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Opinión

25 de Octubre de 2018

Columna ilustrada de Maliki: Menopausia

Según mis cálculos en mi útero maduraron aproximadamente 420 óvulos, dos de los cuales se transformaron en mis amadas hijas. Hace tres años mi menstruación se hizo irregular, se transformó en un furioso río de lava y mis últimos óvulos fueron expulsados como vestigios de tierra oscura y seca. “Le ponen color con la menopausia”, […]

Marcela Trujillo
Marcela Trujillo
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Según mis cálculos en mi útero maduraron aproximadamente 420 óvulos, dos de los cuales se transformaron en mis amadas hijas. Hace tres años mi menstruación se hizo irregular, se transformó en un furioso río de lava y mis últimos óvulos fueron expulsados como vestigios de tierra oscura y seca.

“Le ponen color con la menopausia”, pensaba yo ¿qué tanto? Si sólo es dejar de comprar toallitas, que el ginecólogo me saque la “T” y aguantar los bochornos. Yo no voy a ser la típica vieja menopáusica…na’ que ver.

Debo aclarar que nunca me he sentido representada con los estereotipos femeninos cuando he tenido la edad de vivirlos. Voy a destiempo. Mi adolescencia fue tardía, a los 19 recién la empecé a experimentar. Pensé por mucho tiempo que mi personalidad sería “forever 21”. Mi maternidad también fue tardía (a una edad en que mis amigas ya eran apoderadas) y, además, consecuencia de un embarazo fortuito de una siesta más una botella de champagne francés en unas vacaciones por Europa. Y aunque me casé enamorada no me quedaba otra si quería vivir en Alemania.

Finalmente, sobreviví a las experiencias de adolescencia y maternidad.

Pensándolo bien, nunca me sentí realmente cómoda siendo “mujer”, hasta después de tener a mis hijas, divorciarme y comenzar a enseñar. Antes de eso fui esclava de mis hormonas.

Yo era una niña que amaba dibujar, cantar, actuar, andar en patines, en bicicleta, jugar al luche, al hotel, a las amigas, al negocio y al club, hasta los 11 que me llegó la regla. Las hormonas femeninas me transformaron en una persona dependiente de la opinión y el juicio ajeno y mientras los niños se convertían cada vez más en seres superiores y perfectos, yo me transformaba cada vez más en inferior e imperfecta.

El deseo sexual, las ganas de ser deseada por los hombres, la fantasía del macho peludo y proveedor que me haría la mujer más feliz del mundo con su amor incondicional, su corcel y su castillo lleno de regalos y noches de placer, se grabó a fuego en mi alma por décadas.

Las frustraciones y desencantos que acumulé por el mito del amor romántico fueron el tema de todas mis pinturas y dibujos. El primer cómic que hice en NYC y que nunca publiqué, se llamó “Maliki´s intimate portrait”, un análisis dibujado de todas mis relaciones románticas pasadas (muchas) en paralelo con los sistemas biológicos de mi cuerpo (nervioso, reproductor, endocrino, etc.). Descubrir que era un títere sin voluntad, dominada por microscópicos seres que regían mis actos me decepcionó un poco. Entre los 16 y los 34 el sexo fue lo más importante de mi vida (segundo el arte y tercero el copete). Cuando publiqué, acá mismo en The Clinic, el cómic “Enamorada de mi clítoris”, de verdad estaba enamorada de mi entrepierna. No era un eufemismo. Dibujar una historia sobre lo mucho que disfrutaba la masturbación no fue un acto feminista, sólo estaba siendo franca y honesta.

Si las matemáticas no fallaban, cuando llegara mi menopausia, y las hormonas femeninas bajaran su flujo, yo volvería a sentirme como esa niña de 11 años pero en versión sabia, dejaría de ver a los hombres como ídolos y volvería a verme a mí misma como una mujer independiente, creativa, feliz y con ganas gozar de la vida en toda su dimensión, sabiendo lo que realmente quiero y amo, empezando por mi cuerpo y alma.

Pero, no contaba con que mi menopausia viniera con peaje: primero tenía que bajar al sótano, ahí donde guardé cajas con memorias que me dan miedo abrir, bolsas de emociones rancias que alguna vez me importaron y ahora no las entiendo, maletas viejas de tiernos recuerdos de niñez que no he querido enmarcar, restos de creencias viejas y pasadas de moda que no puedo botar, secretos tristes y vergonzosos que no sé cómo asimilar.

Aquí estoy. En el sótano. La psicóloga me prendió la luz, la psiquiatra me puso un overol y unos guantes y yo misma de a poco junto el valor de hacer la limpieza. Es cansador, solitario y pucha que cuesta. Pero es el camino de vuelta a mi vida antes de que las hormonas femeninas me saturaran la corriente sanguínea y me hicieran creer que lo más importante era ser linda y sexy para que los hombres me miraran, fértil para tener hijos y formar una familia propia, buena madre, buena profesional, buena esposa, buena en todo y lo más importante: hacer feliz a los demás antes que a mí.

Mi menopausia me llevó de la mano al sótano, me está haciendo mirarlo, vaciarlo y limpiarlo. Espero pronto abrir las ventanas, pintarlo, poner música y transformarlo en un cuarto propio donde aprenda a rescatar el ser mujer sin la esclavitud de la mirada del otro.

Marcela Trujillo.

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