El mexicano Guillermo Arriaga es lo más parecido a un hombre del Renacimiento en el siglo XXI, cineasta y literato que vive para contar esas historias fragmentadas que parten de lo real para romper todas las fronteras, porque para él “los límites son antiartísticos”. “Cuando tu empiezas a limitar a un artista no se autolimita […]
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El mexicano Guillermo Arriaga es lo más parecido a un hombre del Renacimiento en el siglo XXI, cineasta y literato que vive para contar esas historias fragmentadas que parten de lo real para romper todas las fronteras, porque para él “los límites son antiartísticos”.
“Cuando tu empiezas a limitar a un artista no se autolimita él, sino que vienen los limites de fuera”, comentó Arriaga en una entrevista con Efe.
El autor de “El salvaje” ejemplifica su opinión con el trabajo del puertorriqueño José Rivera, que “se limita por una serie de medidas” que él mismo asume como una especie de desafío.
“Pero cuando te empiezan a limitar cuestiones extraartísticas, entonces eso es un peligro (…), yo lo que creo es que un autor que está constreñido por todas estas limitaciones, ¿qué libertad creativa va a tener?”, se pregunta.
Por eso, considera que la obligación de los artistas es siempre la de “mostrar aquello que no se quiere ver”.
Para él, la literatura es convertir su libro “en un espejo” y ponerlo debajo de la mesa, donde “nadie quiere ver que hay chicles pegados ahí”.
“La literatura puede ser muchas cosas, puede ser entretenimiento, alivio, confrontación crítica, molestia, incomodidad, pero no creo que haya un gran autor que no haya incomodado”, dice Arriaga con convicción.
Por eso, sigue la estela de algunos de sus maestros como William Faulkner, Juan Rulfo o Gabriel García Márquez al afirmar que le gusta incomodar: “Por supuesto, no lo hago a propósito, pero si incomoda a alguien, pues mejor. En mi novela hay gente que me pregunta ‘¿por qué presentas cadáveres o matan chinchillas?’, porque así es la vida”.
Arriaga toma agua antes de su siguiente respuesta, es un hombre alejado de la imagen que puede tener una superestrella que ha puesto su nombre en lo alto de Hollywood gracias a los guiones de “Amores perros”, “21 gramos” o “Babel” y haber firmado “The Burning Plain”.
Dialoga con quien se le acerca, firma libros y reparte sonrisas sin la arrogancia de otros que han tocado el cielo del cine o de la literatura y se interesa por quien lo entrevista y lo fotografía mucho más allá del protocolo habitual.
Puede que esa cercanía que mantiene desde su obra se deba a la proximidad que tiene con los aficionados y dice que se sorprende de ver a gente “de diversos países” que le han dicho que “se siente identificada con lo que pasa en la novela” El Salvaje pese a que es “muy particular”, muy de su barrio.
“Sin embargo, la gente se sigue identificando y algo que me alegra aún más es que jóvenes de 16 o 17 años me dicen ‘oye El Salvaje parece que está hablando de mí’. Que un tipo de casi 60 años como yo escriba una novela que sucede hace 50 años y le emocione a muchachos me emociona un montón”, agrega Arriaga.
De nuevo como hipótesis, puede que la cercanía con las nuevas generaciones se la dé el hecho de que tenga como máxima de la literatura “que no hay reglas, cada quien descubre su propio método”.
“Hay muchos maestros que le dicen a sus alumnos: ‘No escribas nada si no sabes cómo va a acabar’, yo digo, si ya sé cómo va a acabar, pues a mí en lo personal no me divierte nada”, sostiene.
Eso le supone una cierta fricción en Hollywood, ya que cuando allí ofrece una historia están “obsesionados con saber cómo acaba”.
“Cuando escribí ‘El Salvaje’ fue muy caótico porque no tenía idea realmente de a dónde iba, nada, y traté de que la novela estuviera sustentada en vivencias del pasado pero también con lo que me sucedía en el día a día”, agrega Arriaga.
Como parte de su curioso proceso creativo, si llovía para su autor, también lo hacía en la novela, “si hacía frío, hacía frío, si hacía calor, hacía calor”.
Eso le ayuda a ver qué le estaba pasando a los personajes.
“Escribo como si estuviera leyendo un libro de alguien, creo que alguien me dicta y me estoy divirtiendo mucho con lo que me dicta, lo que pasa es que el que me dicta no es muy bueno para escribir y luego le tengo que meter un montón de trabajo”, comenta.
Para él, elegir entre literatura y cine se antoja difícil, aunque comenta que el séptimo arte le aporta “la tercera persona voyerista”, así como el rostro humano “que es muy importante”.
“Me aporta los silencios, la mirada, el paisaje, yo no creo eso de que una imagen dice más que mil palabras porque también hay palabras que dicen más que mil imágenes como amor, violencia, odio, son palabras que por más imágenes que trates de poner no funcionan”, asegura.
¿Y qué te aporta la novela? “Introspección, yo creo que el cine es difícil que tenga una introspección profunda, el cine lo que hace es que yo le determino al espectador el ritmo en el que tiene que ver mi trabajo, en la novela es el lector el que determina el ritmo al que va a leer”.