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Opinión

22 de Marzo de 2019

Columna de Alia Trabucco: Los incorrectos

* Mural de Marielle Franco en Brasil. A un año del asesinato de la concejala carioca Marielle Franco, líder negra, lesbiana, feminista, defensora de los derechos de las comunidades afrobrasileñas y LGBTI, una sucesión de crímenes lesbofóbicos, transfóbicos y homofóbicos ha cubierto las páginas de los diarios chilenos dando cuenta de los alarmantes paralelos entre […]

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* Mural de Marielle Franco en Brasil.

A un año del asesinato de la concejala carioca Marielle Franco, líder negra, lesbiana, feminista, defensora de los derechos de las comunidades afrobrasileñas y LGBTI, una sucesión de crímenes lesbofóbicos, transfóbicos y homofóbicos ha cubierto las páginas de los diarios chilenos dando cuenta de los alarmantes paralelos entre el curso político brasileño y el local.

Carolina Torres fue golpeada brutalmente la tarde del 14 de febrero mientras caminaba por las calles de Pudahuel junto a su polola; Matías Mella estaba en una plaza de Pedro Aguirre Cerda cuando dos desconocidos la insultaron por tener las uñas pintadas y luego la golpearon y le grabaron una esvástica en el brazo. Apenas dos meses antes, un hombre gay fue hundido en agua hirviendo en Punta Arenas y otro quemado y abandonado en un barranco cerca de Laguna Verde, es decir, no tan lejos de donde Nicole Saavedra fue torturada y asesinada por su orientación sexual, en uno de los casos de más flagrante impunidad de los últimos años.

No se trata de situaciones aisladas. Los crímenes de odio están en alza y encarnan una tendencia advertida y cimentada por las palabras. Las palabras de Jair Bolsonaro, que entre su colección de barbaridades celebró el exilio del diputado Jean Wyllys, amenazado de muerte por ser gay; las palabras de José Antonio Kast, que no duda en hablar de una “dictadura gay” en un país donde ni siquiera existe igualdad formal para las comunidades LGBTI; las palabras de los fundamentalistas evangélicos que intentan instalar el concepto de “ideología de género” para relativizar un movimiento que anhela igualdad, libertad y derechos, tres palabras que aterran a los ultra-conservadores ansiosos por retornar a las cavernas y arrastrarnos en el camino.

Estos ataques son señales de nuestros tiempos. Atentados contra identidades sexuales y de género que buscan ser borradas tanto del espacio público como del discurso. Borrada Carolina Torres de las calles, borrada Matías Mella de las plazas, borrado Pedro Lemebel de las bibliografías, borrados los cursos de sexualidad de los currículum educacionales, borrada la placa conmemorativa a la diversidad sexual en el cerro Santa Lucía, esa placa arrancada de cuajo de un día a otro y que decía: “Al Chile del futuro, con la esperanza de que en este territorio y en el mundo habrá plena igualdad”. Borrar oraciones y cuerpos, tarjar cuerpos y oraciones, y con ese gesto bosquejar un paisaje arcaico y siniestro.

¿Qué ha hecho rebrotar esta violencia? No es difícil hilar sentidos en este inquieto presente, donde cada golpe desea reafirmar un orden autoritario y patriarcal en crisis: un orden donde los hombres visten azul y las mujeres rosa, donde los hombres están afuera y las mujeres dentro, los hombres hablan y las mujeres callan y las lesbianas no existen y los gays no existen y los trans no existen y si llegan a existir que no se note, dicen, queriendo decir bórrate, desaparece cuanto antes.

Esta violencia no es nueva pero se ha vuelto más despiadada desde que la ultra-derecha comenzó a ganar espacios discursivos. Espacios ahora plagados de odio y que ciertos liberales no han dudado en defender argumentando que su exclusión significaría una victoria trivial de la corrección política. Corrección política, repiten, sin calibrar el significado de esas palabras. Corrección, por un lado, para describir un universo de lo apropiado o deseable, y política, por otro, para marcar una hipocresía. El lenguaje que entabla relaciones de respeto en la esfera pública no derivaría, según este argumento, de una corrección sentida y verdadera, sino de una corrección fingida, meramente política, apuntando a que lo real, lo verdadero, sería incómodamente incorrecto. Tras la cortina de la corrección política estaría nada menos que la genuina incorrección: la homofobia, la misoginia, la xenofobia, el racismo. Y eso es algo que para algunos, por verdadero, por auténtico, habría que dejar brotar libremente, como un torrente de lava. Mejor la incorrecta verdad, repiten resignados, encogiéndose de hombros, como si las palabras y los gestos no crearan realidad. Como si las palabras que les gritaron a Carolina Torres, a Matías Mella, a Marielle Franco, no hubieran ardido sobre la piel de otros hombres y mujeres. Como si la decisión de dar un paso a un lado y contemplar, en silencio, cómo esa lava arrasa con cuerpos y palabras, no fuese a su vez una decisión profundamente política y probablemente incorrecta.

(Alia es abogada y escritora, autora de la novela La Resta)

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