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Nacional

4 de Diciembre de 2017

¿Debe tributar la automatización? El debate sobre el pago de impuestos de los robots

El enfoque tributario ha abierto un debate en el mundo entero sobre cuál es la mejor forma de enfrentar la robotización. El empresario Bill Gates fue uno de los primeros en abrir la discusión y a su planteamiento, en septiembre pasado, se sumó el candidato Alejandro Guillier quien anunció estar a favor de esta medida sin profundizar en detalles. Un tema que en el país, en general, ha estado escaso de ideas: “Los candidatos a la Presidencia se han comportado como si el problema no existiera, como si estuvieran dejándole la cancha al libre mercado”, explica la economista Goretti Cabaleiro.

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La primera reacción del presidente del sindicato fue de incredulidad. Luego tuvo miedo. Llevaban apenas un día en huelga cuando se enteraron que la empresa Litoralpress, para la que se desempeñaban, había reemplazado las funciones de los cerca de 80 trabajadores plegados a la movilización, a través de un robot computacional: “Teníamos toda la empresa movilizada, pero la producción no paraba, y eso nos quitaba todo el poder de negociación. Cuando vimos que tenían máquinas para reemplazarnos nos dio temor. Eso significaba una huelga indefinida, lo que era insostenible”, recuerda Adrián Flandes.

Hasta antes de iniciar la huelga, en julio pasado, los trabajadores de Litoralpress –en su mayoría periodistas- se dedicaban a realizar análisis de medios. Revisaban toda la información que circulaba en la prensa escrita, las radios, los canales de TV, y los portales electrónicos, y elaboraban informes para sus clientes. Al día siguiente de la paralización, todas esas funciones habían sido reemplazadas por un programa. El robot seleccionaba las noticias, transformaba los formatos digitales de las publicaciones electrónicas en piezas para entregar, las codificaba, y luego les asignaba valoraciones, como lo hacían los trabajadores habitualmente.

Los fiscalizadores de la Inspección del Trabajo se demoraron una semana en ir a la compañía. Allí constataron que efectivamente los trabajadores estaban siendo reemplazados por un robot y ordenaron desconectarlo. La resolución parecía inédita. Aunque la ley laboral no especificaba entre personas o máquinas, sí era clara en establecer que lo que importa en una huelga era que no se reemplazaran las funciones, como estaba sucediendo.

Una semana después, el sindicato llegó a un acuerdo. No sólo monetario, sino también sobre la automatización. Aunque el programa aún era imperfecto, el ejercicio demostró que era posible que una máquina hiciera el trabajo de 80 personas. Pese a eso, la empresa se comprometió a que cualquier cambio tecnológico sería dialogado con los funcionarios. Adrián Flandes no cree que sea razonable que este tipo de problemas que traerá la automatización quede a voluntad del empleador: “Si no hay una legislación adecuada, los robots van a terminar reemplazando nuestro trabajo. Esto va a suceder en el corto plazo y acá los únicos beneficiados serán los que ya tienen el capital. La automatización va a prescindir de la mano de obra y concentrará las fortunas, y eso es complicado para cualquier país: genera cesantía y es peligroso para nuestra convivencia social”, agrega.

El presidente del sindicato cree que la mejor manera de enfrentar el futuro es con educación y tributos: “Un impuesto a las máquinas es bueno para permitir la reconversión de las personas. Cuando no hay leyes que regulen el equilibrio entre los trabajadores y el capital, éste se acumula indefinidamente. El capital tiene tanto poder, que ahora es capaz de construir sus propios trabajadores”, concluye Flandes.

ROBOTIZACIÓN
A comienzos de este año, la consultora Mckinsey Global Institute dio a conocer un apocalíptico informe en el que analizó los efectos que la automatización tendría en el futuro de 54 países, incluido Chile. Las cifras dan miedo: el 50% de los trabajadores nacionales podrían ser reemplazados por robots en un plazo de 20 a 40 años.

El periodista Juan Andrés Guzmán, de CIPER, recogió esos números y los analizó en un artículo: “el estudio calcula que en el sector retail el 51% del trabajo que allí se realiza tiene el potencial de ser automatizado, lo que eventualmente podría producir una pérdida de hasta 800 mil empleos. En las manufacturas el potencial de automatización es del 61% (600 mil trabajos) y en el área ‘administración y sector público’, el reemplazo por sistemas automáticos puede afectar al 40% del trabajo que hoy ofrece: 235 mil empleos”, escribió.

Los porcentajes son similares a los que registran otros países del mundo, donde hay empresas que ya han ido adoptando cambios exponenciales en su forma de producir. En el mismo artículo, Guzmán pone de ejemplo diversas compañías, entre ellas Momentum Machine, que desarrolló un robot capaz de producir 400 hamburguesas gourmet por hora, y cuyo fundador, Alexandros Vardakostas, declaró en el 2012 que el dispositivo buscaba derechamente reemplazar a los trabajadores. Otro ejemplo es el de la empresa Foxconn, que en China provee de componentes a Apple y Samsung, y que en el 2011 anunció su idea de reemplazar a un millón de trabajadores por un millón de robots, que trabajan en “complejos que funcionan día y noche con las luces apagadas y sin ningún operario adentro”, como describió el empresario Martin Ford en una charla.

Ford es autor del libro “El Ascenso de los Robots” y explicó en CIPER lo exponencial de este cambio a través de dos compañías: General Motors (GM) y Google. “La primera, en su periodo de máximo esplendor, en 1979, llegó a tener 840 mil empleados. Google en cambio, aunque genera el 20% más de utilidades de lo que nunca produjo GM, nunca ha ofrecido ni el 5% de los puestos de trabajo de GM”, dice el artículo.

Aunque la automatización es una preocupación mundial de académicos, políticos y empresarios, especialmente en Estados Unidos, Europa y Asia, en Chile son pocas las voces que han puesto el tema en discusión. Una de ellas es la economista española Goretti Cabaleiro, profesora de la Facultad de Economía y negocios de la Universidad Alberto Hurtado, experta en tecnología e innovación. “Los robots no se cansan, no hacen sindicatos, no se quedan embarazados, no se enferman, y cuando se rompen los tiras a la basura. Nosotros no vamos a poder competir con ellos en tareas automatizables. La pregunta que todo el mundo se hace es ¿qué va a pasar con nosotros?”, afirma.

Goretti explica que actualmente hay cuatro enfoques que pretenden responder esa interrogante: reducir las horas laborales manteniendo el sueldo para emplear a más trabajadores (Suecia ha acortado su jornada a seis horas), adoptar una renta universal de asistencia para quienes no están trabajando (un proyecto piloto en Finlandia actualmente le paga 570 euros a personas desempleadas), dejar que el mercado se autorregule (abandonar a la gente a su suerte), y retrasar la automatización a través de impuestos a los robots, para lograr que las personas se adapten a la nueva realidad. “No creo que el experimento de Finlandia sea extrapolable, no es una gran cantidad de dinero y tiene un límite de dos años. La medida del libre mercado sería mucho más costosa. Habría más empobrecimiento y revueltas sociales. Mientras que los impuestos podrían retrasar la automatización para que la gente se adapte”, argumenta Goretti.

Son varios los expertos que suscriben a los impuestos como una forma de regulación. No la única, por supuesto. Entre ellos, el multimillonario Bill Gates, fundador de Microsoft. La discusión, sin embargo, aún está germinando. Aunque no hay propuestas masivas en el mundo sobre impuestos a los robots, si ha habido intentos por definirlos, por ejemplo, entre los que complementan labores y los que sustituyen: “¿Le vamos a poner impuestos a ambos? En mayo de 2016 una parlamentaria de Europa propuso clasificar a los robots como personas electrónicas. Acá en Chile echo de menos eso, porque no he visto ninguna propuesta. Los candidatos a la presidencia se han comportado como si el problema no existiera, como si estuvieran dejándole la cancha al libre mercado. Es decir, están abandonando a la gente a su suerte”, dice Cabaleiro.

Hasta el momento, el único que ha fijado un punto de vista similar al de Bill Gates es el candidato Alejandro Guillier, quien en septiembre pasado, durante el debate presidencial Congreso Futuro, sobre ciencia y tecnología, se mostró partidario de crear un impuesto a la automatización. No dijo cómo lo haría, ni qué tipos de robots lo pagarían.

Consultamos a su comando para profundizar el anuncio, pero no obtuvimos respuestas.

PARAÍSOS DE ROBOTS
Corea del Sur es uno de los primeros países del mundo en adaptar parte de su legislación tributaria al uso de robots. En agosto pasado se presentó una iniciativa para reducir los incentivos a la automatización, de manera que a partir del próximo año, las empresas que decidan impulsar la robotización en sus compañías pagarán más impuestos indirectamente.

Goretti Cabaleiro cree que hay que mirar con atención lo que ocurre en ese país. Lo que suceda allá podría ser determinante para el resto del mundo. Ponerle impuestos a los robots no es tan simple. Tampoco asegura que el objetivo final –que las personas se adapten al cambio- se logre. El principal problema de esta medida es que puede volver poco competitivos a los países que los tengan. “Mucha gente dice que esa es una tontera, porque le aplicas impuesto a algo que genera riqueza. Si los países no adoptan medidas unificadas sobre este impuesto a los robots obviamente va a haber traslado de empresas a países donde no hay impuestos. Se van a crear los paraísos fiscales de robots”, explica.

El economista Sebastián Edwards, uno de los pioneros en instalar esta discusión en Chile, tiene una mirada escéptica sobre los tributos. En abril del año 2016 escribió una columna titulada “Ya pronto tu empleo desaparecerá”, donde entre otras cosas expuso algunos de los argumentos escritos por Martin Ford y habló de cómo la automatización estaba abarcando tareas que hace tres años eran inimaginables, como la que realiza la compañía NextLaw en EE.UU., que usa un sistema para analizar los juicios: “En menos de una hora revisa antecedentes jurídicos que a un abogado le tomaría 38 años leer, no comete errores y cuesta una fracción de lo que cuesta un abogado con cinco años de experiencia”, escribió esa vez.

Hoy asegura que la clave está en la educación y no en las estrategias que buscan ralentizar el proceso: “Ponerle impuestos a las máquinas es una medida que tiene y no tiene sentido a la vez. Si es más caro reemplazar a un humano por un robot, menos gente lo va a comprar. El problema es que nuestros competidores, que no le ponen impuestos, van a ser más eficientes. Se van a comer todos nuestros mercados”, vaticina.

Edwards también es de los que cree que las autoridades están reaccionando tarde: “Es patético que en estas elecciones, cuando se vienen los robots marchando en contra nuestra, no se haya dicho una palabra sobre el tema”, critica. Asegura que por ahora, la única solución a la que hay que meterle acelerador está en el ámbito de la educación. Un análisis similar es el que tiene el presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) Alfredo Moreno: “No es que no se necesite a los humanos, sino que el humano ocupa ahora una condición distinta. Las personas que se están formando deben hacerlo en lo que realmente es necesario para aplicar la tecnología de hoy, no que les enseñemos a usar lo que se ocupaba diez años atrás”, dice. Para Moreno no es una opción cerrarse a las tecnologías a través de impuestos. “Si bien eso puede impedir que se adopten automatizaciones, tus productos pasan a ser poco competitivos. Un país pequeño y abierto como es Chile, tal vez no está en condiciones de considerar esa opción”, agrega.

La clave, según explica, es potenciar lo bueno del cambio: “Los nuevos avances permitirán que las personas produzcan mejor, con más oportunidades de aumentar sus remuneraciones. Tal como ocurrió con la Revolución Industrial. Aparecieron los tractores, pero la gente siguió trabajando igual y mejor con la ayuda de la máquina”.

Esa afirmación, sin embargo, aún es muy aventurada. A Martin Ford, por ejemplo, según dijo en una entrevista a CIPER, no le parece realista que un taxista pueda convertirse en ingeniero informático. Mientras tanto, los anuncios de automatización continúan apareciendo en los diarios prácticamente todos los días. En el mismo rubro del transporte, hace una semana, la empresa Uber acordó comprar 24.000 vehículos autónomos a Volvo Cars de Suecia. Desde hacía varios meses la compañía venía probando estos autos en Pittsburgh, Estados Unidos, donde hasta septiembre de este año ya habían realizado 30.000 viajes exitosos. El modelo XC90 tiene un precio de US$46.900 y será entregado a partir del 2019. Con esto, Uber pretende rebajar el mayor costo que tienen los servicios de taxis: los conductores humanos.

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