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Opinión

30 de Mayo de 2018

Editorial: Cuenta Pública

Transcurridos dos meses y medio, es poco lo que puede decirse de esta administración de Piñera sin caer en exageraciones partidarias. No ha hecho nada admirable y sus bochornos son todavía de poca monta, aunque reveladores: la pillería del ministro Larraín para ahorrarse los gastos de un viaje mientras reclama austeridad al Estado, las declaraciones […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Transcurridos dos meses y medio, es poco lo que puede decirse de esta administración de Piñera sin caer en exageraciones partidarias. No ha hecho nada admirable y sus bochornos son todavía de poca monta, aunque reveladores: la pillería del ministro Larraín para ahorrarse los gastos de un viaje mientras reclama austeridad al Estado, las declaraciones de Varela refiriéndose a la potencia sexual de sus “campeones” en los mismos momentos en que acontece un sorprendente movimiento feminista, y los familiares invitados a participar del gobierno (felizmente reculó) luego de haber acusado a Carolina Goic de nepotismo durante la campaña, evidencian una disociación, la idea de que ellos pertenecen a una categoría exenta de las obligaciones y restricciones que tan importante les resulta imponer a los demás.

Se suponía que el cambio de “los mediocres” bacheletistas por los verdaderamente preparados y sofisticados piñeristas se haría evidente de inmediato y de múltiples maneras, en primerísimo lugar activando una economía que se suponía estancada, pero ese dinero prometido todavía no se ve. Esto de imaginar que la clase alta (porque de allí viene esta creencia) posee atributos superiores al resto, es precisamente la trampa que le impide a la derecha chilena dar el salto que tan bien le haría a ella y al país en su totalidad. Un tufillo de clase, de vecinos de balneario, sigue rondando en la cúpula del piñerismo. El tipo de errores que han cometido los delata, y también la dificultad para generar complicidades nuevas. Días atrás le pregunté a Mariana Aylwin si la entusiasmaba la idea de incorporarse al gobierno de Piñera. La pregunta no contenía malicia, sino que al verla tan distanciada de su antigua coalición y al mismo tiempo convocada por los otros, quizás le había llegado el momento de dar el paso, lo que resultaba comprensible, pero su respuesta vino a ratificar mis sospechas: “me he dado cuenta que es muy difícil, porque hay una brecha cultural que nos separa”. Lo que quería decir es que si con la izquierda ya no compartía el itinerario, con esa derecha se le hacía muy incómodo emprender el viaje.

¿Qué será la primera cuenta pública de Piñera? ¿Una suma de tendencias agarradas al vuelo en busca de amores pasajeros, una ecuación intraducible capaz de conciliar sus tendencias internas, o una propuesta democrática y libre de las ataduras de la casta para este Chile que vemos irrumpir repleto de nuevos actores? Pocas veces la derecha ha tenido en sus manos un país más dispuesto a hacer suyo el ideario liberal. El mundo de la fe, al que pertenece la izquierda, está devastado. ¿Será capaz de renunciar a esa ridícula y atemporal complicidad de grupo de amigos, de compañeros de curso, para permitir que la contaminen y enriquezcan los desconocidos(as)? Los tiempos que corren requieren una izquierda y una derecha nueva. Todavía ninguna de las dos asoma la cabeza.

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