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Opinión

21 de Diciembre de 2017

Columna de Cristián Cuevas: La derecha y los “hijos del carbón”

"Hoy, la derecha ha colonizado nuestra memoria. Y si antes, muchos de nosotros nos reconocíamos en las iglesias y allí dimos nuestro primeros pasos en el compromiso social, hoy muchas de ellas han sucumbido ante la intolerancia de la ultra derecha", dice el sindicalista, y militante de Nueva Democracia y el Frente Amplio.

Cristián Cuevas
Cristián Cuevas
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Para muchos de quienes hemos sido nacidos y criados en la Cuenca del Carbón, hablar de nuestro origen era nuestra carta de presentación cuando íbamos a otros lugares. No era sólo un emblema valorado en Chile, pues esa misma experiencia nos hermanaba con diferentes expresiones de identidad obrera en diferentes partes del Mundo. Aún recuerdo, por ejemplo, el impacto que tuvo en mí la película “Billy Elliot” y cómo me vi identificado (y emocionado) en la lucha de los obreros frente a las políticas neoliberales de Margareth Thatcher que imponía el cierre de las minas. Y es que a pesar de las distancias geográficas y culturales existentes entre Coronel y Durham, con los personajes de la película pareciéramos compartir el orgullo por ser herederos de una historia de esfuerzo y heroísmo. Esa memoria, susurrada por la voz de abuelos, padres y madres marcaba nuestra identidad proletaria y nos hacía abrazar las banderas del socialismo, lo que durante la Dictadura nos costó sufrimiento y pérdidas.

Por lo mismo, es extraño lo vivido en las últimas elecciones, en que la derecha más recalcitrante, aquella que incluso se atrevió a desenterrar desvergonzadamente la figura del Dictador, obtuviera resultados arrolladores, yendo a contrapelo de aquella memoria proletaria. Lo que hoy observamos pareciera ser totalmente contradictorio, pero creo que es posible entenderlo si se abordan algunas transformaciones importantes sufridas en la zona como efecto del neoliberalismo y la emergencia de las disputas valóricas en el campo religioso.

El cierre de las minas, no sólo significó el fin de una actividad económica, sino la transformación de todo un modo de vida. De la extracción minera dependía la economía de la zona, pero también, en torno a ella se estructuraba toda la sociabilidad. Así, por ejemplo, las organizaciones sindicales, antes poseedoras de gran poder de organización, construían en torno a ellas la vida social de las familias del carbón, dependiendo de ellas importantes aspectos de la vida cotidiana, tales como el ocio, la vida social y la actividad deportiva. No sería exagerado decir que incluso, debido a los sistemas de bienestar que gestionaban ante los patrones, también dependía de ellas el nacimiento y la muerte.

Muy cerca de ellas, estaban los partidos históricos de la izquierda –Comunista y Socialista- que le entregaban a los “hijos del carbón”, coherencia y consistencia política.

Por otra parte, la Cuenca del Carbón siempre se caracterizó por su filiación religiosa pentecostal. Durante todo el siglo XX ésta se complementaba con la identidad proletaria y socialista. Yo mismo, me enorgullezco de mi herencia socialista y pentecostal. Si la mina y el sindicato entregaban un cierto soporte material y los partidos de la izquierda tradicional entregaban un discurso para moverse en el plano político, las iglesias pentecostales funcionaban como un consuelo ante la dureza de la vida y reformaban las vidas de los obreros, entregándoles un soporte moral, tan relevante para sostener la dignidad.

Si durante todo el siglo XX estos tres ámbitos funcionaban de manera organizada entre sí, las transformaciones culturales de los últimos 20 años rompieron estos lazos. Ante el cierre de las minas, esos modos de vida y esos lazos sociales comenzaron a disolverse y la precariedad que se comienza a vivir (recordemos los planes de reconversión implementados), dio lugar a prácticas que transmutaron la acción política en clientelismo, de modo que ya no importaba tanto la consistencia política, como la pertenencia a ciertas redes de distribución de recursos. En esa disolución de las certezas, los rígidos y absolutos marcos valóricos del pentecostalismo parecieran volverse únicos y suspender toda otra forma de articulación en torno a principios, de modo que incitados por la derecha, la moral sexual se vuelve único eje de acción política, siendo capaces de hacer suspender la memoria histórica.

Hoy, la derecha ha colonizado nuestra memoria. Y si antes, muchos de nosotros nos reconocíamos en las iglesias y allí dimos nuestro primeros pasos en el compromiso social, hoy muchas de ellas han sucumbido ante la intolerancia de la ultra derecha y por lo tanto, lamentablemente se han vuelto en defensoras de un orden social que se sustenta en la desigualdad y el egoísmo, muy ajeno a los valores cristianos que propugnaban.

¿Qué podemos hacer frente a esto? Creo que más allá de lo obvio que es recuperar y perspectivar la historia y la memoria de la Cuenca del Carbón y nuestras luchas, es necesario reconstruir un diálogo perdido que reinstale la solidaridad como valor y que establezca una consistencia entre nuestra memoria, nuestra existencia material y nuestras prácticas culturales. Estoy convencido, pues así me lo ha mostrado mi experiencia de niño, que la fe no es incompatible con la izquierda.

* Dirigente social, sindicalista y militante de Nueva Democracia y el Frente Amplio

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