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Opinión

23 de Mayo de 2019

Entrevista al escritor español de “Una Madre”, Alejandro Palomas: “Quiero publicar en Chile, producir en Chile y ser un autor chileno”

Tuvimos la oportunidad de entrevistar al autor español en su visita a Chile, para el lanzamiento de su novela "Una Madre" que se edita en Chile por primera vez. Palomas tiene un vínculo muy especial con nuestro país. Su madre es chilena y, precisamente en ella, está basado el personaje de Amalia. Una madre narra la historia de una familia donde es fundamental la figura de Amalia, la madre, que a sus 65 años logra reunir a toda la familia para cenar en la víspera de Año Nuevo. Durante esa noche se producen una serie de confesiones, todo se pone muy intenso y se va exponiendo con mucho detalle y profundidad el universo familiar. El libro está narrado desde la perspectiva de Fer, hijo de Amanda. La humanidad de los personajes del relato hace que sea muy fácil reconocerse en ciertos aspectos de ellos y el retrato familiar que construye el autor combina simpleza y profundidad.

Galia Bogolasky
Galia Bogolasky
Por

¿Cómo surgió la idea de esta historia?
-El punto de partida fue muy personal. Fue cuando volví de un viaje y me robaron. Yo llegué y fui directo a casa de mi madre, ella es una mujer que tiene mucho sentido del humor. Es de esas mujeres que se ríe con todo el cuerpo. Entonces le empecé a contar todas mis desgracias y ella se empezó a reír. Una cosa que tenemos en mi familia es que nos reímos de nosotros todo el rato. Al cabo de dos segundos estaba riéndome con ella. Y nos reíamos y nos reíamos. De repente en un momento determinado yo salí de nuestra escena y nos vi desde arriba. No sé por qué, pero tuve un desdoblamiento y nos vi desde arriba. Y pensé: “Esto que estoy viendo, este Alejandro y esta Angélica riéndose de esta manera con 45 y 65 años. Esto es un milagro. Esta forma de comunicarnos, esta complicidad.” Y también pensé cómo no lo he visto antes, dónde he estado yo todo este tiempo que no me he fijado en esta cosa que es tan difícil.
En cuanto pensé esto, subí un poco más en el plano y pensé ¿cómo va a ser mi vida cuándo ella no esté? Y sentí como si un rayo me partiera por la mitad, cómo va a ser cuando yo venga de un viaje, active el celular y llame, y me digan “este usuario no existe”. Cómo es que tu madre sea un usuario que no existe. Y pensé “Yo no voy a sobrevivir, no voy a poder sobrevivir a este duelo”. Tengo que escribir esta relación, este color de relación. Esto que siento ahora porque cuando ella ya no esté, tengo que tenerla escrita. Tengo que tener algo a lo que aferrarme, sino va a haber un vacío tan grande que mi vida va a ser muy complicada. Muy horrible. Dejé a mi madre esa noche, me fui a mi casa y me puse a escribir Una madre. Y lo que pasó fue que a medida que lo iba escribiendo, tuve como una cosa muy infantil, y empecé a pensar, a tener la fe que a medida que yo la escribía, le iba dando más vida a mi madre, le iba dando pantallas extras a mi madre. Un día, cuando terminé, pensé “En realidad yo escribo para que mi madre no se muera, para darle vida. Porque si se muere, creo que me moriré yo detrás”. Esa es la única verdad que hay aquí.

La base es una autobiografía, ¿Cuánto hay de ficción?
-No es una historia real. Yo parto de nosotros, de mis hermanas, de mi madre, de mí, como arquetipos para crear una historia, pero lo que pasa no es real. Algunas cosas sí, tomo algunas cosas. Yo creo ficción a partir de estructuras que conozco muy bien, pero lo que ocurre no es real. No es autobiografía es ficción, pero está basada en una estructura familiar, unas tuercas, que son las mías. Porque si yo tengo que crear una familia y ya tengo una, no me voy a ir a inventar otra. Porque crear una familia que no conoces se nota enseguida. Tienes que manejar muy bien el barro que manejas.

¿Qué opinó ella cuándo lo leyó?
-Pasaron dos cosas. La primera fue que cuando lo terminó, me llamó y le pregunté “¿Qué te parece?” y me responde: “Me encantaría tener una amiga como Amalia” y yo le dije “A ver mamá, hagamos un rewind. ¿Cuántas mujeres de 65 años, con problemas de visión, con unos hijos como mis hermanas y yo, con un apartamento como ese en el que tú estás, con una terraza como la tuya, con una plaza como la que se ve desde tu casa conoces?”. Se quedó callada y dijo “Ninguna”.

No quería asumir que era ella.
-Nada, cero. No. Se enamoró de Amalia, pero no quiso pensar que Amalia era ella. Luego, al cabo de un tiempo cuándo ella ya reconoció que sí y todo, me dijo “Sabes que yo nunca voy a ir a ninguna presentación de tus novelas, tengo miedo de que si voy y alguien me reconoce o me relaciona con Amalia y quiere conocerme, yo nunca daré la talla y se decepcione”. Eso es Amalia. Típico de mi madre y de Amalia que de repente te dejan como qué hago yo con esto.

¿Ella tuvo algo que ver con tu decisión de ser escritor?
-Me lo he planteado muchas veces, pero ahora a los 51 años sé que nunca elegí ser escritor. Yo soy escritor desde que tengo uso de razón, no lo elegí conscientemente. Siempre supe que lo mío era esto, pero era esto porque vivía en una familia aparentemente muy estructurada, pero que realmente era muy desestructurada. Cuando era pequeño había una serie de tensiones y de silencios que yo veía, captaba, pero no sabía explicar. Y lo que hacía era, a través de la palabra, intentar escribir muy rápido y construir familias. Siempre he trabajado en la familia, siempre he construido familias. Porque necesitaba inventar una familia en la que no hubiese todo eso. En la que las cosas fluyeran, en las que se dijeran las verdades, y no hubiera esos silencios tan tremendos que había en la mía. Y eso me hizo escritor. Después me he planteado muchas veces, sobre todo ahora, si pudiese elegir si sería escritor. Y la respuesta es no. Yo no sería escritor. Si volviera a elegir, no sería escritor. ¿Sabes qué pasa? que a veces me queda pequeño. Siento que necesito más. Más material para expresar, para comunicar. La palabra se queda pequeña. Me gustaría poder dibujar, envidio mucho a los ilustradores, me encanta. Envidio a los cantantes, poder cantar y proyectar la voz, emocionar con la voz, me parece lo más maravilloso que puede existir. Entonces, solo he probado una parte del queque. Y yo necesito todo, me siento siempre en deuda.

A este libro le ha ido muy bien, ha tenido muy buenas críticas. Ha sido comprado para hacer una película. ¿Cómo ha sido eso?
-La productora ha encontrado una directora, yo no sé quién es porque no me quieren decir quién es. La directora está creando, a partir de aquí, su propia propuesta de historia. Está a punto de entregarla, creo. Entonces cuándo la hayan entregado, nos sentaremos y me dirán “esta es la directora y ahora vamos a trabajar”.

¿Tú te vas a involucrar?
-Sí. Voy a estar porque me lo pidió la productora: “Alejandro, una película de estas características, tan personal, un mundo tan personal, no puedo desgajarte totalmente de esto. El alma de esto la tienes tú. Entonces yo quiero que estés”. Y le agradezco porque también lo creo.

¿Quién te gustaría que fuera Amalia?
-Norma Aleandro. Yo siempre escribo para ella, tengo muchos personajes mayores. En la mayor parte de mis novelas, la protagonista o la coprotagonista es una mujer mayor. Siempre he escrito mis mujeres para Norma Aleandro. Ella no lo sabe, pero desde que la vi en Sol de otoño me dije “voy a trabajar contigo, vamos a trabajar juntos en algo, seguro”. Y yo soy muy tenaz y no descanso hasta que consigo lo que quiero. Porque creo que estamos hechos para trabajar juntos.

¿Qué expectativas tienes con el libro acá en Chile?
-Creo que va a funcionar muy bien. Además, creo que todo el feedback que obtenido de las personas que lo han leído, es muy cercano. Pero esto pasa en todos los países. En Argentina donde acabo de estar, pasa igual. Pasa en todos los países, porque es un lenguaje muy primario, muy universal. Son unas miradas muy universales, son relaciones muy de carne, muy sin filtro, y eso llega. Somos todos iguales. No hay idioma, cultura, no hay nada. Es lo más cercano, lo más inmediato, y creo que va a funcionar. Yo me empeñé mucho en Chile. Chile era mi objetivo porque mi madre es chilena. Yo tengo las dos nacionalidades y siempre quise ser un escritor local en España y un escritor local en Chile. Estuve dos años aquí cuando era muy pequeñito, volví y me crie en Barcelona. Después vine aquí en el año 1993, y estuve viviendo hasta 1997. En Chile tengo toda mi familia materna y es mi otra mitad. Yo tengo dos mitades. Tengo una que está muy satisfecha, muy colmada, y otra que está en deuda, que es ésta. Y siempre pienso que tengo que ir a Chile, tengo que publicar en Chile, no llevar mis libros a Chile. Quiero publicar en Chile, producir en Chile y ser un autor chileno. No quiero ser un autor español que llega a Chile. No quiero eso.

¿Tu mamá se fue joven?
-A los 22 años porque se casó con mi padre. Mi madre fue a estudiar a Suiza, la enviaron a un internado en Suiza, y el padre de mi padre tenía una empresa textil en Barcelona, y fue a comprar maquinaria a Suiza, y tenían parientes lejanos en común, ahí se conocieron: cartas y cartas y cartas, al final se casaron, y mi madre se fui a vivir a España.

¿Tú crees que tiene una personalidad especial, que tiene harto de la personalidad del chileno?
-Yo creo que sí. A ver, yo me he criado en una pequeña burbuja chilena en Barcelona. Mi madre, mi tía, que se fue luego en el 73′, porque cuando fue el golpe se tuvo que ir, llegó a Barcelona. Luego se fueron mis abuelos. Yo me crie en esa burbuja chilena. Teníamos todos los rituales propios de lo chileno. Tomábamos once, cosa que no se hace en Barcelona. Cuando era pequeño iba al colegio con un bocadillo de palta. Nadie sabía lo que era la palta. Es que nadie había visto un aguacate, no existían los aguacates. Mi madre no sé de dónde los sacaba. Pero íbamos con aquellos bocadillos y los compañeros nos decían “¿Qué es eso? ¿Qué son esos mocos que llevas?”. Claro, no habían visto nunca un aguacate. En la España franquista, donde no había nada. Mi madre tiene un color de mirada que no es de España. Cuando publico en España todo el mundo me dice “es que no pareces de aquí”. En el fondo, yo he estado siempre muy desencajado. O sea, he tenido cosas de aquí y de allá, pero he aprendido a vivir así, me parece que suma mucho. A mí me suma mucho.

Cuando empecé a leer el libro, me recordó mucho a mi mamá. Me pasa una historia parecida contigo porque mi mamá es norteamericana y yo nací en Canadá, y después nos vinimos para Chile. Yo también tenía esa sensación Estados Unidos, Chile, Estados Unidos, Chile. Ese sentido no pertenecer.
-No pertenecer. Esa es la palabra. La no pertenencia: “You don’t belong here”. Para mí fue una condena siempre porque era como que no estoy en ninguna de las dos partes enteramente, pero ahora pienso qué bien. Porque he aprendido a vivir así, he aprendido a no pertenecer y es una libertad absoluta, pero hasta que no das la vuelta y dices “eso me hace libre” lo sufres. Lo sufres mucho.

Ese es el punto, puede ser un problema hasta que no lo es.
-Aprovechar que tienes miradas muy distintas. Eso es una riqueza brutal, pero tienes que darle la vuelta. Y yo lo he conseguido a través de la escritura.

Una de las cosas que más me gustó del libro, es el humor que tiene. No paraba de reírme. Era una cosa impresionante. Me sentía parte de la escena riéndome en ese lugar. Esa capacidad de transportarte a ese lenguaje y a este tono, lo encontré increíble. ¿Qué es para ti el humor?
-Cuando escribí Una madre lo que más miedo me dio cuando se publicó, fue el humor. Que no lo entendieran. Yo tengo el mismo sentido del humor que mi madre y que mis hermanas, y en eso conectamos muy rápido. Es un hilo de humor. Y siempre pensamos que era nuestro, que nadie más lo entendía. Entonces cuándo lo escribí pensé que iban a pensar que soy un friki, y no lo iban a entender. Y curiosamente por lo primero que funcionó la novela, fue por el sentido del humor. He recibido cientos y cientos de mails, de mensajes, de gente que me dice “no puedo leer tu novela en el metro, porque me rio de tal manera, no puedo parar”. O “estoy en la cama y mi marido me dice: ¿Dé qué te ríes tanto? ¿Qué estás leyendo?”. No sabes lo feliz que me hace poder hacer reír. Es lo más difícil del mundo. De hecho, acabo de ir a una entrevista a la Radio Universidad de Santiago y locutor me decía que nunca se había reído con una novela, y que con esta no podía parar.
Pero sabes lo que me pasa, es que yo tambien me he reído mucho con esta novela. Cuando escribo me río y me lo lloro todo también. Soy muy dramático en eso. Muy intenso y muy visceral. Estoy escribiendo y a la vez que lo escribo estoy riéndome. Me distancio y lo leo, y lo leo como si no lo hubiese escrito yo. Me rio mucho. Y esta novela consigue que tú te metas enseguida, estás con ellos. Estas ahí, y estás muy aceptada, muy rápido. Porque cada uno es de su padre y de su madre, pues aquí yo también quepo. Y ellos te hacen espacio. A mí me gusta mucho que tú te sientas parte como lectora, enseguida. Me interesa mucho que estés ahí adentro, que seas parte. Porque si no, a mí no me funciona.

¿Cuáles son los temas aparte de la familia, relación madre-hijos, y el humor que crees que son importantes dentro de la novela?
-Hay otro tema que para mí es fundamental. Es el de las ausencias. He sido consciente de eso en Buenos Aires también. Para mí es muy importante la ausencia. Aquí se trata mucho, incluso con la silla que se honra a los ausentes. Y nunca fui consciente de que cuándo llegara aquí abajo, eso adquiriría una dimensión que allí no tiene. Los que no están, los que desaparecieron. Y de repente cuando estaba en una entrevista en Buenos Aires, la periodista empezó a hablar de esto y me di cuenta de que es una parte que yo no había tenido nunca en cuenta. Es como el libro de las ausencias. A mí me gusta mucho ese tema. Me provoca mucha congoja. Me toca muchísimo. No sé por qué, no sé qué he sido antes en la vida, qué vida he sido yo, pero en todas mis novelas está esa parte de alguien que desaparece y a quién no puedes llorar. Y parece una condena tan horrible. Es como un 10% de merma emocional, para toda la vida, y siempre aparece en mis novelas. Incluso si no quiero que aparezca, siempre voy a ese lugar, y creo que hay un componente súper importante en esta novela, y en toda la trilogía, sobre las ausencias. De lo que pesan las ausencias, y de cómo gestionar a los que no están. A los que se fueron y que no murieron. Porque aquí hay un padre que se fue. Te voy a hablar de mí: cuando un padre te abandona, como nos abandonó el mío, eso sí es muy difícil de contar. Una cosa es que tu padre muera, y ya está. Lo entierras, lo lloras o no. Pero cuando una persona se va, por los motivos que sea, voluntaria o involuntariamente, pero tú sabes que está en el mundo, o no sabes si está, no lo sabes, no puedes llorar. Porque hay esperanza. Es una cosa muy turbia. Es un remolino. Eso pesa, pesa y pesa, y vuelve. Y lo sueñas. Es una ausencia acompañada. Es muy complicado eso. Y ahí está, en este libro las ausencias pesan.

Que tengan tan poca diferencia de edad con tu madre, 20 años ¿Hace que sean más amigos?
-A ver, yo nunca he sido amigo de mi madre. Ella nos tuvo muy joven. En ese tiempo se tenían hijos muy joven. Ella se casó, y se quedó embarazada creo que a la semana. No había nada más que hacer. Tenías que hacer eso. Somos muy cercanos generacionalmente. Yo tengo 51, la mayor tiene 55. Mi madre tiene 76. La tuvo con 21 años. Tenemos la misma lengua, hablamos de lo mismo. Ahora, creo que la vida ha corrido mucho más. Si yo tuviese un hijo, habría mucha más diferencia. El tiempo pasaba mucho más lento entonces. Por lo cual, estamos muy cercanos. Vemos las mismas películas, tenemos costumbres muy parecidas. Podemos hablar de tú a tú, no es difícil.

¿Cuál es tu novela favorita de las que has escrito?
-Hay un triángulo en mi vida de novelas. Mi novela favorita, y que lo será siempre, es El tiempo que nos une y luego está el resto de mi producción. Esa es La novela. Y después están Una madre como favorita y Un hijo. Cuando tú leas Un hijo, morirás.

Por último ¿Qué les dirías a los chilenos para invitarlos a que lean tu novela?
-Los cogería del pescuezo y les diría en primer lugar, que nunca han leído algo así. Sinceramente, creo que no han leído un planteamiento familiar así, tan fresco. Se van a emocionar mucho y van a encontrar una energía estupenda. Se van a reír mucho, y se lo van a llorar todo. Y que van a formar parte de una familia. Que van a encontrar una familia, y encontrarán una intensidad muy sanadora. Leo esta novela, y la siento muy sanadora. Te acerca mucho a ti mismo, te hace mirar a tu madre, y replantearte cosas en tu relación con tu madre: cómo la ves, cómo la culpas, de muchas cosas, y cómo puedes entenderla. Es una novela que suma, no que resta.

Me encantó Una Madre, y ahora voy a tener que leer todos tus libros.
-Recomiendo que leas después de Una madre, Un perro y Un amor. Conocerás todo el planeta Amalia. Porque ahí salen cosas de antes de esta novela. Se explica el porqué de una y de otra historia. Es un planeta, pero cuándo leas Un hijo vas a morir. Te enamorarás de este niño, el protagonista es un niño. Son unas sesiones de terapia de un niño con su orientadora, pero es que adorarás a ese niño.

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.

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