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Opinión

28 de Octubre de 2018

Carta de despedida a Ana González

A doña Ana la dictadura y la DINA le quitaron mucho pero no le quitaron la sonrisa, el gozar la vida, disfrutar felicidad entre tanto dolor, la mejor venganza para sus victimarios. En vez de ponerle un pie encima la hicieron más fuerte, digna. Cuando nos quitan el amor por vivir estamos derrotados. Ella los enfrentó con un arma desconocida para criminales de tan baja monta.

Elena Pantoja
Elena Pantoja
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Mi generación tiene los mismos años que la pena de Doña Ana González. Y le digo doña, aunque no la conocí personalmente, pero es el respeto que le debemos. Crecimos viendo a esta señora encadenándose en el ex congreso o pidiendo justicia frente a los tribunales junto a sus compañeras con la fotografía de sus seres queridos desaparecidos en el pecho. A ella le faltaba pecho para cargar con esa enorme cantidad de injusticia que le tocó y sin embargo tuvo la valentía de enfrentar a la autoridad para buscar incansablemente a los suyos. Ni los uniformados, ni los tribunales de justicia, ni los nuevos gobiernos pudieron contra ella. Solo su edad le ganó el gallito, pero hasta peleó contra el tiempo para seguir su lucha. Le sacó 93 años a la vida para buscar a su familia, con una dignidad que no alcanzarán jamás los asesinos encerrados en Punta Peuco, que en vez de pedir misericordia exigen impunidad por sus crímenes ahí, en su cárcel VIP, con canchas de tenis y cable.

Me pregunto cómo sería la señora Ana si la dictadura de Pinochet no la hubiera tocado de esa manera. ¿una abuelita con sus nietas clamando por igualdad? ¿festejando domingos familiares con empanadas caseras? ¿con su marido en la feria comprando verduras para la semana en vez de marchando sola con un cartel de
’¿Dónde están?’?. ¿Disfrutando con su viejo los viajes de la 3ª edad de sernatur? ¿tratando de entender porqué a sus bisnietos les gusta el reggaeton?
Doña Ana, pienso en todos los futuros paralelos que merecía, como tantos y la deuda se hace más profunda.

A doña Ana González se le veía en la romería al cementerio, en la marcha de “ni una menos” o cuando el ex ministro Mauricio Rojas se atrevió a decir que el Museo de la Memoria era un montaje, hace casi dos meses. Hasta allá llegó en su silla de ruedas, porque donde había una injusticia, se encontraba Ana González. La gente le abría paso y ella sonreía, con sus inolvidables uñas rojas, su moño cano y ese talante que pese a la edad, la hacían poderosa. Su cara se rodeó de carteles con corazones y los versos de Zurita: “Todo mi amor está aquí” y nos remeció nuevamente. Tanto dolor y esa sonrisa intacta, que podía enfrentar todo.

A doña Ana la dictadura y la DINA le quitaron mucho pero no le quitaron la sonrisa, el gozar la vida, disfrutar felicidad entre tanto dolor, la mejor venganza para sus victimarios. En vez de ponerle un pie encima la hicieron más fuerte, digna. Cuando nos quitan el amor por vivir estamos derrotados. Ella los enfrentó con un arma desconocida para criminales de tan baja monta.

Doña Ana, pasó 42 años preguntando ¿Dónde están?
Estamos apenados porque se nos cae la cara de vergüenza.
Doña Ana, Chile le debe una respuesta.

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