"Consulten a un médico. Y que si alguien trata de hablar de su cuerpo sin amabilidad ni interés, el del problema es él. Y: la vagina es como un horno con sistema de autolimpieza", dice Jen Gunter.
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Jen Gunter es ginecobstetra y por tanto escribe una columna para The New York Times que titula “no me importa tu opinión sobre mi vagina”.
Gunter parte hablando de un sarpullido de hombres, que define como un grupo de machoexplicadores, así como los “cuervos forman parvadas y las lechuzas, parlamentos”.
“Siempre ha habido unos cuantos hombres, por aquí y por allá, que me explican la vagina. He padecido a tontos ansiosos por hacer alguna broma con tal de conquistar que dicen que son ginecólogos aficionados para detallar su conocimiento avanzado —e imaginario— de la fisiología y anatomía femeninas. Hombres que creen que estar sentadas al lado de ellos en un bar, sonriendo (porque si no sonríes, te dicen que sonrías), es una invitación a que te digan cómo te harán gemir y gritar”, dice.
Por su trabajo como médico, afirma que ha “escuchado a mujeres, con análisis absolutamente normales, llorar porque les han dicho que su vagina no huele o no sabe como debería hacerlo. Están demasiado húmedas o demasiado flácidas o demasiado asquerosas”.
El problema -agrega- que a todas esas mujeres las cosas acerca de sus vaginas se las han dicho hombres. “Los años que tengo escuchando la vergüenza secreta acerca de las vaginas y vulvas saludables parecen sugerir que se debe en gran parte, si no es que por completo, a los compañeros varones que explotan las inseguridades vaginales y vulvares como si se tratara de un arma de abuso y control emocional”, subraya.
Jen Gunter recuerda que escribió la historia de un hombre que trató de avergonzarla respecto de la salud de su vagina. “Aunque quizá no tenga absoluta confianza en mi apariencia, tengo confianza profesional a montones. Existen pocas personas, si las hay, que sepan más acerca del tracto genital que yo. De modo que cuando este hombre comenzó a hablar sobre cómo podría ser mejor mi saludable vagina, lo dejé”, dice.
“En respuesta a mi publicación surgió un artículo en el tabloide The New York Post con el encabezado equivocado: “Mi novio me dejó por el olor de mi vagina”, acompañado de una fotografía mía. El artículo en sí era preciso, lo cual no era difícil pues se trataba básicamente de citas extraídas de mi blog”.
Por eso -rememora- “aparecieron los hombres. Llegaron para compartir su opinión respecto a mi vagina, escribiendo comentarios en mi blog y enviándome mensajes en Twitter (…) Este sarpullido me bombardeó con comentarios tanto públicos como privados. Había hombres que se preguntaban si ya me habría “lavado la cosa”. Uno escribió que “¡seguramente ME GUSTABAN las apestosas! Qué bueno, pero ¡nosotros preferimos las FRESCAS como una flor!”.
Entonces Jen Gunter dice que si las mujeres tiene dudas respecto de su vaginas “consulten a un médico. Y que si alguien trata de hablar de su cuerpo sin amabilidad ni interés, el del problema es él. Y: la vagina es como un horno con sistema de autolimpieza”.
“La era en la que los hombres podían avergonzar a las mujeres por sus vaginas perfectamente saludables está llegando a su fin”, cierra.