Nacional
23 de Mayo de 2017Las dos vidas de Ignacio Neira: la historia desconocida del cuñado de Arturo Vidal
El 22 de abril pasado, un grupo de excompañeros de teatro en la Uniacc no entendían lo que veían en televisión: Ignacio Neira, con quien compartieron cinco años en la universidad, moría acribillado en una esquina de San Joaquín. Habían perdido todo contacto con él, justo el año en que este comenzó una incipiente carrera delictiva. El joven de 30 años vivió en Alemania una década, tuvo una relación intensa y conflictiva con su padre y terminó enredado con amistades peligrosas. Un guión alejado de las tablas que lo atrapó hasta el día de su muerte. Ámbar Vidal, la hermana del Rey Arturo, habla por primera vez sobre la relación que tuvo con el padre de sus dos hijos durante más de seis años.
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Antes de aparecer en las páginas policiales de los diarios, mucho antes de ser calificado en los medios como el conflictivo cuñado de Arturo Vidal, Ignacio Neira tenía otros sueños. Quería ser actor y estudiaba en la universidad UNIAAC comunicación escénica.
En una de las obras donde participó, recuerdan sus excompañeros, le tocó interpretar a Tiburón, el líder de una banda de delincuentes -mitad peces, mitad humanos- que se coordinan para asaltar un camión. El rol híbrido de su personaje le calzaba a la perfección. En la universidad Ignacio era un tipo introvertido, preocupado de su rendimiento, que poco tiempo después de egresar comenzó a delinquir. Robos en lugares no habitados y receptación de vehículos fueron sus primeros delitos. Una carrera en el teatro más peligroso y violento de todos: la vida real.
En la obra Tiburón finge su muerte tras un disparo policial. Pejerrey y Lenguado, sus secuaces, reciben una carta pidiendo que se junten en una cueva submarina. Tras una discusión ambos empuñan sus armas apuntándose. “Que linda escena, así los quería ver”, interrumpe Tiburón.
La preparación de la obra se realizó en la casa de Neira, ubicada en la comuna de San Miguel. Pablo, profesor de Teatro y Multimedia que prefiere omitir su apellido, aceptó apoyar a los estudiantes en la elaboración de la escenografía. Recuerda a su alumno como un tipo “muy piola”: “Yo lo veía casi como un ñoño. Cuando le hice clases se acercaba muy interesado a consultarme cosas”.
La obra fue presentada el año 2007. Ignacio, ensimismado en su rol de escualo, casi al final del último acto, le exige a Lenguado que le dispare a Pejerrey, el amante de su esposa que también formaba parte de la banda. De pronto, Lenguado se voltea, apunta a Tiburón y le dispara en una pierna. Los otros miembros de la banda se habían organizado para traicionarlo. En la última escena de la obra Tiburón, acorralado, toma su arma y se dispara. Doce años después, el atribulado actor que encarnaba al depredador más poderoso del océano, muere acribillado en su vehículo en una esquina de la comuna de San Joaquín. El motivo: un probable ajuste de cuentas. “Estaba pedido”, dicen. Igual que Tiburón.
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Cuando iba en segundo medio, Ignacio Neira conoció a la primera pareja de su vida. Claudia, que prefiere omitir su nombre original, cuenta que la conquistó porque “era muy caballero, respetuoso y cariñoso”. Al tiempo comenzaron a pololear. En el año 2005 Ignacio, cuenta su expareja, se matriculó en la carrera de Teatro en la UNIACC. Soñaba con actuar en televisión y aparecer en teleseries.
El costoso arancel anual de la carrera, en una de las universidades más caras del país, lo pagaba su padre al contado una sola vez al año. Guillermo Neira, dueño de una fábrica de zapatos en el centro de Santiago, le impuso como único requisito a su hijo que debía ser el mejor. Ese mismo año le regaló un auto. Ignacio siempre acudía a él cuando le faltaba algo.
“La imagen que tengo de Ignacio es la de un cabro con una sonrisa constante, extremadamente amable y preocupado por los detalles”, cuenta su mejor amigo en la época universitaria, que prefiere resguardar su identidad. El resto de los compañeros tiene una apreciación similar. Evelyn Gutiérrez dice que en los carretes no tomaba ni fumaba. “Prefería tomar agua. Se preocupaba de comer sano, cuidaba mucho su salud”, agrega.
Paul Hip, compañero en los últimos años, asegura que Ignacio a ratos pasaba desapercibido. “Era muy tranquilo, calmado. Nunca lo vi alterarse o pelear con alguien. Me daba la impresión de que era un cabro bueno, que se dedicaba a la universidad y a su polola”.
En el examen final de un ramo de tercer año con el profesor Roberto Poblete, actual diputado, todo el curso tuvo que interpretar La Remolienda, una comedia de enredos ambientada en el Chile rural de la primera mitad del siglo pasado. No hubo mucha discusión cuando se propuso a Ignacio Neira para que personificara a un huaso tímido. Recuerdan que apareció en escena con la cabeza levemente agachada. Varios compañeros coinciden que tenía algo de ese personaje, probablemente la timidez y esa propensión natural a pasar inadvertido. El clásico perfil de un actor de reparto.
En una carrera tan expuesta a las críticas, Ignacio nunca pareció frustrarse. “Varios compañeros reaccionaban agresivos, algunos colapsaban, pero él nunca reaccionó mal”, precisa su mejor amigo, quien incluso vivió un par de meses en la casa de Ignacio. Tampoco recuerda episodios violentos, ni siquiera arrebatos. Por eso le sorprende enterarse hoy que el 31 de mayo de 2007, cuando ambos cursaban tercer año de teatro, Claudia interpuso una denuncia por violencia en Carabineros, luego de ser mechoneada por Ignacio en su vehículo. La víctima, asegura el parte policial, resultó con erosiones de piel, rasguños en los brazos y una contusión en su mano izquierda. La relación, sin embargo, continuó varios años más.
Claudia no quiso referirse a este tema. Tampoco a lo que pasó cuatro meses después, cuando su pololo interpuso una denuncia contra unos vecinos de la comuna que lo agredieron fracturándole la nariz. Todo se habría originado, consigna la investigación judicial, luego que el muchacho les fuera a cobrar 200 mil pesos que le adeudaban. Aquella vez, recuerdan sus compañeros, llegó a la universidad con un vistoso parche en la nariz. Nadie sospechó algo extraño.
El 2008 tuvo una denuncia por causar lesiones leves y el año siguiente dos más por amenazas, interpuestas en el 11° Juzgado de Garantía de Santiago. Todo ocurrido en el mismo lugar: San Miguel, su comuna. Sus ex compañeros nunca sospecharon cómo se comportaba Ignacio en el barrio de toda su vida.
Al finalizar el año 2009 Ignacio egresa de la universidad y al año siguiente termina su tesis y se titula. Después de eso, sus compañeros le pierden la pista. Algunos reconocen haberlo llamado, pero Ignacio jamás contestó.
Claudia empezó a notarlo raro durante los últimos meses del año 2010. Ya no la buscaba como antes. Estaba distante. Ella le preguntaba qué le pasaba y él respondía que nada, que estuviera tranquila. En ese mismo periodo, Patricio Hidalgo, abogado, amigo de su familia, que lo defendería más adelante en dos causas judiciales, se lo topó con él en varias reuniones con amigos.
“Me empezó a hacer preguntas raras. Que cómo podía ayudar a un amigo preso, o qué le aconsejaba a un amigo con problemas de robo, o qué le podía decir a este otro con problemas judiciales complicados”, recuerda. El abogado lo orientaba. Después le preguntaba si estaba metido en algo raro. “En nada -respondía Ignacio- quédese tranquilo”.
La pareja acordó pasar juntos el día de los enamorados en febrero de 2011. Ignacio no llegó a la cita, ni tampoco le ofreció una explicación convincente. Dos meses más tarde su polola le pidió que se juntaran. Le dijo que le tuviera confianza y le contara qué le sucedía. Ignacio, incómodo, le confesó que había dejado embarazada a otra mujer. En sus ocho años de relación, Claudia nunca imaginó que podía serle infiel. Perpleja, siguió escuchando. “Tiene tres meses de embarazo. La conocí hace algún tiempo. Se llama Ámbar Vidal”, soltó.
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El 7 de abril de 2012 el titular de varios portales chilenos de noticias era el mismo: detienen a hermana de Arturo Vidal por robar cajero automático. Las crónicas relataban que cuatro sospechosos habían ingresado a una farmacia de la comuna de San Miguel, sustrayendo un cajero automático con 24 millones de pesos. Entre ellos, Ámbar Vidal, la hermana del aclamado mediocampista de la selección nacional. Su pareja, apuntaban los medios, se había dado a la fuga. Ignacio Neira, el actor titulado en UNIAAC, se había transformado en protagonista de su propio guión cinematográfico.
“Ignacio me llamó y me dijo que fuera a su casa porque había quedado la cagá. Él en ese momento estaba con arresto domiciliario por otra causa. Cuando iban los carabineros a ver si estaba en su casa cumpliendo condena, me veían a mí con él. Ya me conocían. Ese día llegué a la casa de Ignacio y habían carabineros. Pregunto qué pasa y me toman detenida al tiro. Creyeron que andaba con él. A los otros que arrestaron ni los conocía, los vi en el juzgado”, relata Ámbar Vidal al ser consultada por The Clinic.
La hermana del mediocampista de la Roja asegura que aquella vez, al igual que ahora que Ignacio está muerto, la prensa lo ha estigmatizado sólo por ser cuñado de Arturo Vidal. “Han mostrado sólo la parte mala de Ignacio, pero dejan fuera todo lo lindo que era. Una persona muy querida que caía bien en todos lados, además, un muy buen papá. Abrazaba a sus hijos, jugaba con ellos, se preocupaba de sus necesidades. Ellos lo aman”, se queja.
Ámbar e Ignacio se conocieron en diciembre de 2010 en San Joaquín. Un día, recuerda Ámbar, atravesó una calle junto a su hijo cuando pasa un Mercedes Benz blanco a alta velocidad justo al frente de la cancha donde el rey Arturo nació como futbolista. “¡No ves que hay niños! Ten cuidado”, le enrostró ella. Ignacio le ofreció disculpas y se fue. Después, le pidió a un amigo en común que los contactara.
Ignacio la buscó hasta que aceptó salir con él. Cuando se conocieron, no le comentó que estaba pololeando. “Me gustó porque era muy caballero, respetuoso. Era súper intenso. Comenzamos a salir y a las semanas me dijo que quería estar conmigo”, cuenta.
En enero de 2011, quedó embarazada. En febrero de ese año, Ignacio Neira no llegó a la cita con Claudia para el día de los enamorados. La hermana de Arturo Vidal asegura que en ese tiempo Ignacio ya se dedicaba a “sus cosas” y que ella se fue enterando de sus andanzas paulatinamente.
El primer robo donde Ignacio reconoce participación ocurrió el 26 de agosto de 2011, un año después de haberse titulado. En su declaración al fiscal, asegura haber conocido a los otros imputados jugando fútbol y que dos días antes del atraco a un Telepizza, ubicado al lado de una peluquería que instaló en San Miguel, habían comido juntos en la misma pizzería. En ese momento, aseguró, se les ocurrió asaltarlo. Sus aspiraciones como actor parecían haberse esfumado.
En el año 2014, Ámbar lo denunció por violencia intrafamiliar. La pareja tenía dos hijos y los rumores habían llegado a los oídos de Patricio Hidalgo, el abogado de Ignacio. Cuando éste le preguntó si le había pegado a Ámbar, Neira le respondió que se quedara tranquilo, que “no pasaba nada”.
El abogado insistió al menos tres veces más y se encontró con la misma respuesta. Hidalgo no le creyó y decidió no defenderlo en ninguna otra causa. “Era evidente que me estaba mintiendo, así que le dije que si no iba a confiar en mí, mejor que no me llamara más”, recuerda.
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Cuando Ignacio tenía un año de vida, su madre, Cecilia Guerra, decidió irse a vivir con sus padres a Alemania, intentando alejarse de Guillermo Neira con quien se había casado el año 1986. Pese a lo caballero y respetuoso que era en un comienzo, asegura Cecilia, la relación no duró mucho tiempo.
Guillermo, un exestudiante del Instituto Nacional que no alcanzó a terminar su carrera de ingeniería en la Universidad de Chile, empezó a revelar aspectos de su personalidad que Cecilia desconocía: cuando discutían se descontrolaba fácilmente, la relegaba a un segundo plano de las decisiones de la casa y pretendía controlarlo todo. Además, era sumamente celoso.
Cecilia entendió rápidamente que la relación no había funcionado y decidió partir a Alemania buscando nuevos horizontes. Ignacio entró al jardín y luego al colegio. Tenía una vida como cualquier niño alemán y ya casi había olvidado el español. Cuando cumplió 10 años, su madre decidió que viajarían juntos a Chile de vacaciones. No habían regresado al país desde la separación.
-En Alemania tenía mi trabajo y mi departamento. Yo quería vivir allá, pero con ese viaje la situación cambió-, recuerda hoy, sentada en la cocina de su casa en San Miguel.
Cuando quiso volver a Europa, le dijeron que Ignacio no podía salir de Chile porque necesitaba el consentimiento de su padre. La pareja no estaba divorciada legalmente. “Guillermo no quiso firmar. Dijo que quería estar con su hijo”, recuerda Cecilia, quien no logró persuadirlo para que cambiara de opinión.
Obligada por las circunstancias, tuvo que volver con Ignacio a la misma casa donde vivían en San Miguel. Guillermo aprovechó de reconquistarla, hasta que logró que vivieran todos juntos nuevamente. Cuando Ignacio tenía quince años, la pareja tuvo una hija. Guillermo, a pesar de esto, mantenía una relación con otra mujer, a quien visitaba de vez en cuando, con la que había tenido un hijo en la misma época que Cecilia tuvo a Ignacio. “Mi hijo me decía que no quería hacer nunca lo que hizo su papá conmigo”, recuerda su madre.
Al regresar a Chile, Cecilia decidió matricular a Ignacio en un colegio alemán por la dificultad que tenía con el español. Luego, cuando ya aprendió correctamente el idioma, lo puso en un establecimiento particular subvencionado de San Miguel.
Un día Ignacio llegó a su casa contento tras salir de clases. Entró, saludó a sus padres y de su mochila sacó una prueba corregida que le habían entregado: se había sacado un 5. “¡Qué bueno, hijo!, le dije, y después le di un abrazo”, relata Cecilia. Guillermo se mantuvo con el rostro serio. Se acercó, tomó la prueba y la rompió. Luego la lanzó al basurero, lo miró fijo y le dijo que era un mediocre, que él quería que fuera el mejor y no uno del montón.
En su adolescencia, Ignacio Neira salía a jugar fútbol a la calle a escondidas de Guillermo. Su madre era la encargada de avisarle cuando llegara del trabajo. Una relación rígida, de escaso afecto, que era suplida con recursos materiales.
-A nosotros nunca nos faltó nada. El papá se encargó de que no pasáramos necesidades y así fue-, reconoce Cecilia Guerra.
Cuando Ignacio estaba en los últimos años de teatro, llegó a su casa y vio que sus padres discutían. Guillermo le gritaba a Cecilia. Ignacio caminó hacia ellos, tomó un jarrón y lo reventó contra el suelo. A gritos le dijo a su padre que se fuera de la casa, que ya no aguantaría más sus humillaciones. Guillermo lo miró sorprendido y se fue.
-Me contaba poco de lo que sentía. Sólo en algunas ocasiones me confesó la difícil relación que tenía con su padre. No quería depender económicamente de él- recuerda Ámbar Vidal.
Claudia vivió la época de cambios de Ignacio. Ella lo ayudó cuando empezó con la peluquería. “Ignacio quería ganar plata. Yo sabía de los problemas con su padre pero prefiero no hablar de eso. En la época que se puso extraño no entendí mucho lo que le pasaba. Ahora, con los años, creo que en ese periodo se liberó. Empezó a hacer cosas que antes no hacía. Algunas amistades también influyeron”.
Patricio Hidalgo, su exabogado, cree que hubo amigos que usaron a Ignacio. Como era universitario, tenía auto, era inteligente, les servía mucho. “Ignacio era muy querido. Tenía amigos por todas partes y de todo tipo. Pero quizás era influenciable. Se fue metiendo donde no debía. En todas las causas judiciales que estuvo, era el que guardaba el auto robado, o el cajero, o se equivocaba en leseras. Esas son muestras de que no era el líder sino que un actor secundario”.
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El 22 de abril pasado Ignacio, Ámbar y Claudia despertaron temprano. Ignacio, esa mañana, arregló su bolso y salió al gimnasio. Su madre lo vio feliz. Ámbar, como todos los sábados, asistió a sus clases de ingeniería en la universidad. Claudia, la ex pareja de Ignacio, debía afinar los últimos detalles de su matrimonio. Se casaría a las 14:00 de ese día.
La noche anterior Ignacio Neira le habló por Whatsapp a Ámbar Vidal. Le dijo que ya no aguantaba más estar separado de ella y sus dos hijos. Le confesó que estaba yendo a una iglesia cristiana y que esta vez quería cambiar de verdad. Se comprometió, además, a tratarse los celos con un sicólogo. Ámbar le dijo que se juntaran a conversar. Acordaron coordinar la cita el día siguiente, cuando ella saliera de clases.
A las 11:00 horas de ese sábado, el último en la vida de Ignacio, Ámbar recibe una guía de matemáticas que debía resolver antes de retirarse. Le escribe a Ignacio que tendrá que esperarla. Una hora después, Ámbar le avisa que debe pasar a otro lado, que por favor la espere un rato más. Ignacio responde que no ha comido nada, así que podrían almorzar juntos. La invita a su casa en San Miguel. Ámbar dice que no, que prefiere que conversen solos en otro lugar. Acuerdan verse en un motel.
A las 13:06 Ignacio escribe que es momento de parar las mentiras, aunque sean insignificantes, y que quiere comenzar de cero. Ámbar lo apoya. Cuarenta minutos después acuerdan juntarse en la Copec frente a la estación de metro Pedrero. Ignacio le avisa que va saliendo de su casa. Sería su último mensaje. A las 14:00 horas, estacionada en la Copec, Ámbar toma su teléfono y le escribe “dónde vienes”. No hubo respuesta. Ignacio no acostumbraba a llegar tarde. Ámbar se impacienta.
A las 14:15 horas, con todos los invitados sentados, Claudia está parada frente a la jueza civil, nerviosa, emocionada, con su pareja al lado. Comienza la ceremonia de matrimonio. Ámbar llama a su cuñada preocupada por la demora de Ignacio. Ésta le confirma que salió hace 20 minutos.
Ámbar decide ir a su encuentro. Tiene un mal presentimiento. Enciende su auto y maneja por Departamental hacia el poniente en dirección a la casa de Ignacio. Varias cuadras más allá se topa con un taco. Piensa que es un accidente. Se baja y corre hacia la esquina de Departamental con Las Industrias. A lo lejos divisa un Mazda 3 negro. Era el auto de Ignacio. Corre y le pregunta desesperada a un carabinero dónde está el chofer. Éste le responde que iba camino al hospital con un balazo en la cabeza. El reloj marcaba las 14:30. Ámbar, en shock, le dice que sabe quién es, como si se tratara del último acto de una escena inconclusa. Una obra que terminó de golpe, en plena calle, con un final de pelicula gansteril. El telón había cubierto el escenario. Ignacio estaba muerto.
A esa misma hora, a varios kilómetros de la esquina maldita, Claudia acaba de dar el “sí” a su marido. Con una sonrisa en la cara, sabiendo que aquel día es uno de los días más importantes de su vida, besa a su esposo ilusionada con un futuro prometedor. A las tres de la madrugada, descansando de una agotadora jornada, Claudia revisa su celular. Entre los whatsapp felicitándola por su matrimonio, abre un mensaje extraño que la deja helada: “¿supiste lo que pasó con el nacho?”.