Secciones

The Clinic
Buscar
Entender es todo
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

16 de Junio de 2017

Columna de Mauricio Amar Díaz: El BDS y el Apartheid israelí

El año 2005, 57 años después de la creación del Estado de Israel, que significó destrucción de cientos de aldeas, así como la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares (la Nakba o catástrofe); a 38 años de la ocupación completa del territorio de la Palestina histórica (la Naksa o retroceso, de […]

Compartir

El año 2005, 57 años después de la creación del Estado de Israel, que significó destrucción de cientos de aldeas, así como la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares (la Nakba o catástrofe); a 38 años de la ocupación completa del territorio de la Palestina histórica (la Naksa o retroceso, de la que hoy se conmemora su aniversario 50), y a 12 años de las “negociaciones de paz” con Israel que sólo trajo una profundización del control sobre la vida en los territorios ocupados, la sociedad civil palestina lanzó un llamado a una forma de resistencia pacífica que se conoce como la campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), dirigida a todas las personas del mundo que comprendieran la injusticia de la ocupación militar de Palestina, prolongada por tanto tiempo, entregándoles una herramienta concreta para la lucha contra el racismo y la violencia del Estado sionista. El BDS no es tan sólo una apelación al caso palestino, sino una búsqueda por hacer de él un paradigma de las diferentes formas de opresión de las sociedades contemporáneas, que alcanzan en Palestina la forma extrema del Apartheid y el exterminio.

En este mismo espacio, el médico cirujano Víctor Toledo, quien ha cursado un master en la Universidad de Tel Aviv, critica la propagación de la campaña BDS al interior de los campus universitarios chilenos con una serie de respetables argumentos que, creo, es necesario analizar, para avanzar en la comprensión de qué significa realmente el BDS y porqué hoy su llamado adquiere especial urgencia. De igual manera, intentaré mostrar porqué el espanto que le ha causado al señor Toledo el rechazo de los estudiantes organizados contra una serie de conferencias en Chile del arqueólogo israelí Joe Uziel tiene plena justificación.

Apartheid

¿Por qué los palestinos han comenzado a utilizar la palabra Apartheid para comprender su propia experiencia? Desde 1967 fue el concepto de Ocupación el que se usó con mayor frecuencia para entender la situación de Palestina, dado que Israel, después de la Guerra de junio de ese año, anexó Cisjordania (hasta entonces administrativamente a cargo de Jordania) y Gaza (territorio administrado por Egipto). Los Territorios Ocupados pasaron a ser desde entonces el emblema de la causa palestina, porque sobre ella se desplegó todo el aparato militar de un Estado que, aún cuando incorpora dicho espacio a su cartografía oficial, no incluye dentro de sus ciudadanos a la población ocupada y comienza un proceso de colonización que hoy se expresa en una malla de asentamientos ilegales que cortan el territorio palestino en fragmentos incomunicados. Por eso el uso del lenguaje del señor Toledo que llama a Cisjordania “territorios en disputa” en vez de ocupados, no hace más que revelar su adhesión a la ocupación, reconocida como tal por el derecho internacional.

A partir de la ocupación de Cisjordania y Gaza, comienza efectivamente el despliegue de una racionalidad de Apartheid que tiene hoy erigido un muro que, aunque para el señor Toledo implique una defensa contra ataques terroristas, lo cierto es que éste ha sido construido totalmente sobre territorio interno a Cisjordania (es decir aquel que había sido, por los acuerdos de Oslo de 1993, destinado a la futura creación de un Estado palestino), anexando nuevas tierras para el Estado sionista, separando a muchas familias palestinas y, de paso, operando como un símbolo de construcción del propio Israel como un Estado, bien dice Wendy Brown, tan “civilizado” como todos los que construyen muros y, al mismo tiempo tan excepcional en su carácter judío y rodeado de enemigos.

El muro, de hecho, no es un sistema cerrado, porque entonces aislaría también a los colonos ilegales al interior de Cisjordania. Por eso, como bien ha notado el arquitecto israelí Eyal Weizman, el Muro funciona como un sistema móvil que se abre y cierra de acuerdo con las necesidades de interconexión de los asentamientos respecto a las ciudades importantes de Israel. Es un muro que interactúa con el territorio que separa. Pero su apertura se da siempre de manera diferencial respecto a palestinos y judíos. Es por ello que va acompañado de una red de carreteras diferenciadas, con automóviles con patentes de colores diferentes que indican la procedencia étnica de su dueño y donde, por supuesto, los colonos pueden nunca toparse con un palestino. En este sentido es que el concepto de Apartheid se utiliza no tanto como una copia legal de la situación de Sudáfrica, sino como un símbolo político que permite leer la lógica que ha montado la ocupación contemporánea de Palestina. Si al señor Toledo esto le parece muy distinto al Apartheid, curiosamente para el premio nobel sudafricano Desmond Tutu, que se ha unido a la campaña del BDS, ambas realidades se parecen mucho.

Entonces, efectivamente como dice el señor Toledo, el muro no es ni el principio ni el fin del sistema, sino un elemento central a partir del cual podemos comprender el régimen que Israel ha impuesto sobre la vida de los palestinos y su propia autorepresentación como un Estado que puede cometer cualquier acto de violencia en nombre de su seguridad. Weizman, en este sentido indica que la “«seguridad» ha sido siempre asociada con la capacidad del Estado de permanecer soberano y judío. Esta es la verdadera razón por la que el crecimiento demográfico de una de sus categorías de ciudadano -los árabes palestinos- puede ser siempre presentada como un «problema de seguridad»”.

La situación de Gaza, por otra parte, tiene una connotación diferente a la de Apartheid. Lo que ha ocurrido allí es lisa y llanamente la aplicación de una política de exterminio expresada en un bloqueo que desde 2005 impide a la población acceder a bienes de consumo mínimos, dejándolos sin electricidad, con abastecimiento de agua bajo los niveles aceptados por la OMS (con investigaciones en curso sobre sus niveles de contaminación) y sin posibilidad de salir del territorio. Gaza no es un Apartheid. Eso se lo concedo al señor Toledo. Es más bien un campo de concentración masivo sometido a masacres esporádicas en las que mueren miles de palestinos con total impunidad. Gaza es un experimento necropolítico que, nuevamente, bajo el pretexto de la seguridad de Israel, ha convertido a más de un millón y medio de personas en cuerpos eliminables.

En Cisjordania y Gaza tenemos dos modelos de dominación y control que en el siglo XX se articularon brutalmente: el Apartheid y el exterminio, que en términos globales pueden ser comprendidos, como lo hace el historiador israelí Ilan Pappé, como un programa de limpieza étnica cuyo punto de origen está en la conquista de Palestina desde los primeros indicios de colonización sionista, pero consagrado de manera fundamental a partir de la creación de Israel en 1948 y su política de judaización del territorio de Palestina.

Ahora, presentados los casos más terribles, podemos hablar de los palestinos que viven dentro de Israel y que tienen ciudadanía. El señor Toledo presenta un paisaje idílico de jóvenes árabes y judías compartiendo un mismo espacio, donde todos pueden ser amigos. ¿Los problemas? Uno que otro como “que los ciudadanos árabes enfrentan ciertas restricciones burocráticas en la compraventa de propiedad inmueble”. En realidad a lo que sebe referir el señor Toledo es a la Ley de las Tierras de Israel que resguarda el 93% del territorio del Estado a judíos, impidiendo cualquier tipo de expansión natural de las aldeas de mayoría árabe y que ha servido especialmente en Jerusalén para judaizar completamente la ciudad en desmedro de sus habitantes palestinos de la parte Este. Combinada esta Ley con la del Retorno, que permite a cualquier ciudadano del mundo, certificado por el Estado como judío, acceder a dichas tierras, mientras existen más de cinco millones de refugiados palestinos que no pueden volver a sus hogares, lo que tenemos es, al menos, una situación compleja que no alcanza a describirse con la idea del señor Toledo de que “Es cierto que la integración árabe en la democracia israelí no es perfecta”. En realidad, la integración árabe no es posible, porque el Estado de Israel no está hecho para sus ciudadanos, sino para un determinado grupo étnico, independiente de si tiene o no ciudadanía en este Estado. Se entiende, entonces, que lo que los palestinos en Israel buscan es más que ir a tomar un café sin que nadie les pregunte nada, sino el respeto a los derechos civiles y políticos básicos cuya violación los emparenta mucho más con un palestino de Cisjordania que con un israelí.

Es en este marco que la campaña por el BDS ha buscado con bastante éxito sumar esfuerzos en todo el mundo, tal como la campaña de boicot contra el régimen sudafricano jugó un rol determinante en su caída. Es una estrategia que busca conseguir al menos tres objetivos fundamentales: el fin de la ocupación, igualdad de derechos para los palestinos en Israel y el respeto al derecho al retorno de los refugiados palestinos. El BDS no se pronuncia sobre el estatus final de las negociaciones de paz ni acerca de la mejor alternativa política para solucionar el conflcito (si un Estado binacional, dos Estados separados, entre otras), sino sólo sobre estos principios que son un piso mínimo para avanzar en el fin de las políticas racistas de Israel.

Arqueología

La alerta planteada por la campaña BDS respecto a la visita del investigador israelí Joe Uziel de la Israel Antiquities Authority tiene relación con la relevancia que ha adquirido, dentro de la propia campaña BDS, el boicot académico y especialmente de aquellas actividades financiadas o patrocinadas por el Estado de Israel a través de su embajada. Las universidades israelíes no son instituciones inocuas para la ocupación de Palestina. Es allí donde se han formado y se forman los profesionales que han llevado a cabo el diseño de la ocupación: ingenieros que diseñan muros y carreteras segregadas, médicos que participan de las torturas en las cárceles, sociólogos que diseñan mecanismos de control social en los territorios ocupados, y por supuesto arqueólogos que crean mitos fundacionales del Estado que justifican el racismo y la limpieza étnica. La propia Universidad de Tel Aviv donde estudió el señor Toledo, ha declarado que: “En la dura e inestable realidad de Oriente Medio, la Universidad de Tel Aviv está en la línea de frente del trabajo crítico de mantener la ventaja militar y tecnológica de Israel”. Suena al menos a desconocimiento cuando el señor Toledo dice que puede “afirmar con toda certeza, de que todas las universidades israelíes -en particular la Universidad de Tel Aviv- enfocan sus estudios en perseguir la ciencia pura, sin intereses secundarios”.

La Israel Antiquities Authority, que visita Chile patrocinada por el Estado, es un brazo fundamental de la ciencia al servicio de la ocupación, a pesar de que el señor Toledo crea que sólo la ciencia puede derribar doctrinas. Creada por ley en 1989, la IAA es la organización responsable por todas las antigüedades dentro de Israel, lo que incluye los hallazgos bajo agua. Para ello está autorizada a excavar, preservar, conservar y administrar las antigüedades. En este sentido, la IAA es no sólo un agente de creación de mitología sionista, sino además la institución que niega a los palestinos la posibilidad de acceder a su propio patrimonio arqueológico, estudiarlo y abrir sus propios campos semánticos respecto a su historia, que dicho sea de paso incluye también la de los antiguos judíos, muchos de los cuáles fueron luego cristianos o musulmanes. La IAA realiza, en este sentido, excavaciones en los propios territorios ocupados, sirviendo a la mitología del sionismo religioso que ve en Cisjordania una tierra prometida por Dios, con habitantes indeseados. Y esto ocurre porque el sionismo, aunque el señor Toledo lo considere una payasada, ha incorporado desde siempre un elemento mesiánico en su discurso, de lo contrario Palestina no hubiera sido el destino de la empresa colonial.

En mayo de 2015, el área norte de Belén, en valle del Cremisan en Beit Jala, comenzó a ser completamente cercada por el Muro del Apartheid. En 2016, en esa misma área, la IAA se lanzó a sendas excavaciones en el asentamiento romano y bizantino ubicado en Khirbet al Najjar, pasando por alto los llamados del ministerio de turismo y antigüedades palestino, respecto a los daños que podría sufrir el valle que es lugar de cultivo de olivos y parras. Esta es sólo una de las múltiples intervenciones de la IAA en los territorios ocupados y sirve de muestra de cómo se articula el poder en términos arqueológicos, aunque el señor Toledo crea en la pureza de sus intenciones.

Es lógico que, en esta misma línea, la campaña BDS rechace el lavado de imagen que hace Israel a través de sus académicos, que participando de instituciones como la IAA se hacen responsables directos de la ocupación de Palestina. Los enemigos de la paz no se encuentran en el lado de los que se organizan pacíficamente contra el racismo israelí, sino en sus testaferros, dispuestos a tragarse todo tipo de sapos con tal de defenderlo, utilizando un lenguaje progresista según la ocasión.

Como decía al comienzo, hay una justificación para el espanto del señor Toledo y es que el BDS ya se ha instalado en la agenda de Israel como un enemigo fundamental, dejando en claro que su avance es inevitable.

Notas relacionadas