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16 de Agosto de 2019

Fragmento del libro “El gol de Lucila: Historias y crónicas de fútbol”, de Vicente Vásquez

“¿Hay más honor que apostar una bebida comunitaria en una pichanga?, se pregunta Vicente Vásquez en uno de los 23 relatos y tres crónicas que componen el que seguramente será el primero de sus libros, escrito en los tiempos que le dejan sus estudios de periodismo. La convicción que subyace en esa pregunta retórica es sencilla: el fútbol es democrático”, establece la reseña de “El gol de Lucila”. Revisa a continuación dos relatos de este libro.

Por

¡Gracias tía!

 

Mi tía falleció de un cáncer al pulmón. Tenía 50 años. Los cigarros habían pasado la cuenta. La última vez que estuve con ella me preparó unas marraquetas con huevos revueltos. Las mejores de mi vida. Ese mismo día dieron un partido de fútbol por la televisión abierta y lo vio conmigo, a pesar de que no le interesara en lo más mínimo.

Cuando mi mamá me contó que se había despedido de este mundo, vino un dolor inmenso. Decirle a la Carmencita, mi abuela, fue aún peor. Nadie se sentía capaz.

Nunca fui demasiado creyente. Pero si algo de fe queda en mí, es gracias a mi tía Ana. Cada partido en que necesito una ayudita divina, se la pido, esté donde esté. Hubo una vez que lo hice con todas mis fuerzas.

Dos años después de su partida, se jugó el Mundial de Sudáfrica 2010. La selección chilena promovía la esperanza generada por el liderazgo de Marcelo Bielsa y una generación empecinada en cambiar la historia. Los partidos eran temprano, y como tenía 14 años me tocó verlos en el colegio.

En el debut contra Honduras hicimos un cocaví con el Benja y seis cabros más a las siete de la mañana. El equipo se perdió un montón de goles, pero se ganó con un suertudo nalgazo de Jean Beausejour.

Suiza era distinto. Escuchábamos sobre el famoso “cerrojo” y la dificultad de marcarle goles a una defensa sin margen de error. Para mala cuea nuestra, le habían ganado a España en la primera fecha. Si queríamos pasar de fase, Chile estaba obligado a ganar para llegar con mejores opciones ante los ibéricos en el cierre de grupo.

Como la cosa partió a las diez de la mañana, todo el colegio vio el partido en su sala respectiva. El primer tiempo no tuvo mucho salvo la expulsión de Valon Behrami, un volante que cayó ante la provocación de Arturo Vidal y se fue al camarín justo antes del entretiempo por una agresión. Estar con un jugador más nos calmaba un poco, pero no se llegaba al arco.

Incluso le anularon un gol a Alexis Sánchez cuando ya lo habíamos gritado todos desaforadamente. “¡Por la mierda! ¡¿Por qué?!”, se escuchaba entre mis compañeros. Estábamos desesperados. El segundo tiempo entraba en su recta final y todavía no caía el gol de la victoria.

Ahí fue cuando busqué la conexión más profunda con mi tía Ana. Le rogué, supliqué, imploré una manito. Medio minuto después, Jorge “El Mago” Valdivia metió un pase profundo a Esteban Paredes que desconcentró a toda la defensa, éste se acomodó para su zurda y tiró el centro a Mark González, quien se encontraba solo frente al arquero Benaglio.

“Chico Mark” cabeceó hacia el piso por debajo del portero y un espigado defensa que venía en auxilio de su compañero, no alcanzó a sacarla. El estruendo fue impresionante. Volaron mesas, sillas, mochilas, estuches y libros.

Todos salieron de la sala a liberar la energía acumulada de sus tensos cuerpos. Yo me quedé adentro gritando hasta romper mi garganta. Después de sacarme la polera de la selección y besarla varias veces, vino la reciprocidad en medio del llanto y la euforia:

—¡Gracias tía! ¡Gracias tía! ¡Gracias tía!—

 

Te sigo buscando

 

Los vecinos decían que estabas ahí. Encerrado. Quise entrar, pero no me dejaron. Me amenazaron unos hombres uniformados. Tenía 13 años.

Supe que la selección debía jugar la vuelta del repechaje al Mundial de Alemania contra la Unión Soviética. Fui y vi ese extraño gol de “Chamaco” Valdés ante un arco vacío, pues los rivales nunca llegaron. Se rumoreaba que te habían trasladado. Corrían los últimos días de noviembre de 1973.

Iba todos los fines de semana a verte. Mi mamá estaba desesperada. Presentíamos que sí te encontrabas en ese lugar, escondido contra tu voluntad. Nunca te encontré. No me dejaron hacerlo.

Seguí yendo con el paso de los años. No podía disfrutar de los partidos que alguna vez vi contigo, de alguna forma estabas ahí. En el coliseo deportivo más grande del país. Sin libertad.

Después te vimos en esa lista. Tu nombre y un número. ¿Dónde estás?

Nos quisieron recompensar, como si fueras un objeto. Sólo queríamos la verdad. Se pusieron de acuerdo entre cuatro paredes. Los mismos que te llevaron.

Vi muchas glorias en ese estadio para hacerte homenajes. Pero nunca la que más quise. Prefería abrazarte una última vez y que el mundo se acabara.

Quedaste como un héroe para muchos y un diablo para otros. Hasta el día de hoy te siguen negando. Fuiste parte de una horrenda justificación.

Ojalá pudiera sentirte, estar donde te despojaron de toda humanidad. Quiero devolvértela, conversar como lo hacíamos antes de dormir. Escuchar un gol una vez más por la radio.

Hay noches en las que no puedo dormir. Me dicen que olvide. Es imposible. Te hicieron desaparecer.

Te sigo buscando papá. En mis sueños. En otra vida.

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