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Nacional

13 de Junio de 2019

Sebastián Depolo y el “dilema estratégico” del Frente Amplio: “Si nos quedamos en la trinchera del malestar, nos vamos a estancar en el 20%”

Según a quién se le pregunte en el Frente Amplio, Sebastián Depolo (RD) es un dirigente indispensable que compensa la inmadurez de las filas o simplemente un amarillo con buena muñeca. Eso sí, todos coinciden en definirlo como uno de los cerebros políticos de la coalición, cartel que consolidó tras dirigir la campaña de Beatriz Sánchez en 2017. Hoy cree que ya quemaron una etapa y eso los obliga a tomar definiciones que pueden traer problemas: o se quedan donde están o se abren a “conversar con gente distinta a nosotros” para ir formando mayorías capaces de transformar el país. Sociólogo especializado en la gestión de organizaciones, Depolo apuesta a los gobiernos locales para persuadir a una sociedad impaciente e individualista, asegura que Piñera trata a la clase media “como si fueran pobres con internet” e invita a la clase dirigente a despegarse de una vez de las recetas de los 80, ayer fuente de dinamismo pero hoy de apatía: “¡Este es un país que no planifica nada!”.

Por

Después de un éxito electoral que ni ustedes se esperaban, hoy se hace muy difícil distinguir para dónde va el Frente Amplio (FA). ¿No tienen proyecto o se quedaron sin estrategia?

−El proyecto sigue en construcción, pero el problema que tenemos hoy es de estrategia: a un año y medio de ese éxito electoral, no hemos definido cuál va a ser el siguiente paso. Y esto se entiende mirando un poco hacia atrás. Ya desde 2009, había un 20% de votantes buscando una alternativa a los partidos tradicionales, independiente del contenido. Pero la izquierda extraparlamentaria no lograba ser esa alternativa. Había ciudadanía organizada en distintos ámbitos –educación, vivienda, bases sindicales, medioambiente− que no lograba unirse y crear una apuesta política. La gracia del FA fue y sigue siendo organizar esa diversidad, a través de una construcción de vínculos que fue muy poco mediática pero tomó varios años. El problema es que ahora, como nos fue bien en las elecciones, tenemos que tomar una nueva definición: si nos vamos a quedar contentos con el 20% o si vamos a ir por el 50.

Y ahí hay posiciones encontradas.

−Sí. Hay gente que está contenta con donde estamos, quizás porque se sienten más afines a esa identidad que estaba fuera del sistema representativo. Pero otros nos sentimos a mitad de camino, porque queremos construir una mayoría para hacer transformaciones. Y digo que es un dilema estratégico porque construir esa mayoría supone un cambio de estrategia súper grande.

¿Por qué tanto?

−Porque supone, primero, la habilidad de conectar con más gente, de representar intereses más diversos. Y eso también significa no enamorarnos de nuestras propias ideas, porque vamos a tener que conversar con gente distinta a nosotros. Y después, la pregunta más difícil: si vamos a estar disponibles para abrir nuestra política de alianzas o nos quedamos acá.

Desde tu flanco izquierdo, te dirán “sí, vayamos por el 50%, pero no altiro”. ¿Para ti es en cuatro años o en veinte?

−Yo creo que hoy día no hay proyectos políticos para veinte años. Los proyectos tienen un momento y creo que este es el momento en que el FA tiene que tomar la definición.

¿Para ganar la próxima presidencial?

−No sé si la vamos a ganar, pero al menos tenemos que ponernos como meta crecer en nuestra representación y achicar el potencial de crecimiento de otros actores. En todo caso, yo estoy de acuerdo en que la prioridad no es llegar pronto al gobierno, sino poder quedarnos más de cuatro años una vez que lleguemos. Las transformaciones que necesita Chile −un país con élites muy adversas al cambio− requieren de varios tipos de mayorías y más de un gobierno para ser implementadas. Por eso me gusta mucho el caso del Frente Amplio uruguayo, que va a cumplir quince años gobernando y eso le ha permitido hacer transformaciones más sustantivas. No deja de ser tentador llegar cuanto antes, pero nuestros cuadros son jóvenes todavía, y no podemos ser flor de un día por llegar mal cuajados o hacer una mala gestión de los asuntos públicos concretos.

Si el FA llega a la definición que tú esperas, tendría que producirse un pequeño éxodo, ¿no?

−Bueno, yo prefiero llamarlo autoexclusión, si acaso una mayoría llega a la definición de tomar este camino. Cosa que puede ocurrir, porque estuve siguiendo los debates de Convergencia Social y los discursos que ganan la elección son los que están buscando construir mayorías. Pero ojo, mayorías para generar una nueva forma de gobernabilidad, no la de los 90, en que mi cúpula se junta con la tuya y acuerdan lo que no van a cambiar. Lo que queremos construir es mucho más de abajo hacia arriba, para que la gente pueda decirte “cambiemos esto”.

¿No vende un poco de humo ese discurso? Ustedes también tienen líderes que se juntan a trazar el camino.

−Pero a diferencia de otros actores, sí estamos tratando de construir nuevas formas de participación. Y la diferencia también está dada por los puntos de partida: la Concertación recibió una sociedad muy politizada, producto de la lucha contra la dictadura. Por eso hay tanta frustración con el tipo de democracia que se instaló de los 90 para acá.

Y si hay tanta frustración con eso, ¿por qué se inscriben en RD y después no votan en la elección interna?

−Bueno, porque entremedio hubo 20 años de despolitización. Y porque nosotros, todos los partidos, no estamos abriendo los espacios para que la gente se sienta parte y sienta que esto es relevante. Si no vota, es porque siente que no es relevante. Y la irrelevancia es el peor lugar donde puedes estar.

Y esa percepción de irrelevancia, ¿no se alimenta también de la crítica que levantaron ustedes a la política institucional? ¿Desprestigiaron la representación ante su propio público?

−No, no lo veo así. Lo que sí sucede es que hoy los apoyos son mucho menos leales en el tiempo. El ciclo de deslegitimación se aceleró, la gente pasa del amor al desamor en uno o dos años. Y también estamos conscientes de que mucha de esa gente se inscribió en RD para posibilitar las primarias legales. Pero nuestro error ha sido no abrirnos lo suficiente para invitar a esa gente a participar. Y si no lo hacemos luego, nos va a costar caro cuando queramos ir a buscarla para las próximas elecciones. La gente nos va a decir “pero dónde estuvieron todo este tiempo”, y eso no nos puede pasar.

Otro problema es que no están logrando instalar sus temas en el debate público.

−Es cierto. El FA sigue muy centrado en sus dinámicas internas, aunque quizás es necesario que lo esté. Por ejemplo, que se estén juntando fuerzas para mí es un buen síntoma. Hay gente que ve la creación de Convergencia Social como “ah, se están juntando para hacerle el peso a RD”. No, yo prefiero tener socios de tamaño parecido, con los cuales empujar cuestiones mano a mano, que ser el único actor grande entre muchos pequeños. El problema es que la sociedad nos ve mucho más preocupados de la interna… Y también nos está pesando que en Chile la oposición parlamentaria tiene un rol muy poco propositivo. Además, hoy existen dos o tres oposiciones, entonces el piso de acuerdo es sólo de “oponerse a”, decir que no. Cuesta mucho, por ejemplo, acordar un modelo alternativo al sistema de pensiones. Aunque en otros temas no es tan difícil…

¿En qué temas?

−En salud tenemos mucho más acuerdo.

¿Hay acuerdo entre esas tres oposiciones para eliminar las isapres?

−Por lo menos hay bastante acuerdo para construir un seguro único de salud. La misma Carola Goic se metió fuerte en el tema durante su campaña, y cuando tú hablas con sus técnicos ves que las ideas no son muy distintas. Y hay actores sociales en la misma línea, como el Colegio Médico, entonces hay que saber encontrar esos espacios. Ahora, si me preguntan a mí, nuestro gran espacio de conexión con la sociedad va a estar en los gobiernos locales.

¿En los municipios?

−Principalmente. Porque tenemos que demostrar haciendo. El valor de Jadue en Recoleta, o de Sharp en Valparaíso, es que le están mostrando al gran público que sí se puede gestionar el Estado de otra manera. Pero tenemos que salir a demostrar lo mismo en todas las regiones de Chile, para que tú puedas decir “ah, mira, esto hace el FA en mi región”. Por eso es clave tener, lo antes posible, una estrategia súper clara para las municipales. Si tú miras cómo ha crecido la izquierda en distintos países y épocas, siempre hubo un fuerte componente territorial. Y cuando me tocó dirigir la campaña de la Beatriz, nuestra gran debilidad estaba fuera de los centros urbanos. No tenemos concejales, gente instalando los mensajes. Nuestros parlamentarios también son de grandes ciudades, la mitad son de Santiago.

Un mantra del FA ha sido no olvidarse de construir movimiento social. ¿Lo han hecho realmente? ¿Tienen hoy más bases sociales que hace tres años?

−No. Lo que sí tenemos es una estrategia más coordinada para ser parte del movimiento social. Por ejemplo, entre las fuerzas frenteamplistas que participan del movimiento estudiantil, hoy día hay niveles de coordinación mucho mejores que antes de existir el FA.

¿Será por eso que el movimiento estudiantil ya no prende?

−No creo, pero la institucionalización sí nos ha traído un costo de legitimidad, porque ciertos espacios organizados son todavía muy adversos a la política institucional. Pero a la vez, hay otros espacios que se han politizado más. Muchos colectivos del FA, como el Ukamau, el Partido Igualdad, tienen bases por todo Chile de gente movilizada por la vivienda. Y yo no podría decirte “hoy tenemos más sindicatos que antes”, pero aquellos sindicalistas que están tomando una dirección más política nos miran más a nosotros que a la izquierda tradicional, por decirlo así.

Pequeños pasos…

−Sí, esto es súper lento. Después 40 años con un modelo de sociedad basado en rascarse con las propias uñas, la organización de base no es fácil. Por ejemplo, las únicas políticas exitosas de seguridad ciudadana en el mundo son las que activan comunidad. Y nuestras comunidades barriales están destruidas, las juntas de vecinos son de muy baja intensidad. Además, organizarse toma tiempo, y la gente está demandando soluciones rápidas. Por eso no podemos aterrizar cada cuatro años: hay que estar en el tejido social mostrando que podemos vivir mejor si construimos soluciones más colectivas, aunque sean más lentas. Esta relación con la ciudadanía de producto-consumo, “yo te ofrezco algo y tú verás si me compras”, se transforma mucho más con alcaldes como Sharp y Jadue que con un discurso político encendido.

También han hablado siempre de conquistar o politizar a las masas que no votan, pero todos sus acercamientos son hacia actores que sí votan. ¿Es un fetiche sin contenido la conquista del no votante?

−No, sigue siendo un objetivo súper importante. Según un estudio que hizo Cristóbal Huneeus, nosotros tuvimos una altísima votación en la generación post plebiscito. Darle continuidad a ese logro es fundamental: que la gente que entra al padrón entre votando al FA. Pero la gente mayor que no vota es otro trabajo más largo. De partida, en general son más pobres, en Vitacura vota el 70% y en La Pintana el 27%. Y no son receptivos a ningún discurso de campaña, porque no tienen cultura de voto. Es gente que dejó de inscribirse después del 89 y ya son dos o tres generaciones que no han votado nunca en su vida. Entonces, son estrategias distintas: para el nuevo votante, un discurso y unas prácticas que sean coherentes, porque lo que ellos más evalúan es si les están vendiendo una mula o no. Y para los que dejaron de votar, un trabajo más concreto de realizaciones a escala local, que muestren una manera diferente de hacer política.

¿Diferente en qué?

−Una política que escucha, eso es lo principal. La gran demanda, cuando uno recorre el país −se me pega el lenguaje de los políticos−, es “no nos escuchan”. Que aunque se organicen, aunque pataleen, los políticos escuchan más a los que ponen la plata. En cada región a la que fuimos durante la campaña, los principales problemas eran conflictos socioambientales entre las comunidades y los inversionistas. Es bien brutal.

Pero para alcaldes que escuchan a sus vecinos, ya tenemos a Lavín.

−Sí, Lavín está haciendo un trabajo muy inteligente ahí. Pero otra cosa sería escuchar a los vecinos de Conchalí o Quinta Normal, no sé si él podría responder a esos problemas.

El punto es que escuchar a los vecinos no supone para nada izquierdizarlos.

−No, no, para nada. Pero si además de escucharlos los involucras en las decisiones, estás creando experiencias democráticas que sí son importantes para abrir ese camino. Y aquí hay que atreverse a pensar con harta imaginación institucional. En Medellín, por ejemplo, las empresas públicas son del municipio y las utilidades se reparten. ¿Cómo? Asumiendo que los vecinos no son sólo usuarios o clientes, sino también dueños, y por lo tanto pueden elegir qué obras sociales se realizan. En el ejercicio que hicimos nosotros para crear el programa de gobierno, participaron 12 mil personas. Y ante conclusiones contrapuestas, se votaron las diferencias. Entonces sí se puede innovar en la relación de la política con la sociedad.

¿Una nueva Constitución sigue siendo indispensable para los objetivos del FA?

−Para los objetivos del país, creo yo. Porque eso que se llama el pacto social, en Chile hay que refundarlo. De verdad nos urge un proceso constituyente −o reconstituyente− sobre qué somos como nación y cómo nos proyectamos hacia los próximos 50 años. Tenemos desafíos que son brutales y estamos reaccionando muy lento. El desafío de la migración –que no es policial, es de integración−, el medioambiental, la crisis del agua, la robotización… Hoy no tenemos herramientas de política pública para los temas del futuro, es así de claro.

RECUPERAR TRADICIONES

Después de la segunda vuelta, quedó la sensación de que el único discurso capaz de hablarle a la clase media era el de Piñera. El mismo Boric lo lamentó hace poco. ¿Obliga eso a revisar el diagnóstico de la sociedad que hizo el FA o crees que fue acertado?

−El diagnóstico que hizo el FA en su programa, creo que sigue siendo acertado. Ahora, las políticas tenemos que volver a mirarlas, porque la gente puede estar de acuerdo con la demanda pero quizás no con la solución. Así ocurrió con el proyecto de gratuidad universitaria. Pero ojo, el discurso de Piñera no es tan sólido tampoco. Si miras el sitio web que lanzó el gobierno para su Clase Media Protegida, cometen un serio error estratégico: tratan a la clase media como si fueran pobres con internet.

¿Cómo?

−Te dan el menú de beneficios a los que puedes postular, pero si después mejora un poco tu ingreso, o entra a trabajar otra persona de tu familia, pierdes el beneficio. O sea, te protegen mientras no aspires a mejorar. Nosotros estamos pensando en derechos sociales universales.

Que son un poco más caros.

−Y no somos ilusos, sabemos que los recursos son escasos. La cuestión es si los avances persiguen o no ese horizonte. Y si hablamos de responsabilidad fiscal, nuestro programa fue el único que hizo un capítulo de costos. De hecho el de Piñera, cuando calcularon los costos, quedó desfasado. Prometieron mucho más de lo que podían financiar.

Pero si ustedes aplicaban todos los impuestos que incluía el programa, se nos iban a asustar algunos capitales…

−Sí, era probable. Pero las empresas internacionales que operan en Chile pagan esos impuestos en otros países y hacen negocios perfectamente rentables. Y esos impuestos recaían sobre fuentes de recursos que están aportando muy poco a construir el bienestar común. Uno, la explotación de recursos no renovables. O sea, tú hablas con gente de otros países y te dicen “pero eso no es un royalty, con suerte es el impuesto marginal”. Otro, las fortunas de Chile, que aportan poco y tienen demasiados mecanismos para eludir. Es verdad que a veces se hace una caricatura de los “súper ricos”, pero también es verdad hay poca cultura en ellos de contribuir a lo común y mucha de aprovechar lo común.

La Concertación, además de nacer con mucha densidad política, tuvo desde el comienzo un grupo muy potente de economistas. ¿Ustedes tienen eso?

−Lo tenemos en formación. En Chile es difícil encontrar economistas no ortodoxos, no monetaristas, que crean un poco más en la política industrial, en un Estado que impulse el desarrollo. Pero tenemos economistas trabajando al interior del FA y gente que nos ha apoyado desde más afuera. Esto es interesante: las culturas profesionales influyen harto en las coaliciones. Si tú ves, la Concertación terminó dominada por abogados y su especialidad fue lo institucional. En la derecha predominan los economistas. Y lo que más hay en el FA somos cientistas sociales…

Por eso uno desconfía…

−Ja, ja, ja. Pero fíjate que hay un potencial ahí: la posibilidad de volver a juntar tradiciones que creen en el valor de la planificación. Yo hago clases en Beauchef y conozco la cultura ingeniera chilena hace muchos años. Son muy pragmáticos, pero tienen una conexión con las tradiciones planificadoras más antiguas que, en temas como la economía o el crecimiento de las ciudades, necesitamos recuperar. ¡Si este es un país que no planifica nada! Y no estoy pensando en una planificación soviética, ¡pero al menos mirar el horizonte, lo mínimo! En el Estado se perdió esa cultura. Y con gobiernos tan breves, la inmediatez te come, porque el poder del Ejecutivo carcome el sistema político entero. Al final es un sistema bien perverso, porque los únicos en condiciones de planificar a largo plazo son los privados que tienen más capital.

En la derecha, cuando escuchan hablar de esto, piensan “ya empezó la izquierda con su nostalgia de la Corfo…”.

−Claro, como si quisiéramos volver a la remolacha. Pero ellos no han creado nada parecido a una Corfo de las tecnologías de la información. Muchos exalumnos míos son emprendedores tecnológicos y la tienen muy sufrida. No sólo porque no los invitan a China, sino porque el país no ha decidido nunca dar este paso. Estas son decisiones de Estado, acuerdos grandes, no programas de gobierno. Y son acuerdos que de verdad se hacen con los empresarios, no contra ellos, para pensar en cuatro o cinco vigas maestras que nos permitan desarrollar esta economía que está en la esquina del mundo. En la universidad trabajamos harto con la minería y de verdad me impacta que recién ahora estamos exportando saber, pese a haber tenido por tanto tiempo las faenas más grandes del mundo.

Codelco tenía el giro un poco restringido.

−Mientras las mineras finlandesas desarrollaron los servicios de alta tecnología que venden ahora. Mira, hay un discurso en la derecha que es bien jodido. Cuando Chile no crecía con Bachelet, decían que era por las reformas que proponía el gobierno. Ahora Chile no crece, dice el ministro Larraín, porque las reformas no están siendo tramitadas con celeridad. Yo creo que mientras la clase dirigente de este país, particularmente el empresariado y sus redes de soporte intelectual, no se abran a que necesitamos un pacto que levante la mirada a largo plazo, vamos a seguir repartiéndonos pobreza fiscal. La inversión en I+D que hace Chile es de las peores de la OCDE. Si de algo nos ha servido ser parte de la OCDE, es que nos muestra lo mal que estamos…

¿Estamos mal?

−Estamos muy lejos de donde queremos estar.

¿Pero dirías que estamos mal?

−A ver, no, hay que ser justos. Chile tuvo una transformación que produjo un ascenso estructural en las condiciones de vida. Con un componente muy alto de endeudamiento, eso sí. Pero las recetas de esa transformación tienen rendimientos decrecientes, ya dieron sus frutos. Y aferrarse ideológicamente a que el mercado es el mejor asignador de recursos y el Estado un ogro que coarta la vida de las personas, son respuestas de los 80, no de los 2000. El escenario internacional se está complicando, el mundo está entrando en una guerra comercial y Chile, que es una insignificancia, tiene que meterse en las cadenas de valor. ¿Lo han logrado otros países chicos? Sí. ¿Sin un Estado capaz de empujar ese salto? No.

NUEVOS HIMNOS

Pensando en mayorías y pactos sociales, ¿les puede jugar en contra la tentación de representar el malestar, esperando que la gente tire el mantel en vez de cuidar lo que tiene?

−Sí. Nosotros hemos sido muy buenos articuladores del malestar, pero el siguiente paso político e ideológico del FA es ser organizadores de esperanza.

¿De qué esperanza?

−La gente está sintiendo dos cosas: que hace un desgaste brutal para poder sostener lo que tiene y que hay muchas posibilidades a las que no está pudiendo acceder. No sólo posibilidades de mercado, también de calidad de vida, de ocio. Creo que la iniciativa de Camila Vallejo, de reducir la jornada laboral a 40 horas, conecta muy bien con ese anhelo de tiempo, de vida. Las demandas feministas de paridad en el cuidado de los hijos, también son demandas de más tiempo vital. Entonces nuestro desafío es transformar el malestar en la esperanza de que, si hacemos algunos cambios, cambios profundos, podemos vivir de una manera distinta. Que no estamos condenados a trabajar como zombis para pagar la cuota del auto. Ese es el giro que nos falta. Porque si nos quedamos en la trinchera del malestar, nos vamos a estancar en el 20%.

Si tuvieras que clavar tu aguja en un mapa ideológico, ¿quedarías más cerca de Manuel Antonio Garretón o de Carlos Ruiz?

−Los dos tienen a la base una tesis que yo comparto: la fractura entre lo político y lo social. Quizás Manuel Antonio la mira hacia atrás, mostrando cómo la pertenencia a sindicatos o partidos políticos funcionó como una correa de transmisión entre esos dos mundos. Y Carlos intenta proyectarla hacia adelante, advirtiendo que no vamos a reconstruir los partidos ni los sindicatos de los años 60, ni la junta de vecinos de la Patria Joven. En ese sentido puedo estar más cerca de Carlos. Y también coincido con él en que nos falta una estética más del siglo XXI. Tener nuestros propios himnos, que a lo mejor tienen más de música urbana que de canto nuevo.

¿Crees en la lucha de clases?

−No, porque la lucha de clases supone una conciencia de clase. Y si casi toda la sociedad se siente de clase media, los antagonismos no se pueden pensar desde ahí. Por eso los sociólogos hoy hablamos de capas medias, no de clase media. Yo creo que en Chile los únicos que tienen conciencia de clase son los ricos: como conocen sus privilegios, tratan de cuidarlos.

Ruiz también ha insistido en que, por su edad, las militancias del FA sólo han conocido una política muy individualista. Últimamente se les ha notado harto.

−Bueno, justo estoy leyendo el último libro de Carlos y me parece muy interesante entender que el neoliberalismo nos afecta culturalmente a todos, también a los que estamos en contra. Y es verdad que en nuestra bancada parlamentaria hubo harto de ansiedad y harto de acción individual. Pero creo que eso ya está más decantado. Y tú ves que aquellos que no se sentían cómodos en ciertos espacios, se movieron. En RD nos pasó con Renato [Garín].

¿Crees que Pamela Jiles es un aporte al FA?

−Creo que sí, que es un aporte, entre otras cosas porque llega a un público que a través de ella conoce el FA. Pero también soy crítico de algunas posiciones que ha tomado Pamela, como esto de crear la “bancada de la dignidad”. ¿Qué significa eso? ¿Que los demás somos todos indignos? Establecer ese tipo de frontera con tus aliados me parece nocivo para la política que queremos hacer.

¿Cuántas veces te han dicho “amarillo” en el FA?

−¿Desde que existe el FA? Casi todas las semanas.

En la declaración de principios de RD, dice: “En el contexto de globalización del siglo XXI, nos sentimos parte de la identidad de la izquierda latinoamericana”. Eso sonaba tanto mejor hace cinco años que ahora, ¿no?

−Uno puede rescatar ciertas políticas y rechazar otras, pero sí nos sentimos herederos de esa conversación. ¿Nos interesa la deriva autoritaria de Maduro? Por supuesto que no. Pero las primeras políticas sociales de Chávez, o los primeros años del PT en Brasil, sí son interesantes. Y lo central, para nosotros, es entender que el espacio de desarrollo de Chile es América Latina. A mí me gusta mucho la posición que han tomado Uruguay o México sobre Venezuela: como latinoamericanos, seamos parte de la solución. Mientras Piñera se abandera con una solución que hoy no tiene viabilidad política y nuestro canciller es básicamente un propagandista. Que en el FA estemos de acuerdo con Ignacio Walker en las críticas al canciller…

¿Significa que ya pueden ir pensando en una alianza?

−No, significa que el canciller lo ha hecho pésimo.

¿Crees que la ultraderecha se puede pegar un salto en las próximas elecciones?

−Al menos va a correr con la ventaja de ser el discurso nuevo, y el voto de novedad tiene un potencial cada vez más alto. Esto cuesta asumirlo, pero la verdad es que la gente está creyendo en cosas muy distintas a la vez. Puede ser facha en unas cosas, ultraizquierdista en otras y es la misma persona. Eso también hay que tenerlo en cuenta cuando hablamos del malestar: la insatisfacción puede tornarse luminosa pero también sombría, y decir “estamos en peligro, salgamos a defendernos y metamos a las fuerzas armadas a las poblaciones”, como acaba de proponer la UDI.

Y cuando aparecen los videos de narcos disparando como dueños de la calle, ustedes ya no pueden limitarse a decir que la solución es reducir la desigualdad.

−Claro, y la reinserción de los presos. No, aquí hay cuestiones urgentes. En Chile no tenemos una inteligencia policial y eso es brutal.

Es raro escuchar a alguien del FA hablando de inteligencia policial.

−Pero si no nos hacemos cargo de eso, no estamos construyendo país. Lo que pasó con Catrillanca fue el resultado final de una larga política de criminalizar el conflicto mapuche y meter “inteligencia policial” muy burda. Aquí hay que invertir en una inteligencia que de verdad entienda cómo operan los narcos en Chile. Ahora, ¿podemos radicar en Carabineros esa inteligencia policial? Así como está Carabineros, no. Pero esto es grave en serio, ya hay una cultura narco que reivindica su poder en el espacio público y que puede corromper a policías y jueces. La pelea de los fiscales en Rancagua la originó una investigación sobre narcos que les estaban pagando a ministros de la corte. ¡Ahí nos están carcomiendo! Cuando los carabineros de una comisaría en La Pintana están siendo pagados por el narco, y les avisan de las redadas y le hacen redadas a la banda rival, ¡eso es para Netflix! Pero está pasando aquí a la vuelta. Y no hacemos nada efectivo, hacemos aspavientos, como que el presidente salga a hacer una ronda nocturna…

Sobre este tema, los expertos y los políticos hablan idiomas incompatibles.

−De hecho, en la campaña presidencial fuimos a un foro de Paz Ciudadana y creímos que iban a proponer populismo penal, pero no fue así. Tienen una nueva mirada, con propuestas realistas, y quizás por eso ya no salen tanto en algunos medios. Pero de nuevo, la política cortoplacista de los cuatro años vende la solución de meter más gente a la cárcel, para nada. O para reproducir la cultura delictiva, en cárceles cada vez más hacinadas. De verdad tenemos un problema complejo como país y es que estamos muy atrapados en la inmediatez, por ambos frentes: las respuestas que demanda la sociedad y las soluciones que ofertan los gobiernos. Creo que ya deberíamos preocuparnos, porque nos está pasando lo mismo en casi todos los temas importantes.

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