: el alma nacional.

Así lo cree Miguel Gutiérrez, director de “Los Grillitos de Graneros”, un conjunto folclórico que al empresario le fascina porque está compuesto por niños de 5 a 13 años que le cantan a la patria, con chupallas y ojotas. Todos son alumnos del colegio subvencionado de la zona.

-La gente culta como don Agustín, aprecia la cultura chilena. Por eso, él siempre nos invita a recibir a grandes personajes a su casa. Al último que recibimos fue el Presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Le bailamos, le cantamos, le ofrecimos un esquinazo. Anteriormente, había venido el señor Rockefeller de Estados Unidos. A don Agustín le gusta estar escuchando una tonada mientras conversa con los amigos -explica el profesor Gutiérrez.

En esa misma escuela hay un ramo que se llama “Cultura chilena” y los maestros tienen la costumbre de llevar a niños pequeños a conocer los caballos a la casa de Edwards. A conocer los caballos chilenos de un defensor de lo chileno. El profesor Gutiérrez recuerda que en uno de esos paseos justo llegó Edwards.

-Lo vimos bajar de su helicóptero y como era diciembre y anda con barbita los chicos dijeron: “¡viene el viejito pascuero!” y se fueron todos donde él. Entonces, don Agustín los abrazó y se cayó al suelo…

El profesor dice que Edwards no se enojó ni nada. Al revés, se levantó riendo y echó a todos los niños arriba del helicóptero y se los llevó a dar un paseo. Desde el aire, les fue mostrando cómo se veían sus casas, instaladas en las afueras del fundo donde él, el último Agustín del siglo XX, guarda celosamente las tradiciones que hicieron fuerte a su familia.

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