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Opinión

25 de Junio de 2019

Columna de Karina Oliva: Feminismo para Todes

En pleno siglo XXI no se pueden seguir reproduciendo lógicas propias del siglo XIX y XX, lógicas binarias, estereotipadas, es momento hacer trascender los procesos políticos y culturales más allá de las élites. El feminismo debe tener la capacidad de dialogar con todas y todos, más allá de los foros, más allá de los libros, sobre todo, debe volcarse a un acción cotidiana y concreta, ser materia para las realidades diversas de la sociedad, con la capacidad de resolver asuntos cotidianos y cruciales en la vida de las mujeres, que se tome el cielo por asalto y que por consecuencia transforme las masculinidades.

Karina Oliva
Karina Oliva
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Hace unos días en un taller sobre la violencia en el pololeo en el colegio San Ignacio del Bosque, los estudiantes del centro de alumnos nos regalaron el libro “Todos deberíamos ser feministas”, de Chimamanda Ngozi Adichie. Comencé a leer y en un relato muy cotidiano el libro logra plasmar las contradicciones propias a las que nos enfrentamos en este reconocimiento público e íntimo del definirnos feministas, considerando, como dice la autora, que la palabra feminista y la idea de feminismo, también se ven constreñidas por los estereotipos.

“Todos deberíamos ser Feministas” es el título del libro y a partir, de esa premisa surgen las interrogantes: ¿Cuánto estamos haciendo para que el feminismo sea para todes? ¿Cuánto estamos aportando para derrotar los estereotipos sin estereotipar al feminismo? ¿Cuánta libertad estamos promoviendo para un proceso de emancipación construyendo una sociedad feminista? Las respuestas a estas interrogantes son un proceso, más que un producto determinado y determinante.

La construcción cultural, o bien, la batalla contra la hegemonía del patriarcado supone directamente la noción de nuevas formas de mirarnos a nosotras mismas, desde lo individual hacia lo colectivo, pero sin negar el proceso de reconstrucción. Es decir, el inicio de un proceso supone un punto distinto en la trayectoria del mismo. Me explico: cuando se vive un proceso personal y/o social de transformación, generalmente se tiende a una resignificación de hechos anteriores, como reconocimiento afectivo a los hechos pasados, generando un vínculo entre pasado y presente. En el caso del feminismo, cuando una persona se declara feminista muchas veces busca resignificar hechos previos a esta declaración, con el objetivo de reconocerse en la persona del pasado. Sin embargo, el proceso de resignificación es muy complejo y puede llevarnos, en cierta medida, a un punto de negación de lo que fuimos, somos y seremos ¿Por qué? Porque si no se reconoce el proceso como tal, es decir, las diferencias en cada punto de la trayectoria que se enfrenta o se vive desde el inicio al momento presente, se podría generar una negación de éste, sin reconocer el intervalo que hay entre un punto y otro. La resignificación debe reconocerse como parte de una transformación y no desde un resultado como si fuera un producto final. Además, dicho proceso no es uniforme, ni mucho menos estandarizado depende de innumerables variables sociales, culturales, económicas y, por cierto, políticas que vive cada una de las personas, cada una de las mujeres.

Por tanto, avanzar en una reconstrucción política y cultural, supone reconocer el proceso -personal- de reconstrucción, y esto a su vez comprende no anular ni negar, el punto de inicio, como un proceso subjetivo. Por ejemplo: puedo señalar que no nací patriarcal, pero me crié en una sociedad, una cultura y costumbres patriarcales, completamente naturalizadas y normalizadas, donde la violencia y las desigualdades prevalecían. Sin embargo, la rebeldía para enfrentar a esta sociedad estuvo presente en muchas mujeres a lo largo de la historia, pero ello no necesariamente se hacía desde una perspectiva feminista, porque no necesariamente se cuestionaba el patriarcado, más bien se cuestionaba la injusticia que acarrea vivir en una sociedad patriarcal. Esas rebeldías -analizando el contexto en su justa medida- han sido pasos previos, no menos importantes para un proceso de construcción feminista dialéctica, una forma de militar la vida. Porque ¿Qué sería de los procesos de transformación o de las grandes revoluciones, sin las rebeldías previas? Las rebeldías son el significante dialéctico de una construcción hegemónica y contrahegemónica, porque el acto en sí mismo, no es una condición de determinación, lo que nos determina es el reconocernos, asumir la tarea y dotarla de significado. El feminismo es un proceso, con permanentes contradicciones, que no siempre estarán resueltas, al mismo tiempo, es un proceso íntimo que desborda en lo colectivo. Pretender volverlo una totalidad desde un inicio es pretender estandarizarlo, entregarle una objetividad inexistente.

Estos procesos necesariamente requieren el reconocimiento de las diferentes etapas que se enfrentan, porque lo progresivo de una transformación también revela la necesidad de estar en permanente cambio y avance, que lo que antes veíamos como un fin, en realidad es un infinito que rompe constantemente con la inercia. Es a este proceso de constante avance y transformación a lo que podemos llamar la construcción del Feminismo Popular, básicamente porque no supone un estereotipo, sino que revela la posibilidad de construir comunidad desde lo diferente.

¿Por qué esta reflexión para responder las preguntas anteriores? Porque es necesario reconocer que el feminismo es la alternativa más significativa que se ha planteado a la sociedad moderna, desde las libertades, los derechos y las diversidades. Por tanto, limitarla, determinarla en un todo sin las contradicciones individuales, llenándola de objetividad (“lo que haces no es feminista” “esto no es feminista”, “tú no eres feminista”, “soy la más feminista”, “estoy resuelta como feminista”, etc) es imponer de manera prematura limitaciones que no tiene, limitarla a un estereotipo de personas dentro de una comunidad es negarle su capacidad colectiva, lo que implica coartar su potencial de transformación como política de masas y de mayorías y sólo reconocerla como una política de las y para las élites, como una batalla de trinchera y no de transformación.

En pleno siglo XXI no se pueden seguir reproduciendo lógicas propias del siglo XIX y XX, lógicas binarias, estereotipadas, es momento hacer trascender los procesos políticos y culturales más allá de las élites, es necesario y urgente, aceptar los procesos políticos transformadores más allá de la aspiración política/emocional desde lo privado y dar un paso a una política/emocional desde lo colectivo y sin miedo a sus contradicciones. El feminismo debe tener la capacidad de dialogar con todas y todos, más allá de los foros, más allá de los libros, sobre todo, debe volcarse a un acción cotidiana y concreta, ser materia para las realidades diversas de la sociedad, con la capacidad de resolver asuntos cotidianos y cruciales en la vida de las mujeres, que se tome el cielo por asalto y que por consecuencia transforme las masculinidades. Esos caminos, esas trayectorias diversas, complejas, con contradicciones es el recorrido sin límites del feminismo popular, lo que Chimamanda Ngozi Adichie le llama, Feminismo para Todes

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