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Entrevistas

9 de Septiembre de 2019

La vida de un ascensorista

Esteban Valenzuela Vilches pasa las horas del día dentro de un ascensor en la galería de Ahumada 341; llegó ahí después de trabajar casi toda su juventud como zapatero en el paseo Puente, “cuando aún era el palacio del calzado, “cuando me despidieron de la zapatería me dijeron que yo igual iba a llegar alto en la vida. Y es verdad, he llegado alto, hasta el piso 10 de hecho”, comenta riéndose en The Clinic.

Por

Lleva 14 años trabajando en las oficinas del edificio junto a Joyas Barón, por su ascensor han pasado personajes como Marcelo Salas, Patricio Aylwin y Álvaro Elizalde. Ha sido testigo (y hasta protagonista) de peleas y romances. El trabajo del ascensorista está en peligro de extinción; ya le avisaron que en los próximos meses van a instalar ascensores automáticos, dejando su labor obsoleta “pero como me tienen cariño me dijeron que me van a reacomodar en algún lado así que estoy tranquilo. Probablemente me dejen abajo recibiendo gente en el lobby, como conserje”.

Don Esteban, como le dicen todos los visitantes del edificio, llegó hasta los estudios de The Clinic Podcast para participar del programa Alguien tiene que hacerlo, que saldrá los jueves quincenales en www.theclinic.cl/audifono y en Spotify. “Soy chacotero, me gusta conversar con la gente que se sube al ascensor. De hecho, tengo mi clientela, hay gente que prefiere irse conmigo en el ascensor porque soy más simpático. Dicen ‘no, yo me voy con Don Esteban’”.

¿Y para llegar a estas oficinas subió por las escaleras o el ascensor?

No escaleras, ya mucho ascensor, es como un trauma (ríe). Es que la pega del ascensorista es hacer de todo, uno tiene que hacerlas hasta de psicólogo. Hay gente que le da miedo el ascensor. O pánico. Y yo les digo ‘suba no más, si no va a sentir nada. No se va a dar ni cuenta y va a llegar al cuarto piso’. Es que ese es el que tiene más movimiento porque está el notario. Entra y sale gente. Me han tocado hasta peleas. Me han pegado.

¿Cómo pasó eso?

Nada, unos flaites. Uno siempre le pregunta a las personas a qué piso va. Y este tipo se subió y me dijo que iba al cuarto. Y yo le dije que estaba cerrado, que abría a las 3 y media. Y me dijo, ‘ah es que me vai a llevarme no más’. Cómo que te voy a llevar no más, te bajai altiro, le dije hablando en el mismo idioma, su mismo nivel. Ahí empezó el tema, me agarró de la corbata y después fueron combos de un lado para otro. Lo divertido es que peleando igual llegamos hasta el cuarto piso. Fue un escándalo si, porque iba con su pareja que estaba embarazada y se puso a gritar, llegaron los Carabineros. Él me pegó una patada, yo lo agarré de la polera, y quedé con su polera en la mano. Lo divertido es que iba a cobrar su finiquito.

Y con Carabineros claramente no pudo cobrar el finiquito…

No, de hecho volvió al día siguiente pero subió por las escaleras (ríe).

¿Y nunca se le ha caído el ascensor?

No es que esos ascensores no se caen. Porque son manejables, igual que un auto. Cuando hay una falla o algo, uno mismo detiene el ascensor con el freno, si uno lo controla manual. Una vez, eso sí, hubo una falla, el ascensor se volvió loco y paró como justo en la parte entre el piso 6 y 7. Entonces yo abro la puerta y me encuentro con una muralla. Y habían personas con miedo en el ascensor y se pusieron nerviosas, estaba la escoba, pero en un segundito, tiré la alarme para arriba y desde la sala de máquinas con una palanca acomodaron el ascensor. Ahí sí que hay que tener cuidado, porque si uno lo hace muy fuerte se va el ascensor y queda la escoba.

¿Y no le da claustrofobia o vértigo?

No, al principio sí. Pero imagínate, sino ya chao, pucha que la sufriría. A veces como que me mareo y me choreo si, pero por la rutina, que es la misma. Tanto estar ahí viendo a la misma gente, pero hay que ponerle el pecho a las balas.

¿Usted es ciego sordo y mudo dentro de un ascensor?

No si yo soy una tumba abierta….

Pero me imagino que le ha tocado ver desde besos…

¡Hasta combos! (Ríe).

¿Y qué es lo más raro que le ha tocado ver?

Años atrás había un buffet de abogados arriba. Y un día, se fueron todos después de la jornada. El último me dijo, estamos OK Don Esteban, dejamos cerrado. Y como media hora después empiezan a sonar unos golpes. Y yo revisé varios pisos buscando de dónde venía el ruido, y de repente llego al buffet y veo ahí al jefe tocando la puerta y me decía ‘¿qué hago, qué hago?’. Yo lo miré y le dije, bueno, tenís que decirle a tu gente que te venga a buscar po. Se había quedado encerrado (ríe).  Le dije espérate ahí, en todo caso llegai mañana temprano.

¿Y cómo son los temblores en el ascensor?

Es que son como un péndulo, entonces empieza a sonar bien fuerte. Nunca me ha tocado un temblor con gente, es mala pata porque se siente fuerte. Una vez estaba en el piso 4, conversando con uno de los jefes, y de repente vino un pencazo bien fuerte. Él nunca había sentido un temblor ahí. En el piso cuatro es justo donde se dobla todo el edificio. Yo traté de explicarle que era normal, pero él pescó sus cosas y se fue, porque efectivamente se siente fuerte.

VISITAS ILUSTRES

Mira, ha pasado por mi ascensor, el Marcelo Salas… El Pato Aylwin venía mucho al Colegio de abogados, que en paz descanse.

¿Y era simpático?

Buen chato Patricio Aylwin, fue a un consejo, y otra vez a elegir al Presidente del Colegio de Abogados… también he visto al Elizalde.

¿El senador?

Sí, con él tuve una conversación porque le dije que él iba a ser el futuro presidente… pero del Partido Socialista (ríe). No, pero en serio, le dije que él iba a ser el Presidente del futuro.

¿Y qué le dijo?

Me dijo como ‘no, no me estís bromeando, te voy a venir a cobrar la palabra’”. Pero siempre hay hartos futbolistas en general, que vienen a la notaría a hacer trámites, a inscribir sus casas, como compran departamentos, van a hacer los trámites. Igual que los políticos que van al Colegio de Abogados.

UN OFICIO EN EXTINCIÓN

¿Hay algún gremio de los ascensoristas?

Había un gremio bien grande pero se fue perdiendo con los nuevos ascensores. Había uno en todo el casco histórico de Santiago Centro. Eran todos viejitos sí, más viejos que uno.

¿Y le da miedo que lleguen ascensores automáticos?

Vienen ya, es que tienen que ponerlo porque estos ascensores ya tienen más de ochenta años. Este fue el primer edificio que tuvo la ENAP, tiene una sala de máquinas gigantes. Los ascensores de ahora tienen computadores, pero yo siento que todas esas cosas fallan y se caen. Los sensores fallan también. Pero el nuestro no, nosotros lo paramos y al final del día lo apagamos y chao.

¿Y les dijeron qué va a pasar con ustedes?

Es que estamos en espera. Llevamos dos años ya esperando a ver qué va a pasar con los ascensores. Pero de cambiarlos, tienen que cambiarlo. No hay fecha, pero yo estoy entre los que va a quedar. Me dijeron los jefes que dentro de todos, soy de los que están quedando.

Está grabado, ya no se pueden correr… ¿y qué haría entonces?

Abajo, me quedaría abajo recibiendo a la gente porque no hay espacio para poner un cartel con los números de piso, entonces vamos a ir guiando a la gente. Como un conserje, aunque ya hacemos de conserje casi, hacemos hasta de aseo, de psicólogo, como cinco pegas en una.

Muchas gracias por venir a The Clinic…

De nada, pero vayan a sacarme fotos…

*Nota; fuimos, y nos dio un paseo vertiginoso por el ascensor con frenadas fuertes que aún nos tienen con vértigo.

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