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Opinión

14 de Febrero de 2018

Editorial: La Concertación murió de vieja

El arte y la inteligencia que la acompañó a lo largo de su vida, tiene los premios y la consagración que merecen los mejores testimonios de un tiempo que pasó. Más sola y triste que nunca, murió llamándose Nueva Mayoría. Entregó un país completamente distinto al que recibió en 1990. Indudablemente mejor y ostentosamente imperfecto. Ahora que comienza a gobernar la derecha con el viento a su favor, con una izquierda sin ideas y fracturada, urge volver a conversar sobre los deseos. ¿Qué quieren los hijos, los nietos y los bisnietos de la Concertación? Sería muy miserable que la respuesta tenga nombre de organización política. Sería como desear un matrimonio antes de que aparezca el amor. Eso vendrá después. Primero, una razón de ser.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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A comienzos de los años 90, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y el MAPU Lautaro -los dos movimientos revolucionarios armados que se negaron a entrar en el juego democrático- fueron desintegrados por el trabajo de inteligencia de La Oficina. Desde entonces, todo el centro y toda la izquierda fue concertacionista. El Frente Amplio completo hubiera estado ahí si sus miembros hubieran nacido 20 o 30 años antes. No es que a todos nos gustara por igual. Las críticas al modelo económico no tardaron mucho. Quienes reclamaban verdad y justicia por las violaciones a los derechos humanos protestaron siempre. El tema de los dd.hh fue la gran piedra en el zapato para la izquierda de la Concertación. The Clinic nació a finales de esa década rabeando contra la hipocresía y la auto censura que aún imperaba. Fueron grupos muy pequeños y aislados los que festejaron la detención de Pinochet en Londres. Tras diez años en el gobierno, los dirigentes de la Concertación reaccionaron más preocupados que contentos. Quizás era lo que correspondía. No sé. Pero todavía entonces hasta los comunistas eran concertacionistas. Finalmente, votaron siempre por sus candidatos. No había dónde perderse: a un lado estaban los partidarios de la dictadura y al otro los de la democracia. En lugar de combatir frontalmente a la oposición, la Concertación eligió avanzar buscando acuerdos. La decisión tenía de madurez política y de miedo. El golpe había sido brutal. Quienes encabezaron la reconstrucción democrática venían del exilio, algunos de la tortura, varios pasaron por campos de concentración. A ninguno le faltaba un cercano muerto o desaparecido, y los militares que los habían asesinado estaban ahí, de uniforme. Cuando al ejército no le gustaba algo, hacía “ejercicios de enlace”. No sé si culparía a la Concertación de neutralizar al movimiento social que la llevó al poder. Quizás la gente estaba cansada y le dio un voto de confianza a sus políticos. Quizás el sueño de un mundo movilizado no dure mucho. Quizás sólo se justifique en ocasiones puntuales, como cuando los políticos ya no los representan. Eso fue lo que sucedió con la Concertación. Soquimich mediante, sus políticos dejaron de encarnar lo que significó la cultura concertacionista. El arte y la inteligencia que la acompañó a lo largo de su vida, tiene los premios y la consagración que merecen los mejores testimonios de un tiempo que pasó. Más sola y triste que nunca, murió llamándose Nueva Mayoría. Entregó un país completamente distinto al que recibió en 1990. Indudablemente mejor y ostentosamente imperfecto. Ahora que comienza a gobernar la derecha con el viento a su favor, con una izquierda sin ideas y fracturada, urge volver a conversar sobre los deseos. ¿Qué quieren los hijos, los nietos y los bisnietos de la Concertación? Sería muy miserable que la respuesta tenga nombre de organización política. Sería como desear un matrimonio antes de que aparezca el amor. Eso vendrá después. Primero, una razón de ser.

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