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Opinión

8 de Noviembre de 2017

Columna de Alberto Mayol y Andrés Cabrera: Bernardo Larraín Matte, todas las formas de lucha

Basta sumar, de uno en uno, un conjunto de episodios, para considerar a Bernardo Larraín Matte el motor inmóvil del entronque entre política y dinero del año en curso. En mayo de este año, en pleno proceso eleccionario, aparecieron micrófonos en las oficinas de la SOFOFA. Uno de los candidatos, Rodrigo Álvarez, estaba en continuidad […]

Alberto Mayol
Alberto Mayol
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Basta sumar, de uno en uno, un conjunto de episodios, para considerar a Bernardo Larraín Matte el motor inmóvil del entronque entre política y dinero del año en curso. En mayo de este año, en pleno proceso eleccionario, aparecieron micrófonos en las oficinas de la SOFOFA. Uno de los candidatos, Rodrigo Álvarez, estaba en continuidad con la directiva vigente entonces. El otro candidato, Larraín Matte, era el impugnador. Los micrófonos, si existían por razones electorales, tenían que ser del ‘mundo’ de Larraín Matte. El caso no se ha aclarado y está en manos de un fiscal, aunque bueno, cuando el poder es poderoso, su propio poder como fiscal es solo caballeroso. Antes de este episodio, que situaremos como revelación de un modus operandi, Larraín Matte había despertado polémica al postularse a la SOFOFA cuando todavía se recordaba con claridad el traumático episodio de la colusión del papel tissue, caso donde el mencionado empresario tenía un cargo desde el cual era difícil pensar que no supiera o sospechara de una colusión de una década. Y es que la osadía del actual Presidente de la SOFOFA fue inimaginable: en el ojo del huracán seis meses antes, asumiendo la reparación a consumidores más grande de la historia de Chile, Larraín Matte no trepidaba en intentar representar a un gremio empresarial con el discurso más notable que se puede tener en ese momento: la importancia de la legitimidad. Son esos momentos donde se es un imbécil o un genio. Y eso, parafraseando a Napoleón, dependerá de si se gana o se pierde.

Pero sigamos con el personaje. Larraín Matte gana la elección de la SOFOFA, con o sin micrófonos, demuestra su poder abrazando a los continuistas y dando una señal muy concertacionista: somos la continuidad y somos el cambio a la vez. Su tranquila victoria demostró la magnitud de su triunfo en el empresariado: partió con una disputa reñida y terminó en una especie de consenso. Algún actor empresarial le recordó por ahí la colusión. No tuvo efecto alguno la obvia denuncia. Pero hace poco tiempo conocimos la filtración de la conversación del ex intendente de La Araucanía Francisco Huenchumilla con los gremios empresariales en ICARE. Ya nos referiremos con más detalles al evento, pero solo hay que recordar dos hitos visibles en la grabación: Larraín Matte insiste varias veces que no se está grabando la conversación, pero se grabó. Varios actores requirieron aquello y lo consultaron. Las respuestas fueron taxativas y falsas. Y fueron del mismo Larraín Matte. Pero podemos suponer que él no sabía que la instrucción no se estaba cumpliendo. Sin embargo, la grabación se filtró. Y ocurrió misteriosamente ahora en ‘período electoral’, pero no de Larraín Matte, sino de Huenchumilla, candidato fuerte a senador, que verá indudablemente mermado su apoyo con el episodio. Y si podemos suponer que no sabía que se estaba grabando, no podemos suponer tan fácilmente que no autorizó la filtración. Los responsables de la grabación son pocos, saben a lo que juegan, saben que es un mundo de secretos. Necesitan una orden para una jugada de alto riesgo. Es imposible que Larraín Matte no supiera. La operación fue un éxito.

Larraín Matte comprendió muy bien su fracaso en Hidroaysén, el proyecto emblemático que lideró. A 11 años de iniciadas las tratativas, ya es de público conocimiento que Colbún ha decidido poner fin a la iniciativa hidroeléctrica iniciada con Endesa. “Enel y Colbún ad portas de liquidar Hidroaysén” titulaba el domingo pasado el suplemento de Negocios de La Tercera. Por supuesto, Larraín Matte había asimilado mucho antes los costos de la derrota. Comprendió que no bastaba un empresario, otro más, en su familia. Como su familia, debía ser también un político de la empresa. Volvió a confiar en la oligarquía y no solo en la burguesía (pero también en la burguesía, por supuesto). Y comenzó el camino. Un camino donde se articuló con los grupos renovadores del empresariado, los
grupos que denostaban al Carlos “Choclo” Délano por sus orientaciones rentistas y politiqueras. Bernardo Larraín Matte prometió el empresariado moderno, la transformación, la apertura, la glasnost y la perestroika, la transparencia, el amor en los tiempos del cólera. Y habló de los estándares éticos, lo dijo antes de la colusión, pero también después, apostando al silencio cómplice a su alrededor. Y apostó también (en rigor, por añadidura) al poder total, el antídoto perfecto a la palabra incómoda de otro. Y para el poder total, hizo lo que había que hacer: renunciar a una cosa para tener otra. Salió de Colbún y aparcó en la SOFOFA. Y se reunió con Bachelet, quien no dijo palabra alguna de sus colusiones, a quien informó de su objetivo: un nuevo protocolo de evaluación de proyectos. El trauma de Hidroaysén penaba sobre sus hombros, nunca se sabe, a veces la obsesión es un aprendizaje, a veces la reiteración cognitiva de un hito que duele en el corazón.

Bernardo Larraín Matte emerge hoy convertido, del joven empresariado que abría las puertas al debate y al discurso de la legitimidad, sus actos (pero no su fama aún) se acercan a los del Choclo, por supuesto con más elegancia. Si antes prometía ser una especie de Michael Corleone, pero el Michael anterior al doble asesinato del capitán de policía y su adversario Sollozzo, ese personaje que, proveniente de una infausta cimiente, quería arribar a la luz y la legitimidad; hoy surge como simple reiteración del patriarca, del don, de Eliodoro Matte Larraín, ese hombre de intensas y hasta ridículas obsesiones recaudatorias, el defensor de Karadima, el financista del CEP. Hoy Bernardo es cada vez más Eliodoro, con sus apellidos nuevamente invertidos (porque esos apellidos siempre andan juntos, por los siglos de los siglos, son cien años de compañía en nuestro Macondo), con la política por delante, abandonando sí la religión, pero apostando como tantas veces, de nuevo, a tener la política muy cerca.

Y he ahí el último episodio. El momento en que Larraín Matte obliga a Huenchumilla a arrepentirse de todos sus pecados y luego, como segunda sanción, simplemente lo liquida públicamente. Fue un misil lanzado a la “línea de flotación” de la campaña senatorial de Francisco Huenchumilla a partir de la viralización de un video donde el militante DC se confiesa ante el empresariado. La viralización del video fue inmediata. Caía al “fango” una de las escasas figuras del mundo político tradicional que había propuesto una salida política sensata al conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche. El ambiente de la jornada incluso parecía invocar la “cocina” de Andrés Zaldívar acaecida en el contexto de la bullada reforma tributaria. Esto, no es simplemente un “juego de analogía” entre ambos casos, sino que posee una dimensión estructural, una lógica reproductiva, más allá de los actores que interpretan los papeles principales. ¿Por qué pocos se percataron de quien estaba al lado de Francisco Huenchumilla? ¿Por qué los medios en general y la crítica en particular, concentraron su mirada en Huenchumilla y sus palabras, descuidando por completo la otra mitad de la imagen y a quienes la secundaban?

La respuesta es simple. Y es que mientras Larraín Matte habla de la legitimidad y sus hermosos ornamentos, en su actuar solo hay poder, un poder brutal, simple y claro. Y es que naturalmente, tal y como su familia, puede enseñarte a leer con el Silabario, pero jamás permitirá que deseemos leer algo más que el Silabario. Y por eso Larraín Matte, luego de sus primarios esfuerzos en el gremio empresarial con intentos de notoriedad y fama, ha decidido la más sabia y contundente ruta del poder brutal y simple. ¿Espionaje? ¿Filtraciones? ¿Eliminación política de actores complejos? Todo eso y más está sobre la mesa.

Bernardo Larraín Matte es muchísimo más inteligente que la media de los empresarios chilenos. Y es frío (le da tiempo al plato, usted entiende). Está atento a los detalles. Siempre quiere entender. Ve en los enemigos un caso de estudio, no solo un problema. Escucha, recuerda, reflexiona y actúa. En un medio donde muchos altos ejecutivos no han leído ni las instrucciones para hacer leche en polvo, es una especie de lujo. Este año ha sorteado su mayor crisis con un éxito sin parangón. Y se ha dado el gusto de salir de la posición defensiva para ir a la ofensiva. Mirar el video de Huenchumilla es un ejercicio imprescindible. Hágalo, pero no mirando a Huenchumilla, sino a Larraín Matte: observe su placer, su insoslayable entusiasmo. Prácticamente se achica en la silla en cada momento
crucial, disfrutando del solaz futuro de tener un hombre en la mano. Huenchumilla quedó allí, en sus garras, mientras creía ser acogido. Y es que el ingenuo Michael ya había dejado paso al don. No se movió, solo negó tres veces que se grababa la sesión. Y no se movió mientras Huenchu se sinceraba hasta la impostura. El político una vez más le pedía disculpas al dinero. No se movió, pero mintió. Estaba grabando. Como se grabó en las oficinas de la SOFOFA con micrófonos ocultos. Y así fue un motor inmóvil, “lo que mueve sin ser movido”, diría Aristóteles.

Hoy la derecha chilena felicita la temeridad de José Antonio Kast, hoy la derecha se siente cómoda con el supuesto triunfo de Piñera. En realidad, la derecha ha tenido a su actor más importante del año en Larraín Matte. Es ese su mayor logro. Pero tiene un punto débil Bernardo, ese trauma que él explica como aprendizaje. Se trata de Hidroaysén. Ya ha sido vencido en ese terreno, ya fue derrotado por completo, ya tuvo que retroceder en forma de miles de millones de dólares. Es una señal. La fórmula es clara: el empresariado chileno solo puede ser confrontado desde la disputa de poder, no desde su ética, ni siquiera desde sus cálculos amables. No hay ruta intermedia. Porque el empresariado chileno es radical: habla de ganancias en la medida de lo posible, pero las procura con todas las formas de lucha.

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