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Cultura

28 de Julio de 2019

Adelanto de libro: Hija Natural de Natalia Berbelagua

Una mujer marcada por la ausencia de su padre y por la relación ambivalente con su madre guía el relato de la primera novela de Natalia Berbelagua, Hija Natural. El libro desentraña la naturaleza de las relaciones familiares con franqueza, mostrándonos sus luces y sombras. Hija Natural es el encuentro de una mujer con su propia voz. Un relato que avanza como una conversación de sobremesa familiar, en la que se expone la intimidad de los afectos que unen las vidas humanas.

Por

Seis

Mi padre y mi madre eran amigos, vivían a pocas cuadras de distancia. Mantenían relaciones esporádicamente. Una vez que mi madre supo del embarazo, fue a decirle que iban a tener un hijo. Pero él respondió que no quería problemas en su vida y planteó un aborto.

Mi madre dijo que no iba a abortar así que, con o sin él, saldría adelante. Él de igual manera decidió restarse. Pasó sin mirar a mi madre por su lado incontables veces, también cuando su panza ya era evidente. Supo de cuando nací, pero también lo obvió. Me vio un par de veces en los juegos de la plaza siendo una guagua, pero decidió pasar de largo.

Yo nunca tuve la posibilidad de conocerlo, más que un par de veces en que lo vi en la calle, como quien se encuentra con un actor que conoce por un papel en una teleserie. En cada una de esas veces yo iba mirando las caras de las personas, deteniéndome unos segundos en cada una. En una o dos ocasiones mi madre me apretó la mano y me lo mostró. “Ese que pasó es tu padre”. Recuerdo haber sentido vergüenza no sé por qué, tener la cara roja, como si se hubiesen burlado de mí en público. Tal vez la situación más clara se presentó cuando fuimos al cine a ver Jurassic Park. Salté de miedo toda la película por las imágenes de los dinosaurios y también porque lo había visto en la calle, siempre tan fugaz.

Llevo conmigo un cortometraje inconcluso en que la escena es prácticamente la misma: no ser vista ni por él ni por su madre —que también vivía a pocas casas de la mía— quien me miraba con una risa que nunca supe interpretar si era de simpatía o sarcasmo. Las preguntas sobre mi padre siempre se relacionaban físicamente con una baja de presión, como si me encontrara con un muerto. 

Cuando tenía siete años, estaba jugando en la plaza cuando me presentaron al hermano de mi padre, un colorín parecido a Chuck Norris que tenía una niña de pelo naranjo y era de mi misma edad. Nos pusimos a jugar en la plaza y yo le pregunté su nombre. Recuerdo cómo me sentí al saber que teníamos el mismo apellido. Aún no entendiendo muy bien el contexto, ni lo que significaba llamarse en Chile de determinada manera; entendí que teníamos algo que ver, que nuestra familia era pequeña y que ese día era importante. Mi tío supo también que yo era hija de su hermano y, desde ahí en adelante, comenzamos a tener una relación que se basó durante años en llamadas telefónicas y encuentros fortuitos en Santiago y Valparaíso.

Otro recuerdo borroso es el de la desaparición de una amiga de ocho años con la que jugaba. Su cara comenzó a aparecer en las cajas de leche. Hace unos años leí en el diario que habían encontrado un cuerpo en una fábrica abandonada cercana a nuestra casa. De inmediato pensé en ella, pero no tengo cómo comprobarlo. 

Cuando pienso en la infancia entro en una serie de recuerdos felices, pero por otro lado hay una oscuridad permanente que atraviesa toda la historia. La imagen de esa amiga se quedó congelada en el tiempo, y no recuerdo haber tenido otra con quién jugar, hasta que aparecieron unos hermanos que eran nietos de un hombre que hacía de viejo pascuero en uno de los primeros mall que se instalaron en Santiago. Dejamos de ser amigos porque eran muy arrogantes, así que opté por juntarme con una vecina que vivía prácticamente en cautiverio. 

Ese miedo a ser robada o atacada por alguien se mantuvo hasta mi adolescencia. Atrás de mi casa vivía un tipo del cual se decía que mantenía relaciones incestuosas con sus hijas, lo que se sumó a las incontables persecuciones de un violador a mi madre en los años 80. Aún tengo la sensación de que alguien me hizo algo cuando yo no tenía conciencia. Intuyo que lo perpetró una mujer. Pero el posible recuerdo, si es que no es una fantasía, está bloqueado. Cada vez que intento entrar ahí me quedo en blanco, como si estuviera en la pieza de un hospital.

Es difícil recordar todo esto, porque se supone que el trauma no tiene hilo narrativo. Por eso hablar de mi padre y de mi madre encierra una complejidad que me tiene con los nervios tirantes. Los músculos doblados se parecen a los vínculos. Esos hilos de carne que recubren a un órgano tan importante como el corazón, a veces se tensan, y se estiran tanto que se pueden cortar. Qué ocurre con ese nervio, no lo sé, pero puedo intuir que todo el sistema entra en un estado de alerta e incomodidad.

Hija natural
Natalia Berbelagua
Editorial: Emecé Editores
Número de páginas: 140

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