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Opinión

4 de Noviembre de 2019

Columna de Roberto Brodsky: Recados al Presidente

Roberto Brodsky
Roberto Brodsky
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La noche del día 21 de octubre Sebastián Piñera declaró que Chile estaba en guerra contra un enemigo poderoso e implacable. Dos días después pidió excusas y hasta se alegró de que más de un millón de chilenos salieran a ocupar pacíficamente las calles para protestar en su contra. Si hubiese podido se habría sumado él también a la manifestación, por qué no. Hasta una barricada habría levantado para que le creyeran. Pero ya no puede, ése es el problema. Y como Sebastián Piñera es Presidente, entonces el suyo comienza a ser el problema de todo Chile. Por eso la gente hoy pide su renuncia, y por eso también otra gente pide que se quede. Ninguno de los dos lo aprecia ni lo estima, eso es seguro.

Habría que detenerse en este punto para entender su situación actual. Sebastián Piñera le declaró la guerra a los ofendidos de todo un país la noche del 21 de octubre. Al hacerlo dejó de lado la política, su responsabilidad de autoridad máxima del país, el credo democrático que lo acompañaba, y la promesa de los tiempos mejores que acuñó en su programa para llegar a La Moneda. En menos de 72 horas, desde que ardiera la primera estación del Metro, Sebastián Piñera pasó de gobernar un oasis a sobrevivir en un infierno. En ese mismo momento, el Presidente de Chile se transformó en un sobreviviente, y los sobrevivientes, ya se sabe, no tienen otro destino que el de sobrevivir. De nada sirve que llamen a conferencias de prensa, cambien el gabinete, detenga el alza de las tarifas y convoque a cabildos abiertos para discutir el futuro. Un sobreviviente no tendrá lugar en la historia que se escriba sobre estos días de octubre más que como alguien que tuvo que matar para sobrevivir. Y esto no por maldad, claro, sino por la naturaleza de su acto, ya que el hombre que busca sobrevivir no sólo quiere existir siempre, como enseña Canetti, sino que también quiere existir cuando otros ya no existan. Y la forma más baja de lograrlo es matando a los que amenazan su sobrevivencia.

Pero cuidado: sobrevivir no es estar perdido ni mucho menos. “El momento de sobrevivir es el momento del poder”, dice Elías Canetti en su libro Masa y poder: momento de muerte y destrucción, de caos y anarquía, cuyo espanto solo se disuelve en la satisfacción de no ser uno mismo el muerto en medio de la guerra. Es lo que nos regala el Presidente desde que declaró el estado de emergencia, depositó en los militares el control de las calles, y luego se rectificó, muerto de ganas de seguir en pie. Su perspectiva no es un cambio de política, ni una comprensión distinta de la realidad que lo acosa y del país que exige un trato distinto y un nuevo consenso, sino el hecho puro y simple de sobrevivir.  En este acto de poder puro, Sebastián Piñera será capaz de todo. No sólo de imponer un nuevo estado de excepción si así lo requiere su sobreviviencia, sino incluso de ponerse fuera de la ley a través de una norma excepcional que le permita sobrevivir sin apego a derecho alguno, apelando a un estado de sitio o a una situación de catástrofe nacional. Los militares entonces serán nuevamente llamados a cumplir con su deber y sostenerlo, si es necesario. 

Es una hipótesis que me han hecho llegar algunos buenos amigos en medio de la guerra y del humo de estas semanas. Es tan paranoica como las voluntariosas teorías juveniles levantadas desde la ciudad letrada e incendiada de Arturo Fontaine (que copia de mala forma las del rector Carlos Peña) o las tesis extraterrestres de la Primera Dama. ¿Sobrevivirá Piñera confundiendo el reventón social y político con un terremoto, derivando soluciones en la Onemi y el ministerio de Desarrollo Social para el diálogo nacional que todos piden? Ese modo de escabullir el bulto lo llevaría directo del terremoto al tsunami, cuando no a la catástrofe de Fukushima que hizo explotar las plantas nucleares de Japón en el cataclismo de 2011. Y es que mientras existan dos horizontes de interpretación tan distintos como los actuales, entre los que exigen cambios y los que imponen orden, la guerra de Piñera seguirá siendo ganada por los que no creen en ella, corren la frontera, desobedecen el estado de emergencia, siguen protestando, y comienzan a discutir el nuevo trato que terminarán por plebiscitar. No son los 30 pesos, idiota, como le decían a Clinton en una frase que se ha vuelto un comodín de la política, sino los 30 años de proyecto neoliberal. Es lo que el Presidente de Chile, capturado como está por su preocupación de sobrevivir, se resiste a ver: la democracia no está amenazada por el caos de las masas en las calles, sino por un orden que se ha vuelto factor de protesta e inestabilidad crónica. 

En la guerra nunca digas nunca, o tendrás que dedicarte sólo a sobrevivir. Es la lección #10 de las once que extrae el ex secretario de defensa norteamericano Robert McNamara sobre la guerra de Vietnam, según la confidencia que hace al documentalista Errol Morris en el film “La niebla de la guerra” (The fog of war). La película es de 2003, y la he vuelto a ver casi obligado por las circunstancias. El Presidente de Chile tendría que tenerla presente en su sobrevivencia. Pero más importante aún es la última y definitiva lección, la número 11, que McNamara explicita solo una vez terminada la guerra y después de visitar Vietnam y hablar con las autoridades del antiguo enemigo. Dice así: no es posible controlar todos los factores que intervienen en la violencia de un conflicto, al punto que en algún momento no entenderás nada, estarás en medio de la niebla de la guerra, the fog of war, y todo será furia y fuego alrededor sin que puedas evitarlo, ya que que por mucho que aplastes al enemigo para tú poder sobrevivir, nunca podrás cambiar la naturaleza humana ni los imprevistos cuando ese contrincante lucha con lo que tiene a mano por su recuperar su dignidad. Pero esto a McNamara se le hace meridianamente claro sólo después de entender que, mientras Estados Unidos peleaba la guerra fría contra la influencia soviética en Vietnam, los vietnamitas peleaban en cambio por su independencia nacional. Eran dos dos guerras diferentes, tan distintas como la del Presidente de Chile contra los invasores de Venezuela y la de las masas ciudadanas con sus demandas de cambio por un bienestar real. Evaluar mal cuál es tu guerra te llevará a perderla si no coincide con la de tu contrincante, reflexiona McNamara. Entonces deberías corregirte por mucho que te duela. En la guerra nunca digas nunca, y menos cuando tú mismo la declaraste, dice la lección #10. 

El derecho de vivir en paz, himno de las masas en las calles de Chile, fue escrito por Víctor Jara y dedicado a Vietnam. Son símbolos que importan cuando el Ejército está en las calles y la policía militariza la represión. Es muy poco probable que Sebastián Piñera pueda leer y entender esos símbolos de la protesta. Sobrevivir quita todo el tiempo del mundo. Hay que tener concentración y firmeza de propósitos para lograrlo. No lo sabremos nosotros, que sobrevivimos al ’73. Lo bueno de todo esto es que ahora el presidente de Chile se parece un poco más a todos los chilenos que sobrevivimos a la dictadura. No es poca cosa. Únase al baile, Presidente: usted también sobra.

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