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Opinión

28 de Junio de 2018

Intercambio epistolar V: El diálogo sobre feminismo entre Javiera Arce y Rafael Gumucio

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Querido Rafael,

Me parece interesante tu optimismo moderado respecto de los cambios que ha podido propiciar la llama “ola feminista”, de hecho me he podido percatar que gracias a ella, pudimos hacer cambios interesantes este fin de semana en la Conferencia Nacional de Organización y Programa del Partido Socialista, ya que logramos introducir en la declaración de principios del mismo- colectividad en la que participo hace más de 15 años-, los conceptos de feminismo y antipatriarcado. Se produjo al interior de nuestras filas, un debate interesante y acalorado. Sería injusto no reconocer que el contexto social y político en que nos encontramos propició que se aprobara aquel voto político sin mayor resistencia. No obstante, esperamos como militantes socialistas que esta declaración se traduzca en nuevas prácticas políticas, que el partido tenga una estructura más plana y menos burocrática, y por sobre todo que valore más a sus mujeres que lo demostrado el sábado, en que la mesa que condujo la Conferencia estaba adornada por mujeres, sin que los líderes masculinos de la misma, les permitieran tener un rol más activo más allá de la vicepresidenta de la mujer. Lo que es preciso resaltar en este punto, es que la demanda por introducir ambos conceptos fue gracias a la acción colectiva de muchas mujeres militantes puras y sinceras, sin cargo en la estructura, que logramos articularnos en el Frente Feminista Socialista, superando incluso la lógica de las tendencias internas. Logramos presionar justamente a la estructura del Partido para priorizar en esta conferencia -que no se hacía una desde 1966-, una declaración de principios que lograra reconocernos como sujetas políticas al interior del Partido.

Este hecho me lleva a pensar justamente en el movimiento, que si no fuera por él, difícilmente podríamos estar hablando de feminismo, antineoliberalismo y antipatriarcado, no obstante lamento que aún las compañeras de las tomas, no hayan tomado este otro lado del debate, y se hayan circunscrito solamente al protocolo para prevenir y sancionar el acoso sexual, cuando no hay nada más violento sobre el cuerpo de las mujeres que el neoliberalismo y el capitalismo. Ya lo plantea Silvia Federici en su maravillosa obra El Calibán y la Bruja, en que toda vez que el capitalismo se ve amenazado, comienza la persecución y disciplinamiento del cuerpo de las mujeres.

En una carta anterior te lo planteaba, que muy a mi pesar el sistema político y de partidos, está desligado de este asunto. De hecho puedo llegar a imaginar, que hay poco entendimiento de lo que implicaría un partido por ejemplo basado en el feminismo socialista. Por otro lado el movimiento, poco ha logrado comprender las variables económicas que subyacen en las contradicciones de este modelo de desarrollo que ha acabado por oprimir a las mujeres. De hecho, la educación de mercado –cristalizada por la propia Concertación y Nueva Mayoría-, ha acabado por reproducir las relaciones de dominación no sólo de las personas más pobres, sino también de las mujeres.

El martes recién pasado, en un encuentro que sostuvimos con académicas y equipos directivos de las universidades del Consejo de Rectores, la Doctora Antonia Santos, mostró datos preocupantes. Chile está por debajo del promedio latinoamericano de presencia de mujeres en la academia. Por otro lado la doctora Vania Figueroa, mostró que Chile posee el penúltimo lugar de América Latina en presencia de mujeres científicas, en que la famosa educación sexista – nuestra excusa para este intercambio de cartas-, podría estar construida por exclusiones académicas basadas en imágenes y estereotipos de género, en que los profesores asumen que las mujeres tenemos capacidades tan limitadas, que nos ponen menos atención en el aula, y nos hacen preguntas menos desafiantes, pero en el caso de la educación básica y media, éstos asumen que nuestras mentes, sólo sirven para la literatura, la historia, el arte, las humanidades, o el cuidado. Por otro lado, se habla de sistemas rígidos de evaluación y reconocimiento de méritos. Todo el mundo sabe que el mérito es un mito, y a las mujeres no sólo se les exige más en el ámbito académico, sino también en la política, en la economía, en todos los aspectos. Profundizando en el caso de las universidades, existe una especie de consejo de ancianos- lleno de hombres-, que decide la jerarquía de las académicas, y en base a criterios discrecionales, invisibilizan, por cierto, el trabajo de las mujeres, construyendo varas más altas para ellas que para ellos. Finalmente, este hermoso término en inglés que describe a aquellos porteros que te impiden el paso –gatekeepers-, a elementos claves para llevar una carrera de investigación – respaldos institucionales, espacios de trabajo confortables, entre otros-, asignándole a las mujeres más horas en labores de gestión y administración, en desmedro de sus horas de producción de conocimiento.

Me genera preocupación que no podamos estar discutiendo con nuestras estudiantes y nuestras mujeres políticas con profundidad estos aspectos. Los reduccionismos discursivos y la radicalidad de la demanda, han terminado por banalizar la lucha feminista, y temo que se acabe por desgastar a tal punto el movimiento, que es altamente probable una respuesta conservadora de vuelta, que no nos permita alcanzar la meta originar, que es precisamente avanzar hacia una necesaria transformación de la realidad social, económica, educativa, cultural y política de Chile.

Un fuerte abrazo,

Javiera Arce


Querida Javiera,

Me alegra que el moderado optimismo de mi carta anterior no haya sido del todo una ilusión. Era quizás después del todo imposible que tarde o temprano un país que se ha modernizado, o posmodernizado en todo siguiera manteniendo una elite uniformemente masculina en todos los puestos de poder y representación. Era esperable, aunque fue y sigue siendo extremadamente lento (desesperadamente lento), que la elite chilena se pusiera a la altura de una revolución, la de las mujeres, que llevan al menos sesenta años cambiando los parámetros de cómo nos despertamos, dormimos, trabajamos o leemos el mundo los hombres, las mujeres.

Me pregunto si le debemos esos cambios esencialmente civilizatorios al capitalismo o al socialismo. En Chile la respuesta es simple: somos una especie de Corea del Norte del neoliberalismo. Un neoliberalismo que de alguna forma ambigua y compleja, no excluye la liberación del cuerpo de la mujer sino que logra que ese cuerpo, en permanente tela de juicio, siga siendo un negocio para los hombres, no para los maridos o los cafiches, sino para los doctores que las operan y eternizan para goces de hombres, me dirás tú. Hombres es cierto, pero no hombres patriarcales que fuman pipa leyendo el diario, sino señores que también sudan en el gimnasio para no envejecer tampoco ellos, para ser ellos también deseables tampoco del todo por las mujeres que consumen y en que se consumen sin nunca del todo consumarse.

¿Se puede sostener en un mundo cada vez menos patriarcal pero cada vez más capitalista, que el patriarcado es condición del capitalismo? El patriarcado es por de pronto mucho más viejo y complejo que el capitalismo, aunque me parece que la vitalidad de este último, está arrasando con el primero a la velocidad de la luz. Quizás debemos celebrar este hijo que se come a su padre, sólo que quizás deberíamos esperar ser su próxima cena. En Estados Unidos y Europa estamos contemplado por de pronto cómo el capitalismo muerto de hambre, después de haberse devorado al patriarcado, está comiéndose a sí mismo.

El patriarcado y el capitalismo son sistemas de dominación de naturaleza distintas y contradictorios contra los que solo se puede luchar por separado. Sistemas de dominación que están hoy por hoy en oposición o contradicción más o menos evidente, intuyo yo. Es eso lo que me separa incluso de ti, con que tantas cosas me unen: El feminismo interseccional, incluso en sus variantes más lúcidas, piensa que los sistemas de dominación sexuales, sociales, simbólicos y culturales actúan coordinadamente guiados por una especie de DJ del abuso. A mí me parece que ese DJ no existe y que la opresión de un esclavo no tiene nada que ver con el de una mujer, aunque eso no quiera decir que uno sea mejor o peor que la otra. No hay un Catalina La Grande esclava, por ejemplo, o la cultura chilena no deja de ser patriarcal, aunque Gabriela Mistral y la Violeta Parra estén en el centro de su canon, aunque eso lo separe de patriarcado tan cercanos como el peruano o el norteamericano.

Resulta ilógico que una mayoría que domina nada menos que el centro nuclear de una sociedad (su capacidad de reproducirse y prolongarse en el tiempo), deba usar como molde de su lucha la de las minorías. La mujer no necesita “visibilizarse” porque es del todo visible. Ser mujer es ser exactamente cualquier cosa menos una disidencia sexual, porque una mayoría incluso oprimida no es una disidencia. La mujer es parte esencial de la cultura patriarcal o no, y si no se admite como parte de lo bueno y lo malo de la sociedad que quiere transformar lo único que puede hacer es reconstruirla igual a como era antes.

No hay nada más heteropatriarcal que tomarse por la fuerza una universidad dije en un twit. Mis alumnos lo leyeron con una ironía que le cayó pésimo. Después de un mes y medio de haberlo escrito siento que es quizás lo que mejor resume mi impresión del movimiento. Es lo que me temo: que esta ola no contenga en mucha de su espuma una nostalgia por un patriarcado autoritario y legalista que ya no es posible en la sociedad neoliberal. Te lo dije alguna vez con sonrojo: el patriarcado ya murió y lo echaremos de menos, no porque era bueno o útil, sino porque nos está dejando a solas con el capitalismo salvaje, desnudo de cualquiera máscara, seguro ahora de que nada o nadie lo detendrá.

Rafael Gumucio

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