Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Cultura

14 de Diciembre de 2017

Poema de Marge Piercy: “¿De qué están hechas las chicas grandes?”

La construcción de una mujer: una mujer no está hecha de carne, hueso y tendón, vientre y pechos, hígado, codos y dedos de los pies. Se manufactura como un auto deportivo. Se remodela, reajusta y rediseña todas las décadas. Cecilia en la universidad había sido la seducción misma. Se retorcía entre las barras como una […]

Por

La construcción de una mujer:
una mujer no está hecha de carne,
hueso y tendón,
vientre y pechos, hígado, codos y dedos de los pies.
Se manufactura como un auto deportivo.
Se remodela, reajusta y rediseña
todas las décadas.

Cecilia en la universidad había sido la seducción misma.
Se retorcía entre las barras como una anguila de seda,
con el culo y las caderas que eran una promesa, y la boca
fruncida con el labial rojo oscuro del deseo.

Nos visitó en el 68 y todavía usaba la pollera
ajustada por la rodilla y el mismo labial rojo oscuro,
mientras en Manhattan yo bailaba en minifalda
con los labios pálidos como leche de damasco,
y el pelo suelto como las crines de una yegua. Oh, queridas,
¿Me creí superior en aquel momento,
le pasara lo que le pasara a la pobre Cecilia?
Ella estaba fuera de moda, fuera de juego,
descalificada, desdeñada, des-
membrada del club del deseo.

Miren las fotos de las revistas francesas
de moda del siglo XVIII:
el siglo de la última fantasía para damas
forjada en seda y corset.
El miriñaque les corría un metro la cadera
para cada lado, la cintura apretada,
la panza comprimida por las maderas.
Los pechos rellenos de abajo y de los costados
servidos como manzanas en un bol.
El piecito preso en una zapatilla que
jamás se pensó para caminar.
Y arriba de todo un colosal dolor de cabeza:
el pelo como pieza de museo, ornamentado
a diario con cintas, grutas y floreros,
montañas y fragatas en plena
navegación, globos y lobos, al capricho
de un peluquero suelto.
Los sombreros eran tortas de casamiento rococó
que hubieran eclipsado un striptease de Las Vegas.
He aquí a una mujer en forma
con el exoesqueleto torturándole la carne:
una mujer hecha de dolor.

¡Ahora qué superiores somos! Miren a la mujer
moderna:
delgada como cuchilla de tijera.
Corre todas las mañanas en una cinta,
se mete a gruñir y tironear
en una máquina de pesas y poleas,
con una imagen en mente a la que nunca
se podrá aproximar, un cuerpo de vidrio
rosa que nunca se arruga,
nunca crece, nunca desaparece. Se sienta
a la mesa y cierra los ojos a la comida
con hambre, siempre con hambre:
una mujer hecha de dolor.

Un perro o un gato se acercan,
se huelen el hocico. Se olfatean el culo.
Se gruñen o se lamen. Se enamoran
tan seguido como nosotras,
con la misma pasión. Pero se enamoran
o se apasionan a pelo,
sin miriñaque ni corpiño con push up
sin extirparse una costilla ni hacerse liposucción.
No es para perros, ni machos ni hembras,
que los caniches se podan
como un macizo topiario.

Si solamente pudiéramos gustarnos unos a otros en bruto.
Si solamente pudiéramos querernos a nosotras mismas
como queremos a un bebé que nos balbucea en los brazos.
Si no nos programaran y
nos reprogramaran
para necesitar lo que nos venden.
¿Por qué íbamos a querer vivir en una propaganda?
¿Por qué íbamos a querer flagelarnos las blanduras
hasta hacerlas líneas rectas como un cuadro de Mondrian?
¿Por qué nos íbamos a castigar con el desprecio,
como si tener grande el culo
fuera peor que la codicia o la maldad?

¿Cuándo vamos a dejar las mujeres de estar obligadas
a ver nuestros cuerpos como experimentos de ciencias,
como jardines que hay que desmalezar
como perros que hay que domesticar?
¿Cuándo una mujer va a dejar
de estar hecha de dolor.

Notas relacionadas