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Opinión

20 de Noviembre de 2018

COLUMNA | Karadima: el chivo expiatorio

Los curas «de arriba», los más cercanos a Karadima, los que presidieron la PUS y que luego la disolvieron -para evitar el juicio que luego los denunciantes abrieron pidiendo indemnización-, aprendieron los modos de Karadima y aún lo reproducen. Aquello lo afirma el mismo Vaticano en la sentencia condenatoria a Karadima, la cual El Mercurio convenientemente no cita en su reportaje porque el relato que intenta imponer se basa en el conocido guión del chivo expiatorio: hacer cargar a Karadima con todas las culpas y así convalidar las responsabilidades de los otros que quedan como nobles víctimas.

Mike van Treek Nilsson
Mike van Treek Nilsson
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El Mercurio publicó el domingo 18 de noviembre un reportaje sobre un informe acerca de Karadima y los seminaristas de El Bosque que elaboró en 1987 Juan De Castro, quien entonces era el Rector del Seminario Pontificio. La reproducción parcial del informe que hace El Mercurio no agrega nada nuevo a la causa que no se haya publicado previamente sobre las conductas de Karadima. Lo que el redactor del reportaje dio a conocer de las ocho páginas del informe original no agregan nada que no esté ya informado por otras publicaciones periodísticas como el libro de sus colegas de Ciper (Los secretos de imperio Karadima), el volumen de Monckeberg (El señor de los infiernos). Tampoco contribuye con nuevos antecedentes sobre la personalidad de Karadima. El testimonio autobiográfico de Juan Carlos Cruz (El fin de la inocencia) es una fuente mucho más rica respecto del ambiente interno del Seminario Pontificio.

La intención de la publicación de El Mercurio no era la de meramente informar sobre los antecedentes que pesaban sobre Karadima, eso parece más evidente. Tampoco resulta del todo plausible la intención de «golpear» con esta noticia a los Arzobispos que pasaron por Santiago y no hicieron caso sobre estos antecedentes, tanto porque de Castro no menciona ningún delito que pudiera acusar a estos de encubridores, como porque para la opinión pública hace ya un buen tiempo que no gozan de credibilidad alguna.

Pareciera ser entonces que la función o intención de esta noticia publicada el domingo es otra: formar en sus lectores una opinión respecto de los sacerdotes -que son más de 40 diseminados por Santiago- que conformaron el círculo de confianza de este criminal y que aún ejercen el sacerdocio. El diario pretende que los veamos a todos ellos como víctimas de Karadima, como personas -ahora- liberadas, a las que el ex cura manipulaba sin que ellos se dieran cuenta. Mediante esta estrategia se pretende limitar el cuestionamiento de los seguidores de Karadima solamente a los obispos de su corte. El reportaje, de hecho, sólo identifica a Juan Barros entre los cercanos al ex cura y omite señalar o indagar en la identidad de otros sacerdotes que ya colaboraban en la red de espionaje y manipulación de Karadima. Es una estrategia de limitación de daños, de protección al resto de los cercanos. De hecho, así fue leído por algunos curas que en las redes sociales, llamaban a empatizar con el sufrimiento de aquellos que fueron seminaristas sometidos a quienes abusaba de su conciencia y que hoy serían curas liberados del secuestro. Incluso, la misma Universidad Católica, tal como antes defendió a Karadima mediante cartas escritas y firmadas por sacerdotes académicos de la PUS ante el Vaticano, hace pocos meses permitió que el Consejo de la Facultad de Teología publicara una carta abierta al Papa Francisco dando fe de un «supuesto camino de conversión» que habría hecho este grupo de discípulos de Karadima, que se sirvió de su imagen para ganar poder mientras pudo, y que hoy se desmarca de él para poder seguir gobernando y formando seminaristas.

La verdad es que varios de ellos no fueron víctimas, sino ejecutores de las políticas e intrigas de Karadima, se beneficiaron de su dinero, de su poder y de su prestigio hasta que él fue desenmascarado. El supuesto distanciamiento de sus manos derechas se produjo sólo cuando el Vaticano lo condenó. Muchos otros, como Juan Carlos Cruz o James Hamilton, por ejemplo, dejaron de ser parte del grupo selecto de Karadima -aún con los costos que eso significaba- porque se resistieron y no toleraron más sus prácticas. Otros no se retiraron, y aún luego de ser ordenados sacerdotes y pese a no tener la necesidad de estar al alero de su abusador mentor -algunos incluso habían estudiado en el extranjero-, siguieron a su lado alimentando y fortaleciendo el sistema de abusos porque la imagen de Karadima los beneficiaba. En el fondo, Karadima en solitario no era el poderoso, lo era la hueste de curas esbirros que conformó la Pía Unión Sacerdotal, o PUS, como peyorativamente se les llamaba en los años noventa.

El libro de Juan Carlos Cruz muestra cómo él resistía los abusos de Karadima, trataba de liberar a otros de sus encantos, transgredía sus indicaciones, actuaba con una singularidad que molestaba a los demás seminaristas de El Bosque. Él era una víctima que resistió en el conflicto, que trató de transformar la situación adversa. Algo similar ocurrió con Hans Kast y Eugenio de la Fuente quienes aunque perseveraron en el ministerio como sacerdotes, han dado la batalla para acabar con los abusos. Por lo que sé eso tuvo costos incluso para sus carreras académicas.

El Mercurio nos recuerda, gracias al informe de De Castro, que esta PUS era «un clero dentro del clero» y que gracias a eso lograron controlar el futuro de la Iglesia de Santiago y parte de la Iglesia chilena, con nefastas consecuencias. Sus más íntimos aliados ocuparon altos cargos en Santiago: fueron párrocos de El Bosque, rectores del Seminario Pontificio y Decanos de la Facultad de Teología sin contar a los secretarios del Arzobispo, cancilleres y obispos auxiliares de la diócesis. En esos cargos, reprodujeron las prácticas de su mentor; de ello hay testimonios abundantes en el mencionado libro de Ciper y en el expediente judicial del caso; yo mismo he sido testigo y víctima de algunas de sus jugadas.

La PUS no era una asociación de víctimas de Karadima, ni una secta dirigida por el ex cura. La PUS era un grupo de poder que gobernó la Iglesia de Santiago y que presionó a los Arzobispos para obtener puestos, escalar a sus miembros en la jerarquía local e imponer su manera de concebir la Iglesia y la teología. Los curas y obispos de El Bosque no tenían inferioridad jerárquica con Karadima ¿en qué se podría sustentar el abuso una vez que se ordenaron? ¿En el desprestigio público al cual Karadima los podía someter? ¿En verse expulsados de su círculo íntimo? ¿Cómo pudo haber hecho todo eso Karadima solo? Juan Carlos Cruz cuenta en su libro cómo se hacían «correcciones fraternas», juicios donde un grupo de los más cercanos a Karadima cumplían el rol de realizar apremios graves sobre el espíritu del enjuiciado. Entre los miembros de la PUS había jerarquías: los obispos, los intelectuales teólogos que mandaba a Roma, los curas más perversos dispuestos a todo con tal de proteger y difundir la fama del santito y los simples curas que Karadima trataba como personas que tenían una inteligencia de segundo grado. Los de arriba ayudaron a crear y proteger el ambiente donde se abusó de las verdaderas víctimas, los laicos que sí tenían una irremontable asimetría de poder con los curas o estos otros sacerdotes que Karadima consideraba con desprecio.

Los curas «de arriba», los más cercanos a Karadima, los que presidieron la PUS y que luego la disolvieron -para evitar el juicio que luego los denunciantes abrieron pidiendo indemnización-, aprendieron los modos de Karadima y aún lo reproducen.

Aquello lo afirma el mismo Vaticano en la sentencia condenatoria a Karadima, la cual El Mercurio convenientemente no cita en su reportaje porque el relato que intenta imponer se basa en el conocido guión del chivo expiatorio: hacer cargar a Karadima con todas las culpas y así convalidar las responsabilidades de los otros que quedan como nobles víctimas. Así, limpian de toda responsabilidad a los cómplices, inimputables porque supuestamente vivieron bajo los apremios del único culpable. Sabemos que ese esquema lo único que logra es reproducir la violencia, no la cancela, no cambia en nada la estructuras que permitieron el abuso.

La estrategia del grupo, para lo cual El Mercurio se presta con gusto obedece a la ambición de poder de los ex PUS formados al alero de la imagen de Karadima. El grupo sigue vigente y operando con casi las mismas redes de antes. Reaccionan obligando a otros a indultarlos de su complicidad, pues ven que se les cierra el cerco.

Se preparan así, entonces, para la llegada del nuevo arzobispo de Santiago, quien no debería tardar mucho más en ser nombrado y a quien se le envía un mensaje claro pero inverosímil: «no podrás gobernar sin nosotros».

*Mike van Treek Nilsson, teólogo independiente. Doctor en teología de la Universidad Católica de Lovaina. Autor de Expresión literaria sobre el placer en la Biblia hebrea (Madrid: Verbo Divino, 2010) y varios artículos académicos sobre la Biblia como obra literaria. https://www.researchgate.net/profile/Mike_Van_Treek2/info

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