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Opinión

29 de Marzo de 2018

El día después de La Haya

En una de esas, Bolivia tiene razón. Me declaro incompetente para juzgarlo. Pero pareciese que ése no es el punto: acá, lo importante es ganar la discusión. No digo que no nos importe la justicia. Pero -oh sorpresa- todos estamos convencidos de la justicia de la postura nacional. ¿No estará aquello correlacionado con la humana tendencia a reforzar nuestras creencias escuchando a pura gente que piensa igual que nosotros?

Cristóbal Bellolio
Cristóbal Bellolio
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Es normal que en las contiendas internacionales -ya sean bélicas, deportivas o judiciales- prácticamente todo el país se identifique con la postura nacional. Prácticamente, digo, porque siempre hay unos pocos que disienten. Se les llama entonces traidores. Se les acusa de deslealtad. Son los cargos que deben enfrentar, por ejemplo, los escasos políticos chilenos que se abren a la idea de entregarle un pedazo de mar a Bolivia. Sería un acto de generosidad, sugirió el flamante diputado Flor Motuda. Pasando y pasando, insinuó el ex presidenciable Alejandro Guillier. Algo similar dijo su colega democratacristiano Jorge Pizarro, apurándose a enfatizar que apoyaba la posición chilena en La Haya. No vaya a ser cosa que lo etiqueten de traidor y desleal.

Porque rara vez la acusación es por razonamiento jurídico equivocado, malinterpretación de la historia o ignorancia cartográfica. En una de esas, Bolivia tiene razón. Me declaro incompetente para juzgarlo. Pero pareciese que ése no es el punto: acá, lo importante es ganar la discusión. No digo que no nos importe la justicia. Pero -oh sorpresa- todos estamos convencidos de la justicia de la postura nacional. ¿No estará aquello correlacionado con la humana tendencia a reforzar nuestras creencias escuchando a pura gente que piensa igual que nosotros? En algunos matinales y despachos periodísticos lo único que falta es que suene Vamos Chilenos. Bueno, a falta de mundial, el chauvinismo tiene que salir por alguna parte. No creo que esto sea distinto en Bolivia. De hecho, me imagino que debe ser peor. No sé cuántos intelectuales públicos bolivianos pueden pasearse por los medios de comunicación (sin temor de linchamiento) con la tesis de que Chile no les debe absolutamente nada. Como en Turquía, donde la clase popular no les perdona a sus laureados escritores -Orhan Pamuk, el principal- que reconozcan y pidan reparaciones por el genocidio armenio perpetrado por el imperio Otomano y la república que le sucedió. Antipatriotas, es el epíteto más suave que reciben.

Pero es fundamental que haya individuos que, ya sea por altruismo, deber ético o pragmatismo duro, estén mirando la película completa y no sólo los intereses nacionales. En el caso particular de Chile y sus relaciones con países limítrofes, ojalá haya más intelectuales y políticos pensando “fuera de la caja” de la confrontación. Pensando, por ejemplo, en los desafíos que plantean los problemas globales indiferentes a las fronteras del Estado-nación. Al cambio climático no le importa la jerga de los paralelos ni los corredores. Le vale un comino la soberanía. Sin embargo, de eso es lo único que hablamos, en circunstancias que vivimos en una larga y angosta playa fácil de inundar cuando los cascos polares se derritan. ¿Hay alguien pensando en cien años plazo, cuando Evo esté en los libros de historia y las urgencias migratorias nos obliguen a mirar hacia el altiplano? El escenario me recuerda la película hollywoodense The Day After Tomorrow (2004): el golpe meteorológico le pega tan duro a Estados Unidos, que sus habitantes se ven forzosamente desplazados hacia México, rogando por la solidaridad de una nación que históricamente miraron por debajo del hombro. Ok, no hay necesidad de ponerse alarmistas. Pensemos entonces en las oportunidades que se abren a partir de la conformación de alianzas regionales estratégicas. Sigamos dándole una vuelta a la idea de la integración latinoamericana desde una perspectiva no puramente comercial, sin que sea necesariamente secuestrada por un clan ideológico particular -el error fatal del bolivarianismo. Por otro lado, ¿quién dijo que teníamos que vivir por toda la eternidad encerrados en un país que se llama Chile? Los chilenos que viven afuera suelen entender mejor que quienes viven adentro lo similares que somos a nuestros vecinos. Cuando uno está lejos, viviendo entre anglosajones, nórdicos, asiáticos o árabes, el latino siempre será un hermano. Pues somos verdaderamente una patria grande, dicen que dijo Ernesto Guevara, que va del Río Grande a Tierra del Fuego.
Quizás no sea hoy el momento de ponerse creativos. Estamos en la mitad de un proceso cuyas condiciones no fueron libremente escogidas. A nadie le gusta que lo obliguen a negociar. Quizás, en los zapatos de la alcaldesa de Antofagasta, también sacaría cientos de embanderados tricolores a la calle. No desconozco que el asunto es rentable. Pero si no nos ponemos creativos nosotros, se pondrán creativos los jueces de alguna corte internacional o los árbitros que tengan que cortar eventualmente el queque. Por eso es bueno que los actores políticos e intelectuales que dominarán la escena local en las próximas décadas vayan craneando alternativas.

La historia ancestral de nuestra especie enseña que colaboramos y somos altruistas entre conocidos, mientras competimos y somos egoístas entre desconocidos. En demasiados aspectos, nuestros hermanos latinoamericanos son unos desconocidos. Siendo tan parecidos, nos hemos inventado un mundo de diferencias. Los europeos se estuvieron matando hasta hace poco, no comparten ni lengua ni religión, y se las ingeniaron para montar ese avance civilizatorio que es la Unión Europea. No propongo que ocurra lo mismo mañana por estos lados. Partamos por conocernos, para que la colaboración se nos haga un poco más natural. Multipliquemos los intercambios académicos en la región, a la usanza del programa Erasmus que funciona en el viejo continente. Para que cuando nos toque sentarnos a la mesa de negociación, se manifiesten nuestros impulsos altruistas y menos tribales. Para cuando llegue el día después de La Haya.

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