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Opinión

15 de Enero de 2019

Columna de Rodrigo De La Fabián: Selección escolar y populismo neoliberal

Rodrigo De La Fabián es académico de la Facultad de Psicología de l Universidad Diego Portales La discusión en curso con relación a la “Ley de Inclusión” y los procedimientos de selección escolar tiene divida a los sectores de izquierda y derecha del país. Desde el punto de vista de esta última, se señala que […]

Rodrigo De La Fabián
Rodrigo De La Fabián
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Rodrigo De La Fabián es académico de la Facultad de Psicología de l Universidad Diego Portales

La discusión en curso con relación a la “Ley de Inclusión” y los procedimientos de selección escolar tiene divida a los sectores de izquierda y derecha del país. Desde el punto de vista de esta última, se señala que es injusto que los estudiantes de buen rendimiento académico se vean sometidos a procesos de selección neutros -la mal llamada “tómbola”- que no consideran tales resultados, calificados por ellos como fruto del esfuerzo individual. Es decir, la derecha promueve y valora una actitud “emprendedora” entre los estudiantes y sus familias, y entiende que, en ese contexto, la competencia sería el medio más justo de selección. Por otra parte, la izquierda señala que la educación no es un premio, sino un derecho y que, en una sociedad desigual como la nuestra, la diferencia en los rendimientos académicos se vincula principalmente a cuestiones de clase socioeconómica. Por lo tanto, este sector político valora y reconoce al estudiante ya no como un emprendedor, sino como un sujeto de derecho y, por lo mismo, la neutralidad de la “tómbola” es valorada positivamente, pues desactiva el mecanismo de la competencia.
Esta discusión, en torno al valor que se le atribuye a la “competencia”, al “esfuerzo individual” y a los “méritos académicos”, más allá de una cuestión técnica, pone en juego dos culturas políticas y visiones de sociedad muy distintas.

El neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico, se caracteriza por difundir -a todos los rincones de la cultura y de la vida cotidiana- la racionalidad económica. Más específicamente, Christian Laval y Pierre Dardot señalan que el neoliberalismo hace de la competencia la norma universal de la conducta y de la figura del emprendedor, el modo de ser sujeto privilegiado. Es decir, el neoliberalismo generaliza la competencia, en todas las escalas -entre individuos, instituciones o naciones- como el principal motor del desarrollo y promueve una actitud emprendedora mucho más allá del ámbito de la empresa, como un verdadero ideal de vida. Por lo tanto, así como la derecha no trepida en calificar, acertadamente por cierto, a Nicolás Maduro de populista por gobernar prescindiendo de la racionalidad económica, a la inversa, podríamos calificar al economicismo actualmente imperante, aquel que desprecia o somete la racionalidad ética y política a sus principios, como populismo neoliberal.

Sin embargo, para que una sociedad legitime este modo de entender y problematizar la realidad, es necesario que se cumplan a lo menos dos principios, para lo cual el Estado neoliberal juega un rol preponderante: en primer lugar, es importante que las condiciones de subsistencia y de seguridad social hayan sido precarizadas e individualizadas. El miedo al fracaso y al derrumbe es sin duda uno de los principales afectos que debe ser movilizado por una sociedad que privilegia la competencia y el modo de ser empresarial. En segundo lugar, es necesario instalar la ficción política que tiende a naturalizar las desigualdades. Para tal efecto, el discurso neoliberal confunde, exprofeso, la desigualdad políticamente producida, con el axioma, naturalizado dogmáticamente, de que siempre los recursos son escasos en relación con las necesidades. Esta ficción política de la despolitización de la desigualdad se traduce en que el prójimo sea concebido como un competidor y, por ende, como una amenaza permanente. Incluso cuando se promueve las virtudes del “trabajo colaborativo” –que está tan en boga en el New Management contemporáneo-, en el fondo también se trata de competir de manera más eficiente contra otros equipos.

No cabe duda que la competencia es un medio muy eficiente para generar riquezas. La derecha lo sabe y, por lo tanto, teme que un sistema de selección de estudiantes no utilice la narrativa épica del logro individual y el emprendimiento para legitimarse. Dicho de otro modo, el peligro que la derecha ve perfilarse detrás de la “tómbola”, es que se pluralicen las narrativas de legitimación y justificación del modo en que el Estado reparte sus bienes. Sin embargo, aun cuando en determinados contextos la competencia puede ser algo deseable, algo totalmente distinto, es aceptarla acríticamente como un principio cultural totalitario, cuya épica meritocrática y empresarial deba colonizar con su sentido todos los espacios de la vida personal e institucional.

Por lo tanto, como sociedad tenemos que decidir qué clase de bienes culturales queremos que el sistema escolar encarne y transmita: el valor hegemónico de la competencia generalizada y el modo de ser empresarial, propio del populismo neoliberal; o, más bien, la posibilidad de que una sociedad legitime otros modos de reconocimiento social, otras formas en que una vida no empresarial pueda también mostrarse valiosa y digna de atención, como lo puede ser un ciudadano que ostente el derecho a la educación.

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