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Actualidad

16 de Octubre de 2019

Al Maestro con cariño

"Ser educador, es una actividad muy noble, en la cual se entrega mucho amor, tiempo y dedicación. Es la base de toda sociedad. Son ellos los que ayudan a formar a quienes construirán la historia de un país. A quienes crearán el mundo del futuro", escribe Joaquín Leiva Cordero.

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Por profesor Joaquín Leiva Cordero

Aun recuerdo aquel primer día de clases. Mi madre tomó mi mano y nos fuimos desplazando lentamente por el lugar, en un estado de nerviosismo y agitación constante. Había muchos niños y niñas con sus padres y familiares. Todos formados en fila, esperando la llegada de su profesor. A lo lejos, inesperadamente entre la inmensa multitud de personas que se encontraban en ese momento, de la nada apareció su silueta, danzando al ritmo del toque de la campana. Venía con un caminar raudo, imponente. Al pasar entre nosotros, expresó una sonrisa. En ese instante, comprendimos inmediatamente que seríamos parte de una misma historia.

Pasó el tiempo, y en varias ocasiones llegaba cargando en uno de sus hombros, un bolso: lleno de libros y otras cosas. También en su mano derecha, un tazón con café que lo acompañaba todas las mañanas. Era una forma para aminorar el frío que, en ocasiones, envolvía la sala de clases. En algunos momentos, nuestras miradas se escapaban a través de las ventanas del lugar. Buscando las hojas que se desprendían de los árboles en otoño. El canto suave de algún pájaro, que cantaba hermosas y sutiles melodías. Donde la palabra se mantenía en silencio y la belleza de aquella creación, nos llevaba a un estado de alegría.

Tuvimos muchas conversaciones con él, sobre diferentes temas a lo largo del tiempo, como por ejemplo: el amor, la solidaridad, nuestros derechos y responsabilidades. Fue así que nos fuimos conociendo y conectando cada día más. En momentos supo como aminorar nuestros dolores, las angustias, las tristezas, que todo alumno o alumna tiene producto de su historia personal. En otras ocasiones, utilizaba su magia para llevarnos al mundo de los sueños, de las alegrías, logrando que volviéramos a volar como blancas nubes que se desplazan por el cielo, dibujando bellas figuras que irradian luz y esperanza para este mundo. Entendía nuestras bromas y travesuras. Dentro de los diferentes juegos de patio; corría, saltaba y se reía.
La vida siguió su ritmo, pasando por la escuela y llevándose nuestros mejores recuerdos y momentos. Muchos dibujos quedaron plasmados en cada mesa, silla, muralla, al igual que tantas frases y palabras sublimes.

Eran parte del paisaje del aquel lugar, dando testimonio de una misma aventura. Ya no éramos los mismos niños traviesos y juguetones que habían estado el primer día de clases. El tiempo había hecho lo suyo.

El verano llegó a su término y el mes de marzo había hecho su aparición vestido de escolar. Junto a él, muchas interrogantes fluían en nuestros pensamientos. La adolescencia se había apoderado de nuestros cuerpos y mentes. Nos había convertido en unos seres apáticos, que deambulábamos en un universo de constante inestabilidad emocional. A pesar de todo esto, él estuvo a nuestro lado escuchando nuestros testimonios. Con su personalidad afable y cortés, nos introdujo al mundo de la ciencia, la psicología, la filosofía, para reflexionar sobre temas como el amor, la primera desilusión y la vida. Una vez sacó un libro y nos leyó las siguientes palabras: “Cuando tenía cinco años, mi madre me decía que la felicidad era la clave de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron que quería ser cuando grande. Yo respondí feliz. Me dijeron que yo no entendía la pregunta y yo les respondí, ustedes no entienden la vida”.

Los años pasaron frente a mis ojos, no me había dado cuenta que ya iba por la senda de la adultez. Los intereses eran otros, había comenzado mi carrera profesional. Muchas veces por esta situación, solíamos encontrarnos en diferentes lugares de la universidad e intercambiar algunos saludos. En ocasiones lo podía observar, a lo lejos, deambulando en los pasillos. Bebiendo un café muy temprano y fumando un cigarrillo, para comenzar el día. Con tantos años a su haber dando clases, su mirada se veía demacrada, su caminar era más lento y su voz pausada. En ocasiones, me preguntaba: ¿Cuántas generaciones habían pasado por sus aulas? ¿Cuántos fueron los que supieron de sus penas, dolores, angustias y momentos amargos? Con el pasar de los años, pude comprender y tomar conciencia de aquellas introspecciones que me hacía de vez en cuando. Las respuestas afloraban por sí solas en la medida que asumía mi rol en la sociedad.

Ser educador, es una actividad muy noble, en la cual se entrega mucho amor, tiempo y dedicación. Es la base de toda sociedad. Son ellos los que ayudan a formar a quienes construirán la historia de un país. A quienes crearán el mundo del futuro. Los diferentes presidentes de una nación, los médicos, abogados, maestros de la construcción, de todas las profesiones y oficios, pasan por las aulas de un profesor. ¿Cuánto poder tienen sobre las personas? Que son capaces de cambiar la vida de un niño o niña, de una persona, a través de una palabra, un abrazo, una sonrisa, un gesto, una conversación. Entregando muchas veces, más de lo que pueden dar. ¿Qué gesto de amor más sublime y noble, puede ser aquel, de una persona a otra? No muchos reconocen y entienden eso. Pero el verdadero Maestro, formado en la resiliencia, en lo holístico, sabe que todo lo que hace, es un gesto de amor, de humildad, en forma desinteresada, sin esperar nada a cambio. Y si algún día llegara alguien golpeando su puerta agradeciendo su labor, él responderá con una sonrisa y al mismo tiempo, en su interior, su alma agradecerá al Universo por cumplir la noble y hermosa labor de educar.

Han pasado muchos años, no recuerdo tu mirada, tu cabello, tu forma física, pero estás aquí, siempre presente junto a mí. Siento tu energía que fluye y que ilumina mi corazón. Aquella vibración de ayer, es hoy, es presente, nada ha cambiado. Siento tus palabras que remecen mi ser y me ayudan a comprender cada situación nueva. Muchas veces te veo en las conversaciones que tengo a diario, con diferentes adultos y niños. También te busco en los patios, en los rincones de cada lugar de la escuela. Y corro junto a ti, salto y río, como lo hacíamos cuando era pequeño. Te tomo de la mano y junto a ti, entramos a clases. Somos los dos nuevamente, construyendo una nueva historia, en una nueva escuela. Soy lo que soy ahora gracias a ti: un profesor, expresando una sonrisa a otros pequeños. Ahora más que nunca lo entiendo todo. Estoy agradecido, porque me trataste con amor y viste en mí a un niño como tú.

Este niño fue creciendo y siguió su camino, recordando siempre aquella frase que era parte de tu esencia, cual repetías de vez en cuando: “He aquí mi secreto, no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

¡Feliz día, para todos esos profesores de Chile y del Mundo, que abrazaron y abrazan esta noble actividad, en diferentes medios y formas. Con amor y pasión por los demás, construyendo un mundo mejor.

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