
Columna del Tío Mamo: Chile al instante, Tomo I
“Acomódese por ahí Tío Mamo”, me dijo el editor del pasquín. Yo, con la obediencia y humildad que me caracteriza dado mi pasado militar, tomé mi máquina de escribir Olivetti y me acomodé en un polvoriento escritorio que ubicado en un rincón de la oficina. Lo primero que hice fue botar a la basura el porta nombre de quien había usado el escritorio previamente —Enrique Symms creo que se llamaba—, y ahí me dispuse a escribir toda la mañana. Luego de la hora de almuerzo —en la que abundó la ensalada chilena— me puse a buscar dentro de los cajones del escritorio algo para la acidez, con tanta buena suerte que justo había una bolsita con unos veinte gramos de bicarbonato de alta pureza.
