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Opinión

24 de Julio de 2017

Herminda González, dirigenta de trabajadoras sexuales: “Me gusta Guillier, es un caballero respetuoso”

Herminda González fue bailarina de cabaret en tiempos de Pinochet y recorrió Chile haciendo striptease en los mejores locales nocturnos del país. En los 90, conoció al cura Alfonso Baeza y empezó a luchar por mejorar las condiciones laborales de sus compañeras. Hoy, es una férrea defensora de los derechos de las trabajadoras sexuales tanto chilenas como inmigrantes. A cargo de la Fundación Margen, y como una de las fundadoras de la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe, lucha para que este oficio se regularice en nuestro país y que las mujeres que se prostituyen sean respetadas y accedan a beneficios como cualquier mortal: isapre, AFP, créditos bancarios. Acá, ella cuenta su historia y de paso habla de los requerimientos que le exigen al próximo presidente de Chile.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

Antes de ser presidenta de Fundación Margen, fuiste bailarina de un cabaret. ¿Cómo llegaste ahí?
-Siendo mujer adulta, ya mayor de edad, llegué a trabajar como bailarina a la boite Galicia en plena dictadura. Era el año 83 u 84.

Tiempos difíciles para trabajar en una boite.
-Llegaban los militares con todo su aparataje, movilizados en micros, y nos cerraban los locales. No era muy fácil, pero siempre ha sido estigmatizado el trabajo sexual. En los tiempos de la tía Carlina y el Bim Bam Bum llegaban incluso dueñas de casa reclamando contra “esas bataclanas” que les robaban sus maridos.

¿Dónde trabajaste?
-Me recorrí todas las boites de Chile: estuve donde la Tía Tala en Valparaíso, Chillán, Concepción, Copiapó, Calama, Antofagasta, Iquique.

¿Qué bailabas?
-Tropical. Después hice mucho striptease. Siempre me gustó el baile. Cuando estaba en un colegio de monjas, estudié ballet pero lo dejé cuando salí. Cuando comencé con los show nocturnos, descubrí que tenía habilidades para el contorsionismo y tomé clases de danza moderna para aplicarlos en mis bailes.

¿Con quién tomaste clases?
-Teníamos un amigo coreógrafo, el Nicky, que nos iba a enseñar a las mismas boites, como en el Rasputín, que quedaba en el pasaje Ayacucho con Monjitas. Y aprendí también mucho de la Maggie Lay que me enseñó baile tropical.

En ese tiempo, se estilaba que las bailarinas fueran apadrinadas por gente de la noche.
-Si querías que te fuera bien, tenías que tener un padrino. Mientras mejor era el padrino, te daba peso para ser contratada en las boites más importantes como La Sirena, la Noche, el Maxim, la Nuit, el Galicia, el Royal, el León de oro. Yo estuve muy bien apadrinada por el dúo Noche y Día.

¿Quiénes llegaban a tocar a los cabaret?
-A veces llegaba a cantar Marco Aurelio, Buddy Richard o el Pollo Fuentes. Y para ver esos show tenías que ir con harta plata, porque una botella de whisky no te costaba diez mil pesos, sino que 200 mil.

Eran grandes shows.
-Sí. Se solían hacer dos shows por noche. El primero era para las bailarinas mejor presentadas, las que tenían la mejor ropa, tenías que producirte mucho: una buena estola, capas preciosas con lentejuelas, canutillo, tocado, plumas y zapatos dorados, con plataformas. Los show eran increíbles. Una vez llegaron a la boite La Noche “Las trillizas de oro” que fueron el boom. Eran mulatas, que venían de Brasil, tenían unos crespos muy lindos. Los hombres se volvieron locos con ellas. Y, mira, lo que pasa ahora: a nuestras compañeras de color no las quieren en Chile, pero antes las apetecían.

Uno pensaría lo contrario. Es cosa de pasar por la calle Santo Domingo.
-Estoy hablando de la sociedad en general, porque los hombres siempre van a querer estar con las negras y por algo buscan su servicio. Ellos tienen la fantasía de que las trabajadoras sexuales migrantes son más ardientes que las chilenas, pero eso es un mito también, hay de todo.

LA CLIENTELA

A los locales en los que trabajaste, ¿qué clientes iban?
-Desde el obrero hasta el más pudiente. De todo.

¿El obrero gastaba todas sus lucas?
-No necesariamente. Los obreros de la construcción siempre aseguraban plata para su familia. Tenían un tope. No como uno más pudiente que podía gastar 600 mil pesos en una sola noche. Yo estuve trabajando en un local en Calama donde siempre iba un cliente que pedía tragos caros y no solo para él, sino que también para distintas bailarinas. Ellas anotaban los pedidos de tragos que hacían durante la noche y él, antes de irse en la madrugada, firmaba el listado y se iba. Al otro día, la dueña del local iba a Chuqui a su oficina a cobrarle la cuenta. ¡Y eran millones! Varias veces me tocó ir a cobrar cheques y me daba cuenta de la millonada que gastaban los contratistas de las minas, porque había algunos que hasta se enamoraban de las trabajadoras sexuales. Entonces, se la pasaban en los locales.

¿Alguno se enamoró de ti?
-Demás que sí. Bueno, yo me casé a los 25 años con alguien que conocí en un local nocturno. Él se enamoró de mí, yo me enamoré de él. O me enamoré del bolsillo, ja, ja, ja. También puede ser. Pero después nació el amor. Y lo respeté mucho. Jamás tuve otra pareja, no lo gorrié, como se dice en la jerga. Pero las situaciones se dieron de otra manera y nos separamos. Hoy somos anulados. Y tengo otra pareja. Cuando estuve casada, dejé de trabajar en las boites, porque quería criar a mis hijos y darme el tiempo de ser mamá. Y cuando me separé, volví a trabajar. Ahí fue cuando estuve trabajando en Calama. Llegué allá para alejarme del estigma y la discriminación que había en Santiago en torno al trabajo sexual. En el norte, tenía una amiga con un local nocturno, a la que le conté que me había separado y que volvería a las pistas, y ella me dijo “pero ¿cómo vas a volver si ya eres una dueña de casa?”. Y para mí no hay mucha diferencia entre una dueña de casa y una trabajadora sexual.

¿Por qué no?
-La dueña de casa trabaja el doble y nadie le paga. Más encima, tiene que abrirse de piernas y atender al marido sin que le dé ningún puto peso. Ni siquiera para comprarse un calzón. La trabajadora sexual cumple los mismos roles de una dueña de casa: atiende al hombre, pero le pagan por eso. Ahí está la diferencia. Y, bueno, la trabajadora sexual también puede decidir o no si atiende al hombre.

Una dueña de casa también.
-Pero, lamentablemente, el machismo y el patriarcado hace que no sea fácil que una dueña de casa común y corriente decida por sí misma. Hay muchos lugares donde la mujer todavía no puede decirle al marido: “¿sabes qué? No quiero tener sexo, me duele la cabeza, estoy con la menstruación, me está pasando esto…”, porque le salen con que “no poh, erís la dueña de casa y tenís que cuidar a los niños, cocinar igual, tener sexo conmigo..”.

No te dedicaste a la prostitución, pero defines tu paso por las boites como la de una trabajadora sexual. ¿Por qué?
-Mi pasada por el trabajo sexual no fue cuerpo a cuerpo, sino que exhibir mi cuerpo a otros hombres en un night club. Eso, para mí, es trabajo sexual.

En esa definición, ¿podrían entrar las modelos de Morandé con Compañía…?
-Sí, porque estás exhibiendo tu cuerpo. Y es igual de respetable, en todo caso.

Pero no hay una transacción de dinero por sexo.
-No necesariamente el trabajo sexual se trata de eso. Si buscas en el diccionario la palabra prostituta es mujer pública. Yo me asumo trabajadora sexual porque para mí, Herminda González, es trabajo sexual exhibir mi cuerpo en un night club.

¿Por qué no te dedicaste a la prostitución?
-No tenía la necesidad de ganar más dinero extra. Con lo que ganaba como bailarina fue suficiente. Yo logré tener casa propia, todos mis hijos estudiaron en colegios particulares y hoy son profesionales.

Preferiste ser bailarina de cabaret antes de dedicarte a otro oficio.
-Es que hice otros trabajos y fui mucho más explotada que en el trabajo sexual.

¿En qué trabajaste?
-De vendedora, asesora del hogar, administradora, cajera. Y me pagaban mal y me explotaban más de ocho horas al día.

Muchos creen que es en la prostitución donde las mujeres son explotadas.
-En todos los trabajos explotan, pero siempre se habla de que son explotadas las trabajadoras sexuales, de que no tenemos derechos a decidir a trabajar por cuenta propia, y no es tan así: puedo decirte que la mayoría hemos entrado al trabajo sexual por voluntad propia.

Te molesta que a la trabajadora sexual la llamen prostituta. ¿Por qué?
-Es tan peyorativo. Ha costado tanto instalar que se hable de trabajador sexual en los medios para seguir llamándonos putas. Porque antes éramos las prostitutas, las rameras, las quitamaridos, las roba hombres. Tampoco creas que es fácil decir “yo soy trabajadora sexual”. Es muy difícil.


Nancy Gutiérrez, Niki Raveau, Alejandro Guillier, Víctor Hugo Robles y Herminda González. Noviembre de 2016.

PLAZA ITALIA PA ARRIBA

A principios de los 90, antes de dejar de trabajar en locales nocturnos, descubriste que tenías pasta para luchar por los derechos de tus compañeras. ¿Cómo se fue dando todo?
-La vida misma te va enseñando. Uno va dándose cuenta de todas las necesidades que tenemos las mujeres. En mi caso, fue algo innato y desde chica. Participé mucho en los grupos juveniles de mi parroquia, donde fui monitora de catequesis y confirmación. Pero en los 90, yendo a la iglesia del Sagrado Corazón, descubrí que podía liderar un grupo.

Ahí te hiciste amiga del padre Alfonso Baeza.
-Sí. Lo conocí en el año 92. Yo era cajera de un local nocturno que quedaba cerca de su parroquia, Sagrado Corazón, y empecé a ir por la Eliana Dentone. Ella era una compañera trabajadora sexual que fue dirigente histórica en la organización pro derechos de la mujer, Ángela Lina, que me recomendó ir a esa parroquia. Ella me contó que en la parroquia habían talleres de peluquería, moda y manualidades para nosotras. Yo nunca me he sentido pecadora, así que cuando conocí al padre Alfonso, lo primero que le conté fue que había sido bailarina de cabaret, que me encantaba conocerlo, y que si podía me diera la bendición. Y me dio la bendición poh, me palmoteó la cara y me dijo: “qué linda que eres”. Nunca fui con mentiras. Teníamos grandes conversaciones con él. A las trabajadoras sexuales nunca las discriminó. Tampoco habló de sacarlas del trabajo sexual, sino que les daba estos talleres para que el día de mañana la que quisiera retirarse, tuviera otra fuente laboral.

¿Él no tuvo problemas en la Iglesia por recibir a trabajadoras sexuales en su parroquia?
-Le echaban bromas pesadas. Le decían que era el cabrón de las trabajadoras sexuales. Pero él hacía vista gorda. Siempre nos amó. Nos ayudó a organizarnos para defender nuestros derechos. El padre representaba todo: el papá que algunas no tenían, el confesor, el guía. Siempre estaba escuchando y dándote una palabra de aliento. Y fue en esas visitas a su parroquia que las trabajadoras sexuales comenzaron a contar todas las violaciones a los derechos humanos que sufrían a diario. Fue él quien las incitó a que crearan una organización que velara por sus derechos. Algo que no había en ese entonces.

¿Que violaciones sufrían, en ese entonces, las trabajadoras sexuales?
-Abuso policial, principalmente. A muchas compañeras las violaron en los carros de policía o abusaron de ellas en el cuartel. O le pedían la pasada gratis sin consentimiento. Esa es una violación. Independiente de que la compañera ejerciera el trabajo sexual. Ahí en la parroquia nos empiezan a empoderar. Y enganché con esto del liderazgo, de tener que hablar con otras mujeres, y me invitaron a ser parte de la organización pro derechos de la mujer, Ángela Lina.

¿Qué empezaste haciendo ahí?
-Trabajé de monitora en temas de drogas y alcohol. Tomé ese taller porque en ese tiempo yo no me sentía identificada con las trabajadoras sexuales, yo me creía artista poh, pero era igual que ellas nomás, ja, ja, ja. Entonces, eran las trabajadoras sexuales las que estaban ligadas a las drogas y al alcohol.

¿Por qué hacías esa diferencia?
-Entre nosotras también nos discriminábamos. O sea, la trabajadora sexual era la de la calle, no se comparaba con una bailarina de un cabaret. Tonteras nomás. Y en ese taller, comencé a hablar con otras compañeras de que era importante que no tomaran, que eso nos iba a hacer daño, que se cuidaran. Luego tomé un taller de prevención del Sida. Y me di cuenta de que hay muchos mitos.

¿Cómo cuáles?
-La gente cree que las trabajadoras sexuales somos el foco de infección y no es así. Los estudios que se han hecho, a través de la Universidad de Chile y la Católica, junto con la Red Latinoamericana de Trabajadoras Sexuales y la Fundación Savia, muestran un índice muy bajo de transmisión en trabajadoras sexuales, porque ellas no viven con VIH y usan condón. Pero el prejuicio está. Nos van poniendo tanta estigma, tanta carga, y nosotras como trabajadoras sexuales no estamos viviendo con VIH. Eso es injusto. Las compañeras han aprendido a cuidar y protegerse, han internalizado el uso del condón como herramienta de trabajo y autocuidado.

¿Costó cambiarles el switch?
-A inicios de los ‘90 nadie sabía cómo usar un condón, dónde comprarlo, si era eficaz o no, porque otros decían que en el condón venía el bicho del sida, entonces nadie quería usarlo. Y el cambio de switch tiene que ver con que las propias compañeras empezaron a apropiarse de sus cuerpos.

En ese tiempo, en los 90, las trabajadoras sexuales se ocultaban más que ahora. Debe haber sido complicado asumir un rol público en defensa de las trabajadoras sexuales.
-Sí. Ninguna quería decir públicamente a lo que se dedicaba, pero había que hacerlo para luchar por nuestros derechos.

En una entrevista, contabas una anécdota cuando formaron el sindicato Ángela Lina y las reconoció la CUT.
-Sí, cuando la Eliana Dentone formó el primer sindicato de trabajadoras sexuales muchos compañeros de la CUT pensaban que los íbamos a delatar por ser nuestros clientes, ja, ja, ja. Una tontera. No era bien mirado que llegaran las trabajadoras sexuales a la CUT. Costó posicionarse.

¿La relación con los pacos ha cambiado con el tiempo?
-Ha mejorado bastante. A las chicas ya no las detienen como cuando las echaban a la micro junto a delincuentes y traficantes. Ya no es tan violento. Aunque todavía quedan funcionarios que hacen abuso de poder. Eso en parte es por el trabajo de sensibilización que hemos hecho en algunas comisarías con nuestra fundación. Eso ha provocado que estén llanos a trabajar con nosotras para cambiar sus prácticas.

¿A nivel social ha cambiado la mentalidad? ¿O las trabajadoras sexuales siguen siendo apuntadas con el dedo?
-A nivel social sigue habiendo una invisibilidad de la trabajadora sexual. Y por el Estado también. No hay una política pública hacia las trabajadoras sexuales. Cuando el gobierno se dé cuenta que son mujeres sujetas a derecho, como cualquier trabajador, ahí recién hablaremos de un cambio de mentalidad.

¿Qué prejuicios existen todavía?
-Se cree que las mujeres que entran a trabajar en el comercio sexual es porque no pueden vivir sin sexo. Si yo te dijera que hay muchas mujeres que no se acuestan con sus clientes, no me creerías, pero es cierto. Antes a las trabajadoras sexuales nos decían que teníamos la fiebre uterina, ja, ja, ja.

¿Cómo así?
-Porque se suponía que éramos unas calientes, que no podíamos estar sin hombres y, como éramos así, no nos quedó otra que meternos a puta poh. De ahí, que teníamos la fiebre uterina.

Hay un doble estándar con el tema de la prostitución.
-Hay mucho doble estándar. Incluso, entre nosotras mismas. Por ejemplo, las compañeras que trabajan de Plaza Italia pa arriba no se consideran trabajadoras sexuales sino que escort vip. Y hacemos lo mismo poh: transamos por lucas nuestro cuerpo. Chile es un país de doble moralina. Toda esta gente conservadora que en el día te usa y después te señala con el dedo. Hay muchos clientes que van a cumplir sus fantasías con las trabajadoras sexuales y después se van a la iglesia a pegar en el pecho. Los del barrio alto no tienen sexo oral con sus mujeres, porque eso es pecado y la mujer es sagrada, entonces, van donde las putas, las malas pecadoras, con las que pueden hacer de todo. Como es el cliente de Plaza Italia pa arriba que son los que piden las fantasías sexuales más exóticas: que les defequen en la cara, que les orinen, que les pongan agujas en las tetillas, que les caminen encima del cuerpo con tacos de aguja, etcétera.

¿Y cómo es el trabajo sexual de Plaza Italia para abajo?
-Es más precario. Las compañeras atienden al constructor, al oficinista, al vendedor, al obrero, que no piden tanta estupideces como los otros.

Hay muchas feministas que se oponen al trabajo sexual.
-Yo soy feminista, pero no me opongo a que la mujer se dedique al trabajo sexual. No estoy de acuerdo con las feministas abolicionistas, las más conservadoras, que tienen en el imaginario de que somos explotadas, que no tenemos discernimiento, que no sabemos decidir. O sea, para ellas somos “pobrecitas estas mujeres que son víctimas del proselitismo y del patriarcado”. No es así. Las trabajadoras sexuales queremos gritar a los cuatro vientos que somos mujeres autónomas y cuando las compañeras abolicionistas hablan por nosotras no nos gusta que lo hagan. ¡Déjennos a nosotras hacerlo! Y si nos equivocamos, nos iremos a dar cuenta, pero déjennos equivocarnos.

Algunas hablan de la autonomía del cuerpo pero solo en cuanto al aborto.
-Exactamente. Tú tienes derecho a abortar libremente y por qué las trabajadoras sexuales no tenemos derecho a trabajar con nuestro cuerpo, porque nosotras prestamos un servicio, no estamos vendiendo el cuerpo: “es que veeenden el cuerpooo”. Tú me ves completita. No me falta un dedo, no me faltan los pelos. Es una prestación de servicios. A parte que no somos las 24 horas trabajadoras sexuales. También tenemos otros roles que cumplir: jefas de hogar, proveedoras, apoderadas, madres algunas, otras solteras, estudiantes o profesionales. Nuestro propio género a veces es tan descalificador y tan poco solidario.

¿A cuántas trabajadoras sexuales ayudan en Fundación Margen?
-El año pasado llegamos a 5 mil y tantas mujeres. Vamos a verlas a sus lugares de trabajo. Hacemos terreno día y noche. Las escuchamos en sus necesidades, en sus denuncias, les hacemos sentir que no están solas. También le entregamos condones. Es un trabajo bien amplio. Pero no amparamos la delincuencia, el tráfico de drogas, la explotación sexual infantil, la trata de mujeres. Esos son delitos. Acá, ayudamos a mujeres que decidieron ser trabajadoras sexuales por cuenta propia y que son mayores de edad.

Su fundación entrega ayuda a trabajadoras sexuales que vienen de otros países. ¿Qué has ido descubriendo de sus historias?
-Son mujeres comunes y corrientes como cualquier otra chilena. Tienen los mismos sentimientos: sufren, aman. No hay ninguna diferencia entre inmigrantes y chilenas.

En Santiago centro están bien estigmatizadas las trabajadoras sexuales. El alcalde quiere erradicarlas.
-Sí. Quiere hacer un barrio rojo. Y no sabe que ya existen acá. Solo falta mejorarlos. Si aquí mismo en la plaza de Armas hay un barrio rojo, también hay otros en calle 21 de Mayo, Santo Domingo, San Antonio, Diez de Julio, Matta, Madrid, etcétera, etcétera. Falta mejorarlos nomás. ¡Pongan baños químicos, como dicen que las compañeras están defecando o se orinan! ¡Pongan basureros para que las compañeras echen sus preservativos! El contacto de las compañeras lo hacen ahí, en la calle, pero luego se van a moteles, porque el cliente no se quiere exponer a estar ahí en el auto. Erradiquemos el tráfico de drogas, la delincuencia, toda esas cosas ilícitas, pero no metamos a las trabajadoras sexuales en el mismo saco, porque ellas están ejerciendo su oficio con todos los riesgos que conlleva. Y si ellas quieren trabajar como trabajadoras sexuales, es para mejorar sus condiciones de vida, porque si no se dedicarían a traficar o robar y no se expondrían a que les pase cualquier cosa en la calle.

¿Qué buscan como fundación?
-Queremos que se mejoren las condiciones del trabajo sexual y que este se reconozca como un trabajo más. No importa que tengamos que pagar impuestos, como cualquier trabajador, queremos hacerlo. Queremos acceder a las AFP, a la isapre, a los seguros médicos, tener una jubilación digna. Queremos que se regule nuestro oficio. No queremos proselitismo. Queremos que las compañeras trabajen, armen sus propias cooperativas y sean autónomas. Que no tengan que darle plata a un proxeneta. O sea, que ellas solas se administren, que arrienden sus departamentos, que estos sean sanitizados, con buenas condiciones: una buena cama, un baño con una ducha decente… a eso aspiramos. Y que los lugares patentados se mejoren: que sean más bonitos, más iluminados, que la música no sea tan fuerte, porque eso también le hace daño a la trabajadora sexual. O que ellas tengan derecho a la silla, porque en muchos cafés no le respetan ni eso a las compañeras.

¿Hay muchas trabajadoras sexuales en edad de jubilación?
-Sí. Hay mujeres que están en ese proceso. En esto es fácil entrar, como no te piden escolaridad ni estatus social, pero retirarse es difícil, porque te acostumbras a tener plata rápido y no tener que esperar a fin de mes.

En el casco histórico de Santiago, era común ver a trabajadoras sexuales mayores.
-Sí, las llamadas históricas. Todavía quedan en algunos barrios y llevan años en esto. Empezaron en el trabajo sexual siendo jóvenes, hoy son abuelas y siguen trabajando. Algunas tienen los mismos clientes desde jovencitas. Han envejecido con sus clientes que las visitan una vez al mes. Hay una señora trabajadora sexual, de 60 años, que dice que solo dejará este oficio cuando las velas no ardan, porque tiene sexo cuando ella quiere, le pagan lo que pide y lo disfruta. Y ella podría retirarse, porque tiene un buen vivir, ha ahorrado sus buenas lucas, y tiene sus propiedades. Pero está disfrutando.


Directiva de Fundación Margen con Michelle Bachelet.

GUILLIER Y BACHELET

¿Qué le pedirías a los candidatos presidenciales?
-Que tengan una postura política clara hacia las trabajadoras sexuales. Y ojalá se sumen al carro de regularizar el trabajo sexual. Porque cambiar la ley es muy difícil, pero sí podemos hacerle ajustes y regularizar el oficio. Y que estén por cambiar ese doble estándar que ha habido siempre, porque por un lado a las trabajadoras sexuales se les entrega herramientas para su prevención, como condones, y por otro se les quiere erradicar. Aquí lo que se prohibe es el espacio físico donde ejercer el trabajo sexual, porque no es una actividad prohibida.

¿Ha habido acercamiento con algún candidato presidencial?
-Antes que fuese candidato, nos reunimos con Guillier cuando ya era senador para plantearle nuestras necesidades y ver si apoyaría la regulación del oficio. Fuimos las trabajadoras sexuales con un grupo de la diversidad sexual compuesto por la Niki Raveau y Víctor Hugo Robles. Esa vez Guillier se comprometió a ayudarnos en nuestras demandas. Incluso, hizo un videíto bien bonito donde convocaba a los demás parlamentarios. Video que cada vez que puedo subo a mis redes sociales, ja, ja, ja. Gullier ha sido uno de los candidatos que ha sido preciso y conciso en todo.

Por ahí supe que votarás por él.
-Noo, no sé, je, je, je. Tengo mi postura política. No soy de extrema derecha, no soy de derecha, tengo mis inclinaciones hacia la izquierda, pero no te voy a decir de qué partido, ja, ja, ja.

¿Nueva Mayoría o Frente Amplio?
-Soy del que más favorezca a mi organización y las trabajadoras sexuales.

¿Bea Sánchez o Guillier?
-Yo me inclino por Guillier, porque a Beatriz Sánchez no la conozco.

¿Por qué te da confianza Guillier y no, por ejemplo, Carolina Goic?
-Porque no la conozco nomás.Y he seguido el proceso de Guillier.

¿Y qué te ha parecido el proceso de Guillier?
-Me gusta como persona y postulante a la presidencia. Lo encuentro un gallo sensato. No tiene resquemores con el tema de la diversidad. Es un tipo coherente con ganas de hacer cosas y pueden haber cambios radicales si gobierna. Me gusta Guillier. Es un caballero, respetuoso, no lo encuentro populista. Algo me dice que será el Presidente de la República y no quiero perder mi voto, ja, ja, ja.

¿Con qué gobierno las trabajadoras sexuales han estado mejor?
-Yo creo que con Lagos. A nosotras nos recibió en La Moneda. Incluso, durante como cuatro o cinco años durante su gobierno recibimos recursos para fortalecer nuestra organización.

¿Te hubiese gustado ver a Lagos como candidato?
-No. Lagos pasó a la historia. Ya fue.

¿Las trabajadoras sexuales son de izquierda o derecha?
-A los inicios de los años 80, la mayoría de las mujeres trabajadoras sexuales le hacían la venia a Pinochet: Que por Pinochet habían tenido casa, que por Pinochet venía todo, que por Pinochet habían ganado muchas lucas, porque los mejores clientes en esos tiempos eran los milicos y toda las Fuerzas Armadas. Con eso te digo todo, listo.

¿Cómo fue cambiando la cosa?
-Cuando dejó el poder Pinochet, empezó a disminuir la cosa y los milicos y pacos ya no ganaban lo mismo.

¿Ahora dan su voto a alguien en específico?
-No sé si la palabra es influenciar, pero tratamos de sugerirle a las compañeras cuál es el gobierno que nos favorece y cuál no. Y no den su voto a cualquiera.

¿Les favorece un gobierno de Piñera?
-No. Es seguir estigmatizando a las trabajadoras, es seguir segregando a las mujeres, es facho poh. O sea, nunca va a estar a favor nuestro. A nosotras no nos favorece un gobierno de Piñera, ni ningún gobierno Opus Dei ni de derecha.

¿Cuántos votos movilizan las trabajadoras sexuales?
-Uf. Imagínate que nosotras en el ‘98 éramos 15.700 trabajadoras sexuales en Santiago y a nivel nacional 60 mil. Hoy se triplicó la cifra. Somos muchas en este trabajo que no se extingue.

Te pareces físicamente a Bachelet. ¿Te lo han comentado?
-Sí. Ay, la Bachelet se parece a mí ja, ja, ja. ¿O yo me parezco a ella? Nos han dicho que somos igualitas.

¿Cómo te cae?
-Hemos estado juntas. Se han abierto algunas puertas con ella. Nos puso en contacto con Lorena Fries para trabajar en conjunto. Bachelet nos recibió bien. Nunca nos rechazó. Fue súper acogedora. No tenía prejuicios. Nunca nos ha hecho algún desaire. Como mujer, yo la admiro. Es fuerte. Cualquiera con el problema de su hijo se hubiese muerto en un mar de lágrimas. Pero ha estado dando la cara.

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